Retrato de Eugenio d'Ors, por Ramón Casas |
En El secreto de la Filosofía (1947) su obra de pensamiento más ambiciosa y una de las más importantes de la filosofía española del siglo XX, Eugenio d'Ors dedica el IV capítulo de su lección XII, dedicada a la "Teoría del saber", a la Fenomenología. Para su crítica empieza dilucidando el significado que el término "fenómeno" tuvo en los idealismos kantiano y hegeliano: Kant entendió por "fenomenología" el capítulo de la metafísica de la naturaleza que concibe el movimiento y el reposo sólo en relación con el mundo de la representación; o sea "a la modalidad" y, por consiguiente, como fenómeno de los sentidos externos. Por su parte, Hegel llama "fenomenología" a la evolución del espíritu (nosotros diríamos más bien a su manifestación histórica o panlogista), desde la sensación a la conquista del Absoluto. Sin embargo, Husserl -"insuficientemente irónico", le describe d'Ors-, da un nuevo sentido al término, como objeto de una intuición pura, trascendental y esencialista.
Cuando d'Ors publica su libro -tal y como él mismo atestigua-, la fenomenología ha conocido ya su auge y boga, y padece ya cierto descrédito favorecido incluso por quienes se forjaron como filósofos en su tradición (Heidegger). D'Ors la emprende a un tiempo contra la Logística y contra la Fenomenología. El saber que sólo pretende componerse de abstracciones es la
Logística; el que sólo quiere atenerse a intuiciones, la Fenomenología. Ni la
una ni la otra son válidas, pero ni siquiera posibles, porque ningún saber auténtico
puede reducirse ni a pura abstracción ni a pura intuición.
D'Ors comparte con Poincaré la intuición que luego Gödel
convertiría en un famoso teorema: El lenguaje algorítmico, como ideal
estrictamente científico (o técnico, diría yo), resulta altamente apreciable,
aunque inalcanzable. Y el panlogismo en filosofía –more algebraico- es una
empresa ilusoria y equivocada, porque el órgano de la filosofía no es la razón,
sino la inteligencia, ni se compone de conceptos abstractos, sino de ideas
concretas, o sea, de palabras. Pero tampoco la constitución de la Filosofía como Fenomenología
es deseable, ya que no puede olvidarse el elemento conceptual presente en toda
“idea”. Sin sistema no puede haber filosofía.
La crítica del español a la Fenomenología resulta particularmente
incisiva. Explica su autor que la ambición de Husserl era triple: 1) quiso
encontrar fenómenos de conciencia puros
e inmediatos; 2) prescindir en los mismos de cualquier función
representativa, de cualquier alusión objetiva[1]; y 3) pretendía con estos
elementos aislados formar un sistema, una verdadera doctrina filosófica.
Pero...
1º) sólo balbuceando sería posible escapar a la “contaminación” de elementos conceptuales, que traen consigo el léxico, la sintaxis y hasta la prosodia y la ortografía, por no hablar de la tinta, el papel, la división de páginas…;
2º) no podemos conceder a los puros contenidos de conciencia una sustancialidad real sin referencia a un mundo representado por ellos. No podemos cancelar el problema de la correspondencia entre fenómeno y noúmeno, ni las sensaciones –o las abstracciones- son verdaderas por el hecho mismo de su existencia. Además, d’Ors, al contrario que la Fenomenología, admite la existencia de entidades mixtas, pues ni representación ni abstracción se dan en estado puro, sino en conjunción. El fenómeno, más que una "entidad sustantiva" (error fundamental de la Fenomenología), es una convención;
3º El saber fenomenológico es imposible como sistema, porque el saber no sólo se forma con contenidos de conciencia, sino también con relaciones. El saber se compone de juicios, y resulta imposible formular juicio alguno sin el intermedio de una alegación de realidad.
1º) sólo balbuceando sería posible escapar a la “contaminación” de elementos conceptuales, que traen consigo el léxico, la sintaxis y hasta la prosodia y la ortografía, por no hablar de la tinta, el papel, la división de páginas…;
2º) no podemos conceder a los puros contenidos de conciencia una sustancialidad real sin referencia a un mundo representado por ellos. No podemos cancelar el problema de la correspondencia entre fenómeno y noúmeno, ni las sensaciones –o las abstracciones- son verdaderas por el hecho mismo de su existencia. Además, d’Ors, al contrario que la Fenomenología, admite la existencia de entidades mixtas, pues ni representación ni abstracción se dan en estado puro, sino en conjunción. El fenómeno, más que una "entidad sustantiva" (error fundamental de la Fenomenología), es una convención;
3º El saber fenomenológico es imposible como sistema, porque el saber no sólo se forma con contenidos de conciencia, sino también con relaciones. El saber se compone de juicios, y resulta imposible formular juicio alguno sin el intermedio de una alegación de realidad.
A parte de las proclamas con que los fenomenólogos justifican
su posición teórica, cuando llega la hora de la verdad, cuando se trata de
producir un estudio fenomenológico, sus esfuerzos quedan en fragmentarismo
ensayístico, en ese "género vicioso" (el ensayo) en que el autor fija arbitrariamente los límites
donde se encierra su disertación, pudiendo decirse que la Fenomenología es el
arte gracias al cual ciertos filósofos escriben sin amenidad y sin precisión
sobre aquellas cosas de que los poetas escriben sin precisión, pero con
amenidad, y los hombres de ciencia con precisión, aunque sin amenidad… Además,
en “nuestro tiempo” (hacia mitad del XX), el existencialismo le ha usurpado
este papel.
[1]
Eugenio d'Ors ve cierta analogía entre la ascética fenomenológica de la epojé (ascesis que ni siquiera se
molesta en citar por su nombre técnico) y la via purgativa de los místicos… Ni que decir tiene que toda esta
ascética es muy contraria al esteticismo orsista.
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