Manuscrito de Leibniz |
Leibniz define la mónada como una sustancia simple e
indivisible y por tanto sin extensión[1] ni
figura. “Allí donde no hay partes, tampoco hay extensión”. Las mónadas son los
verdaderos átomos o elementos imperecederos de la naturaleza. Sólo pueden
comenzar por creación y concluir por aniquilación.
“El espacio, lejos de ser
una sustancia, ni siquiera es un Ser. Es un orden, como el tiempo, un orden de
las coexistencias, como el tiempo es un orden entre las existencias que no
están juntas. La continuidad no es una cosa ideal, sino lo que hay de real es
lo que se halla en este orden de la continuidad” (Akademie-Ausgabe, Transkiptionen 1914, Nr. 144, pág. 183)[2]
Las mónadas carecen de ventanas o poros[3] y cada
una es diversa de cualquier otra, “pues nunca se dan en la Naturaleza dos Seres
que sean perfectamente el uno como el otro, y en donde no sea posible hallar una
diferencia interna o fundada en una denominación intrínseca”, según el Principio de los indiscernibles por el
cual no pueden darse en la naturaleza dos cosas singulares que sólo se
distingan según número[4].
Están sujetas a cambio continuo según un principio interno. Aunque carecen de
partes, en la sustancia simple o mónada ha de haber una pluralidad de
afecciones y de relaciones. Son activas en un doble sentido: perciben y apetecen. En función de la
apetición pasan de una percepción a otra. Siendo una sustancia simple, el alma
experimenta y se representa la multitud como unidad de percepción[5].
“Cada alma conoce el
infinito, conoce todo, pero confusamente; como al pasearme a orillas del mar y
oír el estruendo que produce, oigo los ruidos particulares de cada ola de que
está compuesto el ruido total, pero sin discernirlos” (Principios de la naturaleza y la gracia, § 13, ed. de Ezequiel de
Olaso, pg. 687).
La espiral logarítmica de este fósil de Nautilus representa bien el (de)crecimiento continuo, concepto clave del Cálculo Diferencial. Leibniz reflexionó muchísimo sobre el Problema del Continuo. |
A todas las sustancias simples llama Leibniz “entelequias”
o mónadas creadas que contienen cierta perfección (ἔχουσι τò εντελές) y
suficiencia (αὐτάρχεια) que las convierte en fuentes de sus acciones internas
como “autómatas incorpóreos”. No influyen directamente unas sobre otras, ni
Dios sobre ellas en cada ocasión (ocasionalismo), sino que concuerdan entre sí
y se combinan según un principio de economía[7]
En sentido general podemos llamar alma a todo lo que tiene percepciones y apetitos, pero el sentimiento (o apercepción[8]) es más que una simple percepción y Leibniz opta por llamar “almas” sólo a aquellas mónadas cuya percepción es más distinta y está acompañada de memoria. Alma razonable es aquella capaz de conocer verdades necesarias y eternas (como las de la lógica o matemática), y capaz de actos reflexivos que nos hacen pensar en el llamado Yo.
Por apetito entiende Leibniz la inclinación a pasar de una
percepción a otra. Le llama también pasión en
el caso de los animales y fuerza
cuando la percepción comporta entendimiento.
Para Lebniz, Dios es la unidad primitiva o sustancia
simple originaria que produce y conserva todas las mónadas creadas o
derivativas mediante fulguraciones o emanaciones continuas. En Dios está el
Poder, el Conocimiento, que contiene la serie de las ideas, y la Voluntad que
efectúa cambios y producciones según el Principio de lo mejor[9]. Y esto
corresponde a lo que en las mónadas constituye el sujeto o base: la facultad
apetitiva y la perceptiva, que en las mónadas creadas o entelequias sólo son
imitaciones imperfectas y limitadas.
A la mónada se le atribuye acción en tanto tiene percepciones distintas y pasión en cuanto las que tiene son confusas. En las sustancias
simples sólo hay una influencia ideal de
una mónada en otra por intervención de Dios. Cada sustancia simple tiene
relaciones que expresan a todas las demás y por eso cada mónada es un espejo
viviente del universo. Cada una ofrece una perspectiva diferente[10]…
“Y como una misma ciudad
contemplada desde diferentes lados parece enteramente otra y se halla como
multiplicada en lo que respecta a su perspectiva, también ocurre que, debido a
la multitud infinita de las sustancias simples, hay como otros tantos universos
diferentes que, sin embargo, no son más que las perspectivas de uno solo según
los diferentes puntos de vista de cada mónada” (Monadología § 57, ed. Gredos, pág. 244).
Así se combina variedad y orden con tanta perfección
como es posible en una armonía universal
y preestablecida[11]. Para
Leibniz, perfección no es otra cosa sino cantidad de realidad. Dicha armonía
preestablecida, clave del sistema de Leibniz, se da entre Dios como arquitecto
y Dios como monarca: “de manera que la naturaleza misma conduce a la gracia y
la gracia perfecciona la naturaleza valiéndose de ella” (Principios de la Naturaleza y la Gracia § 15, ed. Ezequiel de Olaso
pg. 688).
F. Savater define el optimismo de Leibniz como “rabiosa
vindicación del todo”. Según el autor del Panfleto
contra el todo “todos los sistemas racionalistas coinciden en identificar
el Todo y el Bien” y, en este sentido, todos ellos son teodiceas, aunque el neologismo “teodicea” lo inventara Leibniz
para referir a la justificación racional de Dios. La negación de la identidad
del todo con el bien caracterizaría a todos los nihilismos que Savater parece
identificar con su propio “pensamiento negativo” o “crítico” en Nihilismo y acción (1978). Desde luego,
el racionalismo que culmina con Hegel niega la evidencia del mal o la subordina
a la armónica perfección del conjunto. Así se transfigura el dolor y la muerte
en la eterna vida del Espíritu.
Sin embargo, el optimismo de Leibniz está limitado y determinado por su lógica modal y su ontología de la modalidad o de las combinaciones de posibles o esencias. Según pone de manifiesto Ortega: “el mejor de los mundos posibles” es también el menos malo de los mundos, por lo que Echeverría ha acuñado el concepto de “optimismo trágico” para referir a la cosmovisión de Leibniz, que es dramática y congruente con la que desarrollará siglos después Darwin: millones de especies y de individuos luchando entre sí por su supervivencia, que únicamente logran los más perfectos.
Para Leibniz nuestro mundo no es el mejor porque exista, sino
que existe porque es el mejor de los posibles. En rigor, lo que dice Leibniz es
que este mundo es el mejor de los
no-buenos y, por tanto, de los malos,
porque un mundo totalmente bueno, sin depredadores ni presas, sin el esfuerzo
del lince cazador y sin el dolor del conejo sacrificado…, un
mundo ordenado y de máxima biodiversidad sin enfermedades ni conflictos es
sencillamente imposible o incomposible. He aquí la paradoja de un optimismo que
nace de una constatación realista o incluso pesimista y trágica. Con Leibniz
–sentencia Ortega- comienza en la filosofía occidental el pesimismo, ya larvado
en su ontología.
Una ontología de plenitud. En el universo de Leibniz no hay vacío, la materia
está ligada, así que todo está en relación con todo, sin embargo, aunque cada
mónada represente al universo, representa con mayor distinción el cuerpo que le
ha sido asignado y cuya entelequia constituye y, como ese cuerpo expresa todo
el universo por la conexión de toda la materia en el Lleno, el alma representa
también todo el universo al representar ese cuerpo que le pertenece de manera
particular.
Un cuerpo que pertenece a una mónada es un ser viviente, y con alma es animal. Cada cuerpo orgánico es una especie de máquina divina o autómata natural. Las máquinas naturales, o sea los cuerpos vivientes son máquinas en sus menores partes hasta el infinito y hay un mundo de entelequias, de almas, hasta en la menor parte de la materia[12].
Para
Leibniz no hay nada estéril ni inculto en el universo. Pero no acepta la
metempsicosis, ni la transmigración de las almas ni la posibilidad de almas
completamente separadas como genios o ángeles sin cuerpo. Sólo Dios carece de
cuerpo. Leibniz no piensa que haya un vínculo intermedio entre materia y forma,
sino “que la forma sustancial misma del compuesto y la materia prima, en el
sentido escolástico, están contenidos en el propio vínculo sustancial como en
la esencia del compuesto” … “la continuidad real no puede surgir más que del
vínculo sustancial” (Carta al jesuita Des Bosses,
29 de mayo de 1716, ed. Gredos, pág. 259 y pág. 261).
No obstante, el alma es indestructible y actúa según
las leyes de las causas finales mediante apeticiones, fines y medios[13]. Los
cuerpos actúan según las leyes de las causas eficientes y del movimiento. Entre
los dos reinos, Leibniz supone mutua armonía. Las almas razonables, o sea los
espíritus, no sólo son espejos del universo, sino también imágenes de la
divinidad. Por eso la Ciudad de Dios constituida por la reunión de espíritus es
un mundo moral: el reino moral de la gracia, en armonía con el reino físico de
la naturaleza…
“Por esto todos los espíritus,
sea de los hombres, sea de los genios, al entrar en una especie de sociedad con
Dios en virtud de la razón y de las verdades eternas, son miembros de la ciudad
de Dios, es decir, del estado más perfecto” (Principios de la Naturaleza y
la Gracia § 15, ed. de Olaso, pg. 688).
