Hedonismo. Óleo de Ana Roldán Sánchez (*1960, Málaga) |
La reflexión sobre el placer (ἡδονή, hedoné) de Platón y Aristóteles
Para Eudoxo[1] el
placer era el bien supremo porque todos los seres lo buscan y porque consideraba al placer un bien en sí mismo,
absoluto. En efecto: “nadie pregunta para qué se siente placer en la convicción
de que el placer es deseable por sí mismo”. Además, el placer hace más deseable
aquello a que se añade, por ejemplo, si acompaña al obrar con justicia y
templanza. Aristóteles recuerda que Platón (v. Filebo 60d) invierte el argumento para negar que el placer sea el
Bien afirmando, precisamente, que la vida placentera es más deseable acompañada
de prudencia (phrónesis, inteligencia
para la acción). Pero si la combinación de placer y prudencia es preferible, entonces
el placer no es el Bien, porque el Bien es lo más deseable sin que nada se le
añada, es decir Bien es lo que todos los seres apetecen, incluso de modo
inconsciente, sin saber que lo buscan, como los animales no racionales[2], de
manera que “la prudencia participa más de la condición del bien que el placer”
(Filebo, 60b).
Sócrates pone de manifiesto en el Fedón cómo el placer es hermano siamés
del dolor, al sentir deleite cuando le liberan de los grillos que le causaban
fastidio, poco antes de tomar la cicuta. Para el Sócrates platónico no hay
placer que satisfaga plenamente, mientras que “en aquel de los seres vivos en
quien el bien estuviese por siempre y totalmente presente hasta el fin, no
necesitaría ya de ninguna otra cosa y estaría perfectamente satisfecho” (Filebo, Ibidem).
La indeterminación de la idea del
bien es una, tal vez la mayor, de las genialidades de la metafísica platónica,
que sitúa dicho género de géneros, como universal supremo, más allá de toda
esencia, precisamente por ser el Bien perfecto, suficiente y universalmente
elegible. Es evidente que ni el placer ni la prudencia cumplen estos tres
requisitos de universal eligibilidad y suficiencia. Sin embargo, Platón sí que
determina en su didáctica madurez “la vida buena”, en el Filebo y “para todos
los públicos”, como una vida mixta de
placer y prudencia, vida que incluye además el requisito de la opinión
correcta y la memoria, pues no sólo deseamos gozar, sino también tener un buen
juicio sobre lo que estamos gozando, saber de esa experiencia y poder recordarla
(60e).
También es cierto que nadie
aceptaría ser prudente si a ello no le acompañasen algunos placeres, que obran
como alicientes para lograr la excelencia (areté).
Placer y Prudencia son como dos fuentes, la primera de miel, la segunda sobria
y sin vino, austera y saludable. Cualquier vida humana –pues no somos dioses-
resulta satisfactoria si mezclamos el líquido de ambas fuentes con sensatez y medida,
“de la mejor manera posible” (61c).
Platón es consciente de que los
mayores y más intensos placeres son peligrosos: “procuran infinitas trabas,
alborotando las almas en las que vivimos con su loco frenesí”. Esto dice el Intelecto,
personificado en prosopopeya por Sócrates. Por consiguiente, es prudente
preferir los placeres verdaderos y puros, pues mezclan bien con la salud y la
templanza, a aquellos que ofuscan la memoria y generan riñas y discordias. Mas
téngase en cuenta que “el placer es, ciertamente, lo más embustero que hay y,
según el dicho, incluso en los placeres del amor, que son al parecer los
mayores, los dioses perdonan el perjurio, en la idea de que, como niños, los
placeres no tienen ni chispa de juicio” (Filebo
65c)[3]. A su
falta de juicio hay que añadir su arbitrariedad, pues lo mismo experimenta placer
el disoluto que el moderado, el prudente que el insensato, por lo que hay que
establecer en justicia la desemejanza de unos y otros placeres (Filebo 12d) y su diferente bondad. Por
desgracia, la ignorancia no causa por sí misma dolor, aunque la conciencia de
la ignorancia sí lo cause, pero la conciencia de la propia inopia es ya un tipo
de prudencia y seguramente el principio de toda sabiduría.
Aristóteles, por su parte, refuta el
hedonismo de Eudoxo, pero también el prurito académico y elitista de negar que
el placer sea un bien porque lo busque la mayoría o porque al contemplar al que
disfruta los placeres más intensos (los de la carne) nos pueda parecer indecente,
ridículo o vergonzoso, y, al gozar nosotros mismos, lo ocultemos (v. Filebo 65e-66ª.
No es posible negar que el placer
sea un bien, su búsqueda es connatural a nuestra especie y por eso se usa para
educar a los niños, premiándoles con cosas o actividades que les agradan cuando
hacen las cosas bien. No obstante, el placer (hedoné) no es tampoco el bien supremo para Aristóteles. De hecho,
ponemos nuestro esfuerzo en muchas actividades que no nos dan placer: ver,
recordar, saber, tener virtudes... Y las elegimos aunque no sean placenteras. “Ni
el placer es el bien ni todo placer es deseable” (EN, X, III, 1174ª).
El placer no es necesariamente bueno
porque se oponga al dolor, ya que también al dolor se le puede oponer algo
peor, como a la necesaria y dolorosa cirugía de un tumor se le puede oponer la
muerte del paciente por no extirparle el cáncer a tiempo. Al abordar la
cuestión de las especies o clases de placer, Sócrates nos advierte en el Filebo que no es posible hacer el
estudio cabal del placer sin considerar simultáneamente el dolor. Ya Calicles
en el Gorgias hallaba la clave de la
felicidad en la satisfacción de los deseos, no en su término. El hombre
superior de Calicles (κρείττων) acepta pagar el placer con sufrimientos previos:
acepta la sed para gozar bebiendo, etc.
Jose Méndez. Single fin lovers. Illustration |
En el Filebo serán considerados “impuros” los placeres que toleran la inclusión de dolor, tanto físicos como anímicos. Los placeres por anticipación se dividen allí en verdaderos y falsos. Llama Platón “falsos” a los placeres que se apoyan en una creencia falsa y “verdaderos” a los que pueden obtenerse con seguridad (Filebo 62e). En República 558d, Platón había distinguido entre los apetitos de placer que acarrean dispendio y no ganancia (innecesarios e inútiles) y los placeres necesarios, como los que se derivan del deseo de comer o beber cuando aprovecha a la salud y al bienestar personal. También describe allí la personalidad del tirano como la de aquel que a los apetitos necesarios e innecesarios une los ilícitos.
Los placeres que acompañan a la
excelencia o virtud (areté) distan de
ser un adorno gratuito para una vida plenamente humana, porque una vida buena exige
orden en la conducta y medida proporcionada (symmetría)[4] en la
elección y disfrute de los placeres, con acomodo a las exigencias del ser, es
decir al orden natural del cosmos ((kósmos-táxis). Tal orden se manifiesta, se
aclara y resplandece, sobre todo, muy platónicamente, en la verdad y belleza de
lo real, por consiguiente, al fin se determinarán como placeres puros aquellos que proporcionan la contemplación desinteresada
de la belleza y la verdad, “puros o del alma sola, placeres que acompañan a las
ciencias y a las sensaciones”, sensaciones que podríamos llamar espirituales
(v. Filebo 66c).
De este modo, el criterio axiológico
para cualificar y jerarquizar los placeres es el bien, y no sería el placer proporcionado
por una actividad –como pretende el hedonismo- lo que determina una acción como
buena. Piénsese, por ejemplo, en el placer que ofrecen los alimentos
sobresaturados de grasa, sales y azúcar, de la comida basura; halagan el
paladar proporcionando placer intenso, pero una ingesta excesiva de chucherías produce
males como la hipertensión o la diabetes. Los gustos que nos dimos acarrean las
penas que sufrimos.
En tiempos de Platón el hedonismo
estaba ya muy extendido, como el propio ateniense observa en Filebo 66e, pero Platón nunca negó que
el placer fuese un bien, aunque “el intelecto es con mucho superior y mejor que
el placer para la vida del hombre”. Ni el intelecto ni el placer son
autosuficientes, pues en el hombre tanto el placer como la inteligencia carecen
de autosuficiencia y perfección (67ª). Pero el placer es para Platón un bien
menor, por detrás de prudencia, memoria, buen juicio y todo lo relativo a
medida y sentido de la oportunidad (kairós)[5]. Sólo
la masa ignorante estima que los placeres son lo más importante para nuestro
vivir, tal vez llevados a ello por el testimonio de las bestias, por cómo
bueyes y caballos persiguen sus goces con ciego celo (v. Filebo 67b).
Esta consideración matizada y
sumamente cauta del placer llevó a otros académicos, tal vez a Espeusipo y a sus
seguidores, a negar que el placer fuese un bien, según el comentario de Aristóteles
(EN, X). Argumentaban diciendo que el placer no es una cualidad, es indefinido
(ἀοριστον, ilimitado) porque admite más y menos, mientras que el bien es cualidad
definida. La afirmación de la definición o limitación del bien es sumamente
discutible; bienes tan principales como la salud, también admiten un más y un
menos. De otro modo, los académicos pretendían negar la condición de bien al
placer aduciendo que, mientras que el Bien es perfecto e inmóvil, el placer es
imperfecto por ser movimiento y proceso, un proceso de restauración[6] (en
la traducción de Mari Ángeles Durán y Francisco Lisi, el término que se usa es
el de “recuperación”). Sócrates afirma en el Filebo (32e) que la destrucción es dolor y la recuperación placer,
por tanto, cuando un ser vivo ni se está destruyendo ni recuperando, no siente
ni poco ni mucho dolor ni placer, sino que se halla en un tercer estado de
indiferencia alguedónica. Aristóteles no está de acuerdo con esta consideración
del placer como restauración o recuperación: uno puede sentir placer cuando
recupera la salud, las fuerzas o el dinero, pero el placer no es por sí mismo
ni salud, ni fuerza ni dinero.
Uno puede acelerar sus movimientos
voluntariamente, por ejemplo, el paso, pero no puede sentir placer
aceleradamente. Que haya placeres depravados o reprobables significa que las
actividades de que se obtiene son perversas, pero no que el placer por sí mismo
no sea un bien. Para Aristóteles el placer no es un proceso, ni el resultado de
un proceso, sino que es completo en sí mismo: “Acompaña o perfecciona la
actividad de una facultad sana de la sensación o del pensamiento ejercida sobre
un objeto bueno” (1174b). Y deduce su carácter efímero y cómo el ansia de
placer es ansia de vivir. La vida para el Estagirita es actividad, por eso hay
placer en toda sensación e igualmente en el pensamiento y la contemplación, que
son también actividades, y lo más placentero es la más perfecta actividad. El
placer es bueno porque perfecciona el vivir (τελειοῖ ἑκάστῳ τὸ ζῆν) y no hay
que concebir el placer unilateralmente o según lo que la gente en general
aprecia, porque hay tantas clases de placer como de actividades, especies e individuos.
Con razón un asno prefiere la paja al oro. Y para unos resultan agradables las
actividades que a otros molestan y “son de muchas clases las corrupciones y
perversiones humanas” (EN, X, V).
El mejor placer y el más humano es
el del hombre más excelente, si lo hubiera. Pero nadie puede sentir placer
continuamente, hasta el placer se agota cuando cansa la actividad que lo
provoca. La novedad de una actividad lo estimula, pero pronto se apaga y hace
vieja. Los placeres se empujan unos a otros y no es posible sentir placer
soplando y sorbiendo al mismo tiempo. Es cierto que uno progresa en su
actividad si le gusta, si le es agradable, o sea, si obtiene placer con ella.
Así actúa el placer como incentivo y espuela de la acción, sea buena o mala.
Al final de su libro X, Aristóteles
enlaza en anticlímax la ética con la política a base de consideraciones de
orden práctico y educacional. Propone una educación pública “espartana” que
incluya el castigo pues, como ha dicho al principio de la Ética para Nicómaco, a los niños se les educa sirviéndose del timón
del placer y del dolor de modo que se alegren con el bien y se entristezcan con
el mal, pues sus mentes asociarán automáticamente el dolor con lo mal hecho y
el placer con lo bien hecho. Es de una importancia pedagógica máxima que se
gocen con lo que es debido y odien lo injusto.
[1] Εὔδοξος ὁ
Κνίδιος (c. 390 - 337) fue pupilo de Platón, también médico. Nada de su obra ha
llegado a nuestros días. Se le considera padre de la astronomía matemática.
[2]
En su Ética para Nicómaco escribe Aristóteles: “En los irracionales hay un elemento
natural, superior a su propio ser, que tiende a su bien propio”, 1173ª.
[3]
Cito la traducción de Mª Ángeles Durán y Francisco Lisi, Gredos, Madrid 1992.
[4]
En el Protágoras y en el Cármides ya había hecho Platón referencia
a una metretiké téchne, a una técnica
de la medida que nos permitiera jerarquizar placeres.
[5]
De esta forma anticipa el maestro la consideración aristotélica de Aristóteles y
del estoicismo del placer como fin sobrevenido, como las amapolas en un campo
de trigo. El agricultor no las plantó, no las buscó directamente, pero su buen trabajo se las regala.
[6] Esta idea de la primera Academia del placer
como restauración es análoga a otras muy modernas del placer como homeóstasis.o
equílibrio de las partes del organismo y con su entorno.
[7] Aristóteles sabe que los placeres se la buena
mesa o del sexo son más intensos, pero también más efímeros y discontínuos,
además de peligrosos para la salud.
[8] ¿Cualquier filosofía? Lo dudo.
Para saber más:
Sobre las figuras actuales del hedonismo véase el Diccionario Filosófico de Rodolfo López Isern.
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