domingo, 30 de marzo de 2014

Képler y la armonía de la ensalada cósmica


Cuenta Eugenio d’Ors  que Juan Képler, el famoso astrónomo, hubo nacido en un pueblo de Wurtenberg. Abandonado por su padre y martirizado por una madre grosera y medio bruja, huyó de su casa, fue recogido por lástima y educado por caridad, pero halló consuelo en el estudio de las Matemáticas y la Astronomía.

Reconoció en el movimiento de las esferas celestiales un orden sublime, racional y proporcionado. A los veinticinco años escribió en su Prodromus:

“Yo me propongo aquí demostrar que Dios, al crear el universo y arreglar los cielos y su disposición, ha tenido presentes los cinco poliedros regulares de la Geometría, célebres desde Pitágoras y Platón”.

Un cuarto de siglo más tarde descubrió la relación matemática fija que había entre la revolución de los planetas y la magnitud de sus órbitas. Contra un prejuicio consuetudinario, averiguó que la curva de revolución de cada uno era una elipse, y no un círculo.

Tras formular sus célebres tres leyes (cfr. pg. 157 de Sindéresis), compuso cinco libros con el título de Armonía del Universo, concluyéndolos con esta ardiente plegaria:

“Grande es Nuestro Señor, y grande es en Fuerza, y su Sabiduría no se puede medir. Alabadlo, Cielos. Alabadlo, Sol, Luna, planetas…”

Los planetas le parecían a Kepler como una lira de siete cuerdas, cuyos sonidos forman un acorde:

“Saturno y Júpiter, hacen el bajo; Marte, el tenor; Venus, el contralto; Mercurio, el tiple”.


Su música concuerda con la danza eterna del Universo.

Me pregunto si Gustav Holst, el compositor inglés, tuvo en cuenta estas ideas en su célebre suite The Planets, estrenada en 1918.



El caso es que esta visión armoniosa del Universo, tan grandiosa como reverente, se obscureció de pronto; la fe de Kepler vaciló. 

Sucedió en 1616, una estrella extraña más brillante que Júpiter apareció en la Constelación de la Serpiente; después desapareció. No se conocía ni su origen ni su sustancia, y estropeaba todos los cálculos como si no quisiera someterse a las leyes inflexibles que la Ciencia había descubierto…


Képler se preguntaba perplejo si cabría la irracionalidad en la naturaleza, si el azar y la contingencia -más que la razón y la divina providencia- tendrían en ella tan poderosa intervención. ¿No sería aquel astro turbador un encuentro fortuito de cuerpos espaciales?

“Llenóse la mente de Képler de tinieblas, y su corazón de tormento”, relata Xenius.

Entonces mantuvo una esclarecedora conversación con su mujer, Bárbara. 

Képler mismo la cuenta:

“Ayer, fatigado de escribir y con el espíritu turbado por la meditación sobre los átomos, me llamaron a cenar. Bárbara aliñaba la ensalada. -¿Crees tú, le dije, que si desde la creación, algunos platos de estaño, algunas hojas de escarola, algunos granos de sal, algunas gotas de aceite y de vinagre, algunos pedazos de huevo, estuviesen flotando en el espacio en todos sentidos y sin orden, el azar podría juntarlos hoy, para formar una ensalada? –Mi hermosa mujer, contestó: -Seguramente no estaría tan rica ni tan bien aliñada como ésta…”
Kepler asintió y la idea de un universo armónico se salvó en su mente.



Comente por escrito las siguientes frases atribuidas a Einstein:

  1. "No existe el azar, Dios no juega a los dados."
  2. "No soy ateo, y no creo que pueda llamarme panteísta. Estamos en la posición de un niño que entra en una biblioteca llena con libros en muchos lenguajes diferentes. El niño sabe que en esos libros debe haber algo escrito, pero no sabe qué. Sospecha levemente que hay un orden misterioso en el ordenamiento de esos libros, pero no sabe cuál es. Me parece que esa debería ser la actitud de incluso los seres humanos más inteligentes hacia Dios. Vemos el universo maravillosamente ordenado y obedecemos ciertas leyes, pero sólo entendemos levemente estas leyes. Nuestras mentes limitadas captan la misteriosa fuerza que mueve las constelaciones. Estoy fascinado por el panteísmo de Spinoza, pero admiro más la contribución de él al pensamiento moderno, porque fue el primer filósofo que pensó en el alma y el cuerpo como una sola cosa y no como dos cosas separadas". Fuente: "Glimpses of the Great", G. S. Viereck, 1930.

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario