“Dios se crea, creando”
Juan Escoto Erígena
Vestigios del mundo
antiguo
Los modernos tenemos serias dificultades para comprender la
mentalidad de los hombres del Medievo. Una mentalidad centrada en la idea de Dios, pero
también, una mentalidad centrada en la idea del Infierno, que en el imaginario medieval
ocupaba precisamente el centro de la Tierra y por tanto, del Mundo. Es cierto
que la Edad Media fue violenta y oscura. Las ruinas del Imperio Romano
Occidental, devastado por hordas bárbaras, no fueron albergue favorable ni
propicio para el despegue de las obras del espíritu. Únicamente en el interior
de los monasterios se conservó algo del clásico orden simbólico.
En algunos casos, como sucedió en la Sevilla visigótica de
San Isidoro, la labor de los ministros de la Iglesia es más bien de
recopilación de lo poco que queda de la cultura perdida (derecho, filosofía, medicina…)
en conjuntos enciclopédicos que permiten poner algo de luz y orden en mitad de las
tinieblas y el caos.
Una parte de la tradición griega sobrevivió en Bizancio.
Durante mil años, el Imperio Romano Oriental, con capital en Constantinopla,
hizo frente con éxito a los bárbaros, hasta que sucumbió al empuje del turco
(1453). Parte de ese legado fecundaría la cultura del Renacimiento italiano.
Libro de Kells |
Los clásicos latinos y celtas fueron salvados, en gran
medida, por los monjes de Irlanda. Unos pocos, conocedores del griego y del
latín, crearon una escritura artística sublime, copiando cientos de obras. El Libro de Kells (Codex Cennanensis), exhibido hoy como una joya en el Trinity College de Dublín y del que se
ha dicho que fue hecho por un ángel y no por un hombre, es buena prueba de
ello. Esta mágica etapa de Irlanda, que extendió su influjo a Europa, concluyó
con las invasiones destructoras de los vikingos.
El Renacimiento
Carolingio. Juan Escoto Erígena
Se atribuye a Carlomagno (742-814), rey de los francos, la
fundación de la Europa moderna al gestar una nueva síntesis cultural. Con una visión
internacional, animó a los obispos a fundar escuelas y bibliotecas. Fichó para
ello a Alcuino de York, el cual impulsó las siete artes liberales y creó una
escuela de copistas distinguida por la escritura carolingia minúscula.
En el contexto de una visión apocalíptica de la historia que
aguarda para el año mil la purificación final por el fuego y en medio del
horror y la anarquía, el libro del Apocalipsis,
atribuido al evangelista Juan se convierte en el más sagrado y es comentado una
y otra vez. Como ejemplo hispano, al final de la época visigótica, conservamos los
comentarios del Beato de Liébana.
Ilustración de los Comentarios al Apocalipsis del Beato de Liébana |
Sorprende en este tiempo la figura singular y originalísima
de Juan Escoto Erígena o Eriúgena[1] (h. 810-877), un Irlandés
a caballo entre esa conciencia apocalíptica a la que nos hemos referido y una
nueva espiritualidad que él mismo fecunda con el germen de la tradición neoplatónica.
Profesó en París y preparó para el rey Carlos el Calvo la traducción desde el
griego del Pseudo-Dionisio Aeropagita, gran maestro de la teología negativa o apofática.
Erígena También tradujo a Gregorio de Nisa. Su obra principal está influida por
el Pseudo-Dionisio y por Boecio: De la
división de la naturaleza (De
divisione naturae). Sus posiciones “pandeístas” influirán decisivamente en
Giordano Bruno y Spinoza.
En su época Erígena eludió la condena de herejía gracias a
la protección real. Pero en 1225 el papa Honorio III mandará quemar el texto,
lo cual –según ironía de Borges- aumentará el interés por su lectura. En De praestinatione, se atrevió a afirmar
que nadie está condenado al infierno porque Dios es omnipotente y no existe un
solo ser ajeno a Él. Según Ferrater Mora, la obra de Erígena constituye el
primer ensayo medieval de conciliación entre la tradición filosófica y los
principales dogmas cristianos. Para el irlandés, Razón y Fe son dos fuentes
legítimas de conocimiento, y en caso de contradicción entre una y otra debe
prevalecer la razón. Erígena deseaba que la filosofía expresara una religión
verdadera, fundida con ella.
