martes, 11 de mayo de 2010

TRABAJOS DE CLASE

JULIO MUÑOZ

Disertación filosófica

¿Tiene sentido hablar del lema ilustrado en nuestros días?

“Sapere aude”

Está claro que la globalización económica, hoy día, marca nuestra vida: nuestros gustos, nuestra forma de vestir, nuestra forma de actuar, nuestras expresiones, reacciones, incluso el propio instinto. Muchas marcas comerciales incitan a vestir de una forma, su ropa la identifican con una “forma de vida” que a la vez anima a ciertos grupos sociales a comprar esta ropa y seguir esa “doctrina” o “movimiento”, primando, por encima de todo esto, el dinero y los intereses de imagen.

La Enciclopedia define al filósofo como aquel que, «pisoteando todo prejuicio, tradición, consenso universal, autoridad –en una palabra, todo lo que esclaviza a la mayoría de las mentes–, se atreve a pensar por sí mismo». Y en un texto escrito en 1784, el filósofo Emmanuel Kant afirmaba: «La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la Ilustración».

Un niño debe recibir de sus mayores las instrucciones necesarias para vivir. Nadie es autosuficiente desde los 0 años. En este punto, la libertad absoluta, sin lazos de ningún tipo, no es ningún valor, sino un obstáculo que imposibilita la vida. Lo mismo que sucede con los aspectos más básicos, como buscar comida, refugio, calor y abrigo, ocurre con las cuestiones que suponen un empeño mayor de la esencia del ser humano –la razón y la libertad–, y que constituyen el campo de la ética y la moral. Ningún niño se atreve a pensar por sí mismo –ni se lo plantea, ¿acaso no vive, ¡y aprende!, antes de llegar al uso de la razón?–, ni siquiera al llegar a la edad en la que está comenzando a manejar los rudimentos de la razón; el niño confía y toma en cuenta a sus padres a la hora de tomar sus primeras decisiones libres. Y, al mismo tiempo que actúa –es decir, que lleva la práctica las normas morales–, va verificando la bondad de esas normas heredadas. Así, comprueba que, cruzando la calle tal como le han enseñado sus padres, llega a la otra acera con éxito y de forma segura. De la misma manera, el adulto no puede acatar todo lo que le viene de afuera sin verificarlo, como si fuera una especie de robot, sin voluntad ni libertad para tomar sus propias decisiones; pero tampoco puede hacer borrón y cuenta nueva, porque entonces se encontraría solo, perdido como un niño sin padres; además, tarde o temprano, ya que la anarquía absoluta es imposible, alguien tendría que proponer su propia opinión a la hora de tomar decisiones importantes para el resto de la sociedad, y de este modo una tradición se vería sustituida por otra tradición distinta.

Así, alguien podría afirmar que pensar por sí mismo es, en realidad, imposible, pues siempre somos herederos de algo; a lo largo de la vida, cada uno va eligiendo y verificando su tradición, aunque a veces el método ensayo-error traiga consecuencias dramáticas. Además de todo ello, uno de los riesgos de seguir exclusivamente aquello que dicta la propia conciencia es que, para actuar bien, la razón necesita estar bien formada y experimentada. Debido a ello, a la hora de actuar, muchos, en lugar de razonar, se guían por el “yo siento” (emotivismo); “lo que más útil me sea” (utilitarismo); o “lo que más me guste” (hedonismo), acentuando aún más el actual relativismo, que deja al hombre a su propio capricho, huérfano de referentes y completamente perdido.

En definitiva, la mejor forma de pensar por sí mismo es empezar tomando en cuenta la propia tradición y verificándola, para mejorarla si es necesario, pero teniendo en cuenta que dilapidar, en nombre de cualquier prejuicio, lo que siglos de Historia han dado como bueno para los hombres, constituye un grave ejercicio de irresponsabilidad.


Estoy muy agradecida a Julio por su aportación al Blog. Amelia

1 comentario: