Fruto íntimo |
Mediante la figura mediadora de su daímon o demon, Sócrates
simboliza un individualismo comunitario, según García Rúa[1]. La práctica filosófica
del "Tábano de Atenas" trajo al mundo helénico una profunda corriente de
interiorización. El sentido de la dignidad de un griego dependía de la
sustentación del αἰδώς, palabra que cubre un campo semántico enorme y tiene que
ver con la consideración social, el sentido de la vergüenza, la fama... Para “conservar
el buen nombre” –diríamos-, o “el honor”, Sócrates cuenta ya con la inmanencia
de lo divino que vemos también en Eurípides y que el filósofo concreta en el daimónion: porciúncula divina en el
hombre.
Sócrates fue
un ateniense de pura cepa, un buen ciudadano que combatió valerosamente en las
batallas de Potidea y Delion. Su prédica individualista no era contraria a la
noción tradicional de la polis y la piedad debida a los dioses de Atenas, pero
el filósofo prefería la mejora personal, aunque tampoco fuese contrario a los
sacrificios y rituales paganos. Hay en su acción oral una enérgica incitación a
la vida del espíritu. No obstante, es cuestión dudosa si el Sócrates histórico
creía y en qué sentido en los dioses y en la inmortalidad. Su oración: “Dame
aquello que sea mejor para mí”, dando por hecho que los dioses saben qué me
conviene de verdad[2].
En la Ilíada, Teucro usa la palabra “demonio”
para referir a un poder superior que rompe la cuerda de su arco. Dodds[3] declara la remota antigüedad
del adjetivo daimónios, que era ya en
los tiempos de la Ilíada una moneda
verbal desgastada. Los impulsos irracionales tendían a ser excluidos del yo y
adscritos a un orden ajeno, sobrenatural. En Teognis el demonio tienta al
hombre y lo precipita en la ate, al
anublamiento de una locura pasajera que puede llevar a una acción inexplicable,
imprudente o atroz. Tanto la esperanza como el miedo son para el poeta “demonios
peligrosos”. Sófocles refiere también al Eros como un pervertidor de mentes.
"Yo íntimo", JBL, 2021 |
El daímon socrático tiene más que ver con
esa figura que liga a cada hombre con su destino, con su Moira individual, con su
particular suerte o fortuna. Heráclito lo identificó con el carácter (ἧθος), llamando
a la responsabilidad y protestando contra la interpretación supersticiosa del
demonio como accidente externo. Del “buen demonio” (εὐδαίμων), ya en Hesíodo,
procederá la felicidad (ευδαιμονία). Platón recoge y transforma la idea. El δαίμων
socrático es una especie de espíritu guía o super-ego freudiano que en el Timeo se identifica con la razón pura.
Racionalizado
a medias, disfrutará de un renovado papel en estoicos y neoplatónicos y acabará
convertido en el ángel custodio o ángel de la guarda (dulce compañía) en los
autores cristianos, o en el Pepito Grillo de la literatura. La voz de la
conciencia moral o una especie de intuición práctica, de “corazonada”.
El contorno
de los demonios de la religión helénica era bastante impreciso: divinidad
inferior, poder intermediario (metaxý),
o con forma bestial y semihumana, vaga personificación del destino individual.
El daímon es, etimológicamente, “el
que reparte”. En el ingenioso etimologizar de Platón “daémones” son “los que
saben”, las almas de los muertos mejores, los padres subterráneos de Hesíodo.
Los pitagóricos suponían los espacios llenos de demonios y de héroes.
Establecieron su jerarquía y los filósofos –como hemos visto en Heráclito- los
racionalizaron reduciéndolos a una simple consecuencia del carácter. Para
Demócrito el alma era la residencia del genio
(también en el sentido que decimos “genio y figura hasta la sepultura”) y en el
Timeo describe Platón al daímon como
facultad suprema y directiva del ánimo de cada persona.
Sócrates
mezcló las viejas creencias con la racionalización, pero mantuvo la visión del
daímon como poder sobrenatural e independiente: “yo no traigo a un dios nuevo” –dijo
en su defensa, cuando le acusaron de querer introducir dioses forasteros. Reconoce
el carácter religioso de este sentido interior que no engaña jamás, pero lo
personaliza. Le sirve de guía y tutela. No lo adora ni lo niega; ni se entrega
a él ni lo ignora[4].
Como explicó
Antonio Tovar, la naturaleza del daímon
socrático es negativa. Disuade pero no da órdenes. Le impide que trate a
determinadas personas o que se enrole en la política sectaria. Si su demonio
guarda silencio, Sócrates obra tranquilo. Puede que –tal como se representa en
el Banquete- Eros sea también para
Sócrates un gran daímon. De hecho, Sócrates es famoso porque sabe que no sabe,
sin embargo confiesa a Fedro que sí se tiene por entendido en amores. Como
vínculo con los misterios irracionales, figurados en el Banquete por la maga
Diotima, el daímon expresa igualmente los límites de la razón, esto es, las
razones pascalianas del corazón.
El
racionalista Antístenes le reprocha a su maestro que use el daímon como
pretexto, pero será precisamente su demonio quien le impida evitar tanto su
sentencia como su ejecución. El mismo Antístenes, caudillo de los cínicos,
racionalizó el daímon de Sócrates como desdoblamiento de la personalidad o
descubrimiento de la conciencia reflexiva, lo que produjo precisamente la
filosofía como ética. A la pregunta que le hicieron de qué había sacado de la
filosofía, Antístenes respondió: La facultad de hablar conmigo mismo (D. L. VI, 6). Este discurrir con uno
mismo es la consulta con la almohada, la deliberación moral del sujeto ético.
Definido su
carácter por el misterio de la obscura
figura que lleva dentro, que el cristianismo identificará con la voz de la
conciencia moral o con el ángel custodio, sus seguidores imitarán, a veces
hasta la exageración -caso de Diógenes de Sinope-, sus principales cualidades.
Sócrates es αὐταρκηες, suficiente, señor de sí mismo, y σεμνός, austero, lo que
le otorga una respetabilidad religiosa, pero no mística. Véase a este respecto
la interpretación racionalista que hace Plutarco
del daímon socrático en este mismo blog. Sin embargo, puede que corrientes
místicas como el orfismo influyeran en su concepción. Los estoicos admitirán la
existencia de ciertos demones como vigilantes de los hombres y unidos a estos
por una especie de simpatía y reducirán a veces al demonio socrático a una personalización
de las facultades adivinatorias que se darían en Sócrates, por ejemplo, declarando
que vaticinó el desastre de Sicilia.
Sócrates
domestica a su daímon. Obedece su voz íntima, pero eso no le impide ejercer su
hábito racional, crítico y disolvente. No es un “iluminado”. Su racionalismo no
le impide respetar el irracionalismo de los misterios religiosos. El daímon no
impide su muerte, aunque pudo. Según un argumento atribuido a Antístenes esto
fue para bien, pues la muerte a tiempo le venía a salvar de una vergonzosa
decadencia mental y le daba ocasión de adquirir buena fama. En efecto, su
injusta educación lo convirtió en un sempiterno mártir de la filosofía, un
héroe de la libertad personal de conciencia y de una racionalidad que se da a
sí misma límites en lo moral, por eso, tal vez, Erasmo rezaba: Sancte Socrate, ora pro nobis!
Notas
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