Sarah Kofman nació en París en 1934, era hija de un rabino de origen polaco que fue asesinado en Auschwitz. La filósofa se suicidó en 1994. Su filosofía giró en torno a los llamados por Ricoeur pensadores “de la sospecha”: Marx, Nietzsche (a cuyas metáforas dedicó numerosos volúmenes) y Freud (cuya valoración de las mujeres estudió).
En una de sus primeras obras, Camera obscura. De l’idéologie (1973), Kofman estudia la metáfora de la cámara oscura en relación al concepto marxista de ideología como “mundo invertido”: “En toda ideología, los hombres y sus relaciones nos aparecen colocados boca abajo como en una cámara oscura” (Marx, La ideología alemana). Se trata de una analogía en el sentido definido por Kant : “una semejanza perfecta de dos relaciones entre cosas totalmente desemejantes” (Kant, Prolegómenos a toda metafísica futura), porque relaciona un proceso físico, la inversión de la imagen en la retina, con un fenómeno social como la ideología, mediante la relación de inversión.
Análisis de ideas, crítica y comentario de textos clásicos. José Biedma López, Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación (Universidad de Granada).
martes, 27 de abril de 2010
sábado, 17 de abril de 2010
BIEN Y JUSTICIA
TELEOLOGISMO VS. DEONTOLOGÍA
La ética clásica griega era eudemonista, teleológica. El criterio para decidir qué debemos hacer estaba determinado por el fin natural (telos) que todos perseguimos: la felicidad (eudemonía).
Sin embargo, en la modernidad las normas empiezan a cobrar autonomía y a ocupar un lugar central en la ética, lo bueno (gut, good) se distingue de lo justo (richtig, right). Desde Kant, la ética tiende, más que a ser teleológica, a ser una deontología (del vocablo griego "deon", que significa deber): lo que importa éticamente no es qué nos hace felices, sino qué nos hace dignos de la felicidad, o sea, si cumplimos o no con nuestras obligaciones.
(Parece claro que la "Internacional Publicitaria" aplica en sus mensajes una moral muy diferente de ésta, o es premoderna o es postmoderna, no busca hacernos merecedores de la felicidad, sino vendérnosla...).
La diferencia entre el eudemonismo y la deontología es importante: las éticas teleológicas toman como prioridad y fin el Bien (ontológico, psicológico, social, real o ideal) para construir lo correcto o lo justo (lo moralmente obligatorio), mientras que las deontológicas parten de lo correcto y lo justo, como un marco dentro del cual cada persona o grupo de personas puede buscar lo que considere bueno, siempre que no transgreda el marco de lo justo, que es prioritario.
La diferencia entre el eudemonismo y la deontología es importante: las éticas teleológicas toman como prioridad y fin el Bien (ontológico, psicológico, social, real o ideal) para construir lo correcto o lo justo (lo moralmente obligatorio), mientras que las deontológicas parten de lo correcto y lo justo, como un marco dentro del cual cada persona o grupo de personas puede buscar lo que considere bueno, siempre que no transgreda el marco de lo justo, que es prioritario.
viernes, 16 de abril de 2010
EL IMPERATIVO KANTIANO COMO DISIDENCIA
Mayorías y minorías
En su obra El Contrato Social, Rousseau había dejado claro que nadie está obligado a obedecer ninguna ley en cuya constitución no haya participado. Rousseau confiaba a la Asamblea de ciudadanos la decisión política colectiva y la formación de la voluntad general. ¿Pero qué pasa si los ciudadanos no se ponen de acuerdo? Cuando no se da una decisión democrática unánime, hay que recurrir a las urnas: manda el voto mayoritario.
Si no median manipulaciones o coacciones, los contractualistas sostienen, con diferentes matices, que la voluntad general no puede equivocarse, es siempre recta. Rousseau llegó a afirmar: Vox populi, vox Dei: la voz del pueblo es la voz de Dios. Pero ¿qué pasa con la minoría? ¿No puede estar la mayoría equivocada o convertirse el gobierno de la mayoría en una tiranía para la minoría? Para Rousseau, el voto de la mayoría no sólo sería la expresión de la voluntad general, sino también el encargado de sacar a la minoría de su “error” y hacerle comprender que no había sabido expresar “rectamente” la voluntad general.
En su obra El Contrato Social, Rousseau había dejado claro que nadie está obligado a obedecer ninguna ley en cuya constitución no haya participado. Rousseau confiaba a la Asamblea de ciudadanos la decisión política colectiva y la formación de la voluntad general. ¿Pero qué pasa si los ciudadanos no se ponen de acuerdo? Cuando no se da una decisión democrática unánime, hay que recurrir a las urnas: manda el voto mayoritario.
Si no median manipulaciones o coacciones, los contractualistas sostienen, con diferentes matices, que la voluntad general no puede equivocarse, es siempre recta. Rousseau llegó a afirmar: Vox populi, vox Dei: la voz del pueblo es la voz de Dios. Pero ¿qué pasa con la minoría? ¿No puede estar la mayoría equivocada o convertirse el gobierno de la mayoría en una tiranía para la minoría? Para Rousseau, el voto de la mayoría no sólo sería la expresión de la voluntad general, sino también el encargado de sacar a la minoría de su “error” y hacerle comprender que no había sabido expresar “rectamente” la voluntad general.