viernes, 24 de abril de 2020

LA ARAÑA DE CRISIPO


Crisipo (Χρύσιππος ὁ Σολεύς), el filósofo que murió por un ataque de risa.

"Si yo atendiese a muchos, ciertamente no filosofaría"
Crisipo de Solos

La fisica estoica

Para los estoicos antiguos la existencia es ese poder de actuar y padecer acción, la unidad singular de principio activo (soplo, aliento, pneuma) y de principio pasivo (la materia inerte), es decir: lo que existe son cuerpos, pues todas las causas son corpóreas. Los cuerpos vivientes son un compuesto de materia inerte y mente activa. Esta última es la razón en la materia, su lógos, siendo el pneuma o espíritu vehículo del lógos, con inteligencia, una entidad dinámica también corpórea: fuerza y energía, fuego y aire... 

martes, 21 de abril de 2020

DESGRACIAS DE SÉNECA


Menosprecio de Corte

“Hágote saber que en la corte hay parcialidades antiguas, disensiones presentes, juicios temerarios y testimonios evidentes, entrañas de víboras y lenguas de escorpiones, malsines muchos, pacíficos pocos, a donde todos toman voz de república y cada uno busca la utilidad propia, todos publican buenos deseos y todos se ocupan en obras malas; y finalmente todos viven en extremo, que unos por avaricia arañando pierden la fama y otros como pródigos despeñan y pierden su hacienda”.

Antonio de Guevara. Libro áureo del emperador Marco Aurelio, Sevilla 1528.

El sabio en el ojo del Huracán del Estado 

Cuando murió Sexto Afranio Burro, austero militar y prefecto del pretorio romano, en el año 62, tal vez envenenado, el poder de Séneca se resintió. Nerón prefería a los peores, antes que a los mejores. Las malas lenguas le reprochaban a su preceptor un enriquecimiento personal, como si Séneca quisiera competir con el príncipe en la magnificencia de sus jardines, la gloria de su elocuencia y en el cultivo de la poesía, pues Nerón se las daba también de gran poeta. Decían que Séneca se mofaba de su modo de cantar. Nerón ya no era un niño, "¡que se deshaga de ese maestro!", murmuraban.

domingo, 19 de abril de 2020

EL POLÍTICO CRISTIANO, SAAVEDRA FAJARDO

Portada de la segunda edición milanesa (1642) de la
  Idea de un príncipe político cristiano representada en cien empresas,
de Diego Saavedra Fajardo.


Diego Saavedra Fajardo (1584-1648) fue uno de los pensadores políticos más importantes de la primera mitad del siglo XVII, del barroco europeo y de nuestro Siglo de Oro. Su obra más importante es Idea de un príncipe político cristiano representada en cien empresas (1640). El tema fundamental de la obra es la educación del príncipe en la técnica y arte de la política con la debida subordinación de su conducta a los principios religiosos y morales del caballero cristiano.

Nació nuestro autor en la quinta familiar de una aldea próxima a Algezares, muy cerca de la ciudad de Murcia. Estudió leyes en la universidad de Salamanca y ejerció como uno de los diplomáticos más influyentes de su tiempo. De 1624 a 1633 fue agente del rey en Roma. Ese mismo año fue nombrado ministro ante la corte de Maximiliano de Baviera. Fue testigo de las atrocidades de la Guerra de los Treinta años, que describió con trágico realismo. Medió en los principales tratados de paz de la época de Felipe IV, siendo testigo directo de la pérdida española de sus posesiones territoriales y del final de su condición de potencia mundial hegemónica con la paz de Westfalia en 1643[1]. Viajó por toda Europa, testimonio de ese periodo son sus opúsculos satíricos: Locuras de Europa. Caballero de la orden de Santiago, políglota, pacifista, con su prosa precisa, clara y concisa (“peca contra el público el que vanamente le entretiene”), muestra un claro conocimiento de la decadencia del Imperio español y de sus causas.

viernes, 17 de abril de 2020

LA BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA


Y SU DESTRUCCIÓN

La Biblioteca de Alejandría, la destrucción del gran centro del ...

"Demetrio de Falero fue puesto al mando de la biblioteca real y se pusieron a su disposición grandes sumas de dinero para recopilar, si era posible, todos los libros en el mundo conocido. Mediante adquisiciones y transcripciones llevó a su cumplimiento el proyecto del rey en la medida de sus posibilidades. Yo estaba allí cuando el rey le preguntó: «¿Cuántos miles de libros tenemos?». Él respondió: «Más de doscientos mil, señor; pero procuraré llegar pronto a los quinientos mil".

Pseudo Aristeas, Carta a Filócrates 9–10 

jueves, 16 de abril de 2020

DISCRECIÓN E IMPASIBILIDAD. ESTILPÓN DE MEGARA

Estilpón de Mégara - Wikipedia, la enciclopedia libre
Estilpón o Stilphon o Stilfón de Megara, filósofo, discípulo de Euclides

LA DISCRECIÓN DEL GOBERNANTE

 En las instrucciones para bien gobernar Córdoba, que le da el humanista murciano Francisco Cascales (Murcia 1563-1642)  al recién nombrado alcalde, Pedro Ferrer, allá por 1626, después de hacer el elogio de “la más noble ciudad de España”, colonia patricia y patria de Marcial, de los dos Sénecas y de Lucano, y tras anunciarle que “el gran cargo es también gran carga”, el erudito murciano recomienda las virtudes que deben honrar a cualquier autoridad, entre ellas, la igualdad de trato ante la ley de poderosos y humildes.

lunes, 13 de abril de 2020

VIRTUDES DE LA POLITESSE



 
Nicolás Poussin. Paisaje con Orfeo y Euridice, h. 1650.

