“Ya estaba casi fría la zona del vientre cuando descubriéndose, pues se había tapado, [Sócrates] nos dijo, y fue lo último que habló:
-Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides.
-Así se hará –dijo Critón-.”
Platón, Fedón, 118ab.
He aquí las últimas palabras del santo de la Filosofía, de Sócrates de Atenas, después de beber la cicuta, y antes de cruzar la línea de sombra en el 399 a. C. Al menos, así nos lo dejó escrito Platón, su más importante discípulo.
¿Qué quieren decir? Han corrido ríos de tinta sobre esta
deuda de un gallo a Esculapio, el dios de la medicina. La interpretación dominante le
asigna una comprensión irónica: Sócrates consideraría aquí a la muerte como la
curación definitiva de todos los males humanos. Esa interpretación se lleva
bien con un diálogo trágico en el que se define la filosofía como una
preparación para la muerte.
Sin embargo, Willamowitz no aceptó esta interpretación: “ni la vida es una
enfermedad ni Asclepio cura males del alma”.
También puede que la frase sea una invención literaria de
Platón, interesado en defender a su maestro y en mostrar que, a pesar de la
acusación de impiedad que pesaba sobre “el mejor hombre…, el más inteligente y más
justo” (Fedón 118c) de cuantos había
conocido, el Sócrates al que se condenaba y ejecutaba se mostraba en la hora de
la verdad piadoso con los dioses tradicionales.
¿Cumplió Critón con su promesa? No lo sabemos. Pero el formidable escritor Leopoldo Alas Clarín (1852-1901) nos
dejó, publicado póstumamente, un delicioso y divertido cuento, El gallo de Sócrates, en el que Critón,
tras cerrar la boca y los ojos del cadáver de su maestro, sale corriendo de la
cárcel dispuesto a cumplir el encargo. Casualmente, se encuentra con un gallo que escapaba
del corral del retórico Gorgias, un gallo con talento y verborrea:
“Conocía el bípedo perfectamente al que le perseguía de haberle visto no pocas veces en el huerto de su amo discutiendo sin fin acerca del amor, la elocuencia, la belleza, etc., etc.; mientras él, el gallo, seducía cien gallinas en cinco minutos, sin tanta filosofía”
El gallo monologa pensando "lo feo" que estaría que tras haberse librado de la inaguantable esclavitud del sofista Gorgias, caiga en manos de un pensador de segunda mano y mucho menos divertido que el parlanchín de su amo.
Al escapar, el gallo, de un salto, se subió a la cabeza de
la estatua de Atenea. Critón se sorprende de que desde allí le hable y le suelta muy
platónicamente:
"-¡Silencio, gallo! En nombre de la Idea de tu género, la
naturaleza te manda que calles”.
Pero el gallo le responde:
"-Yo hablo y tú cacareas la Idea. Oye, hablo sin permiso de
la Idea de mi género y por habilidad de mi individuo”…
Resulta que de tanto oír
hablar de Retórica, el gallo aprendió algo del oficio. Pero ha huido de Gorgias por su
manía de probarlo y argumentarlo todo, pues eso aturde y cansa. “El que
demuestra toda la vida, la deja hueca. Saber el por qué de todo es quedarse con
la geometría de las cosas y sin la substancia de nada. Reducir el mundo a una
ecuación es dejarlo sin pies ni cabeza”.
La interpretación de Clarín respecto a la deuda socrática
concuerda con la dominante. Cuando el gallo de Gorgias le pregunta a Critón por
qué quiere sacrificarle, el socrático responde:
“-Porque Sócrates al morir me encargó que sacrificara un
gallo a Esculapio, en acción de gracias porque le daba la salud verdadera,
librándole por la muerte, de todos los males.”
El gallo le propone a Critón una interpretación menos sanguinaria,
menos tanática, de las últimas palabras del "tábano de Atenas", ya que de matarle a él, que es inocente, puede resultar un daño
inconmensurable… “pues no sabemos ni todo el dolor ni todo el perjuicio que
puede haber en la misteriosa muerte”. Además –arguye el gallo-, Sócrates no creía
en los dioses tradicionales, así que sacrificar un gallo en honor de Esculapio
es ofender a Sócrates e insultar a los Dioses verdaderos.
Para salvar su vida,
el gallo no para de dar muestras de un extraordinario ingenio:
“Sócrates habló con ironía, con la ironía serena y sin hiel del genio. Su alma grande podía, sin peligro, divertirse con el juego sublime de imaginar armónicos la razón y los ensueños populares. Sócrates, y todos los creadores de vida nueva espiritual, hablan por símbolos, son retóricos, cuando, familiarizados con el misterio, respetando en él lo inefable, le dan figura poética en formas. El amor divino de lo absoluto tiene ese modo de besar su alma. Pero, repara cuando dejan este juego sublime, y dan lecciones al mundo, cuán austeras, lacónicas, desligadas de toda inútil imagen son sus máximas y sus preceptos de moral.”
Ni con la enjundia de esa hermosísima parrafada, el gallo consigue hacer
desistir a Critón de su asesino propósito. Así que le lanza improperios. Él,
Critón, no es más que un segundón, un epígono, un embalsamador de filósofos, que convierte
en recetas su doctrina, haciendo del muerto una momia para tener un ídolo. Se
petrifica así la idea y el sutil pensamiento es usado como filo para hacer
correr la sangre. “Sí –acaba espetándole- eres símbolo de la triste humanidad
sectaria. De las últimas palabras de un santo y de un sabio sacas por primera
consecuencia la sangre de un gallo. Si Sócrates hubiera nacido para confirmar
las supersticiones de su pueblo, ni hubiera muerto por lo que murió, ni hubiera
sido el santo de la filosofía. Sócrates no creía en Esculapio, ni era capaz de
matar una mosca, y menos un gallo, por seguirle el humor al vulgo”.
Pero Critón se atiene a las palabras, hace pues una
interpretación “integrista” y no simbólica de las palabras del maestro, dispara
una piedra a la cabeza del gallo y éste cae herido:
“-¡Quiquiriquí! Cúmplase el destino; hágase en mí según la voluntad de los imbéciles.
Por la frente de jaspe de Palas Atenea resbalaba la sangre del gallo”.
por que le prometio un gallo y no otra cosa?
ResponderEliminarPerdona, Norma, que no te haya contestado antes. La verdad es que no se sabe. Tal vez Sócrates quería agradecer con ese sacrificio del gallo al dios de la medicina y los fármacos su suave tránsito, tal vez sea una ironía final. En cualquier caso, Platón le muestra en el diálogo Fedón, cuya lectura te recomiendo, convencido de que nada ha de temer de la muerte el hombre justo, tanto si hay más allá como si no.
EliminarQue reflexion nos deja esta historia *el gallo de soceates*
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