sábado, 16 de marzo de 2013

Kant y los goznes del tiempo

Gilles Deleuze

Las condiciones a priori del mundo

En unas lecciones que impartió sobre Kant (Vincennes, primavera de 1978), Gilles Deleuze describe la filosofía del prusiano como sofocante y excesiva… Pero cuando uno la resiste y le toma el ritmo, toda esa bruma nórdica se disipa y queda una asombrosa arquitectura. Un filósofo no es menos creador que un pintor o un músico, y para el francés, la máquina de conceptos inventada por Kant es pavorosa y gira alrededor de un cierto problema del tiempo. Kant abre una nueva conciencia del tiempo en oposición a una conciencia clásica o una conciencia antigua del tiempo.

Como se sabe, a priori, para Kant, significa independiente de la experiencia. Pero decir que algo es independiente de la experiencia no impide que puede ser algo que se aplique a la experiencia y sólo a ella. Este es el “misterio” de los juicios sintéticos a priori, esos monstruos surgidos del averno de la lógica transcendental kantiana. Al contrario que los juicios empíricos a posteriori, los sintéticos a priori son universales y necesarios, independientes de la experiencia, pero aplicables, extensibles, a cualquiera de las experiencias posibles, de ahí su valor científico, cognitivo.

Pasa lo mismo con las categorías, son coextensivas a la totalidad de la experiencia posible. Así por ejemplo sucede con el predicado “ser causa” (importante categoría de relación). “Tener una causa" es un predicado universal que se aplica a todos los objetos de la experiencia posible, al punto que el pensamiento tiene necesidad de él para explicar cualquier evento. Los predicados –o pseudopredicados- que se atribuyen a la idea de un todo de la experiencia posible son precisamente los que Kant llama categorías, esos doce apóstoles del pensamiento puro, seis estáticos y seis dinámicos.

Mi noción de objeto –explica Deleuze- está hecha de tal manera que si yo encuentro algo que no se deja atribuir las categorías, yo diría que no es un objeto. Así que las categorías son los predicados del objeto cualquiera.

A parte de las categorías, hay otra cosa fundada en la noción de totalidad de la experiencia posible, otra “cosa” tan a priori como las categorías: el espacio y el tiempo. En efecto, todo objeto está en el espacio y en el tiempo o, al menos, en el tiempo, como el pensamiento. 

¿Por qué no añade Kant el tiempo y el espacio a sus categorías? Las categorías son conceptos o representaciones a priori, pero el tiempo y el espacio son presentaciones. Kant se esfuerza por distinguir las representaciones de las presentaciones.

Kant, fundador de la fenomenología

Kant es para Deleuze el padre fundador de la fenomenología porque incorpora un nuevo y original concepto de fenómeno. El fenómeno ya no es definido como apariencia, sino como aparición, por lo tanto ya no se opone a la esencia. La noción de aparición elimina el par antinómico apariencia/esencia. La fenomenología se pretenderá como ciencia rigurosa de la aparición y se preguntará por el hecho de aparecer. Es lo contrario de una disciplina de las apariencias como opuestas a las esencias. 

A finales del XVIII se realiza un cambio radical en la historia de la gnoseología. Toda la dualidad apariencia/esencia que implicaba un mundo sensible degradado por el pecado original es sustituida por un tipo de pensamiento radicalmente nuevo: “algo aparece, díganme cuál es su sentido o díganme cuál es su condición de posibilidad”. Todos seremos kantianos. Después de Kant se piensa espontáneamente en términos de aparición/condiciones de aparición o aparición/sentido de lo que aparece, y ya no en términos de apariencia/esencia.

El sujeto trascendental

La "revolución copernicana" de la lógica trascendental kantiana consiste en que el sujeto ha centrado su posición, ya no gira él como un espejo alrededor de las cosas para reflejarlas, sino que construye el mundo desde su espontaneidad pensante, pues las condiciones en que sucede la aparición de cada fenómeno son propiamente suyas, pertenecen al ser al cual la aparición aparece. El sujeto es constituyente. En lugar de ser sólo el culpable (pecador) de las ilusiones de la apariencia,  hijas de su imperfección connatural (sujeto empírico), es el artífice del mundo científico y el creador del mundo moral (sujeto trascendental), pues el sujeto (su)pone todas y cada una de las condiciones bajo las cuales el fenónemo (primera síntesis) y el objeto (segunda síntesis) aparecen. 

