Qué es un sofista
Los sofistas han llegado a tener muy mala prensa, como
charlatanes sin escrúpulos capaces de argumentar a favor de la proposición A y
de la proposición no-A, defensores de un saber egoísta más interesado en el
propio provecho que en la virtud. Pero considerar a todos los sofistas como demagogos, o maestros de publicistas o propagandistas, es injusto.
Platón mismo tuvo mucho respeto por la primera sofística, por los grandes
maestros de retórica y humanidades: Protágoras de Abdera y Gorgias de Leontini.
Y comparte con ellos la fe en el lenguaje como instrumento imprescindible de
educación ética.
La palabra “sofista” admitió muchas interpretaciones y fue cambiando de sentido con el tiempo. El verbo griego sophidsesthai significa
practicar la sophía, o sea, la sabiduría. Hesíodo lo usó en el sentido de “ser
entendido”, para acabar significando embaucar, engañar o ser excesivamente
sutil. Este último sentido volvió a penetrar en nuestra lengua desde el inglés
con el sustantivo "sofisticación" o el adjetivo "sofisticado" (sophisticated).
Sophós (sabio) y sophistés (sofista) fueron durante mucho
tiempo sinónimos. El historiador Heródoto aplica el nombre de “sofista” nada
menos que a Pitágoras y a Solón. Los Siete Sabios también fueron llamados
sofistas. Isócrates (del que nos ocupamos principalmente aquí y que no hay que confundir con Sócrates) habla de ello y
dice que si bien antes se llamó sofistas a los Siete Sabios, “ahora [el
término] ha caído en deshonor”, cosa que lamenta porque él sigue
identificándolo con su propia concepción de la filosofía.
Hemos de añadir aún que el nombre "sofista" se aplicó también
con frecuencia a los poetas, ya que en el mundo griego la instrucción práctica
y el consejo moral (al menos hasta Platón) constituían la principal función del
poeta. Parménides y Solón fueron poetas, se ha dicho que al segundo, por serlo,
se le confió la “armonía política”. Cuando le preguntan a Eurípides por qué los
poetas son admirables, contesta que “por su ingenio y buenos consejos, y porque
hacen a los hombres mejores ciudadanos”. Esta era la misión que Protágoras de
Abdera reconoce como propia: hacer mejores a los ciudadanos. Claro que la
interpretación de esta meta dependerá de lo que entendamos por “mejor”. Es
evidente que la excelencia (areté) no
significó lo mismo para Protágoras, para Sócrates, ni mucho menos para Platón.
Hoy tenemos una concepción más positiva de la sofística que
la que fue tradicional como consecuencia de la dura crítica que Platón formuló contra
ella. Fueron profesionales de la enseñanza a los que debemos la
fundación de lo que hoy llamamos filología y ciencias humanas.
Isócrates resultó ser un excelente continuador de la
profesión, abriendo su escuela en 393 a. C, antes de la fundación de la
Academia de Platón (387 a. C). Vivió mucho, entre 436 y 338 a. C. Durante su larga
vida conoció el esplendor de la Atenas de Pericles, fue militar y supo del
desastre de Sicilia y de las grandes batallas de la guerra del Peloponeso
(431-404) que arruinó a su familia. Con el gobierno de los Treinta tiranos, que
siguió a la derrota ateniense, el político Terámenes fue condenado a muerte y
puede que Isócrates se exiliara hasta el regreso de los demócratas al poder. Vivió los tiempos de la hegemonía espartana y
tebana y, por fin, los años de expansión macedonia, hasta la batalla de
Queronea en que Filipo II, padre de Alejandro el Grande, se impuso a la liga
helénica, el mismo año de la muerte de nuestro autor.
