viernes, 25 de marzo de 2022

JUAN PÉREZ DE MOYA


“Cuentan los poetas que Prometeo,
después de haber creado al hombre con arcilla,
le trajo el fuego ayudado por Palas,
para que la creación exánime recibiera el soplo de la vida
y disfrutara plenamente de este hermoso don”.

Juan Pérez de Moya. Silva Eutrapelias, 1557.


Juan Pérez de Moya fue un genio de nuestro Renacimiento. Vivió entre 1513 y 1596. Nació en San Esteban del Puerto, Jaén -hoy Santisteban- y murió en Granada. Evolucionó desde el estricto positivismo de sus primeros libros hasta la moralidad más recalcitrante de su Philosofía secreta (1585), postrera de sus obras y primer tratado de mitología grecorromana escrito en español. En sus días fue reconocido sobre todo como extraordinario matemático.

Carlos Clavería le describe como un aristotélico pre-darwinista ya que en su Silva Eutrapelías de 1557 se atreve a afirmar que “el origen de los seres animados tuvo lugar o a partir de la unión entre el varón y la hembra o tan sólo de la alteración de los elementos”. Describe enseguida distintos grupos de animales y prosigue: “A partir de todos éstos nacieron más tarde algunos como el hombre…”.


Su atrevido naturalismo tuvo que contenerse por el temor a los rigores de la Inquisición vigilante y de una Contrarreforma implacable. Influido por Erasmo, Huarte de San Juan y Copérnico, brilló por su erudición y su ingenio práctico. Su Silva es una colección en latín macarrónico de recetas técnicas, recomendaciones y avisos sobre animales, plantas, juegos (ardides de impostores), vino y cosmética.

En la presentación de la traducción de Leticia Carrasco (en la preciosa edición de Deltre’s, 1996) Carlos Clavería dice de la Silva de Pérez de Moya que es “la más saludable de las obras misceláneas del siglo XVI y un buen ejemplo de lo que fue capaz el espíritu libre, humanista y selectivo de un canónigo mundano y andaluz, siempre exagerado, tanto en la heterodoxia como en la moral”. 

Infatigable experimentador (o ensayador) con formación académica limitada (bachiller) pero con un afán de saber universal, Pérez de Moya escribió con generoso ánimo educativo y divulgador. Su empirismo sistemático rechaza la ficción literaria y recela como Platón de la gracia poética. Sus libros científicos fueron sobre todo manuales de matemáticas, aunque no desdeñó las cuestiones naturales. En aquella época las matemáticas (‘mathema’ significa en griego saber) incluían: aritmética, geometría, astronomía y cosmografía. Durante aquel tiempo crecían exponencialmente sus aplicaciones: al comercio, la mecánica, navegación, arquitectura, ingeniería militar, minería… Pedro Simón Abril, el magnífico humanista de Alcaraz y primer traductor a nuestra lengua de la Ética de Aristóteles, insiste en que se estimulen estas enseñanzas tan importantes. Se ponen en marcha proyectos públicos como la Academia del Escorial o el Plan de Estudios de la Casa de la Contratación. En este contexto renacentista publica Pérez de Moya un Tratado de cuentas y una Aritmética práctica dando cabida a la novedad del álgebra. En 1573 se edita su obra más ambiciosa: Tratado de Matemáticas…, en el que la filosofía natural adquiere autonomía.

Pero a partir de 1582 Pérez de Moya abandona la ciencia y se consagra a escribir libros moralizadores y de erudición mitológica. En 1583: Varia historia de santas e ilustres mujeres; en 1584: Comparaciones o símiles para los vicios y virtudes…, un repertorio de ejemplos para predicadores, el primero escrito en “lengua vulgar”; y en 1585 su Philosofía secreta. Es un matemático humanista y está convencido de que la ciencia no es nada si no va acompañada de virtud, cree que ciencia sin conciencia no es sabiduría, y para Pérez de Moya la virtud tiene, naturalmente, un fundamento piadoso, religioso.

Pérez de Moya fue un excelente exponente de la profunda renovación que disfrutó la cultura española durante su “decenio aúreo” entre 1550 y 1560, que asombró a propios y extraños y durante el cual floreció una pléyade ensayística, instructiva y “eutrapélica”. Eutrapelia (εὐτραπελíα) es palabra antigua que significa viveza, ingenio, con el matiz de buen humor y broma inocente, agradable y festiva. Pedro Mexía, Juan de Torquemada, Mal Lara, Zapata de Chaves…, son referentes del género silva (o selva heterogénea de enseñanzas). Se trata de una miscelánea erudita, mezcla elocuente de enseñanzas, anécdotas y ejemplos diversos. Este género mixto, gnómico o sapiencial, extenderá sus ramas hasta los Apotegmas de Rufo y las florestas barrocas, como la de Santa Cruz, que a la sombra del erasmismo sirvieron de alimento provechoso y entretenimiento intelectual para la aristocracia educada y el público burgués letrado: la nueva clase media emergente, protagonista de la Edad Moderna. 

