Es oportuno rendir aquí un sentido homenaje a la gran figura de las letras españolas recientemente desaparecida. Un "cazador novelista". Y también una magnífica persona y un notable pensador. Un hombre que no quiso abandonar nunca el campo en el que, rodeado de la fauna y flora de Castilla la Vieja, pasaba, seguramente, sus mejores ratos, al aire libre; no quiso abandonar su tierra para acudir a la "corte", donde los humanos se encharcan tan fácilmente en la vanidad de lo superfluo e innecesario.
Ya sabemos que el verdadero credo de la Ilustración es el
progresismo, la creencia en el progreso de la humanidad, resultado en parte de la secularización del concepto teológico de
providencia. Pero ¿qué es el progreso? Toda fe produce sus fanáticos, sus conversos unilaterales e intolerantes. ¿No puede tener también valor el
regreso, tanto como el progreso, la recuperación de lo bueno, si esto ha sido perdido u olvidado? La innovación puede ser estupenda, quién lo duda, puede mejorar la vida de los humanos, pero ¿no hay innovaciones que empeoran las cosas, que vuelven la vida más insaluble, adocenada y estéril? Y la
conservación, ¿no hay buenas costumbres que merecen ser conservadas? ¿Y la conservación del medio ambiente, de la pureza de las aguas, del clima? ¿No resultan esas conservaciones imprescindibles, más que valiosas?