EL AMOR PRECIOSISTA
 

Mil seiscientos cincuenta, mil seiscientos sesenta, Francia. Son los últimos años del imperio de Mazarino, que presagian el reinado del Rey Sol. Tras la Paz de los Pirineos (1648-1659) Francia se ha hecho con la hegemonía europea. En filosofía, otras corrientes pugnan contra el aristotelismo dominante en la Sorbona: gassendismo, platonismo, cartesianismo, jansenismo, pensamiento mundano y todas las variedades del escepticismo, entre las cuales busca guía el fervor religioso, a veces con desesperación. En lo literario, entre doctos, preciosistas y burlescos, sienta su sillón Corneille y La Fontaine planea sobre todos los sentires del “bel esprit” en dirección a sus Fábulas.

El espíritu bello, le bel air, se define hacia 1650 bajo la fórmula de lo precioso. El preciosismo eleva sus exigencias en una depuración del refinamiento aristocrático en busca de naturalidad y honestidad. Una nueva educación, politesse, define el bel esprit. A ella consagra gran parte de su obra el mundano y gran amigo de Pascal, el Caballero de Méré. Para gustar, el secreto será la politesse definida como aprobación y atracción (agrément): justeza, delicadeza, sal fina, galantería… Sus atributos se intuyen más que se definen, en las relaciones personales como categorías del “bon goût”, de la gentileza. Requieren una buena educación y un lento aprendizaje, una tranquila formación práctica, eso, además de ser "bien nacido". El colmo de la elegancia será olvidar los preceptos de la elegancia para parecer espontáneo y natural. Así, el mayor arte se confundirá en una belleza simple e inocente. En lugar de pedantería, discreción, o sea hacerse agradable no sobresaliendo en nada. Pascal asumirá siempre esta exigencia mundana de universalidad.

CHAMARIO: EL CÁLCULO DE PROBABILIDADES; UN POCO DE HISTORIA
Antoine Gombaud, Caballero de Méré (1607-1684)

Ya vale más la experiencia que la historia, y los acontecimientos del presente son diversos de los históricos, por lo que se busca un equilibrio entre lo efímero y lo eterno. La conversación, su arte, será la obra maestra y el instrumento preferido por la cultura polie. Y la conversación exige acomodación, ya que el que habla ha de acomodarse a la inteligencia del que escucha, y viceversa. Esta acomodación exige fluidez, la filigrana del sobreentendido, como el talento del que lee entre líneas lo que no se dice, pero se adivina, como en un juego. No es casualidad que la teoría de probabilidades nazca a raíz de los problemas planteados por los juegos de azar, a raíz de las respuestas de Pascal y Fermat al Caballero de Méré y del tratado de Huygens De Ratiociniis in Ludo Aleae (1657).

La elegancia educada es amiga de la templanza y evita la insolencia. Brilla con el enunciado ajustado y bien tomado que evita las formas picantes atribuidas al “gusto español” como exceso de ingenio. El código de politesse de los mundanos, del perfeccionado preciosismo adora la inocencia (naïveté) de La Fontaine. El espíritu de la politesse está muy presente en la psicología de Pascal, penetra su Discours sur les pasiones de l’amour. Frente a la insipidez de los idilios pastorales, el amor se ha hecho enérgico, acostumbrado ya a mezclar sus juegos con los de la ambición, con un sabor a aventura. La desvergüenza se ha puesto de moda. Las damas ya no dudan en mostrarse activas, entrometidas e intrigantes. Más allá de la delicadeza, se impone el egoísmo galante.

Molière criticará la concepción pedante del amor en les Femmes savantes (h. 1655). Descartes había definido a las pasiones como charnela o bisagra de la unión del alma y el cuerpo, afecciones del alma causadas, conservadas y fortificadas por el movimiento de los espíritus. Descartes insiste en la conveniencia como fundamento del amor. Deseamos apropiarnos de las cosas que juzgamos convenientes. Puede que el mito platónico del andrógino pese en esta concepción. El autor de Las pasiones del alma insiste en la unidad esencial del amar benevolente y del concupiscente. Este último es naturalmente bueno; sólo debemos evitar sus malos usos y excesos, mediante el autodominio.


Estas ideas se mezclan por confusas vías con el amor heroico del Nicomède de Corneille, un amor que no reconoce las contingencias, sino para superarlas por parte de dos almas predestinadas la una a la otra hacia los más altos destinos. Pero la psicología de Pascal debe mucho a Descartes. Primero, su racionalismo, la pasión misma no es sino una modificación de la razón, englobando el término pensamiento (pensée) todos los aspectos de la conciencia. Segundo, la pasión como bisagra de los dominios del alma y del cuerpo, el rol de los ojos, la esperanza como medida de la audacia y viceversa, y el papel importante del bon sens que, tal vez, podríamos entender como sentido común.

En el amor preciosista primaba la moral sobre la psicología, en el Hotel de Rambouillet, templo del preciosismo, se construían juegos de sociedad sobre los amores apostando a la carta de la Ternura. La pasión se disolvía en itinerarios interesados y codificados: amores sosos como colmo de la galantería que completa a la gente honesta y les vuelve amables y les hace amar. Toda esta sensiblería incluía amistad sólida, sinceridad, fidelidad, respeto, discreción…,  hasta la muerte. Los preciosistas peinaban y rizaban una pasión que se vaciaba de sustancia elevando sus requisitos al nivel de la utopía. El amor se reducía a una actitud que recogía vestigios de los tiempos heroicos. Se trata de un amor novelesco de la peor especie, del romance pedagógico que se propuso a principios del XVII civilizar las costumbres.

El rechazo del amor novelesco traerá una pizca de psicología, mucha retórica, preocupaciones tácticas, donjuanescas, para acabar en la trivialidad insuficiente de: “El amor es un no sé qué, que viene de no se sabe dónde y no se sabe cómo ni por qué se va”. Pero en realidad, fuera de la alcoba, el amor en los salones barrocos es, sobre todo, un artículo del arte de gustar en la conversación.

Heroico, pedante, preciosista, el siglo ofrece también una vena burlesca consistente en el trato caricaturesco y paródico de todas esas nociones. El verdadero amor bello se concretará en el amor educado (poli) y no en las declaraciones exageradas, “a la española”, pues los afectos han de mostrarse de manera agradable y suave, ya que una dama siempre quiere gustar, pero no siempre desea ser amada “hasta la muerte”. Delicadeza, complacencia, algún picante pero sin embarazar, nada que desdeñe la honestidad. Pero el amor tiene derecho a sobrepasar la conversación que lo afirma y asegura. 

Mlle. Scudéry, Safo del preciosismo (1607-1701)

En Mlle. De Sendéry, que vivió casi un siglo, la pasión y el deseo se enervan para hacerse galantería. Madeleine de Sendéry, con seudónimo Safo, fue reconocida como la primera mujer literata de Francia y del mundo. Habitual en el palacete de Rambouillet, formó luego su propio salón que marcó y definió durante mucho tiempo el tono del preciosismo. En sus voluminosas novelas retrata en clave clásica o exótica a personajes de la época. En Artamène ou le gran Cyrus (1649-1653), la novela más larga de la literatura francesa (diez volúmenes), analiza exquisita las principales emociones mundanas, elevándolas a reglas sentimentales de la sociedad galante (prueba de que los sentimientos se pueden y deben educar), en ella se retrata a sí misma como Safo y se manifiesta contraria a la tiranía del matrimonio.

Al mismo tiempo, los pesimistas vierten vitriolo sobre la diversidad de la sensibilidad amorosa, entre ellos La Rochefoucauld: “Todo el mundo habla del verdadero amor, pero nadie lo ha visto”. En el mundo real se abusa del nombre “amor” para un número infinito de intercambios (commerces). Sobre sus causas y resortes, no nos engañemos: tras un cierto golpe de la fatalidad, se aviva sólo con las maniobras de la coquetería o de los celos. Su fondo es el egoísmo, se nutre de ilusiones y su constancia no es más que un señuelo. La Rochefoucauld define el amor como un gusto de dominación (plan del alma), una simpatía (para el espíritu) y un instinto (para el cuerpo) en su Máximas (1665). Se dan ciertas analogías entre sus penetrantes observaciones y el Discurso sobre las pasiones del amor de Pascal, pero la perspectiva de este no es la disgustada y atrabiliaria de las Máximas. El tono cínico de La Rochefoucauld arremete contra la afectada hipocresía del siglo.

Cartas de una Monja Portuguesa | Cartas

A mitad del siglo XVII nadie habla en Francia de amor pasional. El amor se entiende como reflexión y elegancia, se asienta en la cabeza y en los ojos. El corazón ardiente anda a la espera de su rapsoda. En 1669 aparecen las Cartas Portuguesas, atribuidas a una monja portuguesa, Marianna Alcoforado, traicionada por un oficial francés, en las que confiesa el tormento del desgarramiento amoroso. La novelita epistolar apareció anónima. Hoy se atribuye a Gabriel de Guilleragues. Durante mucho tiempo se creyeron de verdad escritas por una monja franciscana. En un año conocieron cinco ediciones.


DISCURSO DE LAS PASIONES DEL AMOR (PASCAL)

  
El Discours sur les passions de l’amour de Pascal está muy influido por Montaigne (1533-1592) cuyos Essais fueron parte esencial de su biblioteca. Más que el detalle de sus reflexiones, Pascal debe a Montaigne el método. Frente a la dureza de la perspectiva heroica o la ingeniosa flexibilidad de la mirada mundana, Montaigne inspira una observación del amor sin ilusiones ni quimeras, respetuosa con los hechos. Pascal debe también a Montaigne la exigencia de claridad y una perspicacia indulgente, libre de odio, tranquila.

La atribución de esta obrita a Pascal ha sido objeto de discusión, pero hoy la mayoría de los críticos la confirman, entre ellos Victor Cousin, gran conocedor de la obra de Pascal. Pertenece el Discours al llamado “periodo mundano” de la vida del matemático jansenista, después del “periodo científico” y anterior al “periodo religioso”, entre octubre de 1651 (fecha de la muerte de su padre) y septiembre de 1653, fecha en la que participa a su hermana Jacqueline las tribulaciones y escrúpulos que le llevaron a la conversión en 1654. En 1651 Pascal  tenía veintiocho años y ya era un sabio célebre, a los dieciséis su Tratado de las cónicas había impresionado a Descartes, que le visitó en París dos veces (1647), geómetra, pero también físico, anuncia un Tratado del vacío. Su esfuerzo intelectual va unido a una salud delicada, los médicos le aconsejan que renuncie a toda agitación del espíritu y que se divierta. Y lo hace, aunque todavía manda a la reina Cristina de Suecia su máquina aritmética perfeccionada, se corresponde epistolarmente con Fermat y con la Academia de Martmor. Pero también en esta época Pascal prueba los encantos de los salones de París: el de Madame d’Aiguillon, nieta de Richelieu; el de la marquesa de Sablé; y sobre todo el de su gran protector y amigo: el duque de Roannez.

En esas mansiones elegantes Pascal se distrae de las ecuaciones. También en provincias visita en Auvergne a los Périer durante el invierno de 1652-1653. Persigue a las Preciosas de Clermont y se involucra en la sociedad mundana de Poitiers y Fontanay-le-comte. Allí conoce a canallas graciosos, tahúres divertidos, grandes de Francia y también bellos espíritus como el Caballero de Méré, apóstol de la Politesse. En el país del “Amor tirano”, Pascal tuvo que probar algún tipo de amor. Se sabe por la biografía de su sobrina, Marguerite Périer, que Pascal soñó con el matrimonio, que flirteó en Clermont con la Safo del lugar. Existió el rumor de un hijo natural del filósofo y una leyenda jesuítica malintencionada según la cual habría dilapidado su dinero con cortesanas (a meretricibus spoliatus). Sus supuestos amores con Mlle. De Roannez, hermana del duque, dieron para una novela y no es imposible que les haya unido alguna inclinación.

