He aquí un excelente comentario de un texto de Marx, escrito por un antiguo alumno del IES Francisco de los Cobos, Francisco Javier Villalba Alameda, licenciado en Geografía e Historia y a la sazón estudiante avanzado del grado de Filosofía, al que agradecemos que nos haya permitido publicarlo.
Puede servir de modelo para estudiantes de bachillerato... Aunque el texto se propone para el comentario sobre la obra de Marx y el marxismo, lo firmó también Federico Engels, quien formó tándem con el primero, como autor de esta y otras obras y en la acción revolucionaria.
MARX
“En contraste directo con la filosofía alemana,
que desciende del cielo a la tierra, ascendemos aquí de la tierra al cielo.
Dicho de otro modo, no partimos de lo que los hombres dicen, se imaginan y
representan, ni de aquello que son según las palabras, el pensamiento, la
imaginación y la representación de los otros, para llegar a los hombres de
carne y hueso; no es así; partimos de los hombres en la actividad real, a
partir de su proceso de vida real, mostramos los desarrollos, reflejos y
repercusiones ideológicas de este proceso vital. Los fantasmas del cerebro
humano son sublimaciones necesarias del proceso material de la vida de los
hombres, el cual puede ser empíricamente constatado y reposa sobre bases
materiales. La moral, la religión, la metafísica y toda otra ideología,
juntamente con las formas de conciencia correspondientes, pierden con este
hecho cualquier apariencia de existencia autónoma. No tienen historia, no
tienen desarrollo; son los hombres los que, desarrollando su producción
material y sus relaciones materiales, modifican justamente con su existencia
real el propio pensamiento y los productos del propio pensamiento. No es nunca
la conciencia la que determina la vida real, sino que es la vida real aquello
que determina la conciencia. Desde el primer punto de vista, se parte de la
conciencia como si fuese el individuo viviente; desde el segundo,
correspondiente a la vida real, se parte de los individuos vivos, reales y
concretos y la conciencia es considerada únicamente como su conciencia”.
La ideología alemana es una obra conjunta de Carl
Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895) escrita en 1845 y publicada por
primera vez en 1932. En ella los autores expresan con claridad su actitud
materialista científica contra la posición ideológica de la filosofía alemana, repasando y rebasando su anterior postura
filosófica. El materialismo sostiene que toda realidad es de carácter material
y corporal. La obra es una crítica a los filósofos de la llamada izquierda
hegeliana (L. Feuerbach -a cuya crítica se dedica el capítulo al que pertenece
este fragmento- B. Bauer y M. Stirner) y al “carácter insuficiente” de un
“materialismo meramente naturalista, ni histórico ni económico”. Para Marx, el
materialismo primordialmente naturalista de Feuerbach no había desarrollado
casi ningún elemento para la investigación materialista de lo histórico y
social del hombre.
El materialismo de Marx es “histórico”; reafirma la materialidad corporal
de un ser que depende de su entorno, de un ser que vive en interacción de su
entorno sensible (tanto para Marx como para Feuerbach, la realidad fundamental
no es la idea, sino la naturaleza), pero, sobre todo, insiste en que todos los
elementos de la vida humana que hasta ahora se suponían una actividad
“espiritual”; los contenidos del pensamiento o de la conciencia, o sea, todas
las categorías filosóficas y científicas, la moral, la religión, el derecho, el
arte, etc., (lo que Marx llama superestructura) son “formas sociales de la conciencia”;
productos perecederos de un desarrollo ininterrumpido, pertenecientes a una
determinada época histórica y a unas específicas relaciones económicas de
producción (la infraestructura), que tienen su fundamento en las condiciones
materiales de vida del momento. Son las condiciones materiales de la existencia
las que determinan la actividad “espiritual”. Esta es una tesis esencial del
marxismo: “No es nunca la conciencia la que determina la vida real, sino que es
la vida real aquello que determina la conciencia”. Más tarde, en el prefacio de
Contribución a la crítica de la economía
política (1859) dirá lo mismo con parecidas palabras: que no es la
conciencia del hombre la que determina su ser, sino su ser social el que
determina su conciencia. Esta tajante formulación de Marx se contrapone al
materialismo naturalista de Feuerbach y al
idealismo de Kant y Hegel.