El padre de Isócrates hizo fortuna fabricando flautas. Puede
que Isócrates recibiese enseñanzas de Terámenes, con más seguridad de Gorgias de Leontini
y del mismo Sócrates, de Pródico de Ceos y de Tisias de Siracusa. Sócrates elogia
a Isócrates al final del Fedro (279ª)
platónico, lo define más dotado
para los discursos que Lisias, le atribuye carácter noble, y reconoce que “hay una cierta
filosofía en el pensamiento de este hombre”. Se ha discutido si estas alusiones son irónicas, pues lo cierto es que Isócrates tenía una pobre condición física que
le impidió participar en la política activa. Se ganó la vida como logógrafo
(escritor de discursos por encargo) hasta que abra su escuela de retórica. Su
texto Contra los sofistas es considerado como el programa de la misma.
Su escuela competirá con la Academia. Retórica contra
Dialéctica. Partidario de la unión de los griegos (panhelenismo), pacifista
(Sobre la paz, 356) defensor apasionado de la educación (paideía), competirá con Demóstenes y su política antimacedonia.
Isócrates fue partidario de una confederación griega y de un sometimiento
voluntario al liderazgo de Filipo II de Macedonia. Como Platón, pensaba que los verdaderos
enemigos de Atenas eran los bárbaros y Persia.
Una educación superior, útil y práctica
Mikkola ha resumido la educación isocrática:
1º El maestro debe enseñar a pensar y hablar con elegancia.
2º El concepto de educación (paideía) tiene dos funciones
distintas: reflexionar (tò phroneîn) y hablar bien.
3º La parte fundamental de la retórica es el arte o técnica (techné)
de convencer.
4º Para lograr una inteligencia despierta y una
retórica perfecta se necesita la filosofía para comprender la esencia de las
cosas.
5º Los que poseen una elocuencia natural se diferencian de
los que la poseen aprendida en que su raciocinio no les ayuda a comprender la
esencia jerárquica de la realidad.
6º El buen orador se muestra en la elección de los temas. Su
círculo vital es el universo, el amor a la humanidad y el destino de su pueblo.
7º El cultivo del razonamiento y de la retórica están
unidos.
8º El que posee el arte de convencer necesita simpatizar con
el que va a persuadir para que sea seguro su éxito.
9º La manera de vivir del orador, sus virtudes, talento,
reputación y buena fama, son circunstancias que deciden al final el resultado
del discurso.
Vemos que Isócrates no opone la filosofía con la sofística,
sino que más bien busca su integración práctica. El auténtico maestro no
resulta superior a los demás ni robando ni engañando. La mejor recompensa de un
sofista, piensa Isócrates, es ver a algunos de sus discípulos hacerse sabios y
respetables ciudadanos.
La mentalidad de Isócrates podríamos considerarla hoy “progresista”.
Tiene por cierto que el pueblo ateniense condujo a los hombres desde un estado “semejante
al de las bestias” a la civilización, los inició en los misterios, y les
concedió la bendición de la agricultura, las leyes y la civilización. Hablar
bien es la cualidad propia de los atenienses, como la guerra de los espartanos
y la equitación de los tebanos.
Mucho más joven que Gorgias, Isócrates fue su alumno cuando
acababa de cumplir los veinte años. Ataca a los traficantes de paradojas y
discutidores de todas clases, entre los cuales no tiene inconveniente en situar
a Zenón de Elea, “quien intentó demostrar que una misma cosa es posible e imposible”, o
a Meliso que, “siendo infinito el número de cosas que existen, intentó
encontrar pruebas de que todo es una sola cosa”. “Lo que demostraron –concluye Isócrates
en su Encomio de Helena- fue que era
fácil desarrollar un falso discurso sobre cualquier cosa que uno se proponga”.
