Empédocles de Akragas
LA LEYENDA
Nació cerca de las doradas riberas del río Akragas en la costa de Trinacria, el lado siciliano que mira a África, poco después de que Jerjes mandase fragelar el mar con cadenas. Se llamaba como su abuelo que había criado caballos de carrera, Empédocles (Ἐμπεδοκλής). Dicen sus discípulos que antes de que el resplandor de su gloria recorriese los campos de Sicilia ya había sufrido cuatro existencias y había sido sucesivamente planta, pez, ave y doncella.
Solía llevar diadema de oro ciñendo sus larga cabellera y en los pies unas sandalias de bronce. Curaba enfermos, recitaba versos y domaba vientos. Una gran muchedumbre le seguía. Venían de todas partes con ofrendas para escucharle. A todos extasiaba hablándoles con amabilidad de la esfera que todo lo contiene. Sólo la Discordia o el Odio quiebra la unidad del dios globular.
Desvió el curso de dos ríos en Selinonte y ahuyentó la fiebre que diezmaba a sus paisanos que en agradecimiento le levantaron un templo y acuñaron medallas con su efigie y la de Apolo. Tuviéronle por adivinador y discípulo de los magos de Persia. Dominaba el arte de usar hierbas como fármacos y conocía sus poderes alucinatorios y venenosos.
La hija de un patricio de Agrigento, Panthea, le consagró su virginidad. Nadie vio en ellos el signo del amor, pues Epédocles no se despojaba de la insensibilidad divina. Todos sus gestos eran sagrados. Dormía poco, bendecía y sanaba. Guardaba largos silencios, solemne y majestuoso.
No sabemos si amaba a Panthea o sólo sentía por ella piedad. El caso fue que la joven cenceña, de cuerpo hermoso y tez fresca y despejada, padeció la peste que asolaba la campiña siciliana. Empédocles miró su cuerpo amortajado y se desciñó su diadema poniéndola en la frente de la muerta. Colocó sobre sus senos la guirnalda de laurel profético y cantó unos versos sobre la migración de las almas, mandándole por tres veces que se levantara y anduviese. Al tercer llamamiento, Panthea regresó del reino de las sombras.
Se levantaron mesas, se ofrecieron libaciones y el sacrificio de un cordero negro. A los lados de Empédocles los esclavos levantaban en alto sus antorchas. Se proclamó un silencio solemne y al mediar la tercera vigilia se apagaron las antorchas y la noche envolvió a los vigilantes. En aquellas tinieblas se oyó una potente voz: "¡Empédocles!". Al volver la luz, Empédocles había desaparecido.
Un servidor contó que había visto un fulgor rojo sobre la cumbre del Etna. Sus seguidores escalaron las laderas del volcán. El cráter vomitaba un haz de llamas. Sobre un reborde poroso del abismo ardiente se halló una de sus sandalias de bronce.
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INTERPRETACIONES
¿Se suicidó Epédocles? Seguramente. Tal vez no, y facinado por el abismo se precipitó sin querer en él. Pero, ¿por qué nos dejó su sandalia?
Rafael Guardiola, recordando desaparición insólita, se pregunta si la Filosofía nos enseña realmente a vivir o es mera egolatría. Cita un poema de Brecht "La sandalia de Empédocles". Brecht interpreta el gesto del filósofo y taumaturgo como signo de humanidad y de aceptación de nuestra natural contingencia: "Fijaos, no soy un dios, sino un mortal como vosotros".
Los agrigentinos, que le idolatraban, le buscaron y al no encontrar su cadáver se extendió el rumor de que había ascendido al cielo en cuerpo y alma, como la Virgen María, inmortal y divino. Sin embargo, el hallazgo de la sandalia confirmó que había muerto como morimos todos.
También Hölderlin interpretó que Empédocles quiso corregir el orgullo exagerado que le hizo proclamarse dios ante el pueblo y anunciar una nueva vida en unión íntima con la Naturaleza arrojándose a las fauces del Etna.
La filosofía puede ser mero artificio ostentoso elaborado por una especie de casta sacerdotal -escribe Guardiola-, pero la sandalia se alió con el amor a la Verdad. Tal vez el cráter, enfadado por la soberbia del ídolo de la Magna Grecia, escupió la sandalia dejando su postrer ardiz apoteósico al descubierto.
En 2010, Gabriel Albiac obtuvo el premio González Ruano de periodismo por un artículo melancólico y desencantado titulado precisamente "La sandalia de Empédocles", según el laureado autor, el hijo de Akragas, al dejar en la cima del Etna su sandalia nos legó dos mil quinientos muy triviales años de enigma sobre su vida y muerte. ¿Sería el suicidio de Empédocles la puesta en escena de una huida sin retorno de la odiosa rutina? ¿Maquinó así su leyenda? "Los que no vuelven dicen siempre la verdad". Esos intrusos no mienten. Mentimos los vivos.
En su Libro de los filósofos muertos, Simón Critchley recuerda la figura del sabio, tan curiosa y atractiva de mago, hechicero y charlatán, que se describe a sí mismo como dios inmortal y también es tenido por político demócrata, auxiliador de viudas, protector de doncellas y predicador de la igualdad. ¿Buscaba la inmortalidad arrojándose al volcán con sus mejores galas, la púrpura de la realeza, la faja dorada, la délfica corona? ¿O quiso confirmar los rumores de que se había divinizado?