Desde el punto de vista de la teoría del conocimiento, la célebre
proposición de Marx parece afirmar que
el pensamiento humano es una mera copia o reflejo de las condiciones materiales
económicas o de los procesos de la naturaleza. Engels lo dice así: “concebimos
los conceptos en nuestra mente desde el punto de vista material como copias de
cosas reales, en lugar de concebir las cosas reales como copias de uno u otro
estadio del concepto absoluto”. Esto sugiere el carácter pasivo de la mente
humana, lo que contradiría la tesis de Marx de que la misión del filósofo, del
pensador, es transformar el mundo. Como estas actividades presuponen
irremediablemente la atribución de actividad a la mente y a la voluntad humana,
se debe limitar la famosa proposición marxista a una afirmación de la prioridad
de la materia, y no entenderse como una afirmación del carácter pasivo de la
mente humana. El materialismo marxista no implica la negación de la realidad de
la mente, ni la negación del valor de las creaciones del pensamiento; sostiene
que la superestructura depende de, y en general está determinada, por la infraestructura
económica.
El materialismo marxista se formula también contra Hegel. Hegel distinguía
el “mundo espiritual o historia” como uno de los dos reinos de la realidad,
frente a la “naturaleza”, que es el otro. Este mundo histórico o “espiritual”
estaba articulado en determinados estratos superpuestos. Sobre el mundo del
“Espíritu objetivo” -familia, sociedad civil, estado- se levantaba el mundo del
“Espíritu absoluto” -religión, arte, filosofía. (Encontraremos huellas de ambos
en la “superestructura” de Marx. Precisamente una de los reproches de Marx a
Hegel y al idealismo alemán será el no tener en cuenta la “infraestructura”
-fuerzas productivas y relaciones de producción). El mundo así articulado se
encuentra en desarrollo o proceso, expuesto por Hegel (y por Marx)
“dialécticamente”, esto es, como un proceso en el que la fuerza motriz es la
negación que se opone a toda posición, siendo el conflicto surgido de esa pugna
superado en una síntesis superior por la negación de la negación. Esto quiere
decir que el proceso o desarrollo adopta la forma de contradicción de una
situación o estado de cosas existente, y a ésta le habrá de seguir la
contradicción de la contradicción, siendo esta última una superación de la
primera. Esta idea del desarrollo como proceso dialéctico es característica
fundamental del pensamiento de Marx. Pero Marx realizó una “inversión
materialista” del idealismo hegeliano, invirtiendo los términos de la relación
entre pensamiento y realidad. Colocó en la base de la realidad, como
infraestructura, las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
Marx criticó la concepción hegeliana de la actividad humana como
fundamentalmente espiritual. Marx opone a esta concepción el primado de la realidad sensible. Para Marx la
naturaleza es anterior y previa al espíritu (de nuevo: “No es nunca la
conciencia la que determina la vida real, sino que es la vida real aquello que
determina la conciencia”). El hombre, como ser natural, tiene necesidades
naturales; necesita objetos naturales fuera de sí para satisfacer esas
necesidades. El trabajo media entre estas naturalezas: la subjetiva del hombre
y la objetiva de su entorno. La noción de trabajo, como actividad de
transformación técnica permanente de las condiciones naturales de
existencia para satisfacer las necesidades humanas, es una idea central en el
pensamiento de Marx. Lo subrayado es importante para entender bien el concepto
de trabajo de Marx. No es cualquier actividad que tenga como objeto satisfacer
una necesidad, por ejemplo, agacharse a beber agua en la orilla de un rio. Eso
lo puede hacer cualquier animal, y el trabajo es una actividad específicamente
humana, que sucede cuando el hombre transforma un objeto natural adecuándolo a
sus necesidades.
