Iris, hija de Taumante (Asombro), mensajera entre los dioses y los hombres; según algunas leyendas madre de Eros (con Céfiro) y hermana de las harpías |
Admiración o perplejidad
Platón sostuvo en el Teeteto
(155d) que el auténtico principio (arjé) de la filosofía es la admiración
(thaumazeîn). Así pues, el pensamiento que más nos acerca a la perspectiva
eterna, ese razonar que nos aproxima al punto de vista de los dioses inmortales,
nace de una emoción, incluso de una pasión.
Aristóteles, en los primeros párrafos de su Metafísica (982b 11-22) interpreta esta
“admiración” como extrañeza y perplejidad (aporeîn).
Los hombres, al sentirse maravillados ante los fenómenos de la naturaleza,
reconocen su ignorancia y filosofan para huir de ella. En Aristóteles, la
admiración es un inicio, pero no un verdadero principio o fundamento del
filosofar ni su arcano.
Sin embargo, para su maestro ateniense, el admirarse o estar intrigado es la verdadera condición natural del filósofo:
El asombro que pone en marcha el pensamiento no es la confusión, la sorpresa o la perplejidad; es un asombro admirativo. Aquello que nos maravilla se confirma y afirma mediante la admiración que irrumpe en palabras, el don de Iris, el arco iris, la mensajera celeste. Entonces el lenguaje adopta la forma de alabanza, de glorificación, pero no de una aparición particularmente sorprendente o de la suma de las cosas del mundo, sino del orden armónico que hay tras ellas , un orden invisible en sí mismo del que el mundo de las apariencias nos ofrece un destello. “Las apariencias son una visión de las cosas oscuras” (opsis gar tôn adêlôn ta phainomena), en palabras de Anaxágoras (B21a). La filosofía se inicia con la toma de conciencia de este orden armónico invisible del cosmos, que se manifiesta entre las cosas visibles familiares, como si éstas se hubieran hecho transparentes. El filósofo se maravilla ante la “armonía invisible”, que, según Heráclito, es “superior a la visible” (harmoniê hanês phanerês kreittôn, B54).
Hannah Arendt. La vida del espíritu, III, 15. “¿Què nos hace pensar?”.