domingo, 19 de abril de 2020

EL POLÍTICO CRISTIANO, SAAVEDRA FAJARDO

Portada de la segunda edición milanesa (1642) de la
  Idea de un príncipe político cristiano representada en cien empresas,
de Diego Saavedra Fajardo.


Diego Saavedra Fajardo (1584-1648) fue uno de los pensadores políticos más importantes de la primera mitad del siglo XVII, del barroco europeo y de nuestro Siglo de Oro. Su obra más importante es Idea de un príncipe político cristiano representada en cien empresas (1640). El tema fundamental de la obra es la educación del príncipe en la técnica y arte de la política con la debida subordinación de su conducta a los principios religiosos y morales del caballero cristiano.

Nació nuestro autor en la quinta familiar de una aldea próxima a Algezares, muy cerca de la ciudad de Murcia. Estudió leyes en la universidad de Salamanca y ejerció como uno de los diplomáticos más influyentes de su tiempo. De 1624 a 1633 fue agente del rey en Roma. Ese mismo año fue nombrado ministro ante la corte de Maximiliano de Baviera. Fue testigo de las atrocidades de la Guerra de los Treinta años, que describió con trágico realismo. Medió en los principales tratados de paz de la época de Felipe IV, siendo testigo directo de la pérdida española de sus posesiones territoriales y del final de su condición de potencia mundial hegemónica con la paz de Westfalia en 1643[1]. Viajó por toda Europa, testimonio de ese periodo son sus opúsculos satíricos: Locuras de Europa. Caballero de la orden de Santiago, políglota, pacifista, con su prosa precisa, clara y concisa (“peca contra el público el que vanamente le entretiene”), muestra un claro conocimiento de la decadencia del Imperio español y de sus causas.


Sin embargo, esa misma época de decadencia económica fue la más brillante en lo literario, filosófico y artístico. El mismo año del nacimiento de Diego Saavedra publicó Fray Luis Los nombres de Cristo, un año después Cervantes publica su primera novela: La Galatea y un año después de que obtenga su grado de Canones y Jurisprudencia en Salamanca, Cervantes publica su primer Quijote. El año de su muerte, 1648, publica Gracián su Arte y agudeza de ingenio.

Como historiador inició una obra que no concluyó: Corona gótica, castellana y austriaca (1648). Se quedó en la biografía de los treinta y cinco reyes godos. Saavedra escribe su Corona gótica durante las largas negociaciones de la Paz de Münster, con cuyos objetivos se relaciona, ya que Saavedra escribe la obra con el propósito de atraer a los suecos a la amistad de la casa de Austria mostrándoles el origen similar. Con apuntes de Saavedra, Núñez de Castro la terminó en 1681.

En su República literaria (1655)[2] se vale del recurso del sueño para describir una ciudad habitada por los principales ingenios españoles y europeos. Su tono es el de una sátira lucianesca con interés de crítica literaria, donde aparecen informaciones únicas sobre Vesalio, Galeno y otros científicos. Saavedra satiriza la cultura científica meramente “libresca” y “pedantesca” que no se basa en la experiencia.

Entre los escritos políticos de Saavedra están también sus Introducciones a la política
y razón de estado del rey católico don Fernando, con dedicatoria al conde-duque de Olivares, firmada por su autor el 1 de febrero de 1631. Se trata de un proyecto inacabado, interrumpida tal vez al concebir como mejor medio de expresión los grabados de sus Empresas, su obra principal. En la primera parte de las Introducciones a la política, que no se han editado hasta mucho más tarde, echa mano de Aristóteles y Tomás de Aquino para describir al humano como animal social y político, la ciudad, las relaciones sociales y los sistemas de gobierno, y la segunda parte pone de ejemplo al rey Fernando el Católico. Pero no sería Saavedra quien trazaría el mejor panegírico sobre el rey Fernando, sino Gracián en El político don Fernando (1640).

Empresa 5. Enseñar deleitando.

