Portada de la segunda edición milanesa (1642) de la Idea de un príncipe político cristiano representada en cien empresas, de Diego Saavedra Fajardo. |
Diego
Saavedra Fajardo (1584-1648) fue uno de los pensadores políticos más
importantes de la primera mitad del siglo XVII, del barroco europeo y de
nuestro Siglo de Oro. Su obra más importante es Idea de un príncipe político cristiano representada en cien empresas
(1640). El tema fundamental de la obra es la educación del príncipe en la
técnica y arte de la política con la debida subordinación de su conducta a los
principios religiosos y morales del caballero cristiano.
Nació
nuestro autor en la quinta familiar de una aldea próxima a Algezares, muy cerca de la
ciudad de Murcia. Estudió leyes en la universidad de Salamanca y ejerció como
uno de los diplomáticos más influyentes de su tiempo. De 1624 a 1633 fue agente
del rey en Roma. Ese mismo año fue nombrado ministro ante la corte de Maximiliano
de Baviera. Fue testigo de las atrocidades de la Guerra de los Treinta años,
que describió con trágico realismo. Medió en los principales tratados de paz de
la época de Felipe IV, siendo testigo directo de la pérdida española de sus
posesiones territoriales y del final de su condición de potencia mundial
hegemónica con la paz de Westfalia en 1643[1].
Viajó por toda Europa, testimonio de ese periodo son sus opúsculos satíricos: Locuras de Europa. Caballero de la orden
de Santiago, políglota, pacifista, con su prosa precisa, clara y concisa (“peca
contra el público el que vanamente le entretiene”), muestra un claro
conocimiento de la decadencia del Imperio español y de sus causas.
Sin embargo,
esa misma época de decadencia económica fue la más brillante en lo literario,
filosófico y artístico. El mismo año del nacimiento de Diego Saavedra publicó
Fray Luis Los nombres de Cristo, un año después Cervantes publica su primera
novela: La Galatea y un año después de que obtenga su grado de Canones y
Jurisprudencia en Salamanca, Cervantes publica su primer Quijote. El año de su muerte, 1648,
publica Gracián su Arte y agudeza de
ingenio.
Como
historiador inició una obra que no concluyó: Corona gótica, castellana y austriaca (1648). Se quedó en la
biografía de los treinta y cinco reyes godos. Saavedra escribe su Corona gótica
durante las largas negociaciones de la Paz de Münster, con cuyos objetivos se
relaciona, ya que Saavedra escribe la obra con el propósito de atraer a los
suecos a la amistad de la casa de Austria mostrándoles el origen similar. Con apuntes de Saavedra, Núñez
de Castro la terminó en 1681.
En su República literaria (1655)[2]
se vale del recurso del sueño para describir una ciudad habitada por los
principales ingenios españoles y europeos. Su tono es el de una sátira
lucianesca con interés de crítica literaria, donde aparecen informaciones
únicas sobre Vesalio, Galeno y otros científicos. Saavedra satiriza la cultura científica
meramente “libresca” y “pedantesca” que no se basa en la experiencia.
Entre los
escritos políticos de Saavedra están también sus Introducciones a la política
y razón de estado del rey católico
don Fernando, con dedicatoria
al conde-duque de Olivares, firmada por su autor el 1 de febrero de 1631. Se
trata de un proyecto inacabado, interrumpida tal vez al concebir como mejor medio
de expresión los grabados de sus Empresas, su obra
principal. En la primera parte de las Introducciones
a la política, que no se han editado
hasta mucho más tarde, echa mano de Aristóteles y Tomás de Aquino para
describir al humano como animal social y político, la ciudad, las relaciones
sociales y los sistemas de gobierno, y la segunda parte pone de ejemplo al rey
Fernando el Católico. Pero no sería Saavedra quien trazaría el mejor panegírico
sobre el rey Fernando, sino Gracián en El
político don Fernando (1640).
Empresa 5. Enseñar deleitando. |
Sus Empresas políticas, que se editan por primera vez
en Munich en 1640[3] y en una
segunda edición muy corregida en Milán en 1642[4],
son “la más famosa obra política de nuestro siglo XVII” (Maravall). Están forjadas muy originalmente sobre el modelo que puso de moda Alciato en su tratado de
carácter moral y filosófico: Emblemata (1549)[5],
aunque Saavedra se inspira más bien en la de Jacobo Bruck Angesmunt: Emblemata política (1618)[6].
“Empresas”[7]
son los dibujos alegóricos que, acompañados de un lema o mote, latino o
castellano, encabezan cada uno de los cien capítulos (en realidad son 101) de
su obra principal. Al conjunto de dibujo y leyenda llama don Diego “cuerpo de
la empresa”. Saavedra justifica el uso del simbolismo de las “Empresas” porque
Dios mismo se sirvió de ellas: la sierpe de metal, la zarza ardiente, el
vellocino de Gedeón, el león de Sansón, los requiebros del esposo en el Cantar
de los cantares, etc. Desea que los dibujos muestren con los ojos lo que el
espíritu no pueda ver.
Debemos
distinguir la divisa, del emblema y de la empresa, como instrumento icónico
significativo y pedagógico. Las divisas son
figuras simbólicas o humanas con leyenda o mote, que refieren al pasado.
Sirvieron y sirven para distinguir personas, castas (de personas o de toros
bravos), grados. Su leyenda formula un ideal, un pensamiento que un grupo
adopta como norma de conducta. Los emblemas incluyen además del mote o leyenda
un epigrama, un poema que da cuenta de su sentido, con un propósito moralizador
de aplicación futura. Por su parte, la empresa
no tiene tras el dibujo un poema, sino un ensayo. Se trata de una configuración
alegórico-simbólica en la que predomina la intención didáctica. Por eso se ha
podido decir que Saavedra es “el más genuino representante del ensayo español
del siglo XVII” (Gómez Martínez). Saavedra puede ser también considerado un
precursor de la enseñanza multi-media.
Maldonado de
Guevara ha contrastado la emblemática, en la que entraría también la literatura
de empresas, con la fabulística. Mientras las fábulas suceden en un tiempo
impreciso, "presentáneo", en un medio vital apegado al lenguaje popular y
primitivo, las empresas de Saavedra aluden a fuerzas simbólicas o mecánicas.
Conviene recordar que la dinámica y la cinética eran ya ciencias en auge,
aunque todavía no se había inventado la biología. En las empresas de Saavedra
entran ya curiosos objetos como el catalejo[8],
el cañón, la escuadra, la trompeta, etc. La fabulística pone “exiemplos”; la emblemática se
resuelve en máximas, previsiones, decretos. Su tiempo es ya el histórico.
En las
páginas de las Empresas se muestran
las raíces más sólidas de la cultura barroca: el desengaño, el perspectivismo
óptico y moral, los recursos visuales, los juegos de paralelismos y antítesis,
el simbolismo ético, el desprecio del mundo y su consideración de
teatro, la miseria de la condición humana, los ultrajes del tiempo y de la
muerte, etc. (Baquero Goyanes). La obra puede entenderse como un Manual de
representación, para que el príncipe[9],
o el que haya de gobernar, desempeñe bien su papel en el Gran Teatro del Mundo.
Sus fuentes
son amplísimas. La principal Terencio, seguido de la Biblia, y luego, como un
tercio de citas, el resto. Autores griegos: Aristóteles, Platón, Jenofonte...; latinos:
Cicerón, Boecio, Julio César, Terencio, Séneca, Epícteto, Quintiliano,
Virgilio, Plauto, los dos Plinios, Horacio, Tito Livio, etc. Los padres
latinos: san Agustín, san Jerónimo, san Ambrosio...; y la tradición hispana: las
Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, el Fuero Juzgo, el padre Mariana,
Jerónimo de Zurita, la Historia de España de Nebrija, san Isidoro, etc.[10]
Las Empresas políticas se dividen en ocho
partes que responden a los siguientes temas: 1. Educación del príncipe, 2.
Conducta personal, 3. Relación con súbditos y extranjeros, 4. Con los
ministros, 5. Gobierno de sus estados, 6. Conflictos internos y externos, 7.
Victorias y tratados de paz, 8. Vejez y muerte.
Propone una
educación mixta, física y espiritual. En la parte más extensa, la dedicada a la
conducta, se desarrolla todo un plan ético: se examinan las virtudes y los
vicios. El buen gobernante ha de ser: advertido en la palabra, cultivador de la
verdad, perseguidor de buen nombre, respetuoso con los antepasados y temeroso
de Dios, amante de la Ley. Debe practicar la justicia y la clemencia y en todo
observar la religión. Atender la experiencia de los demás y aprender de la
opinión pública, eligiendo de entre los peligros y males, el menor.
Esta empresa se ha visto como precedente del famoso cuadro de Los garrotazos de Goya. Quien siembra discordias engendra guerras. |
En las
relaciones con los súbditos debe perseguir la buena fama, manejando con
equilibrio el amor y el temor[11],
con sigilo y astucia, precaviéndose de los engaños de la adulación y la
lisonja. Es importante conservar y hacer valer la autoridad ante los ministros,
sin caer en los excesos de confianza. Respecto a las relaciones con otros
Estados, Saavedra elogia la paz y amistad entre las naciones como condición de
prosperidad y buen gobierno. En la última parte de las Empresas brilla el sentido ascético de toda la obra. La vejez del
monarca es importante porque ha de preparar un sucesor.
Tierno
Galván, gran estudioso de la obra del humanista murciano, afirma: “Es uno de los pocos, casi único
escritor europeo español de su tiempo. Había recorrido gran parte de Europa,
sabía italiano, francés, alemán y algo, poco, de sueco, además de español.
Había leído mucho y alguna que otra vez se le escapa una cita sospechosa[12]”.
El humanista murciano cita a Tácito, incluso más que la Sagradas Escrituras. García de Diego, otro de los grandes
conocedores de la obra del diplomático, afirma: “El libro de las Empresas, por
la elevación y selección de los pensamientos y por su admirable lenguaje, es
superior como obra literaria a cuantos libros en España y fuera de ella han
tratado el mismo tema”. Y refiere a su “desbordada abundancia de pensamientos”.
La
originalidad de la obra –como dice Francisco Ayala- no está en su
extraordinaria erudición, sino en su vivificación bajo ideas que son fruto de
la experiencia personal y de una meditación propia. Su planteamiento platónico
y ejemplar viene significado desde el principio por la palabra “idea”, presente
en el título, sin embargo, ese idealismo no deriva hacia ningún tipo de
misticismo o utopismo. “No hay piedra filosofal más rica que la buena economía”, escribe. El
idealismo confluye con el realismo (Dowling) de aquel que sabe de lo que habla porque
tiene experiencia política y ha debido actuar con los pies en el suelo.
De la guerra
escribe que es “una violencia opuesta a la razón, a la naturaleza y al fin del
hombre”. “Bellum colligit qui discordias seminat”, o sea, que quien siembra
vientos (discordias) recoge tempestades (guerras). Evitar la guerra exige
prudencia. La prudencia con asiento en la mente es la regla y medida de las
virtudes, que sin ella llegan a ser vicios. Consta la prudencia de tres partes:
memoria de lo pasado, inteligencia de lo presente y providencia de lo futuro.
Su símbolo es la serpiente. Alguna vez conviene al príncipe cubrir la fuerza
con la astucia y la indignación con la benignidad, disimulando y acomodándose
al tiempo y a las personas.
J. L.
Abellán incluye con razón a Saavedra entre los tratadistas españoles
antimaquiavelistas. En efecto, Saavedra rechaza la comparación maquiavélica del
príncipe con la raposa y se queda con la serpiente: prudencia cristiana en
lugar de astucia engañosa. El tacitismo ya había penetrado en España a
principios del siglo XVII con la Doctrina
política civil de Eugenio de Narbona, e incluso antes con Antonio Pérez,
secretario de Felipe II que estaba empapado de Tácito, sobre el caldo de
cultivo del erasmismo.
Tácito,
caballero romano, cónsul en el 97, alto funcionario abrumado de honores,
íntegro y elocuente, reprobó a Domiciano y sirvió bajo Trajano. Sus obras
históricas, que nos han llegado incompletas y mutiladas, son de una
sorprendente originalidad de fondo y forma: Historiae
y Anales. Evolucionó de la
retórica a la historia. Se documentaba bien, añadiendo a las memorias de los
historiadores testimonios orales e indagando en las actas senatoriales. Su
imparcialidad se vio algo ensombrecida por su intención de exaltar a Trajano
como reparador de los desastres y crueldades de los flavios. Vacila entre la
aristocracia de los más dignos y la monarquía helenística y piramidal. Es
fatalista al modo estoico. Su moralismo indaga en los móviles humanos con una
penetración psicológica que debe mucho a la lección de Séneca. Refinado,
pesimista, su obra exhibe a veces una acritud terrible. Amigo de las antítesis
y los extremismos románticos, es la verosimilitud dramática y pintoresca lo que
cuenta, y en dicha interpretación supera a Tito Livio y Salustio. Con Virgilio
y Séneca es el autor más cargado de sentimientos de la literatura latina.
Era natural
que Tácito fuera el historiador e ideólogo preferido por nuestros pensadores
barrocos:
“He procurado tejer esta tela con los estambres políticos de Cornelio Tácito –declara Saavedra ‘Al lector’-, por ser gran maestro de príncipes, y quien con más buen juicio penetra sus naturales, y descubre las costumbres de los palacios y Cortes, y los errores o aciertos del gobierno”.
Se trata de
aprender de la Historia. España fue exaltada en la Contrarreforma por su
defensa providencial del catolicismo, bajo esta consideración o superstición se
la mira como potencia preferida por Dios. El tacitismo anuda ciencia y
experiencia histórica en las doctrinas políticas, elevando la política a la
categoría de técnica y arte, con cierta independencia respecto de la moral. Se
trata de seguir a Maquiavelo, pero sin caer en el maquiavelismo que justifica los medios por el fin de la razón de
Estado[13].
Se trata de cristianizar el concepto de “razón de Estado”. El tacitista Álamos
de Barrientos será considerado el primer teórico del realismo político en España.
Como indica el título de las Empresas
de Saavedra, el príncipe ya no debe ser sólo cristiano, sino también político,
un príncipe político-cristiano. La
prioridad para preservar un buen gobierno estriba en su adecuada educación, en
la que resulta fundamental el conocimiento de lo que Ortega llamará “el tesoro
de los errores de la historia”. Sin embargo, Joucla-Ruau señala que Saavedra
adopta más a Tácito en la forma que en el fondo, pues no está de acuerdo con
quienes interpretan la historia de forma oscura y conceptuosa deformando su
verdad y hasta critica el subjetivismo inestable de Tácito, lo que le hace
inseguro como guía de prudencia política.
Azorín, que
dedicó numerosos artículos a Saavedra, estudió la relación de éste con
Maquiavelo. Nos dice que Saavedra –como Gracián- fue uno de los canes que
ahuyentaron a la vulpeja florentina (el maquiavelismo) cuando quiso entrar en
el corral español. Aunque reconoce que en el diplomático y filósofo Saavedra
también había mucho de vulpeja. Si caracterizamos el pensamiento político de
Saavedra como Antimaquiavélico y tacitista, una tercera propiedad sería su hispanismo, puesto de manifiesto por
García de Diego, o su humanismo
hispanista. Así, cuando defiende la legislación española que protege al indio
en las Américas, frente a la Leyenda negra tramada por los Orange, o cuando defiende
la posición católica, contrarreformista, de la corona española, o cuando exalta
a nuestros antiguos “príncipes”, proponiéndolos como modelos de buena
gobernanza.
Lo más
esencial es que en mitad de las polémicas entre maquiavelismo y
antimaquiavelismo, Saavedra pretende conjugar las exigencias de la acción
política con las de la ética cristiana: “Una razón de Estado que haga
compatible una y otra” (Blecua). Sintiendo horror frente a las discordias
religiosas, un horror que podríamos llamar prevolteriano, Saavedra asume una posición
providencialista, pues percibe con especial sensibilidad la necesidad y el
poder de la religión como ordenadora de la política[14].
Durante su
siglo las Empresas lograron un
notable éxito con decenas de ediciones en todas las lenguas europeas, catorce
en latín. Sin duda fue el tratadista español más leído en Europa durante su
época y por supuesto el más leído en España. Sin embargo, los lectores del
siglo XVIII, siglo de la Ilustración, prefirieron la República literaria a las Empresas
políticas.
Empresa 6. Ciencias, pero también letras humanas (humanidades). |
No obstante,
en esta obra es posible hallar ideas muy modernas y de valor extemporáneo. Por
ejemplo, y a propósito del valor formativo de la interdisplinariedad y la
consiliencia, en la "Empresa 6" aparece un campo con espigas de trigo rodeado de
lirios y azucenas. Politioribus ornantur
litterae, es su leyenda. Las espigas, que dan pan, simbolizan las ciencias
y saberes útiles, que deben adornarse y perfeccionarse con las buenas letras y
artes liberales. Son las buenas letras corona de la ciencia y esto porque
“una profesión sin noticia ni adorno de otras es una especie de ignorancia, porque las ciencias se dan las manos y hacen un círculo, como se ve en el coro de las nueve musas. ¿A quién no cansa la mayor sabiduría, si es severa y no sabe hacerse amar y estimar con las artes liberales y con las buenas letras?..., pues por su agrado las llaman humanas… Y así, conviene que con las artes liberales se domestique y adorne la ciencia política”.
Las obras de Saavedra han sido digitalizadas en la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes. Las Empresas políticas son allí accesibles en formato pdf, en la edición de Planeta, Barcelona 1988, con introducción y notas de Francisco Javier Diez de Revenga.
El filósofo ubetense José Luis Villacañas Berlanga dirige en la actualidad la Biblioteca Saavedra Fajardo de Pensamiento Político Hispánico.
Notas
[1] Saavedra
era ministro plenipotenciario en el congreso de Münster donde se acuerda la paz
de Westfalia que puso fin a la guerra de los treinta años. En 1646 ocupa el
cargo de Consejero de Indias.
[2] El
primer manuscrito de la República
literaria que se conoce es muy anterior, de 1612.
[3] Ese
mismo año, Saavedra actuó como plenipontenciario de Felipe IV por el Círculo de
Borgoña en la Dieta Imperial de Ratisbona. Ese mismo año, el rey le concede el
hábito de caballero de la Orden de Santiago, tres años después de haberlo
obtenido don Pedro Calderón de la Barca.
[4] La
primera edición española de las Empresas políticas fue la de Valencia de 1655.
[5] La emblemática,
a partir de Alciato “Emblematur pater et prínceps”, invadió toda la cultura
europea y pasó a las fiestas, a las justas y juego e incluso a las
predicaciones, destacándose en este sentido la figura de Francisco de Villava, profesor
de la universidad de Baeza, que en 1613 publica sus Emblemas espirituales y morales.
[6] Otros
ejemplos del éxito del género d elos Emblemas en España son las Emblemas morales de Sebastián Orozco
(1589) y los Emblemas moralizados de
Hernando de Soto (1599).
[7] Una
importante diferencia entre el “emblema” y la “empresa” es que esta se prohíbe
incluir la figura humana.
[8] “Auget
et minuit”. Según por donde se mire aumenta y disminuye la visión ofreciendo
dos perspectivas falsas. “Reconozca las cosas como son, sin que las acrecienten
o menguen las pasiones” (Sumario). Saavedra rechaza la doble perspectiva y su
engaño.
[9] La obra
estuvo dedicada al príncipe Baltasar Carlos, que muere en 1646, dos años antes
que Saavedra, lo cual no importa mucho porque el propio Saavedra la escribió
con la intención de que tuviera un valor universal, para cualquier príncipe o
gobernante.
[10] Todas
estas fuentes han sido muy bien descritas por González Palencia.
[11] Maquiavelo,
en su Príncipe, afirma por el contrario que si el gobernante no consigue
hacerse amar, al menos ha de hacerse temer (terrorismo de Estado “maquiavélico”,
o por “razón de Estado”).
[12]
Heterodoxa. ¿Luterana?, ¿calvinista?
[13][13]
El concepto de “razón de Estado” que será tan importante en el maquiavelismo
como en el antimaquiavelismo ni siquiera aparece en los escritos del secretario
florentino, aunque El Príncipe de
Maquiavelo suscita ya su idea.
[14] Motivo
que se repetirá en la valiosa obra del historiador británico Arnold J. Toynbee.
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