A pie del fragmento 119 (DK) de Heráclito de Éfeso
Estobeo, en su Florilegio, recoge la frase de Heráclito:
ἦθος ἀνθρώπῳ δαίμων
transcrita a nuestro abecedario:
Êthos anthrópôi daímôn
o sea, más o menos, "el carácter es para el ser humano su demon". Nosotros dejamos la transcripción "demon", en lugar de "demonio", como dando a entender que el significado en griego de esa palabra no puede ser traducido sin explicación por "demonio", término cuyas connotaciones maléficas, en la tradición cristiana, son inmediatas.
Plutarco en sus Investigaciones platónicas cita la célebre sentencia del Príncipe Melancólico, identificando por un lado 'êthos' (modo de ser, comportamiento, carácter) con 'phýsis' (naturaleza), aunque, por otro, empareja 'êthos' con 'noûs' (inteligencia, seso) al citar un verso de Menandro: "Si a su propia natura, pues, como que era sobremanera capaz de juicio y fecunda, la llamó dios, tal como Menandro 'Pues nuestro seso (noûs) es la divinidad' y Heráclito 'Su modo de ser es el genio de un hombre'
Daímôn puede expresarse en buenaventura o malaventura, genio bueno o genio malo, ángel custodio o demonio. Así, en una máxima a nombre de Demócrito: "Buenaventura (eu-daimon-íe) no mora en los manjares ni en el oro: el ánima es morada del divino genio". Recordemos que Eu-daimonía es el nombre griego de la felicidad. Es feliz el que es cuidado por una buena divinidad privada.
Tal vez, como afirman en su edición de Los filósofos presocráticos, Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá (1978, I, pg. 371, nota 87), sería más correcto traducir êthos por "comportamiento" que por "carácter", pues, como luego veremos, êthos se relaciona con el conjunto de las costumbres y con la usanza propia (éthos, costumbre, uso).
R. Dodds (The Greeks and the Irrational, 1951) clasifica tres tipos de dáimones o demonios desde la época de la Odisea hasta la de la Orestíada:
1) Agentes de la cólera o envidia divina que emergen en el humano como impulsos irracionales.
2) Poderes divinos con que los dioses persiguen a los humanos sacrílegos.
3) Divinidad personal asignada a cada individuo desde que nace y que lo guía en su vida hasta la muerte (una especie de ángel custodio o genio de la guarda).
Éste tercer tipo sería el que está en juego en los textos de Estobeo y de Plutarco. Heráclito estaría combatiendo lo que hoy llamamos determinismo religioso. Nadie está determinado a ser lo que es. No hay destino preestablecido, ni fatalidad divina, sino que del tipo de comportamiento que adoptamos, de las costumbres que elegimos, de nuestro uso de la humanidad, depende lo que llegamos a ser.
El texto sería así la partida de nacimiento del humanismo, de la ética humanista que apuesta decididamente por la libertad del ser humano, donde las costumbres elegidas sustituyen a la fatalidad y producen la suerte de cada cual. No habría más mala o buena suerte que la que nos buscamos con nuestras acciones, con nuestros comportamientos, con nuestras costumbres. Y Heráclito podría ser considerado "el abuelo de la ética", reservando la condición de "padre de la ética" al tábano de Atenas: Sócrates inmortal.
Agustín García Calvo plantea dos lecturas, según la entonación del fragmento 119 (en su libro sobre Heráclito, Razón común, lleva el número 118, pg. 325ss). Una lectura, "moralística", en la que se exalta el valor del êthos en cuanto que se le atribuye el rango y poder de un daímon; con la segunda, "ateística", se amengua o anula el prestigio del daímon en cuanto se le reduce a ser el êthos de cada humano... "No hay más genio divino ni ángel guardián que el temperamento que cada uno tenga o se le haya hecho". En este sentido, la sentencia de Heráclito haría crítica de las creencias religiosas que eximen de la responsabilidad a los humanos por lo que hacen bien o mal, si lo hacen impulsados por otro ser ajeno o divino.
El término êthos está muy próximo a éthos, "usanza", en tanto que "hábito" o "forma de ser" que se adquiere o ratifica por costumbre, hasta venir a ser el conjunto de actitudes y reacciones que a cualquiera de nosotros le caracteriza. Para A. García Calvo el êthos no implica nada innato, pero sí algo que se establece desde el momento y en la medida en que se forma la persona como tal, puesto que ello constituye su particular personalidad.
Daímon es probable que proceda de la raíz daínymi (δαíνυμι), con el significado de "dar parte en manjares" y daío, "distribuir", de modo que el daímon sería según ello "el repartidor" (de bienes y males), o sea, "el genio o hada de cualquier cuento", que concede al protagonista las gracias o desdichas que merezca o que, al ser con poderes especiales, le plazca regalar. El término llegó a usarse en griego, en general, como sinónimo de divinidad, en un sentido que incluía tanto a los dioses del panteón clásico como a otros seres divinos de menor rango. De ahí que el cristianismo tomara el término para referirse a las divinidades paganas, convirtiéndolas así en "demonios", ya que el término theós, "dios", había ascendido a otro uso.
Pero, desde antiguo, Demon tuvo un sentido más preciso, en Hesíodo por ejemplo, referido a una divinidad privada que guía los pasos de cada uno, como el ángel guardián cristiano, divinidad personal y tutelar semejante al Genius de los romanos. Ese fue el uso que Sócrates le dio a su famoso demon, el que le animaba a decir "no" de vez en cuando y a seguir analizando la naturaleza de las virtudes, como voz de la conciencia, más allá de los prejuicios populares de su tiempo.
Por otro lado, la palabra "genius", de divinidad adscrita a la persona, ha llegado a significar para nosotros, por un lado, una especie de semidiós con poderes especiales o adscripción espacial característica (el genio que habita un lugar sagrado), de ahí también que llamemos genio a la persona con capacidades extraordinarias en literatura o ciencia ("Einstein fue un genio de la física"); pero también, la palabra "genio" nos sirve para referir a "la segunda naturaleza" de cada cual, o sea, su temperamento o reacción característica, su carácter o modo de ser psicológico, como en el dicho "genio y figura, hasta la sepultura".
He aquí una última interpretación, renacentista, del genio o demon socrático, la del humanista escéptico Michel de Montaigne:
"El demonio de Sócrates era acaso un cierto impulso de su voluntad que se apoderaba de él sin el dictamen de su raciocinio; en un alma tan bien gobernada como la de este filósofo, y tan depurada por el no interrumpido ejercicio de la templanza y la virtud, verosímil es que tales inclinaciones, aunque temerarias y severas, fueran siempre importantes y dignas de llegar al fin. Cada cual siente en sí mismo algún amago de esas agitaciones a que da margen un impulso pronto, vehemente y fortuito. A tales impulsos doy yo más autoridad que a la reflexión, y los he experimentado tan débiles en razón y violentos en persuasión y disuasión, como frecuentes eran en Sócrates; por ellos me dejo llevar tan útil y felizmente que podría decirse que encierran algo de la inspiración divina"
Ensayos. "De los pronósticos". Traducción de Constantino Román Salamero.
Bibliografía
Eggers Lan, Conrado & Juliá, Victoria E. Los filósofos presocráticos, I, Madrid, Gredos, 1978.
García Calvo, Agustín. Razón común. Edición crítica, ordenación, traducción y comentario de los restos del libro de Heráclito, Lucina, Madrid, 1985.
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