Sus Empresas políticas, que se editan por primera vez en Munich en 1640[3] y en una segunda edición muy corregida en Milán en 1642[4], son “la más famosa obra política de nuestro siglo XVII” (Maravall). Están forjadas muy originalmente sobre el modelo que puso de moda Alciato en su tratado de carácter moral y filosófico: Emblemata (1549)[5], aunque Saavedra se inspira más bien en la de Jacobo Bruck Angesmunt: Emblemata política (1618)[6]

“Empresas”[7] son los dibujos alegóricos que, acompañados de un lema o mote, latino o castellano, encabezan cada uno de los cien capítulos (en realidad son 101) de su obra principal. Al conjunto de dibujo y leyenda llama don Diego “cuerpo de la empresa”. Saavedra justifica el uso del simbolismo de las “Empresas” porque Dios mismo se sirvió de ellas: la sierpe de metal, la zarza ardiente, el vellocino de Gedeón, el león de Sansón, los requiebros del esposo en el Cantar de los cantares, etc. Desea que los dibujos muestren con los ojos lo que el espíritu no pueda ver.

Debemos distinguir la divisa, del emblema y de la empresa, como instrumento icónico significativo y pedagógico. Las divisas son figuras simbólicas o humanas con leyenda o mote, que refieren al pasado. Sirvieron y sirven para distinguir personas, castas (de personas o de toros bravos), grados. Su leyenda formula un ideal, un pensamiento que un grupo adopta como norma de conducta. Los emblemas incluyen además del mote o leyenda un epigrama, un poema que da cuenta de su sentido, con un propósito moralizador de aplicación futura. Por su parte, la empresa no tiene tras el dibujo un poema, sino un ensayo. Se trata de una configuración alegórico-simbólica en la que predomina la intención didáctica. Por eso se ha podido decir que Saavedra es “el más genuino representante del ensayo español del siglo XVII” (Gómez Martínez). Saavedra puede ser también considerado un precursor de la enseñanza multi-media.

Maldonado de Guevara ha contrastado la emblemática, en la que entraría también la literatura de empresas, con la fabulística. Mientras las fábulas suceden en un tiempo impreciso, "presentáneo", en un medio vital apegado al lenguaje popular y primitivo, las empresas de Saavedra aluden a fuerzas simbólicas o mecánicas. Conviene recordar que la dinámica y la cinética eran ya ciencias en auge, aunque todavía no se había inventado la biología. En las empresas de Saavedra entran ya curiosos objetos como el catalejo[8], el cañón, la escuadra, la  trompeta, etc. La fabulística pone “exiemplos”; la emblemática se resuelve en máximas, previsiones, decretos. Su tiempo es ya el histórico.

En las páginas de las Empresas se muestran las raíces más sólidas de la cultura barroca: el desengaño, el perspectivismo óptico y moral, los recursos visuales, los juegos de paralelismos y antítesis, el simbolismo ético, el desprecio del mundo y su consideración de teatro, la miseria de la condición humana, los ultrajes del tiempo y de la muerte, etc. (Baquero Goyanes). La obra puede entenderse como un Manual de representación, para que el príncipe[9], o el que haya de gobernar, desempeñe bien su papel en el Gran Teatro del Mundo.

Sus fuentes son amplísimas. La principal Terencio, seguido de la Biblia, y luego, como un tercio de citas, el resto. Autores griegos: Aristóteles, Platón, Jenofonte...; latinos: Cicerón, Boecio, Julio César, Terencio, Séneca, Epícteto, Quintiliano, Virgilio, Plauto, los dos Plinios, Horacio, Tito Livio, etc. Los padres latinos: san Agustín, san Jerónimo, san Ambrosio...; y la tradición hispana: las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, el Fuero Juzgo, el padre Mariana, Jerónimo de Zurita, la Historia de España de Nebrija, san Isidoro, etc.[10]

Las Empresas políticas se dividen en ocho partes que responden a los siguientes temas: 1. Educación del príncipe, 2. Conducta personal, 3. Relación con súbditos y extranjeros, 4. Con los ministros, 5. Gobierno de sus estados, 6. Conflictos internos y externos, 7. Victorias y tratados de paz, 8. Vejez y muerte.

Propone una educación mixta, física y espiritual. En la parte más extensa, la dedicada a la conducta, se desarrolla todo un plan ético: se examinan las virtudes y los vicios. El buen gobernante ha de ser: advertido en la palabra, cultivador de la verdad, perseguidor de buen nombre, respetuoso con los antepasados y temeroso de Dios, amante de la Ley. Debe practicar la justicia y la clemencia y en todo observar la religión. Atender la experiencia de los demás y aprender de la opinión pública, eligiendo de entre los peligros y males, el menor.

Esta empresa se ha visto como precedente del famoso cuadro de Los garrotazos de Goya.
Quien siembra discordias engendra guerras.

En las relaciones con los súbditos debe perseguir la buena fama, manejando con equilibrio el amor y el temor[11], con sigilo y astucia, precaviéndose de los engaños de la adulación y la lisonja. Es importante conservar y hacer valer la autoridad ante los ministros, sin caer en los excesos de confianza. Respecto a las relaciones con otros Estados, Saavedra elogia la paz y amistad entre las naciones como condición de prosperidad y buen gobierno. En la última parte de las Empresas brilla el sentido ascético de toda la obra. La vejez del monarca es importante porque ha de preparar un sucesor.

Tierno Galván, gran estudioso de la obra del humanista murciano, afirma: “Es uno de los pocos, casi único escritor europeo español de su tiempo. Había recorrido gran parte de Europa, sabía italiano, francés, alemán y algo, poco, de sueco, además de español. Había leído mucho y alguna que otra vez se le escapa una cita sospechosa[12]”. El humanista murciano cita a Tácito, incluso más que la Sagradas Escrituras. García de Diego, otro de los grandes conocedores de la obra del diplomático, afirma: “El libro de las Empresas, por la elevación y selección de los pensamientos y por su admirable lenguaje, es superior como obra literaria a cuantos libros en España y fuera de ella han tratado el mismo tema”. Y refiere a su “desbordada abundancia de pensamientos”.

La originalidad de la obra –como dice Francisco Ayala- no está en su extraordinaria erudición, sino en su vivificación bajo ideas que son fruto de la experiencia personal y de una meditación propia. Su planteamiento platónico y ejemplar viene significado desde el principio por la palabra “idea”, presente en el título, sin embargo, ese idealismo no deriva hacia ningún tipo de misticismo o utopismo. “No hay piedra filosofal más rica que la buena economía”, escribe. El idealismo confluye con el realismo (Dowling) de aquel que sabe de lo que habla porque tiene experiencia política y ha debido actuar con los pies en el suelo.

De la guerra escribe que es “una violencia opuesta a la razón, a la naturaleza y al fin del hombre”. “Bellum colligit qui discordias seminat”, o sea, que quien siembra vientos (discordias) recoge tempestades (guerras). Evitar la guerra exige prudencia. La prudencia con asiento en la mente es la regla y medida de las virtudes, que sin ella llegan a ser vicios. Consta la prudencia de tres partes: memoria de lo pasado, inteligencia de lo presente y providencia de lo futuro. Su símbolo es la serpiente. Alguna vez conviene al príncipe cubrir la fuerza con la astucia y la indignación con la benignidad, disimulando y acomodándose al tiempo y a las personas.

J. L. Abellán incluye con razón a Saavedra entre los tratadistas españoles antimaquiavelistas. En efecto, Saavedra rechaza la comparación maquiavélica del príncipe con la raposa y se queda con la serpiente: prudencia cristiana en lugar de astucia engañosa. El tacitismo ya había penetrado en España a principios del siglo XVII con la Doctrina política civil de Eugenio de Narbona, e incluso antes con Antonio Pérez, secretario de Felipe II que estaba empapado de Tácito, sobre el caldo de cultivo del erasmismo.
 
Tácito español ilustrado con aforismos (1614),
Baltasar Álamos de Barrientos.

Tácito, caballero romano, cónsul en el 97, alto funcionario abrumado de honores, íntegro y elocuente, reprobó a Domiciano y sirvió bajo Trajano. Sus obras históricas, que nos han llegado incompletas y mutiladas, son de una sorprendente originalidad de fondo y forma: Historiae y Anales. Evolucionó de la retórica a la historia. Se documentaba bien, añadiendo a las memorias de los historiadores testimonios orales e indagando en las actas senatoriales. Su imparcialidad se vio algo ensombrecida por su intención de exaltar a Trajano como reparador de los desastres y crueldades de los flavios. Vacila entre la aristocracia de los más dignos y la monarquía helenística y piramidal. Es fatalista al modo estoico. Su moralismo indaga en los móviles humanos con una penetración psicológica que debe mucho a la lección de Séneca. Refinado, pesimista, su obra exhibe a veces una acritud terrible. Amigo de las antítesis y los extremismos románticos, es la verosimilitud dramática y pintoresca lo que cuenta, y en dicha interpretación supera a Tito Livio y Salustio. Con Virgilio y Séneca es el autor más cargado de sentimientos de la literatura latina.

Era natural que Tácito fuera el historiador e ideólogo preferido por nuestros pensadores barrocos:

“He procurado tejer esta tela con los estambres políticos de Cornelio Tácito –declara Saavedra ‘Al lector’-, por ser gran maestro de príncipes, y quien con más buen juicio penetra sus naturales, y descubre las costumbres de los palacios y Cortes, y los errores o aciertos del gobierno”.

Se trata de aprender de la Historia. España fue exaltada en la Contrarreforma por su defensa providencial del catolicismo, bajo esta consideración o superstición se la mira como potencia preferida por Dios. El tacitismo anuda ciencia y experiencia histórica en las doctrinas políticas, elevando la política a la categoría de técnica y arte, con cierta independencia respecto de la moral. Se trata de seguir a Maquiavelo, pero sin caer en el maquiavelismo que justifica los medios por el fin de la razón de Estado[13]. Se trata de cristianizar el concepto de “razón de Estado”. El tacitista Álamos de Barrientos será considerado el primer teórico del realismo político en España. Como indica el título de las Empresas de Saavedra, el príncipe ya no debe ser sólo cristiano, sino también político, un príncipe político-cristiano. La prioridad para preservar un buen gobierno estriba en su adecuada educación, en la que resulta fundamental el conocimiento de lo que Ortega llamará “el tesoro de los errores de la historia”. Sin embargo, Joucla-Ruau señala que Saavedra adopta más a Tácito en la forma que en el fondo, pues no está de acuerdo con quienes interpretan la historia de forma oscura y conceptuosa deformando su verdad y hasta critica el subjetivismo inestable de Tácito, lo que le hace inseguro como guía de prudencia política.

Azorín, que dedicó numerosos artículos a Saavedra, estudió la relación de éste con Maquiavelo. Nos dice que Saavedra –como Gracián- fue uno de los canes que ahuyentaron a la vulpeja florentina (el maquiavelismo) cuando quiso entrar en el corral español. Aunque reconoce que en el diplomático y filósofo Saavedra también había mucho de vulpeja. Si caracterizamos el pensamiento político de Saavedra como Antimaquiavélico y tacitista, una tercera propiedad sería su hispanismo, puesto de manifiesto por García de Diego, o su humanismo hispanista. Así, cuando defiende la legislación española que protege al indio en las Américas, frente a la Leyenda negra tramada por los Orange, o cuando defiende la posición católica, contrarreformista, de la corona española, o cuando exalta a nuestros antiguos “príncipes”, proponiéndolos como modelos de buena gobernanza.

Lo más esencial es que en mitad de las polémicas entre maquiavelismo y antimaquiavelismo, Saavedra pretende conjugar las exigencias de la acción política con las de la ética cristiana: “Una razón de Estado que haga compatible una y otra” (Blecua). Sintiendo horror frente a las discordias religiosas,  un horror que podríamos llamar prevolteriano, Saavedra asume una posición providencialista, pues percibe con especial sensibilidad la necesidad y el poder de la religión como ordenadora de la política[14].

Durante su siglo las Empresas lograron un notable éxito con decenas de ediciones en todas las lenguas europeas, catorce en latín. Sin duda fue el tratadista español más leído en Europa durante su época y por supuesto el más leído en España. Sin embargo, los lectores del siglo XVIII, siglo de la Ilustración, prefirieron la República literaria a las Empresas políticas.

