Hedonismo. Óleo de Ana Roldán Sánchez (*1960, Málaga) |
La reflexión sobre el placer (ἡδονή, hedoné) de Platón y Aristóteles
Análisis de ideas, crítica y comentario de textos clásicos. José Biedma López, Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación (Universidad de Granada).
Hedonismo. Óleo de Ana Roldán Sánchez (*1960, Málaga) |
Iphiclides feisthamelii, chupaleches, Agosto 2022 foto JBL |
Pregunta Arturo Santos: ¿Por qué el término o la expresión "amor platónico" está mal utilizada?
No necesariamente mal usada, si acaso podríamos decir que
usada superficialmente para referir a un amor que no se reduce al "comercio
carnal": un amor espiritual, una delectación puramente psíquica entre amantes y productiva de razones y buenas obras.
La teoría platónica del Eros, la "Erótica" del ateniense, es muy
compleja. En el Banquete (Symposium, Convivium) se plantea el problema del
Eros refiriendo ante todo a una divinidad, que también representa una fuerza
cósmica o una potencia anímica universal, del "todo con alma" (pan ensychon), del animal cósmico que es
el universo para el Platón del Timeo.
Cuenta su biógrafo Cornelius que a Spinoza (1632-1677) le gustaba observar cómo se comportaba una mosca arrojada a la red de una araña que vivía en un rincón de su habitación y dicen también que la situación le causaba risa. Jorge Bustamante traduce y recuerda a Segismundo Krzyzanowski, del que Siruela ha publicado siete relatos bajo el título La nieve roja (2009) y ediciones del subsuelo su novela: El club de los asesinos de letras (2012).
Manuscrito de Leibniz |
Leibniz define la mónada como una sustancia simple e
indivisible y por tanto sin extensión[1] ni
figura. “Allí donde no hay partes, tampoco hay extensión”. Las mónadas son los
verdaderos átomos o elementos imperecederos de la naturaleza. Sólo pueden
comenzar por creación y concluir por aniquilación.
“El espacio, lejos de ser
una sustancia, ni siquiera es un Ser. Es un orden, como el tiempo, un orden de
las coexistencias, como el tiempo es un orden entre las existencias que no
están juntas. La continuidad no es una cosa ideal, sino lo que hay de real es
lo que se halla en este orden de la continuidad” (Akademie-Ausgabe, Transkiptionen 1914, Nr. 144, pág. 183)[2]
Las mónadas carecen de ventanas o poros[3] y cada
una es diversa de cualquier otra, “pues nunca se dan en la Naturaleza dos Seres
que sean perfectamente el uno como el otro, y en donde no sea posible hallar una
diferencia interna o fundada en una denominación intrínseca”, según el Principio de los indiscernibles por el
cual no pueden darse en la naturaleza dos cosas singulares que sólo se
distingan según número[4].
Estatua de Benito Jerónimo Feijóo en Oviedo |
Roland Barthes, el famoso crítico francés, llama a Voltaire “el último escritor feliz”. Es una exageración. Dice también que la filosofía de Voltaire está anticuada. Otra exageración, impropia del comedimiento y también del chovinismo galo. El autor de Cándido es un clásico y los clásicos nunca periclitan, al menos no del todo. Es cierto, sin embargo, que los ateos ya no se arrojan a los pies de los deístas que adoran a Dios sin intermediarios ni iglesias, sino que hoy perseveran en su negación. Deísta desde luego fue Voltaire, y anticlerical.
Fruto íntimo |
Mediante la figura mediadora de su daímon o demon, Sócrates
simboliza un individualismo comunitario, según García Rúa[1]. La práctica filosófica
del "Tábano de Atenas" trajo al mundo helénico una profunda corriente de
interiorización. El sentido de la dignidad de un griego dependía de la
sustentación del αἰδώς, palabra que cubre un campo semántico enorme y tiene que
ver con la consideración social, el sentido de la vergüenza, la fama... Para “conservar
el buen nombre” –diríamos-, o “el honor”, Sócrates cuenta ya con la inmanencia
de lo divino que vemos también en Eurípides y que el filósofo concreta en el daimónion: porciúncula divina en el
hombre.
Sócrates fue
un ateniense de pura cepa, un buen ciudadano que combatió valerosamente en las
batallas de Potidea y Delion. Su prédica individualista no era contraria a la
noción tradicional de la polis y la piedad debida a los dioses de Atenas, pero
el filósofo prefería la mejora personal, aunque tampoco fuese contrario a los
sacrificios y rituales paganos. Hay en su acción oral una enérgica incitación a
la vida del espíritu. No obstante, es cuestión dudosa si el Sócrates histórico
creía y en qué sentido en los dioses y en la inmortalidad. Su oración: “Dame
aquello que sea mejor para mí”, dando por hecho que los dioses saben qué me
conviene de verdad[2].
En la Ilíada, Teucro usa la palabra “demonio”
para referir a un poder superior que rompe la cuerda de su arco. Dodds[3] declara la remota antigüedad
del adjetivo daimónios, que era ya en
los tiempos de la Ilíada una moneda
verbal desgastada. Los impulsos irracionales tendían a ser excluidos del yo y
adscritos a un orden ajeno, sobrenatural. En Teognis el demonio tienta al
hombre y lo precipita en la ate, al
anublamiento de una locura pasajera que puede llevar a una acción inexplicable,
imprudente o atroz. Tanto la esperanza como el miedo son para el poeta “demonios
peligrosos”. Sófocles refiere también al Eros como un pervertidor de mentes.
"Yo íntimo", JBL, 2021 |
El daímon socrático tiene más que ver con
esa figura que liga a cada hombre con su destino, con su Moira individual, con su
particular suerte o fortuna. Heráclito lo identificó con el carácter (ἧθος), llamando
a la responsabilidad y protestando contra la interpretación supersticiosa del
demonio como accidente externo. Del “buen demonio” (εὐδαίμων), ya en Hesíodo,
procederá la felicidad (ευδαιμονία). Platón recoge y transforma la idea. El δαίμων
socrático es una especie de espíritu guía o super-ego freudiano que en el Timeo se identifica con la razón pura.
Racionalizado
a medias, disfrutará de un renovado papel en estoicos y neoplatónicos y acabará
convertido en el ángel custodio o ángel de la guarda (dulce compañía) en los
autores cristianos, o en el Pepito Grillo de la literatura. La voz de la
conciencia moral o una especie de intuición práctica, de “corazonada”.
El contorno
de los demonios de la religión helénica era bastante impreciso: divinidad
inferior, poder intermediario (metaxý),
o con forma bestial y semihumana, vaga personificación del destino individual.
El daímon es, etimológicamente, “el
que reparte”. En el ingenioso etimologizar de Platón “daémones” son “los que
saben”, las almas de los muertos mejores, los padres subterráneos de Hesíodo.
Los pitagóricos suponían los espacios llenos de demonios y de héroes.
Establecieron su jerarquía y los filósofos –como hemos visto en Heráclito- los
racionalizaron reduciéndolos a una simple consecuencia del carácter. Para
Demócrito el alma era la residencia del genio
(también en el sentido que decimos “genio y figura hasta la sepultura”) y en el
Timeo describe Platón al daímon como
facultad suprema y directiva del ánimo de cada persona.
Sócrates
mezcló las viejas creencias con la racionalización, pero mantuvo la visión del
daímon como poder sobrenatural e independiente: “yo no traigo a un dios nuevo” –dijo
en su defensa, cuando le acusaron de querer introducir dioses forasteros. Reconoce
el carácter religioso de este sentido interior que no engaña jamás, pero lo
personaliza. Le sirve de guía y tutela. No lo adora ni lo niega; ni se entrega
a él ni lo ignora[4].
Como explicó
Antonio Tovar, la naturaleza del daímon
socrático es negativa. Disuade pero no da órdenes. Le impide que trate a
determinadas personas o que se enrole en la política sectaria. Si su demonio
guarda silencio, Sócrates obra tranquilo. Puede que –tal como se representa en
el Banquete- Eros sea también para
Sócrates un gran daímon. De hecho, Sócrates es famoso porque sabe que no sabe,
sin embargo confiesa a Fedro que sí se tiene por entendido en amores. Como
vínculo con los misterios irracionales, figurados en el Banquete por la maga
Diotima, el daímon expresa igualmente los límites de la razón, esto es, las
razones pascalianas del corazón.