Isócrates busca distinguirse de los “antiguos sofistas” que
desarrollaron hipótesis peregrinas sobre el cosmos. Compara dichas hipótesis con
ritos mágicos que no sirven para nada útil, pero ante los cuales los ignorantes
se quedan boquiabiertos. Mete en este mismo saco de antiguas ocurrencias las doctrinas de Parménides, de
Alcmeón o de Empédocles. Y trata así a estos filósofos como a embaucadores
dispuestos a mantener a cualquier precio la más absurda opinión. Según él, la
filosofía debería abandonar todas esas ociosas especulaciones, y añade que Gorgias se
condenó a sí mismo por rebajarse a usar sus mismos argumentos.
La escuela de Gorgias preparaba a sus discípulos tanto para el discurso improvisado, como para la declamación escrita, cuidadosamente preparada. Alcidamante fue el campeón de la improvisación, acentuado la doctrina de Gorgias del kairós o sentido de la oportunidad; mientras que Isócrates se especializó más bien en los discursos escritos. Al parecer, ambos discípulos de Gorgias acabaron enemistados.
En Antídosis,
Isócrates defiende su modelo educativo (Paideía),
siguiendo un modelo literario que había iniciado Platón con su Apología de Sócrates: el discurso
forense de defensa. La Antídosis tiene además el encanto de ser el primer
monumento real de autobiografía que
poseemos. El programa educativo de Isócrates es político-moral, pero a la vez,
el autor tiene una elevada conciencia de ser un gran artista. Su pretensión es
universalista, ventilar los intereses de toda la nación griega y no los de este
o aquel individuo.
La atmósfera de sus discursos no es el ajetreo incansable de
la lucha por la vida cotidiana, sino un noble ocio. Y su arte congregará en
torno suyo a numerosos discípulos. Como dice W. Jaeger, en la Escuela
Isocrática no se enseñaban sólo los detalles técnicos del lenguaje y la
composición, sino que la inspiración final debía venir del modelo artístico del
maestro. El concepto de “imitación” cobraba así una importante función
didáctica como voluntad de perfección.
Políticamente, Isócrates defendía un patriotismo panhelénico
pacifista, partidario de una sumisión voluntaria a la hegemonía macedonia. Su
ambición no era la de rivalizar con los innumerables legisladores de los
griegos y de los bárbaros (por entonces Platón dictaba sus Leyes), sino más bien la de ser el consejero político de la nación
panhelénica, llamando a la frónesis (prudencia), al conocimiento moral y a una
conducta acorde con él.
Muchos estadistas de la época surgieron de la Escuela de
Isócrates, participando activamente al servicio de su ciudad. Al contrario que
algunos discípulos de la Academia platónica, que desempeñaron un papel corto y
violento como revolucionarios o utopistas. Frente a la Academia, Isócrates se
defiende diciendo que no tiene que negar a ninguno de sus discípulos por los
daños que haya inferido a Atenas. Sin embargo, el más famoso de estos fue
Timoteo, estratego y dirigente de la segunda liga marítima, destituido por el
tribunal popular, multado y desterrado, pero al que Isócrates defiende y
recomienda cautela en todas aquellas cosas que pueden herir la sensibilidad del
dêmos.
Explica lo sucedido (las tres veces que Timoteo fue depuesto) a la ignorancia y flaqueza de la naturaleza humana, a la envidia que empaña todo lo grande y eminente, y a la confusión de los tiempos modernos. Isócrates le hace ver a Timoteo como es la masa: más propensa siempre a lo agradable y a lo que halaga que a lo que conviene. El impostor que se acerca a ella con la sonrisa del filántropo la encuentra mejor dispuesta que el hombre de bien que la aborda con mesurada dignidad. Timoteo, en fin, era kaloskagathos (bello y bueno), muy diferente de “esa clase de hombres a quienes molesta todo lo que descuella por encima de ellos” (Antídosis, 138).
