viernes, 17 de abril de 2020

LA BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA


Y SU DESTRUCCIÓN

La Biblioteca de Alejandría, la destrucción del gran centro del ...

"Demetrio de Falero fue puesto al mando de la biblioteca real y se pusieron a su disposición grandes sumas de dinero para recopilar, si era posible, todos los libros en el mundo conocido. Mediante adquisiciones y transcripciones llevó a su cumplimiento el proyecto del rey en la medida de sus posibilidades. Yo estaba allí cuando el rey le preguntó: «¿Cuántos miles de libros tenemos?». Él respondió: «Más de doscientos mil, señor; pero procuraré llegar pronto a los quinientos mil".

Pseudo Aristeas, Carta a Filócrates 9–10 


La Biblioteca de Alejandría. ¿Cómo se perdió el mayor centro de ...


Durante siglos se contó en las escuelas que los árabes habrían destruido la célebre biblioteca de Alejandría cuando conquistaron la ciudad en el siglo VII. Se trata de una infamia sin fundamento histórico. Los árabes nunca pudieron incendiar la Gran Biblioteca de Alejandría, ni siquiera la Pequeña Biblioteca, porque, cuando las tropas de ‘Amru llegaron a la ciudad en el 641, ya hacía cientos de años que no existían. Lo que encontraron los árabes fue una ciudad dividida, arruinada y exhausta por siglos de luchas civiles.

Alejandría fue fundada por Alejandro Magno en el 331 a. C. como nueva capital de Egipto. Un general de Alejandro, Ptolomeo I Sotero (305-282) fundó la Biblioteca y el Museo en 295 a. C., gracias al consejo de los sabios Eudoxio, Demetrio de Falero (discípulo de Teofrasto y su primer director y bibliotecario) y del propio Aristóteles, quien –según Estrabón- enseñó a los Ptolomeos a organizar su Biblioteca. Más tarde colaboró Estratón de Lampsaco, preceptor del príncipe heredero Ptolomeo Filadelfo, filósofo aquel que sucedió a Teofrasto como director del Liceo fundado por Aristóteles. La Biblioteca fue una institución helenística, cuyo director, cargo de gran relevancia social, era nombrado directamente por el rey.

Alejandría ostentó la primacía en casi todas las disciplinas científicas hasta el final de la Antigüedad. La Gran Biblioteca era un complemento indispensable del Museo o Templo dedicado a las Musas. Fue descrita por Tito Livio como “el más bello de los monumentos”. Tenía numerosas salas con estantes para libros –los “armaría” que consultaban los sabios- y habitaciones para los escribas y artistas que copiaban los rollos, cobrando a tanto por línea. Todos los Ptolomeos coleccionaron miles de manuscritos griegos, judíos, egipcios, persas e indios, hasta los tiempos de Cleopatra VII, la célebre amante de Julio César y Marco Antonio. 

Los navíos y viajeros que pasaban por Alejandría estaban obligados a dejar en ella los manuscritos originales que poseían, a cambio de copias. En el Museo llegaron a reunirse más de cien sabios. Se clasificaban a sí mismos en “filólogos” y “filósofos”. Los primeros se interesaban por todo lo referente a textos y gramática, sin descuidar los estudios eruditos de historiografía y mitografía. Los “filósofos”, de orientación “peripatética” o “aristotélica”, eran pensadores menos dados a la meditación moral o metafísica, que científicos versados en las ciencias particulares: matemática, astronomía, geografía y medicina. Por lo demás, algunos espíritus enciclopédicos como Eratóstenes, brillaron a la vez como “filólogos” y como “filósofos”.

Tenían aulas de lecciones, instrumentos astronómicos, salas de disección, jardines botánicos y zoológicos. Sus sueldos procedían directamente del rey. Los ptolomeos asistían a los banquetes en que se intercambiaban puntos de vista (symposios). Los alejandrinos construyeron máquinas de vapor, relojes muy sofisticados, diseñaron complicadas palancas (Arquímedes estudió en Alejandría) e incluso midieron la altura de las montañas de la luna y la longitud de la circunferencia de la Tierra, con una exactitud admirable.

Ptolomeo II Filadelfo (285-246) compró la biblioteca de Aristóteles y Teofrasto, y reunió alrededor de medio millón de libros. Ptolomeo III Evergete (246-222) fundó en el Serapeum la Biblioteca-Hija, la segunda biblioteca pública de la ciudad, seguramente por haberse quedado pequeña la Gran Biblioteca o Biblioteca-Madre. La Gran Biblioteca fue la más grande, rica e importante de la Antigüedad. No sólo griegos, sino también egipcios, fenicios, árabes, persas, judíos e indios buscaban en sus archivos y se sentaban en sus bancos de piedra, bajo sus pórticos, mirando el Faro y el mar azul... La cultura griega se enriqueció aquí, como las restantes, con el contacto de otras.
          
La Biblioteca de Alejandría, la destrucción del gran centro del ...

Su proximidad al mar fue causa accidental de su trágico destino. La mítica Biblioteca ardió a causa de una acción militar de Julio César. Lo cuenta un sobrino de Séneca, el historiador Marco Anneo Lucano (39-65) en su obra Farsalia: Julio César, en el 47 a. C., torpemente involucrado en las rivalidades dinásticas alejandrinas, y sitiado por el general Achillas en el palacio real de Lochias, a orillas del mar, mandó incendiar su propia flota o la de los Ptolomeos, más de sesenta barcos anclados en el Gran Puerto oriental. El incendio se propagó rápidamente a los muelles, y de éstos a la ciudad real y los depósitos de la Biblioteca... “las casas vecinas a los muelles prendieron fuego; el viento contribuyó al desastre; las llamas eran lanzadas por el viento furioso como meteoros sobre los tejados. Los soldados egipcios tuvieron que abandonar el sitio de César para tratar de salvar Alejandría de las llamas”. 