Friedrich Hölderlin dejó su tragedia "La muerte de Empédocles" inacabada, donde le llama "el hombre embriagado de Dios" y se identifica con él como político revolucionario y reformador religioso. Ve su muerte como "el fuego más alto", un sacrificio a la Naturaleza y la aceptación de un poder superior a la libertad humana: el destino. (Vio María Zambrano que todo endiosamiento exige un sacrificio).
Luciano de Samosata en sus Diálogos de los muertos se burla de Empédocles y le describe en el Hades saliendo medio cocido del Etna. Menipo el Cínico le pregunta por qué se arrojó al cráter y Empédocles responde: "un ataque de locura depresiva". A lo que Menipo apostilla: "No, no fue sino un ataque de vanidad y orgullo y una dosis de locura inane; eso fue lo que te redujo a cenizas".
Las leyendas sobre su muerte enlazan con un motivo común de la mitología antigua: el de la apoteosis o rapto divino que se atribuye a varios personajes, entre ellos a Edipo. Su contrapartida satírica la suministró Hipóboto, al que se menciona como descubridor histórico de la sandalia de bronce.
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DOCTRINA DE EMPÉDOCLES
La Academia considera a Epédocles como una síntesis culminante de las tendencias espirituales de la Magna Grecia, que era como los helenos llamaban al sur de Italia y la isla siciliana que hubieron colonizado. Médico, fisiólogo, taumaturgo, adivino, rapsoda, orador y político, sabemos que escribió dos largos poemas: De la naturaleza y Purificaciones, de los que solo nos quedan fragmentos y testimonios de comentaristas posteriores y doxógrafos.
Floreció hacia el 444 aC. Aristóteles lo retrata como un "fisiólogo" (que escribe o razona sobre la naturaleza), como un pluralista que dividió el Ser de Parménides en cuatro principios naturales: tierra, aire, agua y fuego, a partir de los cuales, por cambios y mezclas se constituye cuanto hay, por dos causas eficientes o fuerzas físicas igualmente eternas: Amistad y Odio (o Discordia). Cuando triunfa Amistad de modo absoluto tenemos el Esfero, que el Odio desbarata disgregando sus partes. El Universo está sujeto a un ciclo eterno de fusión y confusión, unidad y discordia. Los neoplatónicos asimilarán ese Esfero al mundo inteligible. Lo Uno es el Esfero; lo múltiple, el cosmos.
Los traductores y glosadores de la magnífica edición de Los presocráticos, de la editorial Gredos, en su volumen II perciben en los fragmentos de ambos poemas, De la naturaleza y Purificaciones, un meollo doctrinario único: la experiencia de una Unidad beatífica perdida pero recuperable, tanto ontológica como antropológicamente. Empédocles estaría más próximo a Parménides y a los eleatas que a los atomistas. Mas, al contrario que la Esfera parmenídea del Ser, el Esfero del agrigentino es efímero, arcano o fin de un ciclo cosmogónico que estalla en Discordia, hasta que Amistad comienza paulatinamente a recuperar su poder unificador.
A Amistad y Odio, fuerzas dinámicas, se les atribuye una corporalidad sutil. No hay que pensar en ellas como energías sobrenaturales o inmateriales. Según la interpretación de Aristóteles (Física, VIII 1, 252a), Amistad y Odio residen en las cosas por Necesidad.
La concepción que Empédocles se formó del alma parece remitir al pitagorismo. Se cuenta que fue discípulo de Telauges, el hijo de Pitágoras. Interpreta la peregrinación o exilio de las almas (la metempsicosis o transmigración pitagórica) como caída desde el Principio harmónico, tal "naufragio es por tanto un proceso de purificación (catarsis). De completarse queda garantizada la vuelta a la unidad feliz perdida. Sin embargo, Empédocles emplea la palabra daímon para referir al alma. Sólo hemos conservado un fragmento de Empédocles con la palabra psijé (ψυχή). El "daímon" es fragmento de unidad divina a la que Necesidad asignó el destino de emigrar "naciendo [y renaciendo] a lo largo del tiempo bajo todo tipo de figuras mortales que truecan uno por otro los penosos rumbos de la vida". Los "penosos rumbos" son los cambios y transfiguraciones de las almas en los cuerpos, castigadas por el Odio y alejadas de lo Uno.
EMPÉDOCLES, PLATÓN Y LA CAVERNA
Se conservan fragmentos en los que Empédocles usa para este mundo la metáfora de la "caverna cubierta" o "bajo techado" (ἠλύθομεν τόδ' ὑπ'ἄντρον ὑπόστεγον): "triste región donde Asesinato, Rencor y otros grupos de Deidades funestas, / las mismas Enfermedades, Corrupción y las Obras disolventes / merodean en la tiniebla sobre los prados de Fatalidad".
Me parece probable que esta figuración poética de Empédocles influyera en la imaginación de Platón, que supo de los pitagóricos en sus viajes y estancias en Sicilia, hizo amistad con ellos e incluso "contrató" a alguno para su Academia. No extraña que tuviera en cuenta la visión de Empédocles para la concepción de su celebérrima alegoría de Politeía. Como Platón, también Empédocles sólo apreciaba los sentidos como vías para inteligir.
Nota bene
Hoy se usa la expresión "complejo de Empédocles" para referir el síndrome de aquellas personas que se sienten poco valoradas y cuyo amor propio o narcisismo puede llevar incluso al suicidio. Una simplificación injusta, pero menos contradictoria que la que castiga al filósofo cínico Diógenes, famoso por la simplicidad extrema de su modus vivendi, con la expresión "síndrome de Diógenes" que tiene que ver paradójicamente con la acumulación insana y cumpulsiva de lo superfluo.
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