Cuenta Boccaccio que los ciudadanos de Atenas dudaron entre elegir como dios protector al señor de los océanos, Poseidón, o como tutelar civil a la diosa de la sabiduría: Atenea. Zeus puso fin a la rivalidad entre los dos dioses que se disputaban el patrocinio de la ciudad, permitiendo que los ciudadanos votasen. En su campaña electoral, Poseidón tocó con su tridente una roca e hizo brotar el agua, pero era salada, así que servía para poco. Atenea hizo crecer un olivo, aquel árbol se adaptaba bien a las duras condiciones del Ática y aportaba combustible y alimento, por lo tanto los atenienses eligieron como patrona celestial a la divina señora.
Olivar de la Loma de Úbeda en primavera |
Se decidieron por Atenea y le dedicaron un templo y una gran estatua a la que pusieron "ojos de mala catadura", porque raras veces se conoce a qué fin tiende y se inclina el corazón del sabio, o de la sabia.
- ¿Opacidad de la sabiduría o desconfianza respecto de sus intenciones. Se sabe que el infierno está lleno de "buenas intenciones". A fin de cuentas, el saber es también poder. Se la llama frecuentemente a la diosa Atenea; glaukopis (γλαυκώπις, ‘la de los ojos brillantes’), pero glaucos son también los ojos verde-claros, como el agua del mar. A fin de cuentas, y aunque renunciaran a Poseidón como patrón, los atenienses fundaron una talasocracia, un imperio marítimo.
Pusiéronla igualmente a Atenea -sigue contando el humanista italiano- una lóriga o cota de malla para demostrar que el sabio viste bien protegido de los golpes y atropellos de la adversa y mudable fortuna.
- Si pierde los bienes externos dirá aquello del caracol: Omnia mea mecum porto! "Todo lo valioso lo llevo conmigo". Según Cicerón lo dijo Bías de Pirene; según Séneca, fue el impasible Estilpón quien demostró su estoica impasibilidad viendo su casa incendiada y ardida en Megara. Sebastián Covarrubias Orozco en sus Emblemas Morales (1610) le dedica estos endecasílabos al pensamiento del sabio:
El rico, el hacendado, el poderoso, / si de su casa hace alguna ausencia / por lo mucho que deja va medroso, / no se atreva el criado, a su conciencia: / Pero el pobre va poco cuidadoso / si acaece salir de su querencia, / y como el caracol así el mendigo, / la casa, y el hogar, lleva consigo.
Glosa el capellán del Rey el emblema y mote diciendo que a veces sucede que la hacienda es como cepo, traba o corma, que impide al hacendado caminar libre porque el miedo a que se pierda o menoscabe le impide dedicarse a lo que le gustaría. Y añade que lo único bueno de la pobreza es la libertad que regala el poco recelo de lo que se puede perder (o "de perdidos, al río"), pues manteniendo su persona, el pobre lo lleva todo, especialmente si es buena y sabia, siendo la virtud verdadero tesoro y caudal. Y de este pensamiento es símbolo el caracol (v. supra).
Igualmente -escribe Boccaccio- armaron a Atenea con una lanza larga para demostrar cómo el sabio es capaz de herir de lejos.
- De lejos en espacio y tiempo, de ahí su condición de extemporáneo, de profeta o retrofeta, como la lechuza hegeliana, que vuela en el crepúsculo, análogamente el sabio comprende bien lo que nos trajo el día, entiende en profundidad una forma de vida cuando ya cabecea y se tambalea caduca.
En el escudo de cristal pusiéronle la cabeza cubierta de serpientes de la Gorgona, mostrando con ello que al sabio las cosas escondidas y secretas le son claras y manifiestas, y que los sapientes están tan bien abastecidos de serpentina astucia que, en contraste con ellos, los necios e idiotas parecen inanimadas estatuas de piedra.
- La cabeza de la Gorgona es ambigua respecto del sabio en el pensamiento de Boccaccio, ¿es víctima o verdugo? El sabio la somete, pero también se vale de sus maniobras viperinas para dejar inútiles y de piedra a los ignorantes.
"E pusiéronle en su guarda y custodia una lechuza, afirmando y teniendo por cierto que los sabios y discretos tan bien ven de noche como de día".
(Johan Boccaccio. De las mujeres ilustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus, alemán de Constancia, 1494).
- Atenea vigila a todas horas, es una conciencia vigilante que se expresa en la crítica o amonestación del filósofo o del prudente, capaz de ver lo que otros no ven en mitad de la oscuridad de la noche.
Hoy más bien pensamos que la lechuza de Atenea era humilde mochuelo, como puede verse en la silueta de las monedas atenienses. Y no es casualidad que el mochuelo se llame científicamente Athene noctua, animal noctámbulo de ojos grandes.
La Antigüedad, pródiga en deidades, atribuyó a ella la majestad y propiedad de la sabiduría. Optaron los atenienses por Atenea como diosa tutelar "porque aquella ciudad usaba de estudios" (modernizo la caligrafía). Son los estudios y la investigación senda obligatoria a que nos compele todavía el mandato de Atenea. A su protección nos acogemos y aderezamos con sus útiles atributos, enderezados en esperanzas con sus fértiles promesas.
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