Se trata de un ensayismo primigenio cuya motivación es propensión irrefrenable y propósito consciente de manifestar el mundo personal, subjetivo, de experiencias y lecturas, lo que se ha aprendido y se sabe, exhibiendo los conocimientos y obteniendo por ello merecida fama y retribución. Los eutrapeloi reclaman la recreación literaria como necesidad humana. Próxima a la silva y la miscelánea estará también la literatura de problemas de Hernán López de Yanguas: Cincuenta vivas preguntas (c. 1542); Juan de Jarava: Problemas y preguntas problemáticas; (1544); Alonso López de Corella: Trescientas preguntas de cosas naturales (1546); Alonso de Fuentes: Summa de philosophia natural (Sevilla, 1547); Francisco López de Villalobos: Libro intitulado Los problemas (Sevilla, 1550); Luis Escobar: Las cuatrocientas respuestas (1550), etc.

Las hilanderas de Velázquez. Museo del Prado


Diego Velázquez poseyó en su biblioteca y leyó la Philosofía secreta de Pérez de Moya, lo cual sirve a Ortega y Gasset para justificar su interpretación mitológica de Las hilanderas, la obra maestra del pintor sevillano: Aracne, gran tejedora, se insolenta con Palas y esta diosa la convierte en araña.

Pérez de Moya formó parte de aquel grupo de intelectuales eminentes que lucharon tenazmente en España durante todo el siglo XVI por vencer el odio, el desprecio o el temor al estudio de las ciencias (Felipe Picatoste). Aunque en la Philosophia secreta evitó el jiennense toda referencia a Erasmo, mantuvo la cita de otro autor “sospechoso” de herejía: Juan Huarte de San Juan, autor del Examen de ingenios publicado en Baeza en 1575 que servirá de manual de psicología en las universidades europeas hasta el siglo XVIII y que inspiró también a Cervantes para el diseño del carácter de su Quijote.

Pérez de Moya traduce en su mitografía párrafos completos de la Genealogia deorum de Boccaccio y copia de anteriores traducciones al castellano de las Metamorfosis de Ovidio. Son también sus fuentes principales Lactancio y San Isidoro, del primero toma el historicismo de Evémero, autor del III a. C. que interpretó a los dioses grecorromanos como héroes antiguos y singulares. A eso une la perspectiva fisicalista: los dioses antiguos no son sino astros: cometas, planetas, estrellas, constelaciones remotas. Pérez de Moya quiere dejar ya sin valor las predicciones y supersticiones de los astrólogos y el fatalismo pagano.

“Sólo al que rija las tres partes del futuro (la gloria del cielo, la nada de la tierra o la vergüenza del infierno) corresponderá el nombre de Dios Hacedor”. Y ese es, claro, el Dios creador cristiano. De los sentidos posibles del mito el que más interesa a Pérez de Moya es el alegórico, pero no para ensalzar la virtud, sino para constatar la impiedad de aquellas deidades paganas. Pérez de Moya ni siquiera perdona a Ovidio. Para él los dioses antiguos no son ejemplo de nada bueno y sí modelos de actos impuros, merecedores de repulsa y castigo.

Todos los poetas del barroco español se nutrieron de la Philosofía secreta de Pérez de Moya, que triunfó asociada también a la emblemática y la imaginería de Alciato que culmina Ripa.

Nadie es profeta en su tierra, pero si esa tierra es España lo tiene más crudo todavía. Quiero decir que los españoles somos rácanos –o pródigos, según se mire- con nuestra herencia cultural, que despilfarramos u olvidamos fácilmente. Pérez de Moya no merece nuestro olvido; ¡escribió el libro más importante de matemáticas en español del siglo XVI!: Diálogos de aritmética práctica y especulativa (Salamanca, 1562), que contiene un tratado de álgebra llamado “Regla de la cosa” que llegó a conocer treinta reimpresiones hasta 1875 y fue elogiado por el matemático Simon Stevin. Menos mal que su colega, el matemático Felipe Picatoste, lo editó en el siglo XIX.



Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm


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