jueves, 19 de octubre de 2023

SAN BUENAVENTURA. "Platón Cristiano"

Representación del Doctor Seráfico San Buenaventura

No andaba escasa de razones doña Emilia Pardo Bazán para decir que el cristianismo medieval contempló la hermosura por los ojos del idealismo platónico. El divino discípulo de Sócrates distinguía la aparente belleza material de la belleza misma, lo pulchro inalterable que no cae bajo el dominio de los sentidos, sino bajo la comprensión del intelecto. Mientras los sentidos apetecen lo externo, el amor del alma busca la otra belleza suprasensible y perenne.

Tal es la renombrada teoría del Amor platónico, del bello Ideal, con la que se entrelazan las más señaladas manifestaciones estéticas de la Edad Media: el gótico, la caballería, la Beatriz del Dante, frutos delicados y exquisitos del genio ateniense adoptados por el sentir cristiano, "esmaltes y filigranas -dice doña Emilia- que nos admira encontrar bajo la ruda corteza de la barbarie" (en su erudito ensayo sobre Francisco de Asís y la cultura del siglo XIII).

Señera es la estética del franciscano San Buenaventura (Juan de Fidanza, 1221-1274). Según el Doctor Seráfico, también llamado el "Platón cristiano", catedrático en la universidad de París después de su maestro Alejandro de Hales, dos libros contienen toda la ciencia: uno interior, el conjunto de ideas divinas preexistentes como prototipos de los seres creados; otro exterior: el mundo donde las mismas ideas divinas se manifiestan selladas en imperfectos y perecederos caracteres. Lee el ángel en el primero, la bestia o el animal que llevamos dentro en el segundo. El hombre es esa criatura capaz de interpretar ambos libros, explicando las páginas del libro del mundo con las del otro, el de los arquetipos eternos. La verdad de las cosas consiste en representar, en imitar la primera y soberana Verdad: 'in comparatione ad principium dicitur veritas: summae veritatis et primae repraesentatio'.

No obstante, para Buenaventura esta semejanza no implica una participación (méthexis) de las cosas en la esencia de Dios (que nos es desconocida, al contrario que su existencia (1)) porque no hay nada común entre Dios y las cosas. Ni siquiera se podrá decir que dicha representación consista en una imitación fiel de Dios, porque lo finito no puede imitar lo infinito, por consiguiente siempre hay entre las cosas y Dios más diferencias que semejanzas. La semejanza es de expresión. Las cosas son a Dios lo que los signos son a la significación que expresan. Constituyen una especie de lenguaje y por eso el universo entero es como un libro en el que puede leerse la Trinidad. El mundo no tiene otra razón de ser que la de expresar a Dios.

Aspira la criatura humana a divinizarse aproximándose a lo eterno y perfecto. De tres modos puede lograrlo: por la percepción nota lo que hay; se fija en ello por el apetito y el goce; y lo conoce por el juicio. Sin embargo, no percibimos la sustancia de las cosas, sino fenómenos e imágenes que afectan a nuestros sentidos. Tales imágenes nos recuerdan el Verbo divino, imagen del Padre eterno. Mas sólo la belleza nos causa placer, que es proporción en el número (pitagorismo). Y como toda criatura es bella en algún grado, el número se halla en todas y siendo el número y cálculo señal de inteligencia es forzoso advertir las huellas del Artífice Supremo.


Heliotaurus ruficollis


Tres etapas o momentos marcan la ascensión o peregrinación del alma hacia lo divino (Itinierarium mentis in Deum) o Via iluminativa: En la primera la mente busca los vestigios de Dios en lo sensible; en la segunda encuentra su imagen en nuestra alma; en la tercera, sobrepasando las cosas creadas nos introducimos en los goces místicos del conocimiento y adoración de Dios. Étienne Gilson sostiene que la tesis central de estas doctrinas es la de la iluminación divina, por lo que no es inexacto calificar a Buenaventura de agustinista.