Retrato imaginario de Juan Escoto Erígena |
En la teología de Juan Escoto, la noción plotiniana de emanación es sustituida por la cristiana
de creación. Se trata de un
neoplatonismo dinámico, congruente con la consideración de la historia como peripecia
única y de la evolución creadora como un drama. Concibe el mundo como una jerarquía de seres procedentes de la
divinidad.
Dios es naturaleza
creadora e increada, de la que procede la naturaleza creadora y creada, es decir, las ideas, lo inteligible.
Pero Dios es también la naturaleza
increada pero no creadora, o sea, el mundo sensible. La naturaleza toda se
confunde así con Dios como alfa y omega, con la omnitud de Dios y su temporalidad, que no es más que la
manifestación en el mundo de la eternidad[2]. No es de extrañar pues la
acusación de panteísmo.
El hombre, en el que está formada la imagen de Dios,
representa el principio de la vuelta o retorno de la divinidad tras la última
división de la naturaleza. Su caída en el pecado expresa su máxima inmersión en
la materia. La vuelta a Dios se concibe como espiritualización y divinización
de todo ser.
Pandeísmo del Erígena
Para Eugenio Trías, la figura solitaria y genial de Escoto
Erígena se halla a caballo entre la conciencia apocalíptica del Medievo y el “eón
místico correspondiente a una historia simbólica que nadie como él supo
entender”[3]:
“En Perifýseon [Sobre la naturaleza[4]] despliega una grandiosa concepción jerarquizada y mística, en la que importa tanto el despliegue desde la ‘naturaleza increada y creadora’ como el reintegro de la creación y la creatura en la ‘naturaleza no creada y no creadora’ (o Dios como causa final). Una cascada de luces brota de la naturaleza divina, a través de la eterna procesión de sus atributos verbales[5]: arquetipos desde los cuales se produce la emanación.
Tales atributos divinos componen el Verbo de Dios, eternamente engendrado desde el Padre. Bonitas, Veritas, Essentia, Vita, Sapientia, Ratio constituyen los nombres de Dios a través de los cuales se gesta ab aeterno su Verbo creador. Tales atributos se confieren, aminorando su intensidad, a la ‘naturaleza creada y no creadora’. Ésta es la materia prima de la sabiduría divina, o es la propia sofía de Dios en sus razones seminales. Se compone de los elementos católicos, universales, fuego, aire, agua y tierra, que son informados por el Verbo hasta configurar un cosmos.
Tal cosmos era un ‘caos’ antes de su ordenación categorial. Mediante locus y tempus ese caos asume orden, confiriéndose una regla de aparición a los fenómenos elementales. Y esa ‘naturaleza creada y no creadora’ acaba sublimada en la criatura que resume y compendia la procesión emanativa. El hombre, en efecto, constituye un reflejo de esa procesión, un verdadero microcosmos. En él culmina la emanación, iniciando así su giero: el que devuelve hacia Dios la totalidad jerarquizada de los entes, a través del reingreso en la ‘naturaleza no creada ni creadora’ (o Dios como causa finalis). En ese retorno se advierte el tránsito de la segunda persona de la Trinidad a la tercera, o la culminación de un proceso ‘espiritual’ que orienta y guía ese viaje de retorno.”
Escoto Erígena anticipa con esto una espiritualidad que
culminará siglos después, al marcar la distinción entre la naturaleza creadora increada, o Dios previo a la creación, y la naturaleza no creadora e increada, que
como causa final divina reintegra en
y para sí la comunidad de retorno, o
comunidad espiritual. En esa causa final Dios mismo se transforma internamente
en Tercera Persona, en Espíritu, alcanzando su perfección.
Bibliografía
consultada
Ferrater Mora. Diccionario
de Filosofía.
Fernando Báez. Historia
universal de la destrucción de libros, Barcelona 2004.
Eugenio Trías. La Edad del espíritu, Barcelona 2006.
Wikipedia
[1]
Una doble redundancia, porque Scoti en
aquella época se refería a todos los gaélicos, escoceses o irlandeses y erígena o eriúgena significa irlandés, del nombre antiguo de Irlanda, Erin.
[2]
Recuérdese a Platón y su definición del tiempo como “imagen móvil de la
eternidad”.
[3]
La Edad del espíritu, Barcelona 2006,
2º L. 6ª Cat. Pg. 268.
[4]
Supongo que con este título, frecuente entre los presocráticos, Trías se
refiere al tratado De la división de la
naturaleza.
[5]
Lo mismo se podría haber dicho atributos lógicos, pues el Verbum de San Jerónimo traduce el Lógos de la versión griega del Evangelio de Juan, que este en sus
primeras líneas identifica con Dios.
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