Lucio Anneo Séneca, el filósofo cordobés, menciona en su De tranquilitate animi la cifra de cuarenta mil libros quemados, citando a Tito Livio, contemporáneo del desastre. Plutarco también registra el incendio en su Vida de César. Julio César, sin embargo, en su Bellum Civile describe la batalla, pero silencia el incendio de la Biblioteca. Nadie, hasta el final de la dinastía Julio-Claudia, se atreverá a revelar su responsabilidad en el desastre (secreto de Estado).

Domiciano (81-96) mandó reconstruir las bibliotecas del Imperio, entre ellas la de Alejandría. Pero la ciudad sería destruida dos veces por Caracalla (211-217) y Valeriano (253); otra, cuando en el 269 se dio la desastrosa conquista de la ciudad por Zenobia, reina de Palmira; y en el 273, cuando Aureliano la saqueó. Muchos sabios emigraron a Bizancio. Cuando Diocleciano destruyó la ciudad de nuevo (294-5), el Museo y su Biblioteca aneja estaban ya abandonados.
          
En la Acrópolis de la colina de Rhakotis, en el rincón de Alejadría más alejado del mar y, por tanto, más resguardado, la Biblioteca-Hija perduró algo más. Fue engrandecida por todos los emperadores romanos, sustituyendo definitivamente a la Gran Biblioteca. Incorporaba calefacción central por tuberías para mantener secos los libros en sus depósitos subterráneos. Cleopatra VII Philopator, la famosa reina de Egipto, que hablaba siete idiomas, tuvo un gran interés en ella, así como en el templo de Serapis, que llegó a ser una de las siete maravillas del mundo, donde aparecía ataviada con los insinuantes velos de Isis en las ceremonias sagradas. 

La Real Biblioteca de Alejandría, misterio de Egipto por Asia y ...

A fines del siglo I a. C. la Biblioteca-Hija debió ser el receptáculo de los despojos que quedaron de la Gran Biblioteca y de los doscientos mil rollos que Marco Antonio saqueó en Pérgamo para regalar a su amada Cleopatra, resarciéndole así de las pérdidas irreparables que el fuego de César había provocado, según Plutarco.

El complejo de la acrópolis alejandrina incluía el templo de Serapis, el Anubión, la Biblioteca-Hija, el Iseum y la necrópolis de los animales sagrados, uno de los mayores hipogeos de Egipto, con 153 metros de fondo, dos obeliscos de Sethi I, así como la sagrada Columna de Serapis, que guiaba refulgente a los marineros hacia el puerto desde los altos de Serapeum, la “Columna de Helios”, que aún vieron ilustres viajeros en el siglo III de nuestra era.
          
Tanta belleza no fue destruida por los guerreros árabes que tomaron las ruinas de la ciudad en el 641, sino por los cristianos monofisitas en el año 391. En efecto, tras el mandato del emperador Teodosio I mandando cerrar los templos paganos, los cristianos destruyeron e incendiaron el Serapeum alejandrino. Las llamas arrasaron también la última y fabulosa biblioteca de la Antigüedad. Según las Crónicas Alejandrinas (V d. C.), fue el Patriarca monofisita de Alejandría, Teófilo (385-412), caracterizado por su fanático fervor en la demolición de templos paganos, el instigador de aquella hecatombe. Es verosímil que una parte de los fondos de la Biblioteca-Hija fueran retirados a tiempo. Tal vez las mismas manos, realmente piadosas, que pusieron a salvo los restos mortales de Alejandro para evitar su profanación, se llevaron la parte más señalada de los fondos de la biblioteca. La existencia en algún lugar lejano de una cámara oculta, enterrada en el desierto líbico o en el valle del Nilo, donde aún se halle la urna de cristal en la que reposan los restos mortales del joven alumno de Aristóteles, junto, ¡quién sabe!, a cientos de libros del Serapeum, suscita una esperanza magnífica y romántica.
          
Tras el 391, la colina de Rhakotis quedó como un lugar maldito, embrujado por las almas de las víctimas insepultas o amontonadas en fosas, alrededor de los escombros de la Columna del Sol. Este espectáculo dantesco fue presenciado por los asombrados ojos de los arqueólogos del siglo pasado, que excavaron las terrazas del santuario entre los fragmentos de columnas y paramentos, rotos con encarnizamiento. Sus testimonios científicos, cuidadosamente silenciados, como si de un tabú se tratara, revelan sin lugar a dudas que aquel lúgubre y terrible lugar fue el final indigno de la milenaria cultura faraónica y griega.
          
Más tarde, durante el siglo VI, Alejandría fue presa de violentas luchas civiles entre cristianos monofisitas y melquitas, la emperatriz bizantina Teodora, esposa de Justiniano (527-567), incendió la ciudad por esta causa. Para remate, los persas destruyeron completamente lo que quedaba de Alejandría en el 619.
          
Así pues, cuando el caudillo árabe ‘Amru entró en la ciudad en el 641, tras la expulsión de los bizantinos, el Museo y la Biblioteca estaban completamente olvidados. Sin embargo, es seguro que quedaban decenas de miles de libros en bibliotecas privadas y mansiones abandonadas de una ciudad que llegó a contar con 600.000 habitantes a principios del VII. Se dice que los árabes acabaron con este resto, utilizándolo como combustible para sus baños, junto a miles de muebles astillados.

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