La actividad humana llamada trabajo crea a su vez las condiciones
necesarias para entender la vida social y la historia humanas. El trabajo, así,
además de ser una categoría antropológica básica, es también una categoría
gnoseológica, porque es fundamental para entender la evolución histórica del
hombre. Para Marx la moral, la religión, la ideología (la superestructura),
varía en función de la variación histórica de los sujetos, variación que viene
determinada por las condiciones materiales que impactan en el hombre a través
del trabajo y las relaciones de producción (infraestructura). Una vez más: “No
es nunca la conciencia la que determina la vida real, sino que es la vida real
aquello que determina la conciencia”.
Esto supone (y esta es la contribución más notable del marxismo a las
ciencias sociales) que todos los fenómenos sociales quedan reducidos a un
proceso económico. Marx explica la historia como un desarrollo de las fuerzas
productivas y de las relaciones de producción. La “concepción materialista de
la historia”, como llamó Engels a este principio, es considerada como el
fundamento de un método científico, que se contrapone a la “vieja concepción
idealista de la historia” que no atendía a las “luchas de clases basadas en
intereses materiales, ni en intereses materiales en general”, y en el cual las
relaciones de producción aparecían como elemento secundario de la historia de
la cultura. Esta concepción materialista de la historia con la que Marx y
Engels critican específicamente la sociedad burguesa debía generalizarse y
aplicarse a cualquier otra época histórica y a la totalidad del desarrollo histórico
de la sociedad humana; convertirse en método para la comprensión del mundo (y
también de su transformación, como veremos). El materialismo histórico es la
verdadera ciencia social; es un materialismo científico. La sociología de Comte,
por ejemplo, ampliamente aceptada en Francia e Inglaterra, sería sociología
burguesa; pura ideología, superestructura justificativa y legitimadora de unas
estructuras de producción que posibilitan el dominio del proletariado, la clase
explotada, por la burguesía, la clase explotadora. El ser social determina la
conciencia (otra vez); por lo tanto, los burgueses, interesada pero inevitablemente,
se fabrican una ideología burguesa que justifica, legitima y mantiene su
predominio social. O como dirá Marx: la
ideología de una época es la ideología de la clase dominante.
Marx y Engels formularon un nuevo principio materialista en el Manifiesto Comunista (1848): “La
historia de todas las sociedades que han existido hasta ahora es la historia de
la lucha de clases”. La reducción de los fenómenos sociales a la economía viene
a ser lo mismo, para ellos, que explicar la historia como un proceso de lucha
de clases. Éstas, divididas básicamente en explotadora (la burguesía) y
explotada (el proletariado), se definen por su posición en el proceso
económico. Las cosas se habrían desarrollado más o menos así:
La insuficiente
capacidad productiva del hombre a lo
largo de la historia impuso la
explotación de los muchos por los
pocos. Este punto clave, la
explotación, explicaría el resto de la
actividad social: la filosofía, el derecho, la religión, el arte, etc., que sólo
expresarían los intereses de la clase dominante (en este punto hay que
introducir el fundamental concepto de enajenación, que consistiría en pensar
que la superestructura no es resultado de las relaciones socioeconómicas, sino
la realidad verdadera). Pese a que la ideología de los explotadores es la
oficial e impregna también a los explotados, es inevitable la lucha entre las
clases, por una rebeldía natural de los explotados que obliga a los
explotadores a desarrollar un aparato de opresión -el estado- para mantener sometidos a aquellos. El momento
histórico del que Marx es protagonista al realizar este análisis, se encuentra en
la fase de dominio de la sociedad capitalista o burguesa, la cual se basa en la
apropiación privada de los medios de producción y del fruto del trabajo
colectivo. Los beneficios de una producción altamente socializada recaen sobre
una ínfima minoría de explotadores burgueses. Pero la supresión de este estado
de cosas está en el mismo sistema: el capitalismo industrial ha desarrollado
las fuerzas de producción en proporciones desconocidas hasta entonces, de tal
manera que produce unas tensiones autodestructivas en el sistema. La clase
obrera se ve condenada a una vida cada vez más miserable y forzada por ello a
rebelarse. El capitalismo es así el último régimen de explotación del hombre
por el hombre; la última y más avanzada de las explotaciones. Los
revolucionarios conscientes, la vanguardia del proletariado, los miembros del
partido comunista, conocedores de la dinámica histórica, deben encauzar la
enorme fuerza de la rebeldía espontánea o latente de las masas para destruir el
aparato de dominación de la burguesía y sus instituciones (estado, derecho,
propiedad privada, etc.). La sociedad capitalista, al crear una nueva clase
explotada ha creado el principio de su propia destrucción. Aquí se ve cómo
funciona la dialéctica marxista.