El
racionalista Antístenes le reprocha a su maestro que use el daímon como
pretexto, pero será precisamente su demonio quien le impida evitar tanto su
sentencia como su ejecución. El mismo Antístenes, caudillo de los cínicos,
racionalizó el daímon de Sócrates como desdoblamiento de la personalidad o
descubrimiento de la conciencia reflexiva, lo que produjo precisamente la
filosofía como ética. A la pregunta que le hicieron de qué había sacado de la
filosofía, Antístenes respondió: La facultad de hablar conmigo mismo (D. L. VI, 6). Este discurrir con uno
mismo es la consulta con la almohada, la deliberación moral del sujeto ético.
Definido su
carácter por el misterio de la obscura
figura que lleva dentro, que el cristianismo identificará con la voz de la
conciencia moral o con el ángel custodio, sus seguidores imitarán, a veces
hasta la exageración -caso de Diógenes de Sinope-, sus principales cualidades.
Sócrates es αὐταρκηες, suficiente, señor de sí mismo, y σεμνός, austero, lo que
le otorga una respetabilidad religiosa, pero no mística. Véase a este respecto
la interpretación racionalista que hace Plutarco
del daímon socrático en este mismo blog. Sin embargo, puede que corrientes
místicas como el orfismo influyeran en su concepción. Los estoicos admitirán la
existencia de ciertos demones como vigilantes de los hombres y unidos a estos
por una especie de simpatía y reducirán a veces al demonio socrático a una personalización
de las facultades adivinatorias que se darían en Sócrates, por ejemplo, declarando
que vaticinó el desastre de Sicilia.
Sócrates
domestica a su daímon. Obedece su voz íntima, pero eso no le impide ejercer su
hábito racional, crítico y disolvente. No es un “iluminado”. Su racionalismo no
le impide respetar el irracionalismo de los misterios religiosos. El daímon no
impide su muerte, aunque pudo. Según un argumento atribuido a Antístenes esto
fue para bien, pues la muerte a tiempo le venía a salvar de una vergonzosa
decadencia mental y le daba ocasión de adquirir buena fama. En efecto, su
injusta educación lo convirtió en un sempiterno mártir de la filosofía, un
héroe de la libertad personal de conciencia y de una racionalidad que se da a
sí misma límites en lo moral, por eso, tal vez, Erasmo rezaba: Sancte Socrate, ora pro nobis!
Notas
De izquierda a derecha, Antonio Machado, Marañón, Ortega y Pérez de Ayala |
Sócrates en el Gorgias de Platón, 527d-e
Grabado de Goya. Los desastres de la guerra. El genial aragonés escribió abajo: ¡Grande hazaña! ¡Con Muertos! |
Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716-), sello de 1927 |
Ortega define a Leibniz como “una de las mentes más poderosas con que ha sido regalado el destino europeo”. Políglota, polímata, dominaba todos los saberes de su época e inventó algunos nuevos. Renovó la lógica, amplió la matemática, reformó los principios de la física, fecundó la biología, depuró la jurisprudencia, modernizó los estudios históricos y dotó a la lingüística de nuevos horizontes (gramática comparada).
Fragmento de la pg 325 del libro de Agustín García Calvo: Razón común, edición, traducción y comentario de los restos del libro de Heráclito, Lucina, 1985. |
ἮθΟΣ ἈΝΘΡΏΠΟΙ ΔΑÍΜΩΝ
Antonio Escohotado en Hitos
del sentido (Barcelona 2020) traduce el famoso fragmento 119 (D-K) de
Heráclito “êthos anthrópoi daímon”: “el carácter es el sino del hombre” o “la
costumbre moldea el carácter”. “Daímon” o demon,
la interioridad individual divinizada o la divinidad íntima, remite, según el
comentarista a perfiles heroicos; êthos,
a la conducta habitual de un grupo. Recuérdese el Demon socrático, que impulsaba al Tábano ateniense a proseguir
incansable su indagación ética. Otra cosa piensa Agustín García Calvo, como
veremos más adelante.
Thot el dios egipcio de la sabiduría, inventor de la música y la escritura, representado por un hombre con cabeza de Ibis |
“Saliendo de la luz, un Verbo santo vino a cubrir la naturaleza”