Bajo el gobierno perfecto de Dios[14], la
buena acción no quedará sin recompensa ni la mala sin castigo y todo debe
culminar en el bien de los buenos. Para ello debemos confiar en su providencia
constituyéndola en el fin de nuestra voluntad ya que Él es el único que puede
hacernos felices.
Recapitulando, la mónada es pues un átomo, no físico, sino metafísico, un punto metafísico de sustancia individual. En opinión de Leibniz no existen átomos materiales en la naturaleza, pues “la moindre parcelle de la matiére ayant encor des parties”.
En la clasificación por sus grados de percepción,
sobre las mónadas desnudas están las
que tienen además apercepción (conciencia) y memoria: los animales o seres animados; finalmente, las que además
cuentan con razón: almas racionales o
espíritus.
No hay una sola Monadología,
sino al menos cuatro textos originales de Leibniz. Además, ninguno de ellos puede ser
considerado como su teoría final, sino que fueron elaborados como otros tantos
avances o borradores, destinados a personas concretas, con la finalidad de
dialogar con ellas y seguir investigando, muestra de su “pensar dialógico”,
como lo llama Javier Echeverría.
- Leibniz. Monadología, Edición trilingüe con introducción de Gustavo Bueno y traducción y notas de Julián Velarde, Pentalfa, Oviedo 1981.
- Leibniz. Escritos filosóficos. Edición de Ezequiel de Olaso, Madrid 2003.
- Javier Echeverría. Lebniz el archifilósofo: Vida y obras (borrador digital, 2022).
- Sobre el Optimismo trágico de Leibniz.
- Sobre Lógica de Modalidades y Leibniz.
NOTAS
[1] En su Discurso de
Metafísica Leibniz sustituyó el concepto cartesiano de extensión por el de fuerza (dýnamis), la mecánica
deja así paso a la “dinámica”
(expresión leibniciana). La introducción de la noción de fuerza como principio metafísico se opone a la concepción
mecanicista, geométrica y cartesiana según la cual la naturaleza en cuanto mera extensión está
sometida exclusivamente a la ley de la inercia.
[2] Kant hará del tiempo y el espacio formas subjetivas
de la sensibilidad y condiciones a priori de nuestra imaginación.
[3] Si las mónadas carecen de ventanas, ¿cómo o por dónde
se expresan? Podemos entender su “expresión” sólo como expansión de acuerdo
a su fuerza interna con una finalidad de perfección.
[4] En Nuevos Ensayos,
II, XXVI, § 3, se recoge la célebre anécdota sobre la imposibilidad de encontrar
dos hojas iguales en el jardín, aun cuando éste imitase en regularidad y
simetría al de Versalles.
[5] Leibniz distingue entre percepción y apercepción
consciente. Cree que los cartesianos han caído en un grave error al no haber
tenido en cuenta las percepciones de las que no nos apercibimos. El concepto de
percepción es ontológico, mientras que el de apercepción es psicológico o
epistemológico.
[6] Discurso de
Metafísica, § 14.
[7] Este “determinismo leibniciano” es consecuencia lógica de la tesis de la armonía preestablecida. Una vez establecida la solidaridad o «simpatía» de todos los seres, queda establecida entre ellos una jerarquía por su grado de perfección.
[8] El texto latino mantiene el término “apercepción”; el
francés, en cambio, da el término “sentimiento”.
[9] Ortega y Gasset calificó a Leibniz como “filósofo de
los principios”, no sólo por usar máximas generales ya conocidas, sino por descubrir nuevos
principios y emplearlos metodológicamente.
[10] Se ha dicho que el “perspectivismo” de Leibniz es
incluso más potente que el de Ortega, que dedicó su más profunda obra, La idea de principio en Leibniz, al
alemán.
[11] “Leibniz llegó a afirmar que ‘Dios es armonía’, pero
no sólo por ser justo, sino también por haber generado múltiples formas de
belleza, así como curiosidades y maravillas naturales, a cuyo estudio dedicó la
Protogaea”. Javier Echeverría. Leibniz el archifilósofo: Vida y obras. (Agradecemos
a Echeverría la generosidad con que ha facilitado al grupo de diálogo de la
AAfi, coordinado por Antonio de Lara, que este curso discute el pensamiento de
Leibniz, su excelente biografía de Leibniz, aún inédita o en calidad de
borrador).
[12] Hoy podríamos hablar de la condición fractal de la naturaleza,
o de la fractalidad o del panvitalismo de Leibniz (J. Echeverría).
[13] “Si queremos llamar alma a todo lo que tiene percepciones y apetición… todas las sustancias simples o mónadas creadas podrían ser llamadas almas” (Monadología § 19, ed. Gredos, pág. 237).
[14] La fuente más inmediata para Leibniz es G. Bruno, quien define a Dios como monas monadum. Bruno y Leibniz toman esta palabra de la tradición Hermética y Cabalística, según Julián Velarde.
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