El sujeto trascendental es una formidable máquina de construcción de mundos. Sin embargo, la vieja oposición apariencia/esencia subsiste. Kant nos prevendrá de que no confundamos el objeto con la cosa en sí, de la que no sabemos nada. La cosa en sí es el puro noúmeno, eso que sólo puede ser pensado sin sernos dado en la experiencia sensible. La cosa en sí puede ser pensada, es inteligible, por eso es un "noúmeno", pero no puede ser conocida, esto es, determinada espacio-temporalmente.

Las condiciones de aparición son las categorías y el espacio-tiempo, las formas subjetivas, a priori, y por tanto universales y necesarias, de toda experiencia posible, y pertenecen no a las cosas tal y como son en sí, sino como formas de todo fenómeno, de toda aparición. Espacio y tiempo, de un lado; y categorías, de otra parte, son las dimensiones del sujeto trascendental y que este impone a cuanto aparece.

Síntesis

Para fundar su noción de verdad, Leibniz se sintió obligado a mostrar que todos los juicios podían ser analíticos. Creemos que hay juicios sintéticos (“César atravesó el Rubicón”) porque nunca llevamos nuestro análisis de César hasta el infinito. Si tal hiciésemos descubriríamos que en el concepto de "César" está el concepto “atravesar el Rubicón”, como en el concepto de “todo” está en de que sea la “suma de las partes”. No es por azar que Leibniz fuese uno de los descubridores del cálculo infinitesimal. La reducción de los juicios sintéticos a los analíticos implica necesariamente que el espacio y el tiempo, el aquí/ahora, sean reducibles al orden de los conceptos.

Por el contrario, Kant mantiene la heterogeneidad del espacio y del tiempo respecto de los conceptos. Tiene necesidad de que haya algo irreductible al orden de las categorías. Y frente a la pareja analíticos-a priori/sintéticos-a posteriori, descubre un tercer tipo de juicios de una importancia capital: los juicios sintéticos a priori, como “el triángulo tiene sus tres ángulos iguales a dos rectos” o “la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos”. Con ello señala la imposibilidad de reducir las determinaciones espaciotemporales a determinaciones conceptuales. Hay un orden del espacio-tiempo que es irreductible al orden de los conceptos. En efecto, no puedo decir que “el más corto camino” esté contenido en el concepto de “línea recta”. Y sin embargo, lo que digo en esos jucios apriorísticos es aplicable a cualquier experiencia posible. “El más corto camino” es –para Kant- una regla de construcción

Un concepto no da por sí mismo la regla de construcción de su objeto. La regla de construcción es aquella según la cual se produce en la experiencia un objeto conforme al concepto. En el juicio sintético a priori opera una síntesis entre el concepto, "la línea recta", y un conjunto de determinaciones temporales “el más corto camino entre dos puntos”. Una regla de construcción es una determinación espacio-temporal. Se trata de una necesidad geométrica que no depende de la experiencia, de ahí su universalidad, que debe cumplir cualquier experiencia. Lo que suelda esos conceptos heterogéneos en el juicio sintético a priori es una determinación del espacio y el tiempo, su finitud. 

Las ideas son eternas, por eso la posición espaciotemporal no es una propiedad del concepto. La síntesis no se hace simple y directamente entre dos conceptos, sino entre el concepto y la determinación espaciotemporal, del uno a la otra y de la otra al uno. De este modo, el espacio-tiempo adquieren un poder constituyente de toda experiencia posible, pues son las formas de la aparición, o las formas de la presentación de lo que aparece, que siempre es diverso. La función del concepto es en la síntesis la unificación de la diversidad. El espacio y el tiempo como formas de aparición de lo que aparece son lo que Kant llama “formas de intuición”, las formas de nuestra receptividad, mientras que el concepto es la forma de nuestra espontaneidad o de nuestra actividad. El milagro del conocimiento no sería posible si no hiciésemos corresponder las determinaciones espaciotemporales y las determinaciones conceptuales.

“El tiempo fuera de sus goznes”

El tiempo ha dejado de ser el número de la naturaleza y de sus movimientos periódicos, deviene en Kant vacío y puro. Ya no mide nada. Ha tomado su propia desmesura –explica Deleuze-. Sale de sus goznes, es decir de su subordinación a la naturaleza; la naturaleza es quien va a subordinársele. Se trata de una novedad indescriptible. El tiempo se libera, deja de estar subordinado a la naturaleza, se afloja, deja de ser un tiempo cosmológico o psicológico. Va a ser el movimiento el que se le subordine completamente. Será Hölderlin, reclamándose kantiano, el que mejor lo comprenderá, desarrollando una teoría del tiempo que es precisamente la forma vacía y pura bajo la cual Edipo erra.

