Cuenta Eugenio d’Ors que Juan Képler, el famoso
astrónomo, hubo nacido en un pueblo de Wurtenberg. Abandonado por su padre y
martirizado por una madre grosera y medio bruja, huyó de su casa, fue recogido por lástima y
educado por caridad, pero halló consuelo en el estudio de las Matemáticas y la
Astronomía.
Reconoció en el movimiento de las esferas celestiales un
orden sublime, racional y proporcionado. A los veinticinco años escribió en su
Prodromus:
“Yo me propongo aquí demostrar que Dios, al crear el universo y arreglar los cielos y su disposición, ha tenido presentes los cinco poliedros regulares de la Geometría, célebres desde Pitágoras y Platón”.
Un cuarto de siglo más tarde descubrió la relación
matemática fija que había entre la revolución de los planetas y la magnitud de
sus órbitas. Contra un prejuicio consuetudinario, averiguó que la curva de
revolución de cada uno era una elipse, y no un círculo.