sábado, 23 de marzo de 2013

El emperador filósofo


El emperador estoico Marco Aurelio

Situémonos. Al brillante siglo de Augusto (27 a.C. 14 d.C.) siguen las revoluciones de palacio y los asesinatos que imponen una atmósfera de terror. Séneca (4-65), filósofo de la Nueva Estoa o del Estoicismo tardío (según se mire), es acusado de conspiración. Nerón, que había sido su pupilo, manda su sacrificio y el filósofo se desangra junto a una estufa.

En el año 93, Domiciano, que persiguió con saña a los cristianos, también hizo que el Senado resolviera la expulsión de los filósofos y los matemáticos, por considerarlos subversivos. Los intelectuales que no adulan al poder son molestados o exiliados, cuando el ejercicio del poder se vuelve depravado y arbitrario.

sábado, 16 de marzo de 2013

Kant y los goznes del tiempo

Gilles Deleuze

Las condiciones a priori del mundo

En unas lecciones que impartió sobre Kant (Vincennes, primavera de 1978), Gilles Deleuze describe la filosofía del prusiano como sofocante y excesiva… Pero cuando uno la resiste y le toma el ritmo, toda esa bruma nórdica se disipa y queda una asombrosa arquitectura. Un filósofo no es menos creador que un pintor o un músico, y para el francés, la máquina de conceptos inventada por Kant es pavorosa y gira alrededor de un cierto problema del tiempo. Kant abre una nueva conciencia del tiempo en oposición a una conciencia clásica o una conciencia antigua del tiempo.

Como se sabe, a priori, para Kant, significa independiente de la experiencia. Pero decir que algo es independiente de la experiencia no impide que puede ser algo que se aplique a la experiencia y sólo a ella. Este es el “misterio” de los juicios sintéticos a priori, esos monstruos surgidos del averno de la lógica transcendental kantiana. Al contrario que los juicios empíricos a posteriori, los sintéticos a priori son universales y necesarios, independientes de la experiencia, pero aplicables, extensibles, a cualquiera de las experiencias posibles, de ahí su valor científico, cognitivo.

Pasa lo mismo con las categorías, son coextensivas a la totalidad de la experiencia posible. Así por ejemplo sucede con el predicado “ser causa” (importante categoría de relación). “Tener una causa" es un predicado universal que se aplica a todos los objetos de la experiencia posible, al punto que el pensamiento tiene necesidad de él para explicar cualquier evento. Los predicados –o pseudopredicados- que se atribuyen a la idea de un todo de la experiencia posible son precisamente los que Kant llama categorías, esos doce apóstoles del pensamiento puro, seis estáticos y seis dinámicos.

sábado, 9 de marzo de 2013

Isaac Newton (1642-1727), caudillo de la mecánica



En 1696 Newton fue nombrado celador, y luego director de la Casa de la Moneda en Londres. Desde ese momento, un erudito sensible, melancólico y soñador, el genio de la mecánica clásica, se transformaría en un grueso, irascible y pomposo administrador, envuelto en terciopelos y ricos brocados, transportado a través de Londres en una silla de manos, y por fin, en un autócrata de la ciencia, cuando asumió la presidencia de la Real Sociedad (Royal Society).

Ideológicamente, los estudiosos y biógrafos nos describen al gran científico como un solterón de ideas fijas y espíritu puritano, antipapista y antiestuardos, fervosoro secuaz de la Casa de Orange y Whig hasta su muerte. Aunque Newton se reuniera, obligado por sus cargos y como personaje público, con los corrompidos y libertinos políticos Whigs y recibiera a nobles extranjeros, casi todos "malditos papistas", no hay que pensar que participase en las orgías organizadas por lord Halifax ni que fuera invitado al Kit-Kat club. Probablemente le atraían más los profetas milenaristas que fascinaron a su joven amigo Fatio de Duillier, que la ingeniosa sociedad literaria de Pope, Swift y Gay. En el retiro de su cámara fue siempre el sabio concentrado en la historia sagrada, el creyente devoto, dispuesto a desvelar en los avatares de la historia del mundo y la órbita de los planetas la secreta intención y sabiduría de Dios, su inescrutable providencia. 

A muy pocos íntimos reveló su unitarianismo absoluto, es decir, la creencia en la esencia absolutamente unitaria de Dios y, por tanto, la negación de la Trinidad. Obispos y arzobismos de la Iglesia de Inglaterra buscaron su compañía y proclamaron su ejemplar piedad.

viernes, 1 de marzo de 2013

El Cogito y su Otro


En su base, el racionalismo cartesiano no es un intelectualismo, sino un voluntarismo. La duda cartesiana es un acto de voluntad. “Decidí poner en duda”, afirma Descartes. Desde el principio, el Cogito lleva implícita una pretensión de fundamento último en la libertad y autonomía de la razón que lo piensa y propone como verdad cierta. Ese pensar dubitativo es una verdad primera o una ilusión decisiva; en cualquier caso, una creación memorable.

El mismo Descartes reconocería el carácter hiperbólico, retórico, de su duda. Su dramatización más  barroca es la del Genio Maligno, ese gran embustero. Pero, ¿quién conduce la duda? Ricoeur se pregunta en el prólogo de Sí mismo como otro por ese “je” del “je pense”, mientras abre la cuestión de la ipseidad. Desligado de referencias espacio-temporales, incorpóreo, ¿quién es? El “yo” que conduce la duda y que se hace reflexivo en el Cogito es tan metafísico e hiperbólico como la misma duda lo es respecto a todos sus contenidos. En verdad, no es nadie.

Pero, para Ricoeur, ese quién de la duda no carece de “algún otro”, ha salido de las condiciones de interlocución del diálogo, de las condiciones autobiográficas de confrontación con filosofías obsoletas y contradictorias, las de la escolástica cristiana. Expresa con obstinación una voluntad de certeza y de verdad. Nada habrá sido jamás hasta que el sujeto halle una cosa que sea cierta y verdadera… Que para dudar es preciso existir. Si me engaño, es que soy. ‘Si fallor, sum’ –escribió San Agustín-. Pero el númida no ponía para nada en duda la verdad de las sensaciones, al contrario que su colega francés, doce siglos y pico después. Por supuesto, ese "soy" tiene un valor existencial, absoluto, para ambos autores.