En las páginas del Opus Postumum de Kant, en las que todo se mezcla, aparece cada vez más la idea de que el tiempo es como la forma de una autoafección. Es la forma bajo la cual el sujeto se afecta a sí mismo. Si hay algo misterioso es eso. El espacio es la forma bajo la cual algo exterior me afecta y el tiempo es la forma bajo la cual yo me afecto a mí mismo.

Para Leibniz, el tiempo era el orden de las sucesiones posibles, y el espacio era el orden de las coexistencias posibles. Kant no acepta esto. Separa el tiempo del movimiento, ya no está subordinado a lo que sucede, “ha descurvado el tiempo”, lo ha lanzado como un resorte, ya no puede definirlo como un orden de sucesiones. Toda la filosofía antigua estaba impregnada de la noción curva del tiempo, el tiempo como imagen móvil de eternidad, subordinado al movimiento de los astros, a su retorno periódico a una misma posición relativa. Kant desenrolla el tiempo, que pierde su forma cíclica y deviene una línea recta pura. “Con Kant el tiempo adquiere un carácter tonal, deja de ser modal”.

Seguramente la sucesión es temporal, pero esto es sólo un modo del tiempo, pues la coexistencia o la simultaneidad por la cual se pretende definir el espacio es otro modo del tiempo, no del espacio. El espacio no puede definirse por el orden de coexistencias puesto que coexistencia es una noción que sólo puede comprenderse en relación al tiempo. Sucesión y coexistencia son modos del tiempo. El tiempo tiene tres modos: duración o permanencia, coexistencia y sucesión. Pero no puede definirse por ninguno de ellos. Ninguna cosa se puede definir por sus modos.

Todo se simplifica. El espacio es la forma de la exterioridad. El tiempo es la forma de la interioridad. El espacio constituye la exterioridad como forma. El tiempo es la forma bajo la cual nos afectamos a nosotros mismos, es la forma de la autoafección. “El tiempo es la afección de sí por sí” (Deleuze).

Cuando el tiempo deviene línea recta y no acota el mundo, lo atraviesa, ya no es un límite, en el sentido de limitación, sino que es un límite en el sentido del término hacia el cual algo tiende, y a la vez la tendencia. Al esquema del tiempo cíclico lo sustituye un tiempo marcado por una cesura, cesura que distribuye un antes y un después no simétricos. Esta cesura es el presente puro. Este tiempo es el de la conciencia moderna del tiempo en oposición a la conciencia antigua. Un tiempo que separa, y en el que el hombre pasa a ser también cesura que impide que antes y después rimen. Dios ya no es el maestro del tiempo, quien lo curva, sino que no es más que el tiempo vacío y el  hombre cesura en el tiempo.

No es que haya un tiempo y un espacio vacíos, sino que hay una conciencia vacía del tiempo, en virtud de la naturaleza del tiempo mismo. El tiempo es una condición de posibilidad de los fenómenos, un trascendental. Un parámetro que da la trayectoria. La recta real es una función, el tiempo deviene condición de una función. El espacio abstracto que está ahí es ese puro parámetro.

Con Kant, el tiempo deja de estar subordinado al espacio. El espacio era en la filosofía moderna, cartesiana, aquello que se oponía al pensamiento, lo extenso opuesto a lo cogitante. Ahora el tiempo no toma el lugar del espacio como aquello que se resiste al pensamiento. No es obstáculo para el pensamiento, es más bien el límite que trabaja al pensamiento desde dentro. Eso sí, la noción de limitación externa es sustituida por la de límite interno. El tiempo es el límite que trabaja al pensamiento, que atraviesa al pensamiento de un lado a otro, límite inherente, enemigo en sí… Como si el pensamiento estuviese trabajado desde adentro por algo que no puede pensar. El problema ya no es la unión del cuerpo y el alma, es decir, la unión de dos sustancias, una extensa y otra inextensa. El problema ya no será la unión de dos sustancias distintas, sino la coexistencia y la síntesis de dos formas de un solo y mismo sujeto al que Hume había ya desustancializado: la forma del pensamiento y la forma del límite interno del pensamiento, la forma de la espontaneidad del pensar y la forma de la receptividad del tiempo.

