Definición y fundamento
Noción central en la ética formal kantiana, un imperativo categórico
es lo contrario de un imperativo hipotético
del tipo: “Si quieres ser feliz, no te metas en política”, o “Si quieres la
gloria eterna, cumple los mandamientos de la ley de Dios”, etc., donde el
mandato, “no te metas en política”, “cumple los mandamientos…”, está
condicionado por la hipótesis de lo que deseas (en cursiva).
Todos deseamos la felicidad. Es un hecho natural. Pero cada uno
de nosotros la busca de forma diferente, porque todos somos distintos. Los juicios
que refieren a hechos son contingentes, pueden ser verdaderos o falsos, como los mismos hechos, eventos o fenómenos son contingentes porque pueden darse o no darse, así que los mandamientos que tienen por
contenido o principio la experiencia no obligan necesariamente. Uno puede preferir el infierno en lugar de la gloria, o la fama en lugar de la tranquilidad ¿Y si a X le hace feliz fastidiar al prójimo? ¿Y si Y prefiere entregarse a la lujuria, la pereza o la ira, en lugar de ser sobrio, diligente o calmado? ¿Y si alguien prefiere el adulterio a la fidelidad y abandona a sus hijos para fugarse con la vecina? Eso sucede todos los días.
Como Kant quiere universalizar la ética, como una deontología que sirva para cualquier
criatura racional, independientemente de su estatus social, raza, credo,
orientación sexual, etc., como quiere evitar cualquier privi-legio, el imperativo o mandamiento que regule las costumbres debe obligar necesariamente y por tanto debe ser
incondicionado, es decir, a priori, puramente racional, independiente de la experiencia y de lo que deseamos por naturaleza. La conducta verdaderamente digna será
aquella que se ajuste al deber por respeto al deber mismo, al margen de cualquier interés natural, tanto si nos gusta como si nos disgusta cumplir con nuestro deber.
1. Perfecciónate
Por eso, Kant busca una fórmula vacía de contenido empírico, que sirva
para cualquier persona, puramente racional y a priori. La fórmula más sencilla del imperativo categórico será:
Perfice te, o sea, Perfecciónate. Kant no nos dice cómo
debemos perfeccionarnos. Eso es cosa nuestra. Sapere aude, ¡atrévete a saber! Ese lema de la Ilustración apela también el
venerable mandamiento délfico adoptado por Sócrates: conócete a ti mismo y, mas kantianamente, atrévete
a usar tu propia razón para saber qué debes hacer en concreto. Y lo que la razón
nos exige en su uso práctico es que determinemos el querer racionalmente, osea, la voluntad, de acuerdo al último y más completo fin ético, es decir el bien o la
virtud. De ahí una de las posibles formulaciones del imperativo categórico:
2. Principio de autonomía de la voluntad:
“Obra de tal manera que la voluntad pueda considerarse a sí misma, mediante su máxima, como legisladora universal”
Como sabemos, Kant distingue entre uso práctico-pragmático
(o técnico) de la razón y uso práctico- ético. Una distinción capital. El fin práctico y empírico de
nuestra vida es por naturaleza la
felicidad, pero el fin ético es la
dignidad. La razón pragmática usa máximas
de conducta, por ejemplo uno puede adoptar por máxima el consejo de Epicuro: “Vive
oculto”.
¿Cuándo una máxima obliga éticamente, es decir, cuando puedo
estar seguro de actuar como legislador universal? ¿Cuándo una máxima deviene
ley moral y me obliga necesariamente como imperativo categórico? El criterio de validez ética de una máxima
es su universalizabilidad. Y de ahí
una de las formulaciones posibles del imperativo categórico:
3. Principio de
universalizabilidad:
“Obra según una máxima tal que puedas querer que se torne ley universal”.
Que se torne ley universal significa que recoja el fin de
fines de la humanidad en general, que históricamente tiene que ver con el
equilibrio entre seguridad y libertad, con la paz perpetua y el sometimiento de
las disputas nacionales a derecho internacional. En la práctica cotidiana, el
deber me obliga a considerar que el prójimo es, como yo, no sólo un hecho físico,
sino también un ser inteligible, esto es un noúmeno, una entidad metafísica, o
sea, una persona. Persona es precisamente lo que no puede ser de ningún modo
cosa, lo que no puedo reducir a objeto, ni técnico ni científico. Los seres
humanos somos fenómenos del mundo y como objeto de la ciencia podemos contar
como fríos hechos, pero en el plano ético somos personas, dignos por tanto de
ser tratados como tales. De ahí otra formulación del imperativo categórico:
4. Principio humanitarista:
“Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca meramente como un medio”.
Los seres humanos nos instrumentalizamos y usamos como
medios continuamente. Es lo que sucede cuando el zapatero entrega sus zapatos
al médico que, por su parte, le cura de un catarro, o cuando le rasco la espalda a mi compañera para
que ella me la rasque a mí, o cuando le pido una copa al camarero y a cambio le
entrego unas monedas... El “pecado” no está en usar al otro como medio para lograr otro fin, sino en
olvidarnos de que ese instrumento, además de un "fenómeno" natural, es persona metafísica, esto es, una entidad libre, digna, inteligible, y un fin para sí mismo.
