A finales de la Edad Media, ciertos autores comenzaron a cultivar lo que llamaron "letras de humanidad": "humaniores litterae". En esta expresión, 'litterae' no significa las "letras" contrapuestas a las "ciencias", exactas o naturales, porque esta distinción no se perpetró hasta el siglo XIX. "Letrado" era el docto en las ciencias en general, el hombre con formación universitaria que leía mucho.
La expresión "Letras humanas" se contraponía también a "letras sagradas" o teológicas. Los "humanistas" proclamaron la autonomía y dignidad de las ciencias profanas, considerando que merecían ser estudiadas por sí mismas y no sólo en relación con las "verdades divinas" (dogmas de fe).
Los humanistas fueron muy críticos con respecto a las obras literarias de ficción o de mero entretenimiento, por ejemplo, con las novelas. Juan de Valdés, Fray Luis de León o Juan Luis Vives reaccionaron contra la lascivia (apetito inmoderado de deleites carnales) y deshonestidad al ver cómo algunos prostituyen la poesía o la literatura poniéndola al servicio de temas vulgares: o sea, los temas sensacionalistas, maledicentes, escatológicos y procaces que deleitan en todas las épocas al populacho.
El humanismo es desde su restauración moderna crítico, espíritu crítico. El argumento de autoridad pierde fuerza o deja de servir: el científico tiene la obligación de someter a discusión y ensayo (experimento) sus teorías.
El humanismo empieza siendo "crítica filológica", restauración de los textos clásicos y científicos mediante traducciones rigurosas y directas, del griego, del latín, del hebreo, del árabe..., pero de ahí se pasa a la crítica "ideológica" o "filosófica"; el examen termina siendo "libre examen", o sea, opinión personal.
Lo primero que exigen los humanistas de los "doctores", particularmente de los doctores en teología, es que no traten de esconderse detrás de un lenguaje esotérico, de una jerigonza inaccesible llena de "sofisterías y bachillerías" (Juan de Valdés, 1530): lo que hoy llamaríamos pedantería y hasta "terrorismo intelectual".
Algunos humanistas, por ejemplo, Francis Bacon o Juan Luis Vives (en la imagen de la izquierda), sintieron gran entusiasmo por la técnica en la que vieron un modo de mejorar la condición humana y no se despreocuparon de las cuestiones cotidianas, de la vida práctica. Vives rompió con una tradición celibataria (?) muy arraigada en la cristiandad medieval: decidió casarse e hizo compatible, revolucionariamente, las tareas domésticas y la vida en familia con las tareas universitarias e intelectuales.