Explica lo sucedido (las tres veces que Timoteo fue depuesto) a la ignorancia y flaqueza de la naturaleza humana, a la envidia que empaña todo lo grande y eminente, y a la confusión de los tiempos modernos. Isócrates le hace ver a Timoteo como es la masa: más propensa siempre a lo agradable y a lo que halaga que a lo que conviene. El impostor que se acerca a ella con la sonrisa del filántropo la encuentra mejor dispuesta que el hombre de bien que la aborda con mesurada dignidad. Timoteo, en fin, era kaloskagathos (bello y bueno), muy diferente de “esa clase de hombres a quienes molesta todo lo que descuella por encima de ellos” (Antídosis, 138).
Al contrario que a un aristócrata como Platón, a Isócrates,
de origen burgués, no le da vergüenza hablar de dinero, de lo que debe ganar
razonablemente un educador. Y la educación es lo principal, pues de ella
depende la salud de la polis. La influencia sobre la juventud no es sólo un
problema de poder, sino de salvación y conservación de la ciudad. El educador
aconseja a la juventud que se consagre a la cultura con mayor pasión que a
ningún otro interés en el mundo. Y el fin de toda educación espiritual superior
es desarrollar la capacidad de los hombres para comprenderse mutuamente. No
consiste por tanto en la acumulación de conocimientos, sino que versa sobre las
fuerzas que mantienen en cohesión la comunidad humana. Estas fuerzas se resumen
en la palabra logos.
La cultura superior es la que educa al hombre por el lenguaje como palabra pletórica de sentido y referida a los asuntos fundamentales para la comunidad humana, los “asuntos de la polis” (τὰ πολιτικά).
La cultura superior es la que educa al hombre por el lenguaje como palabra pletórica de sentido y referida a los asuntos fundamentales para la comunidad humana, los “asuntos de la polis” (τὰ πολιτικά).
El hombre, compuesto de alma y cuerpo, necesita tanto de la
gimnasia como de la formación del espíritu, y es aquí donde la filosofía (el
amor por la verdad), la poesía y demás artes musicales, y lo que hoy
llamaríamos humanidades, adquieren una función capital. Igual que el maestro de
gimnasia (paidotribés) enseña las posiciones del cuerpo para la lucha física,
el educador como forjador del espíritu enseña las formas fundamentales de
discurso de las que se sirve el hombre. Para ello, claro, es esencial que el
alumno posea ciertas dotes naturales, que practique y estudie, con el fin de que
alcance la maestría de la palabra y la conducta certera.
El verdadero educador, para Isócrates, no seduce a sus
alumnos ni por el placer ni por el lucro ni por el honor, sino que la meta
apetecible de la profesión y su mejor recompensa es que sus discípulos alcancen
la virtud (kalokagathía). Pero si ellos, por un carácter malo, usan mal los
saberes adquiridos, no se debe por ello culpar a la educación o al educador. La
cultura no aspira a cambiar la naturaleza del hombre, pero da por supuesta una
médula moral. La cultura retórica, de por sí, no incita a los hombres al mal.
Aunque es cierto que se puede abusar de ella.
Isócrates vs.
Academia
En los escritos de Isócrates es perceptible su antagonismo
con la Academia platónica. Con amargura acusa a los académicos de envidiosos
por sus críticas. Como profesor de la Academia, en los últimos años de Platón, Aristóteles
tuvo a su cargo la iniciación de los discípulos en la retórica. Conservamos un
verso de sus lecciones en que dice: “Sería deplorable guardar silencio y dejar
hablar a Isócrates”. La enseñanza retórica completaba en la Academia el estudio
dialéctico, también como ensayo por dar a la retórica una base más científica.
Seguramente las
críticas de Aristóteles y otros alumnos de Platón provocaron la indignación de
Isócrates. Uno de sus discípulos, Cefisodoro, compuso una extensa obra en
cuatro libros contra Aristóteles. Sin embargo, sabemos también que Aristóteles
citaba en sus lecciones los discursos de Isócrates como modelos de oratoria. Y
es posible que tanto Isócrates como Platón intervinieran en las polémicas desatadas
por los discípulos de ambas escuelas aconsejando moderación.