Blas Pascal - Enciclopedia Católica

Sin duda Pascal conoció lo que Calvino llamó “las cerillas de Satán”, prueba de ello es que se dejó seducir por el epicureísmo de Mitton que, considerando al hombre corrupto e insalvable, se desprendía de todo deseo de eternidad para disfrutar el mundo tal y como es. Damien Mitton es el prototipo del libertino en los Pensées de Pascal. En los escritos que dejó sobre “la honestidad” desarrolla una moral sin Dios que intenta conciliar la búsqueda de la felicidad con la razón.

Atraído por los señoritos que se divierten, Pascal conoce una segunda caída, ya que le es preciso raposear con la bolsa para mantenerse en su compañía, de donde la vergüenza y la amargura. Se burlan de su incomodidad. El Caballero de Méré le reprocha ser demasiado cartesiano. Acosado por pullas y chanzas, Pascal hace un ejercicio de urbanidad para conciliar sus valores, que ya no están de moda, con la vida mundana a fin de mantenerse en ella. La mundaneidad le exige, además de fondos económicos, “ser distinguido”. He aquí la clave de esta colección de pensamientos que constituyen el Discours, un florilegio inacabado de aforismos y epigramas sin conclusión.

Estas máximas que a veces ofrecen cierta continuidad y otras se salta en ellas de un asunto a otro, se parecen a las notas apresuradas de un diario. La coherencia entre sus partes es como la de las pinceladas y trazos de un cuadro impresionista. A veces parecen oírse otras voces como notas de opiniones dispares. Todas las concepciones antes referidas del amor parecen darse aquí cita: el amor racionalista, el pleno, el heroico, el preciosista, el educado, el hedonista…, junto a las exigencias de la politesse aclaradas por el Caballero de Méré, la intuición de lo conveniente (la convenance) que se enlaza a la observación de lo que se siente sin explicación y a la percepción de lo que trasciende el lenguaje explícito.

El Discours servirá tal vez de embrión para los Pensées. Su preocupación por la nitidez, su horror a la confusión, la pretensión de aclarar el vocabulario que definirá el “espíritu de finura”, frente al “espíritu de geometría”. Del salón al retiro espiritual llevará Pascal su distinción entre el espíritu geométrico que se vale de la lógica y el de finura, que se vale de la intuición, y también la teoría de la máquina, la noción de la diversión, etc. Después del Discours, Pascal en efecto se retira del mundo y se consagra a Dios. Un mundo en el que él mismo nunca fue aceptado del todo, de ahí el encarnizamiento con que, en los Pensamientos, lo fustigará, tal que un amante traicionado y celoso. Si hubiese sido más indulgente no se habría sentido tan solo, pero Pascal no le perdonará al mundo que haya sido tan estrecho como para no poder acoger su espíritu riguroso y profundo.

Notas bibliográficas

- Esta entrada ha sido elaborada sobre todo a partir de la Introducción, comentarios y notas de Verdun L. Saulnier en su edición del Discours sur les passions de l'amour avec des poésies inédites, París MCMXLVII.

- La traducción completa del Discours pascaliano al español puede encontrarla el atento lector de A pie de clásico en la siguiente entrada.


jueves, 9 de abril de 2020

RAZÓN DE AMOR (Pascal)


Blaise PASCAL. Discurso sobre las pasiones del amor.

Discours sur les passions de l’amour (h. 1652)[1]

Traducción de José Biedma López


Blaise Pascal | Historia Universal
Blaise Pascal (1623-1662), polímata, matemático, físico, filósofo y teólogo.

I. El hombre ha nacido para pensar, ni un momento pasa sin hacerlo; pero los pensamientos puros, que le harían feliz si pudiese conservarlos, le fatigan y derrotan. No puede acomodarse a una vida simple, le es precisa la emoción y la acción, precisa la agitación de las pasiones para sentir en su corazón la profundidad y vitalidad de sus fuentes.

II. Las pasiones que más le convienen al hombre y que contienen muchas otras son el amor y la ambición. No suelen darse juntas. No obstante, se asocian a menudo, aunque se debiliten la una a la otra recíprocamente, por no decir que se arruinan.

III. Por muy amplio espíritu que tenga cualquiera, no será capaz más que de una gran pasión, por eso cuando el amor y la ambición se alían, no son ni la mitad de lo que serían si se dieran una u otra solas.

III bis. La edad no determina ni el comienzo ni el final de estas dos pasiones. Nacen desde los primeros años y subsisten muy a menudo hasta la tumba. No obstante, puesto que exigen mucha energía (feu), los jóvenes son más propensos, y parece que se ralentizan y rarifican con los años.

IV. La vida del hombre es miserablemente corta. Se la cuenta desde su entrada al mundo; yo preferiría medirla desde el nacimiento de la razón, y desde que uno comienza a ser sacudido por la razón, lo que no sucede ordinariamente antes de los veinte años, antes de eso uno es niño, y un niño no es un hombre.

V. ¡Qué dichosa es una vida que comienza por el amor y acaba por la ambición! Si tuviera que escoger una, escogería esta. Cuando uno tiene vigor (feu) uno es amable, pero cuando este fuego se apaga, se pierde. Entonces, ¡que sea la posición bella y grande por la ambición! Por eso, el amor y la ambición[2] inauguran y concluyen la vida, este es el estado más feliz del que la naturaleza humana es capaz.

