El Renacimiento significa el renacer de lo clásico, o al menos de la idea que se tenía de los clásicos. El poder de la Razón y su autonomía frente a cualquier otra facultad humana va ganado terreno y la dependencia de lo divino se va dejando a un lado. Las utopías del Renacimiento (La ciudad del sol de T. Campanella o Utopía de T. Moro), vuelven a retomar la idea platónica de construir una ciudad ideal, una sociedad ideal que eleve al ser humano al puesto digno que se merece en el cosmos y no solo a ser un sirviente de un Dios o dioses. La Política, en el sentido aristotélico debe encontrar un marco autónomo, teórico, que permita dibujar cuál es la sociedad que se avecina. ¿Cuáles serán las herramientas de las que se sirva ese humano tan desvalido ahora, fuera de la tutela de los dioses?
Por otra parte, esta independencia, que no es tanto en realidad, permitirá que la Ciencia prospere de manera espectacular y, como consecuencia, la imagen del mundo para el ser humano cambia, en el sentido de que se hace infinitamente más grande pero infinitamente más cercano (en el sentido de más cognoscible, medible, manipulable). La Revolución Astronómica hace volver la mirada del pensador hacia la propia posibilidad del conocimiento humano: si la preocupación desde el comienzo de la filosofía era desentrañar la esencia de las cosas (Ontología), el pensador de los siglos XVI-XVII repara en la cuestión, más fundamental, de cómo es posible que conozcamos la esencia de las cosas que están ahí, frente a nosotros.
Descartes apuesta por un nuevo comienzo: fundamentar todo el edifico del saber sobre la sola luz de la Razón. Y esta decisión se basa en la constatación de algo tan sencillo como que continuamente nos equivocamos y que a la filosofía le era necesario encontrar un método que la guiase en la búsqueda del saber. Ese método, claro está, debía de construirse de manera similar a como se había construido el método de la nueva Ciencia: tomando las matemáticas, la ciencia del orden y de la medida, como fundamento del saber verdadero. Matemáticas y Razón deben bastar al hombre para construir una Ciencia Universal. Ya tenemos entonces, los dos pilares del Racionalismo Cartesiano:
- La Meta que debe alcanzar el filósofo es la fundamentación de todo el edificio del Saber con vistas a obtener una MATHESIS UNIVERSALIS (observamos el carácter epistemológico de la empresa)
- Los Instrumentos para realizarla son: de un lado la Razón (presente en todos los seres humanos y definida de la misma forma en todos ellos, pues no sufre ni merma ni especialización con su ejercicio); y del otro, claro está, las Matemáticas y el Método Científico.
El Método cartesiano, el camino que debe guiar a la razón humana, esconde en realidad un criterio para poder distinguir lo verdadero de lo falso (lo que en filosofía contemporánea se llama Criterio de Demarcación). Y para Descartes lo verdadero es aquello que se nos muestra de manera evidente, es decir, de lo que no tenemos ninguna duda y nos hace sentirnos seguros. Pues bien, ya estamos en condiciones de dedicarnos a la búsqueda de esa verdad que permita fundamentar, esta vez de manera firme, el edificio del saber o Filosofía.
La primera verdad que se presenta al intelecto humano con claridad y distinción suficiente como para ser afirmada como evidente es... “que pienso”. ¿Nada más? –podríais decir-¡Y nada menos! –tendría que responder-. No podría haber nada que me interesase hacer si no supiera que “yo”, algo, lo voy a disfrutar. Para emprender cualquier tarea el ser humano se siente vivo, desea, anhela y piensa, de tal manera que no fue un disparate la sencillez del planteamiento cartesiano en su búsqueda del Saber. Gracias al ejercicio de una actitud escéptica o desconfiada sobre todo lo heredado de la tradición (gracias al ejercicio de la Duda metódica), Descartes es capaz de encontrar una verdad indubitable: el hecho de que mientras estoy dudando de todo, no puedo dudar de que estoy dudando, de que soy algo que duda. A esta primera verdad epistemológica (sin ella el resto de verdades no podrían ir desarrollándose o alcanzándose) se le conoce como la Verdad del Cógito.
El Racionalismo cartesiano es idealista pues considera que la razón humana cuenta con unos elementos innatos que guían el conocimiento que tenemos del mundo. Estos elementos son las Ideas Innatas: Yo, Dios y Mundo. Con ellas tenemos definido, también, el orden Ontológico, que se desarrolla en la teoría de la sustancia y que organiza la realidad en base a tres sustancias: la Sustancia pensante, la sustancia infinita y la sustancia extensa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario