domingo, 27 de noviembre de 2022

DEL PLACER

 

Hedonismo. Óleo de Ana Roldán Sánchez (*1960, Málaga)

"Recuerde el alma dormida...
cuán presto se va el placer;
cómo después de acordado
da dolor..."

Jorge Manrique

La reflexión sobre el placer (ἡδονή, hedoné) de Platón y Aristóteles

 Para el Estagirita placer y dolor son las señales o criterios más firmes de la moral. Aristóteles se refiere a ello en los libros segundo y séptimo de su Ética para Nicómaco (EN). En el libro X profundiza en su análisis del placer. Refiere a la teoría hedonista de Eudoxo, disidente como él de la Academia a la muerte de Platón. Sugiere que al hedonismo de Eudoxo se le dio crédito porque el filósofo era extraordinariamente temperante, de vida sobria y austera (un delincuente resulta muy persuasivo si pide para sí condenas más altas de las dictadas por el juez).


Para Eudoxo[1] el placer era el bien supremo porque todos los seres lo buscan y porque  consideraba al placer un bien en sí mismo, absoluto. En efecto: “nadie pregunta para qué se siente placer en la convicción de que el placer es deseable por sí mismo”. Además, el placer hace más deseable aquello a que se añade, por ejemplo, si acompaña al obrar con justicia y templanza. Aristóteles recuerda que Platón (v. Filebo 60d) invierte el argumento para negar que el placer sea el Bien afirmando, precisamente, que la vida placentera es más deseable acompañada de prudencia (phrónesis, inteligencia para la acción). Pero si la combinación de placer y prudencia es preferible, entonces el placer no es el Bien, porque el Bien es lo más deseable sin que nada se le añada, es decir Bien es lo que todos los seres apetecen, incluso de modo inconsciente, sin saber que lo buscan, como los animales no racionales[2], de manera que “la prudencia participa más de la condición del bien que el placer” (Filebo, 60b).

Sócrates pone de manifiesto en el Fedón cómo el placer es hermano siamés del dolor, al sentir deleite cuando le liberan de los grillos que le causaban fastidio, poco antes de tomar la cicuta. Para el Sócrates platónico no hay placer que satisfaga plenamente, mientras que “en aquel de los seres vivos en quien el bien estuviese por siempre y totalmente presente hasta el fin, no necesitaría ya de ninguna otra cosa y estaría perfectamente satisfecho” (Filebo, Ibidem).

La indeterminación de la idea del bien es una, tal vez la mayor, de las genialidades de la metafísica platónica, que sitúa dicho género de géneros, como universal supremo, más allá de toda esencia, precisamente por ser el Bien perfecto, suficiente y universalmente elegible. Es evidente que ni el placer ni la prudencia cumplen estos tres requisitos de universal eligibilidad y suficiencia. Sin embargo, Platón sí que determina en su didáctica madurez “la vida buena”, en el Filebo y “para todos los públicos”, como una vida mixta de placer y prudencia, vida que incluye además el requisito de la opinión correcta y la memoria, pues no sólo deseamos gozar, sino también tener un buen juicio sobre lo que estamos gozando, saber de esa experiencia y poder recordarla (60e).

También es cierto que nadie aceptaría ser prudente si a ello no le acompañasen algunos placeres, que obran como alicientes para lograr la excelencia (areté). Placer y Prudencia son como dos fuentes, la primera de miel, la segunda sobria y sin vino, austera y saludable. Cualquier vida humana –pues no somos dioses- resulta satisfactoria si mezclamos el líquido de ambas fuentes con sensatez y medida, “de la mejor manera posible” (61c).

Platón es consciente de que los mayores y más intensos placeres son peligrosos: “procuran infinitas trabas, alborotando las almas en las que vivimos con su loco frenesí”. Esto dice el Intelecto, personificado en prosopopeya por Sócrates. Por consiguiente, es prudente preferir los placeres verdaderos y puros, pues mezclan bien con la salud y la templanza, a aquellos que ofuscan la memoria y generan riñas y discordias. Mas téngase en cuenta que “el placer es, ciertamente, lo más embustero que hay y, según el dicho, incluso en los placeres del amor, que son al parecer los mayores, los dioses perdonan el perjurio, en la idea de que, como niños, los placeres no tienen ni chispa de juicio” (Filebo 65c)[3]. A su falta de juicio hay que añadir su arbitrariedad, pues lo mismo experimenta placer el disoluto que el moderado, el prudente que el insensato, por lo que hay que establecer en justicia la desemejanza de unos y otros placeres (Filebo 12d) y su diferente bondad. Por desgracia, la ignorancia no causa por sí misma dolor, aunque la conciencia de la ignorancia sí lo cause, pero la conciencia de la propia inopia es ya un tipo de prudencia y seguramente el principio de toda sabiduría.

Aristóteles, por su parte, refuta el hedonismo de Eudoxo, pero también el prurito académico y elitista de negar que el placer sea un bien porque lo busque la mayoría o porque al contemplar al que disfruta los placeres más intensos (los de la carne) nos pueda parecer indecente, ridículo o vergonzoso, y, al gozar nosotros mismos, lo ocultemos (v. Filebo 65e-66ª.

No es posible negar que el placer sea un bien, su búsqueda es connatural a nuestra especie y por eso se usa para educar a los niños, premiándoles con cosas o actividades que les agradan cuando hacen las cosas bien. No obstante, el placer (hedoné) no es tampoco el bien supremo para Aristóteles. De hecho, ponemos nuestro esfuerzo en muchas actividades que no nos dan placer: ver, recordar, saber, tener virtudes... Y las elegimos aunque no sean placenteras. “Ni el placer es el bien ni todo placer es deseable” (EN, X, III, 1174ª).

El placer no es necesariamente bueno porque se oponga al dolor, ya que también al dolor se le puede oponer algo peor, como a la necesaria y dolorosa cirugía de un tumor se le puede oponer la muerte del paciente por no extirparle el cáncer a tiempo. Al abordar la cuestión de las especies o clases de placer, Sócrates nos advierte en el Filebo que no es posible hacer el estudio cabal del placer sin considerar simultáneamente el dolor. Ya Calicles en el Gorgias hallaba la clave de la felicidad en la satisfacción de los deseos, no en su término. El hombre superior de Calicles (κρείττων) acepta pagar el placer con sufrimientos previos: acepta la sed para gozar bebiendo, etc.

Jose Méndez. Single fin lovers. Illustration

En el Filebo serán considerados “impuros” los placeres que toleran la inclusión de dolor, tanto físicos como anímicos. Los placeres por anticipación se dividen allí en verdaderos y falsos. Llama Platón “falsos” a los placeres que se apoyan en una creencia falsa y “verdaderos” a los que pueden obtenerse con seguridad (Filebo 62e). En República 558d, Platón había distinguido entre los apetitos de placer que acarrean dispendio y no ganancia (innecesarios e inútiles) y los placeres necesarios, como los que se derivan del deseo de comer o beber cuando aprovecha a la salud y al bienestar personal. También describe allí la personalidad del tirano como la de aquel que a los apetitos necesarios e innecesarios une los ilícitos.

Los placeres que acompañan a la excelencia o virtud (areté) distan de ser un adorno gratuito para una vida plenamente humana, porque una vida buena exige orden en la conducta y medida proporcionada (symmetría)[4] en la elección y disfrute de los placeres, con acomodo a las exigencias del ser, es decir al orden natural del cosmos ((kósmos-táxis). Tal orden se manifiesta, se aclara y resplandece, sobre todo, muy platónicamente, en la verdad y belleza de lo real, por consiguiente, al fin se determinarán como placeres puros aquellos que proporcionan la contemplación desinteresada de la belleza y la verdad, “puros o del alma sola, placeres que acompañan a las ciencias y a las sensaciones”, sensaciones que podríamos llamar espirituales (v. Filebo 66c).

De este modo, el criterio axiológico para cualificar y jerarquizar los placeres es el bien, y no sería el placer proporcionado por una actividad –como pretende el hedonismo- lo que determina una acción como buena. Piénsese, por ejemplo, en el placer que ofrecen los alimentos sobresaturados de grasa, sales y azúcar, de la comida basura; halagan el paladar proporcionando placer intenso, pero una ingesta excesiva de chucherías produce males como la hipertensión o la diabetes. Los gustos que nos dimos acarrean las penas que sufrimos.

En tiempos de Platón el hedonismo estaba ya muy extendido, como el propio ateniense observa en Filebo 66e, pero Platón nunca negó que el placer fuese un bien, aunque “el intelecto es con mucho superior y mejor que el placer para la vida del hombre”. Ni el intelecto ni el placer son autosuficientes, pues en el hombre tanto el placer como la inteligencia carecen de autosuficiencia y perfección (67ª). Pero el placer es para Platón un bien menor, por detrás de prudencia, memoria, buen juicio y todo lo relativo a medida y sentido de la oportunidad (kairós)[5]. Sólo la masa ignorante estima que los placeres son lo más importante para nuestro vivir, tal vez llevados a ello por el testimonio de las bestias, por cómo bueyes y caballos persiguen sus goces con ciego celo (v. Filebo 67b).

Esta consideración matizada y sumamente cauta del placer llevó a otros académicos, tal vez a Espeusipo y a sus seguidores, a negar que el placer fuese un bien, según el comentario de Aristóteles (EN, X). Argumentaban diciendo que el placer no es una cualidad, es indefinido (ἀοριστον, ilimitado) porque admite más y menos, mientras que el bien es cualidad definida. La afirmación de la definición o limitación del bien es sumamente discutible; bienes tan principales como la salud, también admiten un más y un menos. De otro modo, los académicos pretendían negar la condición de bien al placer aduciendo que, mientras que el Bien es perfecto e inmóvil, el placer es imperfecto por ser movimiento y proceso, un proceso de restauración[6] (en la traducción de Mari Ángeles Durán y Francisco Lisi, el término que se usa es el de “recuperación”). Sócrates afirma en el Filebo (32e) que la destrucción es dolor y la recuperación placer, por tanto, cuando un ser vivo ni se está destruyendo ni recuperando, no siente ni poco ni mucho dolor ni placer, sino que se halla en un tercer estado de indiferencia alguedónica. Aristóteles no está de acuerdo con esta consideración del placer como restauración o recuperación: uno puede sentir placer cuando recupera la salud, las fuerzas o el dinero, pero el placer no es por sí mismo ni salud, ni fuerza ni dinero.

