"Yo soy: yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella, no me salvo a mí"
Meditaciones del Quijote, 1914
Comienza hablando de la fuerza subyugante del estilo orteguiano, idóneo para exponer sus doctrinas ante un auditorio "vivo" forcejeando con el presunto escepticismo de sus oyentes en esa especie de diálogo unilateral de la lección o la conferencia. Y es que Ortega conservaba siempre la cálida sugestión de la palabra hablada, lo que explica la sensación de presencia inmediata y magistral que provoca en el lector atento.
Igualmente podríamos referir a la transparencia de su escritura: "La claridad -dijo una vez- es la cortesía del filósofo". Gadamer definió la prosa de Ortega como de "concisión iluminativa". Sus radiantes metáforas e ingeniosas comparaciones pronto le convirtieron en un clásico de nuestra lengua.
La filosofía de Ortega es una "filosofía de la circunstancia", pues cada hombre al tomar conciencia de sí mismo descubre:
a) que no le es dado elegir el mundo en el que ha de vivir: es siempre el de un "aquí" y un "ahora", el de una situación histórica particular.
b) que su circunstancia está constituida por facilidades y dificultades de las que puede servirse o sacar provecho, como el nadador con el agua o el ave con el aire. La condición del hombre es la de náufrago o peregrino.
c) que le es ineludible, para sostenerse en el universo, hacer algo con su circunstancia.
d) y que para tratar con su circunstancia tendrá que forjar un plan, proyecto o imagen de su vida.