Jean Paul Sartre (1905-1980) fue un extraordinario novelista, dramaturgo y filósofo, el más famoso representante del existencialismo ateo y del marxismo humanista francés.
Rechazó el Premio Nobel de literatura y formó pareja, muy liberal y libertaria, con la escritora feminista Simone de Beauvoir, con la que compartió amantes y experimentó el menage à trois.
Atraído a la filosofía por el vitalismo de H. Bergson, su obra filosófica principal es El ser y la nada (1944). Que fue un modelo de intelectual comprometido lo prueba el hecho de que en su entierro decenas de miles de personas acompañaron su féretro hasta el cementerio parisino de Montparnasse.
El texto que proponemos en esta entrada para el comentario pertenece a El existencialismo es un humanismo (1946) que constituye una breve y clara introducción a su filosofía. Retoca levemente una conferencia que Sartre pronunció en París en 1945, recién finalizada la guerra y en la que trata de salir al paso de las objeciones contra el existencialismo formuladas por cristianos y comunistas. Quiere más bien acercarse a estos últimos pero sin caer en dogmatismos ni determinismos, pues el hombre no tiene naturaleza y está "condenado a la libertad".
En efecto, si "la existencia precede a la esencia, [lo que el ser humano es, o sea, sus acciones] no se podrá explicar jamás por referencia a una naturaleza humana dada y fija; dicho de otra manera, no hay determinismo, el hombre es libre, el hombre es libertad". Tengo que elegir quién ser, y "si no elijo, también elijo". El ser humano es proyecto, es decir, existencia que elige su esencia.
Como sabía Kant -autor del que parte toda la filosofía contemporánea- la libertad tal vez no pueda ser nunca científicamente probada, pero debe ser razonablemente postulada si queremos conservar la dignidad y no arrumbar el hecho moral, o sea, si no queremos ser inmorales o inhumanos, renunciando a nuestra humana condición.
A la ocultación de la propia libertad, y por tanto de la propia responsabilidad, es a lo que llama Sartre "mala fe" e "inautenticidad", cuando el ser humano excusa la responsabilidad de sus acciones apelando a determinantes sociales ("lo que hacen otros"), biológicos ("los genes") o psicológicos ("el inconsciente", "el temperamento") para evadir el hecho incontestable de que siempre podemos obrar de otro modo.
Nadie puede renegar de su libertad, porque en el momento en que reniega de ella renuncia a su condición humana, esto es, se cosifica, trocando la libertad por facticidad, declarando que no puede obrar sino como una cosa entre las cosas, sometido a la férrea ley de causalidad.
La "mala fe" es esa trampa por la que renegamos de la libertad por miedo o por interés, o por ambas cosas. El que reniega de lo que es, o sea de su libertad es un cobarde o un inauténtico.
Para elegir quién ser, el ser humano no puede acudir a una esencia pre-existente (pues somos lo que hacemos y nos definimos viviendo), ni tampoco a un Dios in-existente (Sartre asume el dictamen nietzscheano de la "muerte de Dios"), de ahí la "angustia" existencialista, de ahí la trágica orfandad de la condición humana. "El existencialismo no es otra cosa que un esfuerzo por sacar todas las consecuencias de una posición atea coherente".
Dios representa para Sartre -como para Nietzsche- la existencia de valores morales preexistentes. Muerto Dios, no existen tales valores. Parece que, si no hay valores preexistentes, no queda más remedio que inventarlos, en medio del desamparo.
Y es aquí donde la referencia a los otros, aun partiendo del cogito cartesiano, resulta inevitable, porque el ser humano no vive, sino que convive, existe ante, frente, entre otros, y los otros, que están ya ahí antes que yo, impiden que mis invenciones morales sean hijas del mero capricho o la pura arbitrariedad egoísta.
Texto para comentar
"En el punto de partida no puede haber otra verdad que ésta: pienso, luego existo; ésta es la verdad absoluta de la conciencia captándose a sí misma. Toda teoría que toma al hombre fuera de ese momento en que se capta a sí mismo es ante todo una teoría que suprime la verdad, pues, fuera de ese cogito cartesiano, todos los objetos son solamente probables y una doctrina de probabilidades que no está sujeta a una verdad se hunde en la nada; para definir lo probable hay que poseer lo verdadero. Luego, para que haya una verdad cualquiera, es necesaria una verdad absoluta; y ésta es simple, fácil de conseguir, está al alcance de todo el mundo; consiste en captarse sin intermediario.
"En segundo lugar, esta teoría es la única que otorga una dignidad al hombre, la única que no lo convierte en objeto. Todo materialismo tiene por efecto tratar a todos los hombres, incluido uno mismo, como objetos; es decir, como un conjunto de reacciones determinadas, que en nada se distingue del conjunto de cualidades y fenómenos que constituyen una mesa o una silla o una piedra. Nosotros queremos constituir precisamente el reino humano como un conjunto de valores distintos del reino material. Pero la subjetividad que alcanzamos a título de verdad no es una subjetividad rigurosamente individual, porque hemos demostrado que en el cogito uno no se descubría solamente a sí mismo, sino también a los otros. Por el yo pienso, contrariamente a la filosofía de Descartes, contrariamente a la filosofía de Kant, nosotros nos captamos a nosotros mismos frente al otro, y el otro es tan cierto para nosotros como nosotros mismos. Así, el hombre que se capta directamente por el cogito descubre también a todos los otros y los descubre como la condición de su existencia. Se da cuenta de que no puede ser nada (en el sentido en el que se dice que se es espiritual, o que se es malo, o que se es celoso), salvo si los otros lo reconocen como tal. Para obtener una verdad cualquiera sobre mí, es necesario que pase por el otro. El otro es indispensable a mi existencia tanto como el conocimiento que tengo de mí mismo. En estas condiciones, el descubrimiento de mi intimidad me descubre al mismo tiempo al otro, como una libertad colocada frente a mí que no piensa y que no quiere sino por o contra mí. Así descubrimos enseguida un mundo que llamaremos la intersubjetividad, y es en este mundo donde el hombre decide lo que es y lo que son los otros.
"Además, si es imposible encontrar en cada hombre una esencia universal que sería la naturaleza humana, existe, sin embargo, una universalidad humana de condición. No es por azar que los pensadores de hoy día hablan más fácilmente de la condición del hombre que de su naturaleza. Por condición ellos entienden, con más o menos claridad, el conjunto de los límites a priori que bosquejan su situación fundamental en el universo".
El existencialismo es un humanismo. Traducción de Victoria Praci de Fernández, Barcelona, Edhasa, 1999.
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