VI. En la medida en que crece el espíritu, mayores son las pasiones, ya que las pasiones son sentimientos y pensamientos que pertenecen puramente al espíritu, aunque sean ocasionados por el cuerpo, es evidente que no son sino el mismo espíritu, y que ocupan toda su capacidad. No hablo más que de las pasiones ardientes (de feu) pues, respecto de las otras, se mezclan a menudo y causan confusiones incómodas, pero esto no sucede en aquellos que atesoran espíritu.

VII. La vida tumultuosa es agradable para los grandes espíritus, pero los mediocres no hallan en ello ningún placer, son meras máquinas.

VIII. En un alma grande todo es grande[3].

IX. ¿Nos preguntamos si es necesario amar? Eso no se debe preguntar, uno lo debe sentir. No deliberamos sobre eso. Somos arrastrados a ello, y tenemos el placer de equivocarnos cuando se consulta.

X. La claridad de espíritu causa también la claridad de la pasión. Por eso un espíritu grande y neto ama con ardor, y ve con distinción lo que ama[4].

XI. Hay dos clases de espíritus: a uno se le puede llamar de geometría, y al otro de finura (finesse). El primero adopta puntos de vista lentos, duros e inflexibles; pero el segundo tiene flexibilidad de pensamiento que aplica al mismo tiempo a las diversas partes amables de lo que ama. Desde los ojos se dirige al corazón y por los movimientos de fuera conoce lo que pasa dentro.
     Cuando uno junta en sí los dos espíritus, ¡qué placer da el amor! Pues uno posee a la vez fuerza y versatilidad, tan necesaria para la conversación (eloquence) de dos personas.

XII. Nacemos con un tipo característico de amor en nuestros corazones, que se desarrolla a medida que el espíritu se perfecciona y que nos lleva a amar lo que nos parece bello, sin que se nos haya dicho nunca lo que es. Después de eso, ¿quién duda de que estemos en el mundo para otra cosa que para amar? En efecto, uno puede ocultárselo a sí mismo, pero ama siempre; en las cosas mismas de las que parece que uno haya retirado el amor, allí se encuentra secreta y ocultamente, y no es posible que el hombre pueda vivir un momento sin eso.

XIII. Al hombre no le gusta permanecer consigo mismo[5]. No obstante, ama, es preciso pues que busque en otra parte qué amar. No lo puede encontrar sino en la belleza, pero como él mismo es la criatura más bella que Dios haya nunca formado, es necesario que encuentre en sí mismo el modelo de esta belleza que busca fuera. Cada uno percibe en sí mismo los primeros rayos de luz y, según lo que uno capte, se acerca a lo que allí fuera le conviene o se aleja de ello; uno se forma ideas de lo bello y lo feo sobre todas las cosas. No obstante, cualquier cosa con que el hombre busque llenar el gran vacío que provoca saliendo de sí mismo, con todo, no podrá encontrar satisfacción suficiente ni completa. Demasiado grande es su corazón. Sería necesario que fuese algo que se le pareciera y se le aproximara al máximo. Por eso la belleza que puede contentar al hombre no sólo consiste en conveniencia, sino también en semejanza. Se restringe[6] y encierra en la diferencia de sexo.

XIV. La naturaleza imprime tan bien esta verdad en nuestras almas que la encontramos decidida. No es necesario ni arte ni estudio, incluso parece que ya tenemos un hueco que llenar en nuestros corazones y que se llena de hecho. Mas eso se siente mejor que se dice. Sólo quienes saben confundir y despreciar sus ideas no lo ven.

XV. Aunque esta idea general de belleza esté grabada en el fondo de nuestras almas con caracteres inefables, no deja de sufrir enormes diferencias en su aplicación particular, pero esto sucede sólo por el modo de considerar lo que gusta, pues nadie desea la nuda belleza, sino que uno desea en ella mil circunstancias que dependen de la disposición en que se encuentra, y es en este sentido en el que uno puede decidir que cada cual tiene el original de su belleza de la que busca copia en el macrocosmos (grand monde). No obstante son las mujeres las que determinan a menudo este original, puesto que tienen un imperio absoluto sobre el espíritu de los hombres, diseñan o bien las partes de las bellezas que poseen o bien las que estiman y así añaden por este medio lo que les place a la belleza radical[7]. Por eso hay un siglo para las rubias y otro para las morenas, y el reparto que hay entre las mujeres en relación a la estima de unas o de otras condiciona también el reparto entre los hombres sobre unos y otros y durante el mismo tiempo.

XVI. La moda y los países regulan con frecuencia lo que se llama belleza. Es extraño que la costumbre se mezcle tanto con nuestras pasiones. Eso, desde luego, no impide que cada cual tenga su idea de belleza con la que juzga a los otros y con la cual los señala, por este principio cualquier amante encuentra a su amada más bella y la propone como ejemplo.

XVII. La belleza se reparte de mil maneras diferentes. El sujeto más apropiado para soportarla es una mujer, cuando tiene espíritu, ella la anima y subraya maravillosamente [la idea de belleza].

XVIII. Si una mujer desea gustar y posee las ventajas de la belleza, al menos en parte, triunfará, e incluso, si los hombres fueran muy precavidos, aunque ella no lo intentase, se haría amar. Si hay un lugar de espera en sus corazones, allí se alojará ella.

XIX. El hombre ha nacido para el placer: lo siente, no es precisa ninguna prueba más. Sigue pues su razón dándose al placer. Pero muy a menudo siente la pasión en su corazón sin saber por dónde ha comenzado.

XX. Un placer verdadero o falso puede llenar igual el espíritu, pues, ¿qué importa que este placer sea falso, siempre y cuando uno esté persuadido de que es verdadero?[8].