Uno puede acelerar sus movimientos voluntariamente, por ejemplo, el paso, pero no puede sentir placer aceleradamente. Que haya placeres depravados o reprobables significa que las actividades de que se obtiene son perversas, pero no que el placer por sí mismo no sea un bien. Para Aristóteles el placer no es un proceso, ni el resultado de un proceso, sino que es completo en sí mismo: “Acompaña o perfecciona la actividad de una facultad sana de la sensación o del pensamiento ejercida sobre un objeto bueno” (1174b). Y deduce su carácter efímero y cómo el ansia de placer es ansia de vivir. La vida para el Estagirita es actividad, por eso hay placer en toda sensación e igualmente en el pensamiento y la contemplación, que son también actividades, y lo más placentero es la más perfecta actividad. El placer es bueno porque perfecciona el vivir (τελειοῖ ἑκάστῳ τὸ ζῆν) y no hay que concebir el placer unilateralmente o según lo que la gente en general aprecia, porque hay tantas clases de placer como de actividades, especies e individuos. Con razón un asno prefiere la paja al oro. Y para unos resultan agradables las actividades que a otros molestan y “son de muchas clases las corrupciones y perversiones humanas” (EN, X, V).

El mejor placer y el más humano es el del hombre más excelente, si lo hubiera. Pero nadie puede sentir placer continuamente, hasta el placer se agota cuando cansa la actividad que lo provoca. La novedad de una actividad lo estimula, pero pronto se apaga y hace vieja. Los placeres se empujan unos a otros y no es posible sentir placer soplando y sorbiendo al mismo tiempo. Es cierto que uno progresa en su actividad si le gusta, si le es agradable, o sea, si obtiene placer con ella. Así actúa el placer como incentivo y espuela de la acción, sea buena o mala.

 Aristóteles culmina su Ética para Nicómaco saltando del placer a la felicidad (eudaimonía) como actividad de la virtud o excelencia superior, que es la contemplación intelectual, la sabiduría especulativa o el theoreîn, porque es la actividad (theoría) que tiene por agente la mejor parte del alma, y es además la actividad más segura, continua y autosuficiente[7]. Estos son los placeres del sabio, de la vida del intelecto (κατὰ τὸν νοῦν), que es la más feliz. Así la filosofía encierra placeres maravillosos por su pureza y permanencia[8] . La vida de la excelencia moral (κατὰ τῇν ἄλλην ἀρετήν) es dichosa sólo secundariamente. No es a tal efecto impertinente que el sabio requiera pocos bienes externos.

Al final de su libro X, Aristóteles enlaza en anticlímax la ética con la política a base de consideraciones de orden práctico y educacional. Propone una educación pública “espartana” que incluya el castigo pues, como ha dicho al principio de la Ética para Nicómaco, a los niños se les educa sirviéndose del timón del placer y del dolor de modo que se alegren con el bien y se entristezcan con el mal, pues sus mentes asociarán automáticamente el dolor con lo mal hecho y el placer con lo bien hecho. Es de una importancia pedagógica máxima que se gocen con lo que es debido y odien lo injusto.


NOTAS

[1]   Εὔδοξος ὁ Κνίδιος (c. 390 - 337) fue pupilo de Platón, también médico. Nada de su obra ha llegado a nuestros días. Se le considera padre de la astronomía matemática.  

[2] En su Ética para Nicómaco escribe Aristóteles: “En los irracionales hay un elemento natural, superior a su propio ser, que tiende a su bien propio”, 1173ª.

[3] Cito la traducción de Mª Ángeles Durán y Francisco Lisi, Gredos, Madrid 1992.

[4] En el Protágoras y en el Cármides ya había hecho Platón referencia a una metretiké téchne, a una técnica de la medida que nos permitiera jerarquizar placeres.

[5] De esta forma anticipa el maestro la consideración aristotélica de Aristóteles y del estoicismo del placer como fin sobrevenido, como las amapolas en un campo de trigo. El agricultor no las plantó, no las buscó directamente, pero su buen trabajo se las regala.

[6]   Esta idea de la primera Academia del placer como restauración es análoga a otras muy modernas del placer como homeóstasis.o equílibrio de las partes del organismo y con su entorno.

[7]   Aristóteles sabe que los placeres se la buena mesa o del sexo son más intensos, pero también más efímeros y discontínuos, además de peligrosos para la salud.

[8]   ¿Cualquier filosofía? Lo dudo.

Para saber más:

Sobre las figuras actuales del hedonismo véase el Diccionario Filosófico de Rodolfo López Isern



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