El juicio por excelencia es la abstracción, que prescinde de lo pasajero: tiempo, lugar y mudanza, ateniéndose a las cualidades permanentes, a lo inmutable y absoluto y, puesto que Dios es el único ser absoluto e inmutable, se sigue que en Él está la norma de nuestros conocimientos. La idea de Dios está implicada en la más sencilla de nuestras operaciones intelectuales, porque nuestro entendimiento no consigue captar plenamente sus objetos sino gracias a la idea del ser puro, total y absoluto. Es la presencia en nosotros de la idea de lo perfecto y absoluto la que nos permite conocer lo particular como imperfecto y relativo. Existe pues un arte divino que crea toda la belleza y nos ilumina para juzgarla, "el esplendor de las cosas nos Lo revela si no estamos sordos".

Buenaventura quiere conciliar la doctrina aristotélica de la sensación concebida como pasión del compuesto humano, con la agustiniana y platónica de la sensación concebida como acción del alma. Las noticias sensibles son los datos de los que el intelecto abstrae mediante un esfuerzo de atención, de selección y reagrupamiento, realizado por la razón. Pero desde el momento en que rebasamos los objetos sensibles y nos elevamos a las verdades inteligibles apelamos a una luz interior que se expresa en los principios de las ciencias y de la verdad natural, innatos en el hombre. 

Si el intelecto humano posee conocimientos ciertos es porque las ideas divinas mismas, inteligibles e inmutables, nos iluminan mediante una acción reguladora. Gracias a ellas no sólo vemos lo que hay, sino también la concordancia o discordancia de lo que hay con lo que debe haber. Nuestro intelecto puede juzgar porque las Ideas divinas lo juzgan a él. Este "rayo divino" no nos ilumina plenamente, ya que no alcanzamos las ideas eternas tal y como están en Dios aun siendo la regla inmediata de nuestros conocimientos, sino como reflejo suyo y confusamente. Por eso nuestro conocimiento nunca está plenamente fundado; si bien los principos del conocimiento (el de no contradicción, por ejemplo: "no es posible A y a la vez no-A") son claros, las Ideas eternas, cuya acción regula nuestro entendimiento sometiéndolo a estos principios, escapan a nuestra visión aunque son ellas las que confieren su valor a los principios.

De este modo, la mente del Doctor Seráfico funde elementos de ambas tradiciones, la pagana y la agustiniana, atándolas con el criterio cristiano. También está presente Ibn Gabirol, por ejemplo en la composición hilemórfica de las sustancias espirituales (2), y la tesis de la pluralidad de las formas encuentra apoyo en Avicena (3). También encontramos en Buenaventura la doctrina estoica de las razones seminales latentes en la materia como causa de sus virtuales transformaciones. 


Viniebla silvestre de hojas de alhelí, 16 abril 2011


De su consideración de Dios como artista viene el predominio que otorga a dos facultades poéticas: la imaginación y el sentimiento, potencias que desarrolla en su simbolismo, en su metafísica y en su estilo. Por ejemplo, en el símbolo místico de las seis alas angelicales, que impuso a Santa Teresa la idea de sus Moradas.

En las Leyendas de San Francisco (el Poverello), Buenaventura presenta al Serafín de Asís contemplando con mirada platónica los seres creados como otros tantos arroyos del manantial de bondad infinita en que anhela saciarse. Sus virtudes forman un celeste concierto, cuyos acordes escucha el espíritu. 


Notas

(1) San Buenaventura distingue con precisión entre esencia y existencia, en las criaturas no coinciden porque ninguna puede ser razon suficiente de su existencia (lo que descarta el panteísmo). Si bien admite la evidencia de la existencia divina y su necesidad intrínseca no cree que podamos hacernos una idea clara ni un concepto definido de la esencia de Dios, que no es incomprensible (agnosticismo esencialista).

(2) No sólo los cuerpos, sino también los espíritus son un compuesto de materia y forma, es decir de potencia y acto. En sí misma la materia no es ni corpórea ni material; sólo deviene una u otra cosa según la forma que recibe. En todo ser finito la limitación de su actualidad deja paso a cierta posibilidad de ser, y eso mismo es lo que llamos materia. Tanto las almas humanas como los ángeles son sustancias compuestas de una materia espiritual determinada por una forma actual.

(3) Todo ser supone tantas formas como propiedades diferentes tiene; en cada cosa existe una pluralidad de formas, jerarquizadas u ordenadas en unidad.


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