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Iguales pero distintas |
Orden
La mente, tal vez la vida; la vida, tal vez el universo,
tengan una rara propensión al orden.
La categoría de orden no tiene una naturaleza exclusivamente racional, sino que
es también y simultáneamente cuestión de ética y estética. La misma razón pura,
razón vacía de contenido empírico o razón lógica, tiene una fuente “impura”,
facultativa, potencial: nace de la idea de orden, del esfuerzo inercial por el
orden.
Para nosotros mismos la apariencia tiene una forma que Kant
identificó con el espacio-tiempo y relacionó con la estructura de la
imaginación. Espacio y tiempo..., fue Leibniz quien determinó el ser del tiempo
como orden de la sucesión y el ser del espacio como orden de la coexistencia.
Orden en fin que es también condición expresiva de la inteligibilidad del ser.
Escribe Eugenio d’Ors:
«Es imposible conocer el Orden sin, a la vez, sentirlo como
belleza. Es imposible conocer el Orden sin, a la vez, apreciarlo como un Bien.
Diríamos, con más propiedad que, en rigor, es imposible conocer el Orden... La
realidad aquí no es propiamente conocida, sino pensada; es decir, creada. La
actividad sigue siendo la garantía de la verdad. Los términos del juicio están
hechos, como quien dice, de igual substancia que su cópula»...
Existencia. (“Del principio de contradicción”, 1. El
pensamiento del orden y el conocimiento racional, en El secreto de la Filosofía, Tecnos, 1998, pg. 217.)
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Eugenio d'Ors (1881-1954) |
Orden excesivo
Es increíble, ¿verdad?, lo bien que funciona el cerebro de
muchos locos, porten o no galones, insignias o tiaras. Es sorprendente cómo
todas las impresiones e ideas se ordenan a partir de un sólo principio en el
caso de los maníacos orates, de los obsesos paranoides. Falla en ellos la
objetividad -me diréis-, la adecuación referencial, pero ¿dónde está la
frontera entre la clarividencia y la locura? Incluso la locura es cuestión de
orden, a veces, es consecuencia de un exceso de orden, de una malsana voluntad
por dominar y ordenarlo todo, de una pasión por el "ordeno y mando"...
Principios
-Maestro,
¿qué es el “volapuk”?
-Mi querido saltamontes, el “volapuk” es
la lengua universal.
-¿Y quién lo
habla, maestro?
-Nadie.
El “volapuk” es como el principio “fuerte” de identidad
(P <=> P) o como el principio de no contradicción ¬ (P & ¬ P). Ambos son
la norma universal de todo pensar y de todo decir, las reglas generales de la
razón. Sólo que nadie está tan loco como para ajustarse en la práctica (o en la
práctica teórica) a ellas.
Todo pensamiento práctico -no digamos el pensamiento
místico- se organiza según una fórmula menos rigurosa que la del principio de
identidad o de no contradicción. Ante el tribunal de la inteligencia (que no es
sólo razón, sino también imaginación y acción... y hasta sentido del ritmo
-sentido del orden, en fin-), el pensamiento debe acogerse a
mil variedades de operación mental no susceptibles de encajar en el estrecho
lecho de Procusto de la lógica pura y sus principios.
Más allá de los principios
Estoy de acuerdo con d’Ors en que debemos al “idealismo
objetivo” de Shelling y Hegel, en nuestra tradición europea, el desarrollo de
un pensamiento sistemático organizado con independencia del principio de no-contradicción (al que
algunos, incluido el propio don Eugenio, llaman, nunca he sabido por qué,
“principio de contradicción”).