Empresa 6. Ciencias, pero también letras humanas (humanidades).

No obstante, en esta obra es posible hallar ideas muy modernas y de valor extemporáneo. Por ejemplo, y a propósito del valor formativo de la interdisplinariedad y la consiliencia, en la "Empresa 6" aparece un campo con espigas de trigo rodeado de lirios y azucenas. Politioribus ornantur litterae, es su leyenda. Las espigas, que dan pan, simbolizan las ciencias y saberes útiles, que deben adornarse y perfeccionarse con las buenas letras y artes liberales. Son las buenas letras corona de la ciencia y esto porque 

“una profesión sin noticia ni adorno de otras es una especie de ignorancia, porque las ciencias se dan las manos y hacen un círculo, como se ve en el coro de las nueve musas. ¿A quién no cansa la mayor sabiduría, si es severa y no sabe hacerse amar y estimar con las artes liberales y con las buenas letras?..., pues por su agrado las llaman humanas… Y así, conviene que con las artes liberales se domestique y adorne la ciencia política”.

Las obras de Saavedra han sido digitalizadas en la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes. Las Empresas políticas son allí accesibles en formato pdf, en la edición de Planeta, Barcelona 1988, con introducción y notas de Francisco Javier Diez de Revenga. 

El filósofo ubetense José Luis Villacañas Berlanga dirige en la actualidad la Biblioteca Saavedra Fajardo de Pensamiento Político Hispánico.



Notas

[1] Saavedra era ministro plenipotenciario en el congreso de Münster donde se acuerda la paz de Westfalia que puso fin a la guerra de los treinta años. En 1646 ocupa el cargo de Consejero de Indias.
[2] El primer manuscrito de la República literaria que se conoce es muy anterior, de 1612.
[3] Ese mismo año, Saavedra actuó como plenipontenciario de Felipe IV por el Círculo de Borgoña en la Dieta Imperial de Ratisbona. Ese mismo año, el rey le concede el hábito de caballero de la Orden de Santiago, tres años después de haberlo obtenido don Pedro Calderón de la Barca.
[4] La primera edición española de las Empresas políticas fue la de Valencia de 1655.
[5] La emblemática, a partir de Alciato “Emblematur pater et prínceps”, invadió toda la cultura europea y pasó a las fiestas, a las justas y juego e incluso a las predicaciones, destacándose en este sentido la figura de Francisco de Villava, profesor de la universidad de Baeza, que en 1613 publica sus Emblemas espirituales y morales.
[6] Otros ejemplos del éxito del género d elos Emblemas en España son las Emblemas morales de Sebastián Orozco (1589) y los Emblemas moralizados de Hernando de Soto (1599).
[7] Una importante diferencia entre el “emblema” y la “empresa” es que esta se prohíbe incluir la figura humana.
[8] “Auget et minuit”. Según por donde se mire aumenta y disminuye la visión ofreciendo dos perspectivas falsas. “Reconozca las cosas como son, sin que las acrecienten o menguen las pasiones” (Sumario). Saavedra rechaza la doble perspectiva y su engaño.
[9] La obra estuvo dedicada al príncipe Baltasar Carlos, que muere en 1646, dos años antes que Saavedra, lo cual no importa mucho porque el propio Saavedra la escribió con la intención de que tuviera un valor universal, para cualquier príncipe o gobernante.
[10] Todas estas fuentes han sido muy bien descritas por González Palencia.
[11] Maquiavelo, en su Príncipe, afirma por el contrario que si el gobernante no consigue hacerse amar, al menos ha de hacerse temer (terrorismo de Estado “maquiavélico”, o por “razón de Estado”).
[12] Heterodoxa. ¿Luterana?, ¿calvinista?
[13][13] El concepto de “razón de Estado” que será tan importante en el maquiavelismo como en el antimaquiavelismo ni siquiera aparece en los escritos del secretario florentino, aunque El Príncipe de Maquiavelo suscita ya su idea.
[14] Motivo que se repetirá en la valiosa obra del historiador británico Arnold J. Toynbee.

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