lunes, 5 de septiembre de 2022

VOLTAIRE, ESCRITOR FELIZ

 


Roland Barthes, el famoso crítico francés, llama a Voltaire “el último escritor feliz”. Es una exageración. Dice también que la filosofía de Voltaire está anticuada. Otra exageración, impropia del comedimiento y también del chovinismo galo. El autor de Cándido es un clásico y los clásicos nunca periclitan, al menos no del todo. Es cierto, sin embargo, que los ateos ya no se arrojan a los pies de los deístas que adoran a Dios sin intermediarios ni iglesias, sino que hoy perseveran en su negación. Deísta desde luego fue Voltaire, y anticlerical.

¿Ya no hay Inquisición? Lo que ha desaparecido, como dice Barthes, es el teatro de la persecución, pero no la persecución misma, que hoy ejercen los ateos tan impunemente como lo hicieran los dominicos o los calvinistas, guoquistas y neopuritanos de la cancel culture. La hoguera y la guillotina están siendo sustituidas por el charco del odio público al que arroja sin compasión, por sus opiniones heterodoxas, el bullying grupal de los indignados y colegas de la Cofradía del Victimato, caso famoso es el de la autora de Harry Potter, J. K. Rowlings, quien fue "cancelada" por hacer comentarios transfóbicos en Twitter.

Según el crítico, lo que nos separa de Voltaire es que dio al combate de la Razón el aire de una fiesta. Hizo de sus batallas contra la intolerancia un espectáculo, ridiculizó con gracia idiosincrática a sus adversarios poniendo en evidencia sus desproporciones con el arma de su fina ironía. No extraña que le gustaran tanto los juegos de Polichilena y tuviese un teatro de títeres en Cirey.


1. Apostaba a caballo ganador

La primera dicha de Voltaire fue la seguridad de su causa: la libertad de conciencia contra el fanatismo violento de su época, porque se enfrentaba a un mundo agonizante, corrupto, necio y feroz, cuando ya la burguesía de la que procedía se hacía con el control económico y parte del poder político. Voltaire fue, además de un poderoso e influyente intelectual, un hábil industrial y comerciante.


2. Sub specie aeternitatis

La segunda dicha de Voltaire fue su talante ahistórico. Para él, Dios creó el mundo como un geómetra y una vez ordenado el universo ya no se relaciona con ningún Padre. Su metafísica es una introducción a la física y la providencia una mecánica. Por eso admiraba a Newton. 

El mal no castiga; el bien no recompensa. ¿Qué puede el hombre sobre el bien y el mal? No mucho. El terremoto de Lisboa (1755) fue una demostración dramática de la indiferencia moral de la Naturaleza. En el engranaje de la Creación sólo hay lugar para un juego, que es el de la Razón. No hay una dirección de la Historia. Sus cronologías se bordan con los hilos de los azares y la misma Naturaleza nunca es “histórica”, al ser esencialmente arte, artificio divino.

Tendremos que esperar al siglo XIX para hallar una verdadera filosofía del Tiempo, sobre todo en Alemania. El siglo XVIII estuvo obsesionado con el Espacio. Es el siglo de las grandes singladuras, de las chinerías, y el viaje llega a la literatura y a la filosofía. Los jesuitas jugaron un importante papel en este triunfo del exotismo con sus Cartas edificantes y curiosas. De moda, la figura emblemática del sabio turco, chino, indio o persa. 

Los Cuentos de Voltaire, que nunca se preocupó por ser original, deben mucho al folclore oriental y en ellos no se para de viajar. Paradójicamente, estos viajes manifiestan una inmovilidad, la diversidad de costumbres no es más que aparente, por debajo subyace el miserable humano universal. Pero Voltaire carece de espíritu trágico.


3. Anti-intelectualismo


Tal vez por eso –tercera dicha- disoció la inteligencia de la intelectualidad. Es anti-intelectualista. El mundo tiene su orden, pero es inútil pretender ordenarlo. Voltaire odia los sistemas, todos ellos dan nombre a sus enemigos: jesuitas, jansenistas, socinianos, protestantes, calvinistas, ateos…, todos, además, enemigos entre sí. Hoy esos sistemas serían los de marxistas, progresistas, existencialistas, analíticos, nihilistas, cientifistas, neopositivistas, etc. Voltaire se hubiera ensañado con estos a base de burlas, como hizo con los jesuitas. Se sirve de la inteligencia para arremeter contra el intelectualismo sistemático, identificando todo dogma con superstición o necedad y asimilando toda libertad de espíritu a verdadera inteligencia. 

Voltaire fundó el liberalismo en su contradicción –explica Barthes- como sistema del no- sistema. Pesimismo de fondo, pero alegría en la forma, “escepticismo proclamado” y duda ácida.

“Écrasons l’infame”, “Aplastemos a los infames”. Este lema con el que remata su cartas significa “acabemos con el dogmatismo”. A partir de Rousseau, némesis de Voltaire, el “anti-voltaire”, el intelectual se definirá peor, por su mala conciencia. No obstante, Voltaire fue un escritor feliz. Los sarcófagos con los restos mortales de ambos filósofos reposan uno frente al otro en el Panteón de los Ilustres de París. Tal vez se complementen.

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