XXI. Con tanto hablar del amor, uno se vuelve amoroso; nada más fácil, es la pasión más natural en el hombre.

XXII. El amor no tiene edad, siempre está naciendo; nos lo han dicho los poetas, por eso se lo representa como un niño; pero sin tener que preguntárselo, ya lo sentimos.

XXIII. El amor da espíritu, y se sostiene por el espíritu. Se necesita dirección para amar; uno se cansa todos los días buscando maneras para gustar, no obstante, es preciso complacer, y uno complace.

XXIV. Tenemos una especie de amor propio que nos representa a nosotros mismos como capaces de llenar varios espacios fuera. Esto es lo que causa que seamos felices al ser amados. Como se lo desea con ardor, enseguida lo notamos, y uno se reconoce en los ojos de la persona que ama, pues los ojos son los intérpretes del corazón, pero sólo quien tiene interés en ellos entiende su lenguaje.

XXV. El hombre solo es algo imperfecto, es necesario que encuentre una segunda persona para ser feliz. La busca a menudo entre las iguales en condición, porque la libertad y la ocasión de manifestarse se reconoce allí más fácil. Sin embargo, a veces iremos más abajo, sentimos que el fuego se hace más grande, ya que no nos atrevemos a expresarlo a quien lo ha causado.


XXVI. Cuando uno ama a una Dama de distinta condición, la ambición puede acompañar el comienzo del amor, pero en poco tiempo deviene maestro, pues el amor es un tirano que no admite compañeros, quiere estar solo, por lo que es preciso que todas las pasiones cedan y le obedezcan.

XXVII. Una alta amistad llena el corazón, mejor que una común e igual: el corazón del hombre es grande, las pequeñas cosas flotan en su superficie, sólo las grandes hacen nido y allí permanecen.

XXVIII. Escribimos a menudo de cosas que no confirmamos sino obligando a todo el mundo a reflexionar sobre sí mismo y a encontrar la verdad de la que hablamos. En eso estriba la fuerza de lo que digo.

XXIX. Cuando un hombre tiene delicada una parte de su espíritu es que está enamorado, pues como es sacudido por algún objeto exterior, si hay en él algo que repugna a sus ideas, se apercibe y huye. La regla de esta debilidad depende de una pura razón, noble y sublime. Así nos podemos creer frágiles sin que lo seamos efectivamente, mereciendo ser censurados desde el momento que cada uno tiene su soberano criterio de lo bello, y es independiente del de los demás. No obstante, entre mostrarse delicado y no serlo en absoluto, acordaremos que, cuando uno desea ser delicado, uno no está lejos de serlo absolutamente.

XXX. A las mujeres les gusta vislumbrar delicadeza en los hombres, y me parece que ese es precisamente el medio más tierno y eficaz para cautivarlas. Verán que otros mil son despreciables y que sólo nosotros somos dignos de estima.

XXXI. Las cualidades del espíritu no se consiguen por habituación: el hábito sólo las perfecciona. De ahí se sigue que la delicadeza es un don de la naturaleza y no una adquisición del arte.

XXXII. A medida que crece el espíritu, encontramos más bellezas originales; ni siquiera es preciso estar enamorado; es más, cuando uno lo está, no atiende más que a una especie de belleza.

XXXIII. ¿No parece que tantas veces como una mujer sale de ella misma para señalarse en el corazón de otros, igual hace un hueco para los otros en el suyo? (conozco a quienes lo niegan) ¿Sería otro proceder injusto? Lo natural es devolver cuanto tomamos.

XXXIV. El apego a un mismo pensamiento fatiga y arruina el espíritu del hombre. Por eso, para garantizarse la solidez y duración del placer amoroso, es necesario a veces no saber que amamos y esto no es ser infiel, pues uno no ama a otra persona: es retomar fuerzas para amar mejor. Sucede sin que lo pensemos, el espíritu se conduce por sí mismo, la naturaleza así lo quiere, lo ordena.
     Por consiguiente, es preciso confesar que es una miserable consecuencia de la naturaleza humana, y que seríamos más felices si no nos sintiésemos obligados a cambiar de pensamiento; pero no hay remedio.

XXXV. El placer de amar sin atreverse a confesarlo tiene sus espinas, pero también sus dulzuras: ¡Con qué exaltación conforma todos sus actos con la intención de gustar a las personas que uno estima infinitamente! Estudiamos todos los días cómo hallar los medios de declararnos, gastamos tanto tiempo en eso como si se tratara de entretener a quien se ama. Los ojos se encienden y apagan al mismo tiempo y, con tal que no se sepa claramente que quien causa todo este desorden se preserva, tenemos la satisfacción de sentir estos afectos por una persona que bien los merece. Quisiéramos tener lengua para proclamar nuestro amor, pero como nos falta la palabra, estamos obligados a reducirnos a la elocuencia de las obras.

XXXVI. Hasta ese momento estamos siempre alegres y ocupados, con eso somos felices, pues el secreto de mantener una pasión es no dejar crecer ningún vacío en el espíritu, obligándolo a aplicarse sin parar a lo que le afecta tan agradablemente. Pero, cuando está en la situación que acabo de describir, la pasión no puede durar mucho, porque hay un solo actor y la pasión precisa dos, por lo que es difícil que no agote pronto todos los movimientos que la agitan.

XXXVII. Aunque sea una misma la pasión, precisa novedad; el espíritu gusta de la novedad, y quien sabe procurarla sabe hacerse amar.

XXXVIII. Tras seguir ese camino, esa plenitud que va menguando, y que ya no recibe socorro ni caudal de su fuente, la pasión declina miserablemente y las pasiones enemigas se apoderan de un corazón que rompen en mil pedazos. No obstante, queda un rayo de esperanza, por débil que sea, que nos eleva tan alto como antes. Puede que este sea un juego que complace a las damas, pero otras veces, con aparentar compasión, tienen suficiente. ¡Qué felices somos cuando llega eso![9].