El tiempo es ya autor del pensamiento. Y este yo kantiano está ya desgarrado por esas dos formas que lo atraviesan, completamente irreductibles la una a la otra, astillado por el tiempo. Si en el pensamiento clásico lo otro del pensamiento era lo otro de la alteridad exterior que obstaculiza el pensamiento; con Kant comienza algo nuevo, lo otro en el pensamiento, es otro de la alienación. “Yo es otro” (Rimbaud). Kant no usa todavía esa palabra, “alienación”, pero los postkantianos produjeron una teoría fundamental de la alienación que se mostrará en su estado más perfecto en Hegel. En su forma genuina, esta alineación del sujeto kantiano expresa el desgarro por la dualidad de sus dos formas: la receptividad pasiva y la espontaneidad creadora.

“Pienso entonces soy”. La forma bajo la cual el “soy” resulta determinable es evidentemente la forma del tiempo. Es la paradoja del sentido íntimo, del sentido interior, a saber, la determinación activa “pienso” determina activamente mi existencia, pero bajo la forma de un ser pasivo en el espacio-tiempo. Entonces “yo” es un acto, pero un acto que no puedo representarme en tanto que soy un ser pasivo. Yo es otro. Entonces “yo” es trascendental. La determinación activa del “pienso” sólo puede determinar mi existencia bajo la forma de la existencia de un ser pasivo en el espacio-tiempo. El sujeto ha tomado dos formas, la forma del pensamiento y la del tiempo, y la forma del pensamiento sólo puede determinar, científica, teóricamente, la existencia del sujeto como la existencia de un ser pasivo. La forma bajo la cual una existencia es determinable bajo las condiciones de nuestro conocimiento es la forma del tiempo, porque el tiempo es la forma más universal de lo determinable. La línea del tiempo separa la espontaneidad libérrima del "yo pienso", de la pasividad fenoménica del "yo soy". Deleuze señala que el problema del tiempo y de su relación con el pensamiento es la línea directa de Kant a Heidegger.

Síntesis, esquemas y símbolos

La síntesis está constituida por tres operaciones: la aprehensión, que consiste en determinar las partes de un espacio y de un tiempo; la reproducción, que tiene que ver con la contracción representativa de las partes; y el reconocimiento, que va más allá de lo dado hasta la forma espaciotemporal de tal o cual objeto. Los dos primeros actos de la síntesis remiten a la imaginación, mientras que el reconocimiento es un acto del entendimiento.

La síntesis es una operación que realiza la imaginación –facultad trascendental- entre heterogéneos, los conceptos y el espacio-tiempo. La imaginación reproductora proporciona en la síntesis una regla de reconocimiento. Por su parte, el esquema proporciona una regla de producción en el espacio y el tiempo. Depende de la imaginación productora.

La síntesis “casa” es una regla de reconocimiento en función de la cual digo por ejemplo “esto es una casa”, cuando reconozco un conjunto hecho para abrigar al hombre. El esquema “casa” es una regla de producción, es eso que nos permite producir en la experiencia, en el espacio y en el tiempo, algo, objetos conforme al concepto. El esquema son las reglas de construcción de la casa. Igual cuando digo que “la línea recta es el camino más corto de un punto a otro”. “El camino más corto” es la regla de producción de una línea como recta, no es del todo un predicado, es un esquema. “El más corto” es una relación, expresa un dinamismo. El esquema incluye una dirección de conciencia, una especie de apertura puramente vívida espacio-temporal. Una regla de producción es una determinación de espacio y de tiempo conforme al concepto. El esquema de una araña sería la forma en que la araña habita el espacio-tiempo, incluida la forma en que produce su tela, su dinamismo espacio-temporal.

Al fin, Kant percibe que la síntesis de la imaginación tal como interviene en el conocimiento reposa sobre un suelo de otra naturaleza, que supone una comprensión estética, una comprensión a la vez de la cosa a medir y de la unidad de medida. A cada instante hay tipos de fenómenos en el espacio y en el tiempo que arriesgan trastornar la comprensión estética de la unidad de medida. Es lo sublime, donde la imaginación se encuentra frente a su límite. Cuando la imaginación descubre su impotencia deja de ponerse al servicio del entendimiento, nos hace entonces descubrir una facultad aún más bella, que es la facultad de lo infinito, la facultad de lo suprasensible.

La síntesis en Kant –según Deleuze- va a ser estallada, abierta, desbordada por una aventura estupefaciente que es la experiencia de lo sublime. Lo infinito de la bóveda estrellada, el mar enfurecido, o la infinitud de la tarea moral. También nuestros esquemas estallan bajo ciertas condiciones, de ahí la asombrosa experiencia del símbolo y del simbolismo. La síntesis remite a la regla de reconocimiento, el esquema a las reglas de producción, el símbolo a las reglas de reflexión. Lo sublime confronta la imaginación a su propio límite. Lo sublime es así el pasmo de la imaginación.


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