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domingo, 30 de octubre de 2022

LA MÓNADA DE LEIBNIZ

Manuscrito de Leibniz

 

Para mi viejo amigo Vicente Nieto,
que no comprendió a qué refiriere Leibniz con su “mónada”.

 

Leibniz define la mónada como una sustancia simple e indivisible y por tanto sin extensión[1] ni figura. “Allí donde no hay partes, tampoco hay extensión”. Las mónadas son los verdaderos átomos o elementos imperecederos de la naturaleza. Sólo pueden comenzar por creación y concluir por aniquilación.

“El espacio, lejos de ser una sustancia, ni siquiera es un Ser. Es un orden, como el tiempo, un orden de las coexistencias, como el tiempo es un orden entre las existencias que no están juntas. La continuidad no es una cosa ideal, sino lo que hay de real es lo que se halla en este orden de la continuidad” (Akademie-Ausgabe, Transkiptionen 1914, Nr. 144, pág. 183)[2]

Las mónadas carecen de ventanas o poros[3] y cada una es diversa de cualquier otra, “pues nunca se dan en la Naturaleza dos Seres que sean perfectamente el uno como el otro, y en donde no sea posible hallar una diferencia interna o fundada en una denominación intrínseca”, según el Principio de los indiscernibles por el cual no pueden darse en la naturaleza dos cosas singulares que sólo se distingan según número[4].

lunes, 29 de septiembre de 2014

LAS FILOSOFÍAS POLÍTICAS DE PLATÓN Y HUME



Dos pesimistas

En su admirable trabajo “Platón y Hume, cercanos en lo importante”, J. M. Bermudo, profesor de la universidad de Barcelona, hace una original lectura de la filosofía política del ateniense y del escocés, subrayando sus analogías. Para ello hay que superar los prejuicios de una historiografía tradicional que suele contemplarlos como pertenecientes a mundos intelectuales distintos y hasta enfrentados: Platón utopista e idealista, preocupado por el orden más que celestial de las formas eternas; Hume naturalista y escéptico, para el cual no hay más cera que la que arde. El griego, racionalista a machamartillo, despreciaría las potencias concupiscibles del alma; el edimburgués, emotivista, sostiene que la razón no puede ser más que un instrumento de las pasiones.

Y sin embargo, para ambos, la cuestión política fundamental es la misma: la fundamentación o legitimación de la obediencia a las leyes y de sus límites. Por supuesto, ambos parten de metafísicas y antropologías diferentes, pero los dos son pesimistas y fundan su filosofía política en una teoría realista de la naturaleza humana, además presentan otras semejanzas relevantes a la hora de analizar las condiciones de posibilidad de un gobierno justo.

“Platón es un optimista fracasado que ha puesto el deber tan alto que se ve forzado a aceptar su imposibilidad, siendo su filosofía un apasionado esfuerzo por evitar el desastre; Hume es un escéptico consolado que ha puesto el deber tan asequible que cualquier gesto permite la esperanza”[1].