Hegel criticó el principio de no-contradicción en su fórmula
ontológica de principio de identidad “A = A”, cifra y fundamento de todo
razonamiento deductivo o de toda mecánica analítica. Eugenio d’Ors sintetiza
admirablemente su demostracción:
Interpretemos la fórmula. Digamos, por ejemplo, “una rosa es
una rosa”. Si reflexionamos un poco sobre dicha proposición, en seguida
repararemos en que aquí no hay un pensamiento (ni una acción informativa o
comunicativa). Lo que hay es una tautología, un “truismo” o una verdad de
Perogrullo, o sea, una tontería. Pero pasemos ahora al extremo contrario -ese
que reivindican algunos como novedoso objeto de la novedosa y revolucionaria
“parafísica”-. Supongamos una proposición en que se representa una diferencia
del tipo “¬ (A = B)”, por ejemplo, “una rosa no es un piano” o incluso “esta
rosa no es aquella rosa” (¬ (x = y)):
Así como aquella proposición no era un pensamiento todavía, ésta ya no
es un pensamiento. Es una impertinencia, una irrelevancia, una tontería
también.
En conclusión: mientras no exista entre los dos términos
relacionados una base de identidad, a partir de la cual se establezca la
diferencia, no hay pensamiento.
Entre tautología y contradicción
Todo pensamiento real, es decir, todo conocimiento, está
situado entre estos dos límites extremos. Todo aserto consistente contiene en
su fórmula, a la vez, la identidad (1) y la diferencia (0), suponiendo siempre,
ya una base de diferencia sobre la que se afirma la identidad, ya una base de
identidad sobre la que se afirma la diferencia. Por eso la comparación (por mucho
que el pueblo la llame “odiosa”, entre personas) resulta el instrumento imprescindible de la
comprensión, como decía Ortega. Porque toda proposición informativa corresponde a un acto
intelectual subjetivo o a un cambio creativo en el dinamismo de la realidad. La
posición de un electrón es relativa a su conocimiento. El universo también
tiene historia. Los términos sólo viven por la fuerza de la cópula cuyo
contenido comprensivo es nada, cuyo contenido extensivo es todo.
El pensamiento se construye entre aquellos dos absolutos de
la tautología y la contradicción, de la identidad y la diferencia, del
dogmatismo y el nihilismo. Cada vez que juzgamos reconocemos el bien y el ser y
a la vez reconocemos que el mal, el hueco, la nada, ya estaban ahí, en el
propio sentido del lenguaje que habitamos, antes de que nosotros pensásemos o
dijésemos algo.
No podemos ir más allá, no podemos por ejemplo, como
pretendería la “parafísica”, si no la he entendido mal, decir que la Identidad es diferente de la
Diferencia; ni podemos decir como pretendió Hegel: que la Diferencia y la
Identidad son idénticas, pagando el precio de disolver la mutua
interdependencia de ambas categorías meta-lógicas a favor de una instancia
totalitaria superior a ambas (y que además se confunde en el mismo nivel de
lenguaje con las primeras: en todo caso, en ese otro nivel de lenguaje, la
identidad y la diferencia serían Idénticas y no Idénticas...).
Miserias del nominalismo y del panlogismo
El pluralismo radical, asociado a cierto nominalismo, que niega la identidad en la
diferencia, acaba dando al traste con la inteligibilidad de lo real, tendría por
tanto que callar y limitarse a contemplar la singularidad irreductible a
especie, tendría que inventar un nombre para cada cosa, cada cosa que ni
siquiera es cosa, porque se esfuma su identidad en cuanto la nombramos.
Pero el panlogismo (todo es razón) de la identidad también destruye la
posibilidad de la ciencia y del pensamiento, al desconocer lo otro que la razón
(la figuración: la imaginación y la acción) en el mismo acto de entender. El
panlogismo de la identidad absoluta tendría que callar porque sólo tiene un nombre,
sólo un concepto, y no hay juicio significativo con un solo término.
Hay por tanto que limitarse a reconocer la imposible
disyunción en absoluto de la identidad y la diferencia, pues en lo intelectual,
como en lo moral, la verdad, como el bien y la belleza, no podrán, no podrían
existir sin un coeficiente relativo de contradicción interna. Sólo se nos
ofrecen en grados (1).
Adamar nº 1, Primavera del 2001.