Ya hemos visto como Platón mismo, al final del Fedro, rindió tributo positivo a la vena filosófica de Isócrates. Es
muy probable que Isócrates considerara importantes los estudios de lógica y
geometría, e inocuas la astronomía y la geometría que también se enseñaban en
la Academia, pero a estas últimas más bien las tiene por inútiles, porque considera
dichos saberes como meras especulaciones, inaplicables a la práctica política.
Coincidiendo con el Calicles del Gorgias de Platón, Isócrates considera plausible ocuparse de estos
temas por algún tiempo, siempre y cuando se tomen medidas para que la
naturaleza de los alumnos no se seque espiritualmente y se convierta en un
esqueleto (Antídosis, 268). A la dialéctica
y a la matemáticas platónicas sólo les reconoce valor como ejercicio, como “gimnasia
del espíritu”. Pero las especulaciones metafísicas en torno al ser o la
naturaleza, que tanto interesaron a Platón, asociadas a los nombres de
Parménides o Empédocles, le parecen una necedad y provocan su indignación.
Como buen escéptico, Isócrates piensa que a la naturaleza humana no le es dado alcanzar una auténtica ciencia, en el sentido de la episteme platónica. Para él, la verdadera filosofía se juega en el terreno de la opinión (δόξα), una opinión que recoja los frutos de la frónesis (el conocimiento de los valores). Aparentemente, Isócrates coincide con Platón en poner como meta y compendio de toda cultura filosófica ese conocer los valores (τὸ φρονεῖν).
Para Isócrates, este conocimiento prudencial tiene una
significación puramente práctica. Cuando Platón dijo en el Menón que la virtud de los grandes hombres del pasado no descansaba
en un saber real, sino simplemente en una opinión acertada que se les había
conferido como un “don divino” (θείᾳ
μοίρᾳ), esto constituía para Isócrates el mayor elogio que
podía tributarse a un mortal.
Sin embargo, para Platón, la fase superior de la areté y de la paideía empezaba precisamente más allá de este éxito basado en el instinto, la intuición o la inspiración. Mientras que para Isócrates, la opinión acertada no es una cuestión de conocimiento exacto, sino de genio y, como tal, inexplicable y refractario a ser enseñado. Su concepción de la educación, orientada exclusivamente hacia lo práctico, no traspasa jamás este límite para llegar a la claridad mística que da la intuición intelectual de una norma absoluta. La última e inapelable instancia de sus juicios es siempre el sentido común.
Sin embargo, para Platón, la fase superior de la areté y de la paideía empezaba precisamente más allá de este éxito basado en el instinto, la intuición o la inspiración. Mientras que para Isócrates, la opinión acertada no es una cuestión de conocimiento exacto, sino de genio y, como tal, inexplicable y refractario a ser enseñado. Su concepción de la educación, orientada exclusivamente hacia lo práctico, no traspasa jamás este límite para llegar a la claridad mística que da la intuición intelectual de una norma absoluta. La última e inapelable instancia de sus juicios es siempre el sentido común.
Comunicación personal
No pone el énfasis en la formalidad de la técnica,
sino en la propia comunicación como carácter, pues lo verdaderamente convincente
en todo discurso es la personalidad que está detrás de la palabra hablada o
busca su expresión en ella. Platón había reprochado a la retórica el empujar al
individuo a la satisfacción de sus impulsos naturales (pleonexia). Isócrates le
toma la palabra, pero para él esa “apetencia de más” es precisamente la que
pone al oyente en condiciones de perseguir los fines más valiosos de la
cultura: la utilidad de la justicia.
