Crisipo (Χρύσιππος ὁ Σολεύς), el filósofo que murió por un ataque de risa. |
"Si yo atendiese a muchos, ciertamente no filosofaría"
Crisipo de Solos
La fisica estoica
Para los estoicos antiguos la existencia es ese poder de actuar y padecer acción, la unidad singular de principio activo (soplo, aliento, pneuma) y de principio pasivo (la materia inerte), es decir: lo que existe son cuerpos, pues todas las causas son corpóreas. Los cuerpos vivientes son un compuesto de materia inerte y mente activa. Esta última es la razón en la materia, su lógos, siendo el pneuma o espíritu vehículo del lógos, con inteligencia, una entidad dinámica también corpórea: fuerza y energía, fuego y aire...Los estoicos sostenían que solamente existe lo que tiene alguna resistencia y tacto, identificando cuerpo y sustancia (ousía), pues lo incorpóreo ni actúa ni padece. Tampoco admitían más causalidad que la relación causal por contacto, ni más ideas que nuestros conceptos, útiles intelectualmente, pero sin existencia real. Sólo existen las cosas individuales y cada una de ellas debe su individualidad al pneuma. En cuanto a las cualidades comunes de las que formamos ideas y nociones, no hay nada del mundo que directamente pueda corresponder a las mismas, porque en la naturaleza sólo existen particulares diferenciaciones de sustancia, es decir, cuerpos.
Esta posición dista mucho del idealismo platónico. Para los estoicos la Naturaleza es un formidable cuerpo, "fuego artístico" y creador, pneuma o espíritu en incesante cambio. Incluso la justicia y todas las cualidades morales son para los estoicos cuerpos. Dios es cuerpo, un cuerpo inteligente incorporado en la materia (monismo corporeísta). En la naturaleza hay dos principios: causa y materia. La materia -decía Séneca- permanecería improductiva y ociosa, mas dispuesta a todo, si nadie la pusiera en movimiento; la causa, es decir la razón (lógos) da forma a la materia y la transforma en la diversidad de los existentes. "Debe haber por lo tanto un 'a partir de lo cual' algo sea producido y, además, un 'por lo cual' sea producido; esto es la causa, aquello la materia" (I. von Arnim, Stoicorum Veterum Fragmenta, 303).
El pneuma da coherencia y unidad al todo, proporcionándole tensión, armonía tensa (Heráclito) o, por decirlo con términos más modernos: el espíritu (pneuma) es el campo de fuerza del universo, una fuerza semoviente en sí misma, divina y eterna, y natural porque para los estoicos no hay más que Naturaleza, no existe nada sobre-natural, de ahí que se les considere con motivo panteístas (Dios en la materia), y de ahí también el principio ético de "vivir de acuerdo con la naturaleza", es decir de acuerdo con la ley o lógos natural (homologoúmenos).
Tanto el pneuma como la materia son corpóreos, sólo que el pneuma es una sustancia más tenue. Materia y espíritu se mezclan en los cuerpos, se combinan, se yuxtaponen, se alean, se fusionan. El pneuma está allí presente, aún en pequeñas dosis, como Lógos que todo lo penetra o dios omnipresente, rector inteligente de todas las cosas y a la vez causa interna y externa. Como Leibniz, los estoicos profesan una cosmología optimista, suponen que este mundo es la obra más perfecta, el mejor de los mundos posibles, y que no hay mal que por bien no venga.
Los cuerpos vivientes están constituidos por mente y materia. La materia es la armadura física: tendones, sangre, huesos, carne... La mente (psyjê) por su parte proporciona las facultades de sentir, hablar, etc. El alma del ser humano es una porción del aliento cálido, vital, inteligente, que atraviesa el cosmos entero. Los estoicos distinguieron diferentes cualidades o facultades del alma. A los sentidos añadían las facultades de reproducción y el lenguaje, además de un principio rector (hêgemonikon) con potestad de mando. Dicho principio rector es la parte dominante del alma y se halla situado en el corazón, desde donde irradia al resto del cuerpo corrientes de aliento cálido (pneumata).
Crisipo de Solos o de Tarso (c. 281-205 a. C.), fundador de la gramática como ciencia independiente, gran corredor, enorme dialéctico, discípulo de Cleantes, retrata el principio rector como una araña, con los hilos de su tela correspondiendo a las otras partes del alma. Igual que una araña es sensible a toda perturbación de su tela, controlada por sus patas y pies, así el principio rector recibe mensajes concernientes al mundo exterior y a estados corporales internos por medio de las corrientes aéreas que administra.
El principio rector, la araña de Crisipo, es capaz en el ser humano de decidir si acudir o no al lugar agitado de la tela, si reaccionar o no al estímulo, la conciencia racional es capaz de negación o asentimiento. Sólo atendemos a una fracción insignificante de los estímulos externos e internos disponibles. Puedo no hacerle caso al frío que sienten mis pies y abstenerme de encender el brasero, o mirar por la ventana para disfrutar de las acrobacias de los vencejos. Así la araña decide si acudir por una presa mayor y despreciar la menor, o por una más sabrosa aunque más pequeña, o por una más fácil, despreciando otra más difícil o venenosa. El artrópodo toma nota o no de un mensaje, identifica su fuente y asiento, y se dispara hacia él o permanece inmóvil en el centro de su tela, recogida en el centro de su alma.
La posesión de un principio rector supone la capacidad de escoger del entorno lo que resulta adecuado para nuestra preservación o disfrute. Así la razón emerge en el ser humano maduro como discriminadora de impulsos. No destruye las facultades que preceden a su emergencia, sino que las transforma, remarca los impulsos innatos al florecer, los dispone bajo el dominio de su racionalidad. Nuevos objetos de deseo toman precedencia sobre la satisfacción de necesidades corporales elementales.
Entonces puede suceder que la araña, saciadas sus necesidades básicas, se dirija a contemplar la belleza de una rosa que despliega sus pétalos allí, muy cerca de su tela, ya no quiere apropiarse de ella, sino disfrutar de la contemplación de su belleza. "Para bien discurrir, la rabia deja", esta máxima le atribuye Diógenes Laercio a Crisipo.
Thomisus onustus en la florescencia de una suculenta. Foto JBL. |
Como dirá luego otro gran estoico, Epícteto (55-135 d. C.), ya no le basta comer, beber, reposar, engendrar..., desea contemplar, comprender, interpretar, inventar, y allí comienza la tarea propiamente humana de "la araña" o principio rector consciente, donde la del irracional concluye.
Crisipo era bajito y un gran trabajador. Diógenes Larcio le atribuye nada menos que 705 libros, de los cuales sólo nos quedan fragmentos. El mismo doxógrafo cuenta que murió de risa. Después de ver a un asno atracarse de higos, dijo a su vieja (al parecer vivió siempre con una dueña) que le diese de beber a la bestia vino generoso, y así, viendo al asno borracho y dando traspiés, murió riendo. Lo muestra este grabado antiguo.
Bibliografía
Long, Anthony. La filosofía helenística, Alianza, Madrid 1984.
Laercio, Diógenes. Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, v. 2. Teorema 1985.
MÉTHESIS. Revista argentina de filosofía antigua. Suplemento del Volumen I, 1988. "La física del estoicismo antiguo, I. Zenón de Citio" y Suplemento del Vol. II, 1989. "II. Idem. Crisipo de Solos".
No hay comentarios:
Publicar un comentario