martes, 26 de marzo de 2024

LA MORAL DEL HÉROE

José Ortega y Gasset (1883-1955)

Autenticidad en comunicación

El pensamiento ético de Ortega se desarrolla en polémica 
con el utilitarismo positivista y el formalismo idealista. Para Ortega, la salud moral sólo puede venir de la exigencia de veracidad; el juicio moral sólo puede acreditarse como veraz y salvarse del riesgo de la obstinación dogmática si se mantiene abierto al otro y dispuesto a corregir la propia posición, antes de que cristalice como absoluta. 

La exigencia de autenticidad y la voluntad de mantenerse en comunicación salvan a la conciencia del engaño y del dogmatismo. La intuición del valor moral es intersubjetiva porque exige la disposición a contar con el otro y el ponerse en su lugar. Sólo así puede probar la conciencia que no está movida por la "devoción a la norma" (formalismo kantiano) o el culto a su utilidad y efica­cia (utilitarismo), sino por su interna convicción racional. La vida moral es "afán de comprensión", y por eso está unida radicalmente al impulso erótico y la descentración del yo. El mundo moral es, como el orbe físico, susceptible de exploración y enriquecimiento.

Importa sobre todo la autenticidad: la originalidad del comportamiento, la construcción de la propia personalidad como fidelidad al sí mismo. "Porque ser héroe consiste en ser uno mismo" (Meditaciones del Quijote), manteniéndose uno siempre en la propia obra. He aquí la auténtica tarea de la libertad. Todo lo demás pertenece al reino de la compulsión, de la inercia biológica, o a las rutinas del hábito, y de una u otra forma acaba resolviéndose en presión social, en el fetiche de la norma consagrada por el uso o en el peso inercial de la costumbre. Contra esto tiene que rebelarse el héroe para ser sí mismo. Esto significa soledad; no hay originalidad sin soledad; la capacidad de soportar ésta, de aislarse y singulari­zarse, es la marca genuina del auténtico creador, una soledad elegida y aristocrática.

Inventar la vida

La vida no es reacción, sino invención y libre disposición de sí. Para ser creadora, necesita entusiasmarse con algo ajeno a ella. Es aquí donde los ideales, los valores, actúan como ilusio­nes y excitantes psíquicos, como tónicos de la voluntad. "El valor supremo de la vida ‑como el valor de la moneda- está en gastarla, está en perderla a tiempo y con gracia..., ¿por qué ha de triunfar la moral de la vida larga sobre la moral de la vida alta?".

En la crítica orteguiana al formalismo kantiano se percibe la influencia de Max Scheler (1874-1928). Denuncia Ortega el carácter abstracto del imperativo moral kantiano. Es un requeri­miento genérico, exento de la circunstancialidad específica de un yo personal. "No, no ‑protesta Ortega‑, el deber no es único y genérico. Cada cual traemos el nuestro, inalienable y exclusivo" (OO.CC. II, 38): es nuestra vocación. La idea orteguiana de vocación está ligada a una interpretación metafísica de la ética, en cuanto forma o programa de acción vital, requerimiento a que la propia vida nos obliga. La idea de deber deja paso a la idea de poder en el imperativo: "llega a ser el que eres" (Píndaro), es decir, tras­ciéndete incesantemente en el que estás llamado a ser, donde encuentres colmada tu personal medida de humanidad.

Esto comporta un carácter dinámico y procesual de la realidad perso­nal, entendida como campo abierto de posibilidades creadoras, como aspiración. El ideal se destaca de la realidad inmediata, pero no como otro mundo, separado y autónomo, sino como horizonte de orientación en nuestra experiencia cotidiana. Los ideales y las normas que emanan de ellos no son más que los puntos cardinales de nuestro espíritu. 

O se pone la ética al servicio de la vida o acaba rebelándose contra ella y falsificándola. El resultado de dicha falsificación es el fariseísmo nacido de anteponer la legalidad a la moral íntima. El ascetismo, el rigorismo o utopismo ético, consisten en la perversión de atender sólo a la moral y olvidarse de la vida. "Esta enfermedad produce síntomas como el que contie­nen estas palabras: '¡Perezcan las naciones y que se salven los principios!'". "La moral vale más que la vida, es cierto; pero la moral no es sino la vida buena, el buen orden de la vida" (Escri­tos políticos, X, 357).

Deportivismo. Estar en forma

Ortega ve en el depor­tista el valor antiguo del guerrero, con su carácter (ethos) de entusiasmo, honor y fidelidad, que no debe confundirse con el militar, que, como advierte nuestro filósofo "signi­fica una degeneración del guerrero corrompido por el industrial. El militar es un industrial armado, un burócrata que ha inventado la pólvora" (Ni vitalismo ni racionalismo, II, 429). Desde el deportivismo, la ética se confunde con la estética, un "estar en forma" que es, al mismo tiempo, perfección creciente y elegancia, guiándose uno más por ilusiones que por deberes. El deber pasa a ser así una especie de sucedáneo de la ilusión. De ahí también su menor categoría moral: "Es preciso que hagamos siquiera por deber lo que no logramos hacer por ilusión" (¿Qué es filosofía?, VII, 426). La disposición a mantenerse en esta tensión creadora, sin satisfacerse en la obra ya hecha, ni en la "marca" alcanzada, aspirando hacia metas más altas, se llama magnanimidad (esperanza natural).

Esteticismo y Plenificación de la hora

Lo que cuenta éticamente no es la victoria, sino el esfuerzo deportivo de correr hacia la meta. Una ética entusiasta y tonificante, de la creación y la vida ascendente, entiende la felicidad como actividad en trance. En la imagen de la hora llena, de antiguo y añejo sabor senequista, ve Pedro Cerezo la expresión que mejor le cuadra al imperativo vital orteguiano. Cuando el poder está en quicio o en forma, y ha acertado con aquella tarea que lo concentra y absorbe sin residuos, entonces se produce la unidad interior del tiempo humano, en la plenitud de la hora, como una viviente obra de arte.

Nota

Este artículo es ligera corrección y ampliación del texto inserto en SINDÉRESIS, manual para 2º de Bachillerato escrito por José Ramos, José Luis Abián y José Biedma (Editorial MAD, colección Eduforma, Sevilla 2003, pgs. 367s.), en la explicación de la filosofía de José Ortega y Gasset de la Unidad 16: "La filosofía en España desde el krausismo".