Contrapone la utilidad de las enseñanzas que su
escuela da a los jóvenes al desenfreno de la masa inculta que dilapida sus
fuerzas en la embriaguez, el juego y los apetitos sensuales. Ni la maledicencia
de los filósofos ni las calumnias de los demagogos le hacen desistir en su
vocación a favor del refinamiento cultural de la juventud, asociado
principalmente a su amor al logos, a su “filo-logía”. Culpará precisamente a
estos demagogos del desastre de la segunda liga marítima ateniense y
seguramente su escuela también recibiría la crítica de los demagogos, en un
momento en que el radicalismo democrático fue adoptando una actitud cada vez
más hostil hacia la cultura a medida que esta se hacía crítica política (lo que había sucedido ya con Sócrates, y mucho antes con Zenón y otros).
El ideal consciente de la educación isocrática no
se aleja tanto del platónico: formar una aristocracia espiritual que sustituya
a la antigua nobleza de nacimiento, pero la verdadera educación es incompatible
con una sociedad dominada por demagogos y sicofantes. Es consciente de que fueron
hombres de elevada cultura y espíritu superior quienes expulsaron a los
tiranos, instauraron la democracia y vencieron a los bárbaros unificando a los
griegos bajo la dirección civilizadora de Atenas. Honrar, amar y cultivar
personalidades similares es pues una ambición educativa irrenunciable.
En las palabras de Isócrates al final de la
Antídosis subyace, según W. Jaeger, un profundo pesimismo, pues el abismo entre el
individuo y la masa, entre la cultura y la incultura, entre la educación y el
Estado, se estaba haciendo ya insondable. Vio con esperanza de un porvenir
mejor en la posibilidad de un panhelenismo bajo el rey Filipo de Macedonia.
Para Isócrates, la mejor forma de gobierno consiste en una combinación acertada
de monarquía, aristocracia y democracia. Una democracia con un fuerte tinte
aristocrático. Dicha teoría influyó a los tratadistas peripatéticos y el ideal
de Estado de Cicerón en De republica.
Exhortaciones a Demónico
Como hemos visto, Isócrates propone una educación
útil para la vida práctica, regida por un criterio moral. Una excelente y bien
conocida muestra de su sabiduría la hallamos en los preceptos y exhortaciones
que dedica a su discípulo Demónico.
Ante todo le anima a cultivar la amistad de los
buenos (“las amistades de los buenos no podrá romperlas toda la eternidad") y a
imitarlos, pues la virtud es la adquisición más sagrada y segura de todas. Así
como el cuerpo se fortalece con ejercicios, el alma se engrandece con discursos
virtuosos.
En primer lugar, conviene ser piadoso con los
dioses y con los padres. Hay que comportarse con ellos como desearíamos que se
comportasen con nosotros nuestros hijos. Teme a los dioses, honra a los padres,
respeta a los amigos, obedece las leyes.
Τὸν μὲν θεὸν φóβον. Τοὺς δὲ γονεῖς τíμα. Τοὺς δὲ φίλους αἰσχíνου. Τοῖς δὲ νóμοις πεíθου.
Hay que practicar la gimnasia, pero no atendiendo
sólo a la fuerza, sino mirando a la salud. Busca distracciones dignas, pues el
placer con el bien es lo mejor, sin él, lo peor. Y cuídate de las calumnias,
aunque sean falsas, porque la masa no conoce la verdad, pero se fija en las
apariencias.
Lo que es vergonzoso hacer, tampoco está bien
decirlo y “no esperes que si has hecho algo malo quede sin descubrir”. Así
pues, cuanto vayas a decir, recapacítalo primero en tu interior, no vaya que la
lengua se adelante al pensamiento.
Conviene estudiar, porque la sabiduría es la única
adquisición imperecedera.
Aconseja Isócrates no ponerse pesado con los
amigos, porque todo cansa; y que nos ejercitemos con trabajos voluntarios, para
soportar más fácilmente los obligatorios.
Igual que conviene confiar en los buenos, conviene
desconfiar de los malos. Resultan particularmente odiosos aquellos que presumen
de virtud pero en nada se diferencian del común.