XXXIX. Un amor firme y sólido siempre comienza por la elocuencia de las obras[10]; los ojos cobran un papel relevante. No obstante, es preciso adivinar, pero adivinar bien.

XL. Cuando dos personas comparten un sentimiento, ya no adivinan, por lo menos hay una que entiende lo que la otra quiere decir, sin que el otro lo comprenda ni se atreva a entenderlo.

XLI. Cuando amamos se nos aparecen a nosotros mismos cuantos fuimos antes. Y nos imaginamos que todo el mundo se percata de ello, pero nada tan falso. Sin embargo, puesto que la razón es obnubilada por la pasión, carecemos de certezas y siempre desconfiamos[11].

XLII. Cuando amamos, nos convencemos de que descubriremos la pasión de otro, por eso tememos[12].

XLIII. Cuanto más largo sea el camino en el amor, tanto más placer sentirá un espíritu delicado.

XLIV. Existen espíritus a los que hay que dar esperanzas durante mucho tiempo: son los delicados. Hay otros que no soportan dificultades durante largo tiempo: son los más groseros. Los primeros aman durante más tiempo y con más provecho; los otros aman con prisas, con más libertad, y rematan pronto.

XLV. El primer efecto del amor consiste en inspirar un gran respeto; veneramos[13] lo que amamos. Es justo, puesto que uno no reconoce nada más grande en todo el mundo.

XLVI. Los autores no pueden referirnos con exactitud la alteración de amor de sus héroes, para ello sería necesario que ellos mismos fuesen héroes.

XLVII. El desconcierto de amar en muchos lugares es tan monstruoso como la injusticia en el espíritu[14].

XLVIII. En el amor vale más el silencio que la palabra. Es bueno que se prohíba. Hay allí una elocuencia silenciosa que penetra como la palabra no podría hacerlo. ¡Qué bien persuade un amante a su amada de esa prohibición y de que, sin embargo, sigue presente el espíritu! Por poca vivacidad que tengamos, hay encuentros en los que es bueno que enmudezcamos. Todo eso sucede sin regla ni reflexión y, cuando el espíritu lo hace, no pensamos en el después: sucedió necesariamente.

XLIX. Adoramos a menudo a quien no cree ser adorado, y no por eso dejamos de guardarle una fidelidad inviolable, aunque no sepa nada, pero es preciso que se trate de un amor muy fino y muy puro.

L. Conocemos el espíritu de los hombres, y por tanto sus pasiones, mediante comparaciones de los otros con nosotros mismos.

LI. Comparto la opinión del que dice que en el amor uno olvida su fortuna, a sus parientes y a sus amigos: tan lejos se llega en las grandes amistades.

LII. Lo que hace que vayamos tan lejos en el amor es que uno no piensa que necesite más que aquello que ama[15], que llena el espíritu y no deja espacio ni para el cuidado ni para la inquietud. La pasión no alcanza su belleza sin este exceso. De ahí viene que no nos preocupemos de lo que el mundo dice, pues sabemos que nuestra conducta no es condenable, ya que viene de la razón[16]. Allí donde la pasión es completa, ni siquiera puede haber un comienzo de reflexión.

LIII. No es un efecto de la costumbre, es una obligación de la naturaleza que los hombres sean quienes den un paso al frente para conseguir la amistad de una dama.

LIV. Este olvido causado por el amor y este apego a lo que amamos hacen nacer cualidades que no teníamos antes. Llegamos a ser magníficos sin haberlo sido.

LV. Un amante avaricioso muda en liberal, y ni se acuerda de haber tenido hábitos contrarios. Vemos la razón de esto al considerar que hay pasiones que constriñen el alma y la inmovilizan, y las hay que la amplían y la derraman fuera.

LVI. Ha sido inapropiado quitarle el nombre de razón al amor y oponerlos sin fundamento, pues el amor y la razón son lo mismo; una precipitación de pensamientos que se carga a un costado sin que se examine su totalidad, pero es siempre una razón, y uno no debe ni puede desear que sea de otro modo, pues seríamos máquinas muy desagradables. No excluimos pues para nada la razón del amor, es inseparable. Los poetas se han equivocado al retratarnos ciego al amor: hay que quitarle la venda y devolverle ahora el disfrute de sus ojos.

LVII. Las almas propicias al amor piden una vida de acción que estalla en acontecimientos nuevos: como hay movimiento interior, también ha de haberlo fuera, y esta manera de vivir ofrece un maravilloso trayecto a la pasión. Por eso los de la corte son mejor recibidos en el amor que los villanos, porque unos son todo fuego, y los otros llevan una vida cuya uniformidad no posee nada que conmueva. La vida de tempestad sorprende, golpea y penetra.

LVIII. Parece que tengamos un alma distinta cuando amamos que cuando no amamos: la pasión nos eleva y nos engrandece. Es necesario que el resto guarde proporción, otra cosa no conviene, y por tanto resulta desagradable.

LIX. Lo agradable y lo bello son lo mismo, todo el mundo posee su idea; hablo de una belleza moral, que consiste en las palabras y en las acciones exteriores. Tenemos una regla para llegar a ser agradables; no obstante, la disposición del cuerpo cuenta necesariamente, pero no se puede adquirir.

LX. A los hombres les ha gustado formarse una idea de lo agradable tan elevada que nadie puede alcanzarla. Juzguemos mejor y digamos que no es otra cosa sino lo natural con una facilidad y vivacidad de espíritu que sorprende. En el amor estas dos cualidades son necesarias: no requiere fuerza y tampoco lentitud. La costumbre proporciona el resto.

LXI. El respeto y el amor deben estar tan bien proporcionados que se sostengan en equilibrio sin que el respeto sofoque al amor.

LXII. Las grandes almas no son las que aman muy a menudo; hablo de un amor violento. Es preciso una inundación de pasión para conmoverlas y para llenarlas. Pero, cuando comienzan a amar, aman mucho mejor.

LXIII. Decimos que hay naciones más amorosas que otras; no es correcto o al menos no es absolutamente cierto. El amor como apego de pensamientos es universal. Es verdad que, afectando a otros lugares distintos del pensamiento[17], el clima puede añadir alguna diferencia, pero referida al cuerpo.

LXIV. Pasa lo mismo con el amor y con el buen sentido (bon sens). Como un cree tener tanto espíritu como cualquier otro, uno cree también amar lo mismo. No obstante, cuando tenemos mejor agudeza visual, amamos hasta lo pequeño, lo que no es posible a otros. Es preciso ser muy fino para señalar esta diferencia.

LXV. Casi no podemos fingir que amemos, hasta que no estamos muy cerca de ser amantes o por lo menos hasta que no amamos de alguna manera: pues es preciso contar con el espíritu y los pensamientos del amor para aparentarlo. ¡Oiga!, ¿el medio de hablar bien de eso sin eso? La verdad de las pasiones no se disfraza tan fácil, presenta verdaderas señales. Precisa fuego y acción, y un juego natural del espíritu para lo primero, puede que otras señales se oculten lenta y flexiblemente: eso cuesta menos.

LXVI. Cuando estamos lejos de lo que amamos, decidimos hacer y decir muchas cosas; pero cuando estamos cerca, dudamos. ¿De dónde viene eso? Porque cuando estamos lejos, la razón no resulta tan sacudida; pero está extrañamente en presencia del objeto. O, por la decisión que hemos tomado, que necesita firmeza, la cual queda arruinada por la conmoción de la presencia.

LXVII. En el amor no nos atrevemos a arriesgar, porque uno teme perderlo todo; es preciso avanzar, pero ¿quién puede decir hasta dónde? Temblamos siempre mientras encontramos el punto justo y nada hace la prudencia por conservarse cuando lo hallamos.

LXVIII. Nada tan embarazoso como ser amante y ver algo a favor sin atreverse a creérselo. Peleamos por igual con la esperanza y el miedo, pero al fin el último vence a la primera.

LXIX. Cuando uno ama mucho, siempre resulta novedoso ver a la persona amada tras un momento de ausencia. Uno la echaba de menos en su corazón. ¡Qué alegría reencontrarla!
Sentimos que cesan las inquietudes. Se precisa que sea un amor maduro, pues si está aún floreciendo y no hacemos ningún progreso, cesan también las inquietudes, pero otras las reemplazan.

LXX. Ya que unas dolencias suceden así a las otras, dejamos de desear la presencia de la amada con la esperanza de sufrir menos. No obstante, cuando la vemos, creemos sufrir más que antes. Las dolencias pasadas ya no nos conmueven, nos hieren las presentes, y uno juzga sobre lo que sufre. ¿No es digno de compasión un amante en tal estado?

 NOTAS


[1] Des presses de Jacques Haumont, chez Flammarion, collection Classiques sous la direction de Verdun L. Saulnier, París 1947.
[2] La Bruyère (1645-1696), Du coeur: “les hommes commencent par l’amour, finissent par l’ambition”.
[3] ¡Ojo! Para Pascal, es preciso ser grande de alma (magnánimo, sensu stricto) tanto para ser muy bueno como para ser muy malo. El crimen no está al alcance de los pusilánimes (Cfr. Pensamientos).
[4] Los atributos cartesianos de la evidencia racional, claridad (netteté) y distinción, son también para Pascal cualidades del amor.
[5] Teoría pascaliana de la diversión: “Los hombres no buscan en ella más que una ocupación violenta e impetuosa que les distraiga de la visión de sí mismos” (Pensamientos).
[6] La necesidad de semejanza restringe el dominio de lo que puede resultarnos y conformarnos como belleza satisfactoria.
[7] Belleza radical (beauté radicale) dice el comentarista Verdun L. Saulnier, es el tipo genuino, originario de la belleza que el hombre lleva en sí, en la raíz de su ser.
[8] Verdadero y falso son aquí sinónimos de real e imaginario. “La Imaginación llena a sus huéspedes con una satisfacción mucho más plena e íntegra que la razón…, no puede volver sabios a los locos, pero los pone contentos” –escribe Pascal en Pensamientos (ed. De Sarpe, nº 104).
[9] Suena irónico.
[10] Obras son amores…
[11] “Deseamos vivir en la idea de los otros una vida imaginaria…, trabajamos incesantemente para embellecer y conservar este ser imaginario y descuidamos el verdadero”, Pensées, ed. Brunschvicg, nº 147.
[12] Supongo que se refiere a los celos.
[13] Para Descartes, uno puede amar-estimar todo orden de seres: una flor, un pájaro, un paisaje, un cuadro, un caballo… Pero las diferentes dignidades del objeto sugieren también en el amante distintos “amores”, para lo que es inferior hablamos de “afecto” (affection), amistad para lo que es igual en dignidad, y devoción para lo que es superior, o sentimos superior en dignidad. ¿Supone la veneración (vénération) pascaliana un grado superior de la devoción cartesiana (dévotion)?
[14] ¿Con esta dispersión espacial (endroits) del amor refiere Pascal al donjuanismo?
[15] “Contigo, a pan y cebolla”.
[16] Una idea muy original, esta de que la pasión es “razón suficiente” e incluso “necesaria”, próxima al punto de vista de Hume, quien suponía que el oficio de la razón es obedecer y satisfacer las pasiones, y muy difícil que la comparta cualquier ética estrictamente racional.
[17] Alude aquí Pascal a un “amor físico” que contrastaría con el “amor espiritual”, "cortés" o "fino".