Y ese fin es infinito porque las personas individuales son,
paradójicamente, indefinibles. Su tarea ética, la de perfeccionarse, es
infinita y reclama un horizonte anímico de inmortalidad. Por otra parte, el imperativo
categórico nos obliga incondicionalmente. Haz lo que debes, te guste o no, te
haga feliz o no. Es inútil esperar la felicidad del buen comportamiento en esta vida, igual que suele suceder que el malvado queda impune.
Por lo tanto, la razón en su uso ético reclama también un
punto de ajuste final entre virtud y felicidad, entre dignidad y alegría
permanente. La conducta digna no nos garantiza la consecución de la felicidad, sino su merecimiento. La ética de Kant no es eudaimonista. El problema de ser feliz es un problema técnico o pragmático, pero no ético. El problema ético es hacerse digno de la felicidad, o sea, fundar razonablemente la esperanza, pues la esperanza de salvación (de alegría segura y permanente) alcanza su fundamento
razonable en la experiencia ética. Es decir, si me comporto dignamente puedo
esperar que Dios me conceda al fin la felicidad, pero no al revés. La ética
fundamenta ahora la teología en una posición próxima al deísmo y moralismo de Voltaire. Aunque para Kant, no sabemos si Dios existe, puesto que Dios no es
un objeto sometido al tiempo y al espacio y por consiguiente la teología es imposible como ciencia. Sin embargo, hemos de actuar como si el
Soberano Bien (uno de los nombres kantianos de Dios) fuera posible. Es más, el Ideal de la razón pura es imprescindible como regla regulativa en la práctica, igual que la suposión de la libertad, de un orden del universo y de la inmortalidad del alma. Pues Dios es así un fin
de fines, un horizonte de perfección posible. De ahí la...
5. Formulación
teleológica del imperativo categórico, a la que también podríamos llamar
teológica:
“Cada uno debe proponerse como fin último el soberano bien posible en el mundo”.
Ese “en el mundo” indica que, muy en la línea de la secularización
ilustrada de la religión, la divina “providencia” se ha convertido en progreso, aun todo lo irregular que se
quiera: un paso adelante, dos atrás, tres adelante, uno atrás, dos adelante…
Considerada la historia universal con perspectiva, los humanos caminamos hacia
una sociedad mejor. Esto es suficiente. El Soberano Bien es ahora una meta
regulativa de una metafísica secular de la historia.
El intencionalismo, precedente estoico y límites
Habitualmente se ha visto en la ética formal kantiana una ética muy original, que pretende definirse como contraria a toda la tradición occidental de "éticas materiales", que son aquellas que nos dicen qué debemos o no debemos hacer en concreto, es decir, éticas con contenido empírico.
Sin embargo, la ética kantiana tiene un venerable precedente en el intencionalismo estoico, en el que también el cosmopolitismo, el humanitarismo y la universalizabilidad contaban como criterios de valor. Lo que cuenta en ambas éticas, la estoica y la kantiana, es la determinación de la voluntad, es decir, la intención, puesto que en este mundo sólo la voluntad puede ser buena o mala, todas lo demás cosas pueden hacernos más o menos felices, pero son éticamente indiferentes.
Sobre este dogma de que "la intención es lo que cuenta" (éticamente) conviene reparar en la facilidad con que los humanos nos engañamos a nosotros mismos a propósito de cuáles sean nuestras verdaderas intenciones. El maltratador, por ejemplo, suele excusarse diciendo que sus insultos o vejaciones buscan mejorar (perfeccionar) a su víctima, pero en realidad su crueldad sirve a otros propósitos... El niño desde pequeño dirá que "el no quería" cuando le reprochemos un mal que ha hecho, el "fue sin querer queriendo" no es simplemente una gracia de El Chavo del 8, sino una condición universal de la paradójica voluntad humana. El mismo Kant habla de la insociable sociabilidad para referir al antagonismo creativo de los humanos.
Por eso el dicho de "El infierno está empedrado de buenas intenciones". Es decir, que no sólo cuenta lo que pensamos que es el fin de nuestra acción, sino lo que hacemos realmente. El fin no justifica los medios y malos medios acaban pervirtiendo fines. Es el caso sangrante del terrorismo.
Cuestiones
1. ¿Es posible un comportamiento por deber, completamente altruista y desinteresado sin otro motivo ni interés más que el respeto a la ley?
2. Justifique que, considerando Kant la misantropía siempre odiosa, afirme que debemos tratar con benevolencia al misántropo.
3. ¿Cuáles son las tres obras éticas de Kant? ¿Cuándo las publicó?
4, ¿Cuáles son, según Kant, los fines históricos de la razón? ¿Es Kant historicista?
5. Distinga entre imperativos éticos y juicios estéticos. ¿No emite juicios la razón en su uso práctico?
6. Distinga entre comportamientos conforme al deber, contrarios al deber y por deber... ¿cuáles de ellos tienen valor ético?
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