Aún recuerdo una excelente biografía, o hagiografía, de
Tomás de Aquino, escrita con verdadera devoción por Chesterton, y disponible en la red. Chesterton se refiere a la posibilidad de que Tomás de
Aquino llevase “una especie de vida secundaria y misteriosa; la
réplica divina de lo que se llama una doble vida”. Por su parte, Copleston explica que los hechos de la vida
del Aquinate pueden narrarse muy brevemente, pues su corta existencia no tuvo
un final dramático como la de Sócrates, ni fue un personaje intempestivo y solitario como Nietzsche.
Puede que naciera en 1225, proveniente de una familia noble
de origen lombardo, en un castillo, entre Nápoles y Roma. Se educó en la
abadía de Monte Cassino y estudió en la universidad de Nápoles. Ingresó en la
orden de Santo Domingo, contra el consentimiento de su familia, que lo tenía
destinado a un puesto de más poder y gloria mundana, y tuvo por mentor al gran
sabio y santo Alberto Magno, en París y Colonia. Se inició en el magisterio
hacia 1252 con un curso sobre las Escrituras
y otro sobre las Sentencias de Pedro
Lombardo, tópico en la enseñanza superior de la época.
En 1256 lo tenemos como catedrático en la universidad de
París. De 1259 a 1269 vivió en Italia, enseñando en distintas ciudades. El papa
Gregorio X le ordenó tomar parte en el concilio de Lyon. Tomás de Aquino se
puso en camino a principios de l274, pero dominado por la fiebre, tuvo que detenerse
en el monasterio cisterciense de Fossanova. Ya no pudo reanudar la marcha. Por
unos días aún le quedaron fuerzas para comentar ante los monjes el Cantar de los Cantares. Luego recibió
los últimos Sacramentos, y el 7 de marzo entregó su alma a Dios. Inhumado en la
Iglesia del monasterio, su cuerpo fue llevado a Tolosa.