viernes, 2 de marzo de 2018

EMOTIVISMO ÉTICO (HUME)



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Nos mueven sentimientos, no razones

La tradición occidental de la reflexión filosófica sobre las costumbres ha sido más bien racionalistaintelectualista. Desde Sócrates, el problemático saber del bien y del mal orientó sus esfuerzos hacia un cálculo racional de los placeres y un control igualmente racional de las pasiones, que los estoicos veían como "morbos del cuerpo y del ánimo" (Séneca). Para el ascetismo estoico, la conquista de la serenidad implicaba la erradicación de estas "enfermedades" del alma.

Sin embargo, la tradición filosófica escocesa de la Ilustración ofrecerá una interpretación bien distinta a la del intelectualismo. La razón no es fin de la acción humana, sino instrumento, y su oficio es, precisamente, satisfacer las pasiones. Son las emociones las que nos mueven a hacer esto o lo otro; como decía el Hamlet de Shakespeare: "es el miedo lo que nos hace prudentes".

Shatesbury y Hutcheson forman parte de esa tradición emotivista que culmina en David Hume (1711-1776). El escocés explica en sus ensayos que la razón humana no es activa. Su tarea es relacionar ideas (lógica, aritmética, geometría) y explicar hechos (ciencias naturales), pero la razón por sí misma es incapaz de determinar la conducta del hombre.


Como decía Pablo de Tarso: "veo el bien, sé cómo hacerlo, hago el mal". Ya Aristóteles había hecho de los afectos y las emociones el contenido mismo de ese justo medio cualitativo que era para él la excelencia moral (areté), una buena costumbre hija de la práctica y no de la teoría.

Explicar un hecho, aunque sea contingente, siempre es posible según el principio leibniziano de razón suficiente. Pero explicar no es justificar. La razón puede explicar, por ejemplo, por qué un psicópata asesina sin sentir con ello remordimientos o culpa, puede explicarlo como una anomalía de su cerebro. ¡Sin embargo, otra cosa bien distinta es justificar un crimen! Y es que la razón se ocupa de la verdad y la falsedad, pero no de lo bueno y de lo malo.

La sensibilidad moral y sus límites

Es la sensibilidad moral, son los buenos sentimientos los que hacen que sintamos malestar o fastidio ante una violación o un acto cruel. El cimiento último de nuestros jucios morales no es la razón (para la razón todos los hechos son verdaderos en tanto que sucedidos), el motivo de nuestros juicios morales es la simpatía, la simpatía con la víctima, en cuyo lugar nos ponemos gracias a la imaginación, una simpatía que está enraizada en la impresión del yo y en el amor propio que la acompaña.

Evidentemente, la extensión de nuestro amor propio tiene límites, según el principio de benevolencia limitada nuestros sentimientos compasivos (nuestras empatías, diríamos hoy) dependen de la proximidad o alejamiento respecto de esa impresión y respecto de ese natural amor propio que se le asocia como el calor a la luz de una llama, amor propio que no hay que confundir con el egoísmo. Por eso nos resulta fácil simpatizar con quienes comparten nuestra vida y costumbres, nuestras creencias y aficiones, y más difícil simpatizar con un extraño. Tenemos, desde luego, la obligación moral de universalizar nuestros afectos, pero a medida que los generalizamos hacia lo que nos es lejano, pierden inevitablemente intensidad. No se nos puede pedir que sintamos la  misma simpatía por un sobrino que por un perfecto desconocido.

La esencia artificial de la virtud

Hume se pregunta por la esencia de la virtud. ¿Es la virtud natural? Depende de lo que entendamos por naturaleza, responde. Y aquí entra en un análisis semántico del concepto "naturaleza" que algunos han visto como un precedente del proceder típico de la filosofía analítica...

1. Si entendemos por "naturaleza" algo opuesto a milagros, lo natural como opuesto a lo milagroso, la virtud es la cosa más natural del mundo.

2. Si entendemos por naturaleza algo inhabitual o raro, entonces depende: las costumbres decentes, o sea, las virtudes más corrientes, son más comunes que la indecencia o el libertinaje, pero la virtud heroica que lleva a una madre a sacrificar la vida por su hijo o a un santo a entregar su salud por la de los enfermos es, ciertamente, algo inusual y por eso la celebramos efusivamente.

3. Si, por último, entendemos lo natural como opuesto a lo artificial, entonces hemos de concluir que las excelencias morales son un artificio, una creación cultural. La virtud se aprende. En general, las buenas costumbres son resultado de la educación y la convención. Dependen, eso sí, de la innata disposición humana para socializar, sirviéndonos, instrumentalmente, de la razón, pues las pasiones se satisfacen mejor si se restringen socialmente que si las dejamos desarrollarse y realizar su objeto violenta y salvajemente.


El origen psicológico de la justicia

Respecto al origen de la justicia, Hume no la ve caer del cielo, sino que son el egoísmo y la escasez sus causas. Y el miedo, la razón psicológica de nuestro comedimiento. Somos justos porque tememos ser objeto de injusticia. Si hubiera bienes para todo el mundo, la justicia sería innecesaria, pero el hombre se ordena socialmente por necesidad; dado que no hay bienes que puedan satisfacer el deseo de todos, habrá por fuerza que distribuirlos con justicia. Simplemente, el plan de la justicia resulta favorable y la obligación natural de la justicia no es sino el interés de la mayoría. Somos justos porque nos conviene, y mientras nos conviene.

Texto para comentar

"¿Por qué será virtuosa o viciosa una acción, sentimiento, carácter, sino porque su examen produce un determinado placer o malestar? Por consiguiente, al dar una razón de este placer o malestar explicamos suficientemente el vicio o la virtud. Tener el sentimiento de la virtud no consiste sino en sentir una satisfacción determinada al contemplar un carácter. Es el sentimiento mismo lo que constituye nuestra alabanza o admiración".

Tratado de la naturaleza humana, libro III.

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