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lunes, 14 de septiembre de 2015

ESCEPTICISMO ANTIGUO Y MODERNO


"Nada firme podemos decir sobre nada"
Filón

El filósofo ocupa un puesto intermedio entre el dogmático, que cree saberlo todo y por eso ya no busca la verdad; y el nihilista, que cree que no hay verdad y por tanto no hay nada que buscar, ni que encontrar.

La duda respecto del saber mitológico está en el origen mismo de la filosofía. Cuando no es posible creer, estamos obligados a pensar. Los físicos presocráticos buscan causas naturales y necesarias donde la teogonía ofrecía explicaciones fantásticas y presuponía divinos caprichos. Pero la misma filosofía es un esfuerzo por saber a qué atenerse, esto es, por establecer creencias no dudosas o, al menos, instalarse en las menos dudosas, teórica o prácticamente. El descreimiento absoluto es una especie de nihilismo que nos reduce a la inacción o la pasividad acomodaticia del hombre sin principios.

Escéptico (σκεπτικóς, skeptikós) es "el que examina", "el investigador", no el que niega la posibilidad de la verdad, la necesidad de la opinión bien fundada o el ideal de la certeza. Escépticos fueron llamados los seguidores de Pirrón de Elis (ca. 360 - ca. 270 a. C.). Pirrón tuvo por maestro a Anaxarco, apodado "el hombre feliz". Anaxarco fue consejero y amigo de Alejandro el Grande y viajó con sus ejércitos en Asia. Afirmaba que no sabía nada, ¡ni siquiera que no sabía nada!

viernes, 1 de marzo de 2013

El Cogito y su Otro


En su base, el racionalismo cartesiano no es un intelectualismo, sino un voluntarismo. La duda cartesiana es un acto de voluntad. “Decidí poner en duda”, afirma Descartes. Desde el principio, el Cogito lleva implícita una pretensión de fundamento último en la libertad y autonomía de la razón que lo piensa y propone como verdad cierta. Ese pensar dubitativo es una verdad primera o una ilusión decisiva; en cualquier caso, una creación memorable.

El mismo Descartes reconocería el carácter hiperbólico, retórico, de su duda. Su dramatización más  barroca es la del Genio Maligno, ese gran embustero. Pero, ¿quién conduce la duda? Ricoeur se pregunta en el prólogo de Sí mismo como otro por ese “je” del “je pense”, mientras abre la cuestión de la ipseidad. Desligado de referencias espacio-temporales, incorpóreo, ¿quién es? El “yo” que conduce la duda y que se hace reflexivo en el Cogito es tan metafísico e hiperbólico como la misma duda lo es respecto a todos sus contenidos. En verdad, no es nadie.

Pero, para Ricoeur, ese quién de la duda no carece de “algún otro”, ha salido de las condiciones de interlocución del diálogo, de las condiciones autobiográficas de confrontación con filosofías obsoletas y contradictorias, las de la escolástica cristiana. Expresa con obstinación una voluntad de certeza y de verdad. Nada habrá sido jamás hasta que el sujeto halle una cosa que sea cierta y verdadera… Que para dudar es preciso existir. Si me engaño, es que soy. ‘Si fallor, sum’ –escribió San Agustín-. Pero el númida no ponía para nada en duda la verdad de las sensaciones, al contrario que su colega francés, doce siglos y pico después. Por supuesto, ese "soy" tiene un valor existencial, absoluto, para ambos autores.