No hagas el bien a los malvados, es como dar de comer a perro ajeno, te ladrará igual que a un desconocido, así como los malvados injurian igual a quienes les ayudan que a quienes les maltratan.
No hagas el bien a los malvados, es como dar de comer a perro ajeno, te ladrará igual que a un desconocido, así como los malvados injurian igual a quienes les ayudan que a quienes les maltratan.
Como todo es incierto, es prudente conceder la
amistad poco a poco, pero una vez concedida hay que esforzarse para que dure. A
los verdaderos amigos los conocemos en las desgracias.
En el vestir interesa ser pulcro, pero no afectado.
Son despreciables aquellos que se afanan por el
dinero y no pueden gozar lo que tienen, pero es bueno intentar que el dinero
nos proporcione intereses y propiedades.
Ten en cuenta que la mayoría de los hombres
prefieren los alimentos más placenteros a los más saludables. Odia a los
aduladores engañosos. Sé amable con los próximos y no agresivo, ni
descontentadizo ni pendenciero. No respondas con aspereza, ni siquiera a
quienes se enfadan sin razón. Más bien cede cuando estén irritados y
respóndeles cuando pase su enojo. La inoportunidad es lo peor de todo.
Recuerda que la ignorancia es el único mal que
castiga a quienes lo tienen y que el comienzo de la amistad es la alabanza, y
el reproche el de la enemistad.
Sé lento en el reflexionar, pero cumple con rapidez
tus decisiones, que deben ser justas porque los justos, aunque en nada
aventajen a los injustos, al menos les superan en buenas esperanzas, dado que
los placeres más auténticos los logramos a partir de las buenas acciones.
Para fortalecer el carácter y evitar aprovecharse
de las ventajas de las injusticias y las mentiras es preciso que un mortal
ponga la mira en el pensamiento de los dioses y aspire, siguiendo los buenos
ejemplos, a una conducta intachable, aprendiendo lo mejor de los poetas y
leyendo lo más útil que han escrito los oradores…
“Porque de la misma manera que vemos que la abeja se posa en todas las flores y que saca lo mejor de cada una, así también es preciso que los que desean una educación no dejen nada sin probar y reúnan de todas partes lo que les sea útil. Pues a duras penas uno puede vencer, a pesar de este cuidado, las imperfecciones de la naturaleza humana”. A Demónico, 52.
Bibliografía
Guthrie, W. K. C. Historia
de la filosofía griega, III. Gredos, 2005.
Isócrates. Discursos I,
Introducción, trad. y notas de Juan Manuel Guzmán Hermida, Gredos, Madrid, 1979.
Jaeger, Werner. Paideia,
“Isócrates defiende su Paideia”, FCE, México, 1962.
Lengua Griega. Ed.
Luis Vives, Zaragoza, 1944.
Cuántos sabios y buenos consejos educativos nos da Isócrates ¿no les enviaríamos un ejemplar a las autoridades que legislan en esta materia sin encomendarse ni a Dios ni al diablo? o más bien al diablo
ResponderEliminarYo me quedo con este trozo:
"No pone el énfasis en la formalidad de la técnica, sino en la propia comunicación como carácter, pues lo verdaderamente convincente en todo discurso es la personalidad que está detrás de la palabra hablada o busca su expresión en ella. "
Pues sí, estimada Ana, también a mí me sorprendió este verano la actualidad de la paideía isocrática, que incluso me parece superior a la platónica en ciertos aspectos, por lo mismo que es menos teórica y más orientada hacia la vida civil, con un aprecio mayor a la poética y lo que hoy llamaríamos filología y humanidades. Esa formación clásica que tuvo su continuación en Quintiliano, Cicerón, Plutarco, y que tan fácilmente echamos de menos en nuestros políticos, en nuestros periodistas y, lo que es más grave, en nuestros psicopedagogos, apenas instruidos en cuatro recetas mal traducidas del inglés...
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