martes, 1 de noviembre de 2022

SPINOZA Y LA ARAÑA

 


Cuenta su biógrafo Cornelius que a Spinoza (1632-1677) le gustaba observar cómo se comportaba una mosca arrojada a la red de una araña que vivía en un rincón de su habitación y dicen también que la situación le causaba risa. Jorge Bustamante traduce y recuerda a Segismundo Krzyzanowski, del que Siruela ha publicado siete relatos bajo el título La nieve roja (2009) y ediciones del subsuelo su novela: El club de los asesinos de letras (2012). 


Krzyzanowski recrea el momento en que, tras el sacrificio de la mosca ya en su mortaja sedosa, los ojos de la araña y las pupilas del metafísico se encuentran. Después, la araña se oculta y el filósofo escribe aprovechando la luz que se filtra por la ventana:


"El derecho natural se extiende en toda la naturaleza  y en cada característica por separado, con igual fuerza. Por consiguiente, todo lo que la persona realiza en consonancia con las propias leyes naturales, lo hace con absoluto derecho natural y su derecho a la naturaleza se mide en proporción a su fuerza". Tractatus politicus, cap. 1.

 

No me extraña que reflexiones como esta alentaran el interés de Nietzsche por Spinoza. ¡Ni el Calicles del Gorgias platónico habría hecho una defensa mejor de la ley natural!, frente a la moral y la decencia (el nomos). Más explícito todavía es Spinoza en su Tratado Teológico-político (cap. XVI): "El derecho natural de cada hombre no se determina, pues, por la sana razón, sino por el deseo y el poder". ¡Como el derecho natural de la araña! A la que la naturaleza sólo dio el apetito, y no la razón (moral).

 

"Por consiguiente, todo cuanto un hombre, considerado bajo el solo imperio de la naturaleza, estime que le es útil, ya le guíe la sana razón, ya el ímpetu de la pasión, tiene el máximo derecho de desearlo y le es lícito apoderarse de ello de cualquier forma, ya sea por la fuerza, el engaño, las súplicas o el medio que le resulte más fácil; y puede, por tanto, tener por enemigo a quien intente impedirle que satisfaga su deseo". (Tratado teológico-político, XVI).

 

El derecho natural que nos propone el hebreo es muy apropiado para arañas, tiburones y otros animales de presa, incluido, claro, el ser humano. 

Leibniz se entrevistó con Spinoza cuando este temía por su vida en La Haya (1676), pues los seguidores de la Liga de Orange no eran precisamente aficionados al libre pensamiento, como sí lo habían sido los hermanos De Witt, los cuales, antes de su asesinato, habían protegido a Spinoza. 

Ante una concepción tan dura de la ley natural como la de Spinoza, el alemán podría haberle replicado diciéndole que las potestades de la fuerza bruta distan mucho de ser "derechos" o que el reino de la naturaleza poco tiene que ver con el reino de la gracia, aunque sea compatible con él  y ambos se armonicen en el infinito.

Spinoza define el derecho natural no por la razón, como Grocio siguiendo una larga tradición que, a través de Suárez, procede de Aristóteles y los estoicos, sino que Spinoza resuelve la ley natural en los juegos del deseo y del poder, como Hobbes. Para Spinoza, el pacto social consistirá en una decisión de carácter "moral": someter el apetito a la razón, y así reviste un carácter democrático: "Todos colectivamente" (v. notas de Atilano Domínguez en la edición del Tratado teológico-político del Círculo de Lectores).

Araña cangrejo, Thomisus onustus

La araña sabe todo lo que debe saber, lo que tiene que saber hacer, cómo elaborar y pisar con prisa su tela cuando ha caído en ella un cuerpo foráneo; sabe de qué manera liarlo y donde hundir sus mandíbulas agudas. ¿Sufre la mosca?,¿poco o mucho? No lo sabemos. El filósofo piensa y piensa, escribe y escribe, por mucho que piense y escriba sabe menos de lo que debe saber, al contrario que la araña.

Pío Baroja en La Caverna del humorismo (1919) recuerda el episodio de Spinoza y la araña (del octópodo depredador, de la víctima, la mosca, no se acuerda nadie), lo hace para reivindicar la faceta humorista del filósofo panteísta y heterodoxo, como si este, al reírse de la mosca, se riese de las supuestas intenciones de la divina Providencia.

"La naturaleza no prohíbe nada más que lo que nadie desea y nadie puede", sentencia el autor de la Ética geométrica. Y por lo tanto, la naturaleza no se opone a las riñas ni a los odios, ni a los engaños..., ni a nada que aconseje el apetito. Nada extraño es esto, pues la naturaleza no está limitada por leyes racionales y utilitarias, sino que implica infinitas otras que abarcan su orden eterno y necesario. El hombre sólo es una partícula de la naturaleza. Si algo nos parece ridículo o malo en la naturaleza es porque no la conocemos sino parcialmente e ignoramos su orden y coherencia...

Aquí sin duda hubiera podido estar el sefardita muy cerca de Leibniz...:


"La verdad es que aquello que la razón define como mal no es malo en relación al orden y a las leyes de toda la naturaleza, sino únicamente en relación a las leyes de nuestra naturaleza" (Ibidem, la cursiva es mía).

 

Para vivir seguros, sin temor y lo mejor posible, los hombres tuvieron que unir sus esfuerzos y así...


"Hicieron que el derecho a todas las cosas, que cada uno tenía por naturaleza, lo poseyeran todos colectivamente y que en adelante ya no estuviera determinado según la fuerza y el apetito de cada individuo, sino según el poder y la voluntad de todos  la vez" (Ibidem).

 

 Es el pacto social el que obliga a dirigir todo según el dictamen de la razón, no la naturaleza, frenando el apetito que aconseja hacer algo en perjuicio de otro. Es ese "contrato" el que obliga a no hacer a nadie lo que no se quiere que le hagan a uno y a defender, finalmente, el derecho ajeno como propio.

Ananké, Necesidad, es diosa tan potente que no admite altares ni estatuas. Ni acepta sacrificios. ¡Para qué, si no concede favores ni a pobres ni a ricos! Spinoza, iconoclasta como buen semita, se hizo adepto fidelísimo a esta primitiva diosa, Necesidad, en cuyo templo nadie reza, tan devoto que negó la locura absurda de la Libertad.

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