Antes de este breve resumen decíamos que la nueva ciencia social marxista,
además de para comprender el mundo, debía servir para transformarlo. En Tesis sobre Feuerbach (1845),
Marx había escrito su célebre tesis undécima, donde reprocha a los filósofos
intentar comprender el mundo sin pretender cambiarlo, que era lo que Marx pretendía.
Quiere esto decir que la teoría sólo tiene sentido en función de una praxis,
que la teoría sirve sólo si orienta una acción. Fiel a la unidad de pensamiento
y acción Marx no se limitó a criticar a los filósofos alemanes y a los
socialistas utópicos o a su labor de periodista incendiario, sino que se asoció
a la Liga Comunista que en 1847 le encomendó redactar en colaboración con
Engels los principios y objetivos del partido comunista: el célebre Manifiesto comunista, publicado un año después, poco antes de las revoluciones
europeas de 1848.
La revolución se presenta, en su concepción marxista, como derivada del
propio desarrollo de las relaciones de producción, como ya hemos visto, y
también como una práctica de los miembros de una determinada clase, la
mayoritaria y explotada, contra los miembros de la clase minoritaria y
explotadora. Esto suponía erradicar las relaciones de producción establecidas y
su superestructura legitimadora. Y en consecuencia abolir la propiedad privada,
la libertad, la educación, el derecho, la familia, la patria, etc. Casi nada
(es lógico que Marx y Engles escribieran al principio del Manifiesto Comunista,
donde se proponen medidas tan radicales que “un fantasma recorre Europa, el
fantasma del comunismo”). Pero uno de los principios del materialismo histórico
es que todas las instituciones, relaciones y circunstancias de una sociedad son
particularidades históricas, y las actuales, en el momento en que se escribió
el Manifiesto comunista, eran formas históricas particulares de la sociedad
burguesa: la propiedad era la moderna propiedad burguesa, la libertad era la
libertad burguesa, el derecho, la patria, la familia, eran formas específicas
burguesas que alimentaban la desigualdad de la sociedad burguesa y la
explotación de una parte de la sociedad por otra. “La revolución comunista es
la ruptura más radical con las relaciones de propiedad heredadas; no puede
sorprender el que en su desarrollo se rompa del modo más radical con las ideas
heredadas”.
La teoría marxista
de la historia, cuya premisa fundamental es que el ser social determina la
conciencia, y no al revés, además de un análisis de la realidad social en
distintas épocas, es un instrumento que el proletariado necesita para tomar
conciencia de sí mismo y de la misión que ha de llevar a cabo en la historia,
cumpliendo así los requisitos de lo que debe ser la filosofía para Marx: teoría
y acción al servicio del conocimiento y la transformación del mundo. De la
capacidad del marxismo para comprender el mundo (sobre todo de su carácter
científico y, por tanto, de su capacidad para anticipar el desarrollo de la
historia) se podrá dudar, pero no de su capacidad, como credo político, para
transformar el mundo, pues lo ha hecho.
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