sábado, 3 de diciembre de 2016

SOLÓN, SABIO LEGISLADOR

Estatua de Solón en la Biblioteca de Washington

Realismo político

Solón (c. 640-560) es el mejor conocido de Los Siete Sabios de la antigua Grecia, abuelos de nuestra cultura. Aristóteles elogió su tarea como legislador y Plutarco escribió una Vida de Solón, aunque el gran polígrafo de Queronea, tan recto como fue, no recoge alguna controvertida medida del gran ateniense: Según Ateneo de Náucratis (II-III) y "en beneficio de la juventud ateniense", Solón creó burdeles de propiedad estatal con esclavas traídas de fuera del Ática, y "del dinero reunido por este comercio erigió un templo a Afrodita Pandemia". 

Como ahora, cuando se grava el alcohol, el tabaco o el juego, y con el dinero de esos impuestos se construyen hospitales o colegios, los vicios privados pueden engendrar virtudes públicas... La medida de Solón explica la separación tajante en la sociedad ateniense entre las matronas libres, consagradas a la reproducción y cuidado de la casa, y las prostitutas o heteras, extranjeras sin derechos.

Aunque el ejercicio de su autoridad está asociado al régimen que Platón llamó timocracia, a Solón se le recuerda por iniciar reformas democráticas, animando a las gentes a intervenir en los asuntos de la polis. Instauró también la obligatoriedad de enseñar un oficio a todos los niños, promulgando leyes contra el parasitismo social. Colocó sus leyes en el ágora, donde todo el mundo pudiera leerlas. Cuando le preguntaron si había dictado las mejores leyes para sus paisanos, Solón respondió: "las mejores de las que habrían aceptado". Posibilismo y realismo político, en lugar de quijotismo estéril.

Solón escribió elegías en las que defendió sus ideas políticas, presididas por la moderación y la concordia. Cantó también los placeres del banquete y el desprecio de la riqueza perversamente conseguida. Uno de sus más famosos versos dice así: 

"Envejezco aprendiendo siempre cosas nuevas,
I grow old but always learn many things,
γηράσκω δ’ αἰεὶ πολλὰ διδασκόμενος". 


Solón y Creso


Según una anacrónica leyenda recogida por Heródoto, Solón visitó en su corte de Sardes a Creso, el poderoso rey Lidio. Dicha visita es historicamente imposible, porque Creso subió al trono hacia el 560 a. C, cuando ya Solón había abandonado este mundo. Pero la enjundia ética de la anécdota la hace un filosofema de valor permanente, recogido una y otra vez por doxógrafos y escoliastas.

Tras mostrarle su palacio y sus tesoros, el rey Creso preguntó a Solón a quién consideraba el hombre más feliz del mundo, con la esperanza narcisista de que apuntara a él. Sin embargo Solón no señaló a Creso, sino que nombró a un tal Telo de Atenas, porque tras una vida dichosa con una buena familia, Telo supo morir por su patria gloriosamente en Eleusis y recibió grandes honras fúnebres. Creso confió al menos en conseguir un segundo puesto en el rankin de felices, pero Solón citó a Cléobis y Bitón, porque los dos hermanos llevaron a su madre a Argos arrastrándola en un carro para que allí, en el santuario de Hera, donde, exhaustos por el esfuerzo, tuvieron una plácida muerte mientras su madre suplicaba a los dioses un premio para su hazaña de amor filial y los de Argos les erigían sendas estatuas.

Cabreado Creso, le preguntó al sabio si no apreciaba su poder y riqueza, entonces Solón le recuerda que siendo los dioses perturbadores y celosos de las grandezas humanas, y siendo el hombre pura contingencia (pâsa symphoré), de nadie se puede decir que su vida sea feliz hasta que conozcamos su final. La suma riqueza o el sumo poder en absoluto garantizan la felicidad.

La parábola no termina ahí, pues Creso, que se las daba de afortunado, perdió luego a su hijo Atis en un desgraciado accidente. Después se enfrentó al rey de Persia y resultó derrotado. Ciro, el rey persa, tomó Sardes, la capital Lidia, apresó a Creso y lo condenó a ser quemado en una pira. A punto de arder vivo, Creso suspiró y gritó tres veces el nombre de Solón entre sollozos. Ciro, curioso, le libró de la quema para preguntarle por el sentido de sus gritos y así se enteró de su charla con el sabio y de la razón que este tenía. Al fin, Ciro se compadeció de Creso y le nombró su consejero.

La moraleja es también una advertencia. La existencia humana está sujeta a los mayores vaivenes y cuanto más alto vueles, más dura será la caída. Frente a la vanagloria del prepotente, triunfa la moderaciónd el sabio que se niega a admitir que la felicidad provenga del poder o de la riqueza.

(Todo un símbolo de la pervivencia del legado de Solón es la imagen que adorna esta entrada, con su estatua en la Biblioteca de Washington.)

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