domingo, 29 de noviembre de 2015

NEOPLATONISMO ATENIENSE Y CRISTIANISMO


Helenismo y neoplatonismo

Copleston distingue tres fases en la filosofía helenístico-romana:

1) De fines del IV a. C. hasta mediados del I a. C.: caracterizado por la fundación de las filosofías estoicas y epicúreas. Contra ellas y sus sistemas “dogmáticos” se alza el escepticismo de Pirrón y los pirrónicos y la vena escéptica de la Academia Media y Nueva.

2) Desde mediados del I a. C. hasta mediados del III d. C.: es la época de los doxógrafos, que recogen las opiniones (doxai) de los sabios antiguos, entre los cuales sobresalen los alejandrinos. A la vez que progresa la investigación científica aplicada, se dan tendencias místicas y de sincretismo filosófico-religioso.

3) De mediados del III d. C. hasta mediados del siglo VI, y en Alejandría hasta el VII d. C., es la época del neoplatonismo. Una filosofía de fusión que pretende combinar todos los elementos válidos de todas las doctrinas filosóficas y religiosas de Oriente y Occidente, y que influirá enormemente en la especulación cristiana, tanto latina (San Agustín, Tomás de Aquino) como griega (Orígenes, Pseudo-Dionisio).

Para muchos, Plotino (204-270 d. C.) representa el último esfuerzo de la razón clásica para ofrecer una imagen correcta del universo y del lugar del hombre en él. Con Plotino, el centro de gravedad del platonismo pasa del aspecto objetivo y positivo al intuitivo y místico. Hoy es indiscutible el papel del neoplatonismo en la praeparatio Evangelii, o sea en la genuina formación de la tradición cristiana. San Agustín, padre doctrinal de la Iglesia latina, reconocerá generosamente esa deuda al considerar al platonismo, por una parte, como la herejía filosófica más vital y tenaz de todas, y por otra, como la más cercana a la actitud teológica cristiana. De hecho los elementos principales de la epistemología agustiniana proceden sobre todo de Plotino.

No sólo las doctrinas cristianas ortodoxas, sino también las heterodoxas, enraizarán en el neoplatonismo. El emperador Constantino, inmediatamente después del concilio de Nicea (325 d. C.) ordenó que los arrianos fueran llamados porfirianos (gracias a su discípulo Porfirio se conservan las Enéadas de Plotino). “La cuestión suscitada por el arrianismo era si la substancia del paganismo debía sobrevivir bajo formas cristianas”, explica el profesor Charles N. Cochrane.

Sin embargo, también el emperador Juliano el Apóstata renegó del cristianismo apoyándose en “la angosta banda de los intelectuales neoplatónicos”. Frente al escepticismo de la Nueva Academia, los neoplatónicos consideraron que lo realmente real estaba más allá de toda aprensión racional, siendo así lo Uno más bien objeto de adoración que de conocimiento. Dieron así colorido religioso a las concepciones del “divino Platón” y las aplicaron en este sentido como una doctrina de salvación personal (una soteriología).

Sapientia frente a scientia. Verdad creativa y poética frente a verdad positiva y científica. El filósofo se acerca al santo y se aleja del científico. La interpretación religiosa del platonismo permitió la asimilación de supersticiones y de creencias mágicas en prodigios sobrenaturales. No obstante, la teúrgia neoplatónica no es del todo despreciable, pues incorporaba aspectos equivalentes a lo que hoy llamamos psicoanálisis o psicoterapia.

Antigüedad tardía en Atenas

En la Antigüedad tardía la enseñanza se articulaba en tres niveles sucesivos: Gramática, Retórica y Filosofía. En las ciudades en que existían escuelas de Retórica, también había de Gramática, y donde había cátedra de Filosofía, también la había de Retórica y Gramática. Estas tres disciplinas conformarán el Trivium medieval, los tres caminos para adquirir y reproducir la información escolástica.

Además de en Atenas, las principales escuelas de la Antigüedad tardía se hallaban en Alejandría, Gaza, Beirut, Antioquía, Constantinopla, Roma, Cartago, Rávena, Milán, Lyon, Burdeos y Tarragona. Dependían, bien de los municipios, bien del poder imperial, bien del Senado (la de Roma), o de mecenas privados.

Eunapio de Sardes (347-c. 414 d. C.) nos cuenta en su obra Vidas de los sofistas las disputas de profesores y alumnos en la Universidad de Atenas durante el siglo IV de nuestra era. Entre las ciudades que ofrecían estudios de Filosofía seguía destacando Atenas con sus tres escuelas: la Universidad, la Escuela de los Sofistas, y la Escuela NeoplatónicaAquí nos centraremos sobre todo en esta última.

La Escuela Neoplatónica de Atenas

La Escuela Neoplatónica de Atenas la fundó Plutarco el Grande (que no hay que confundir con el de Queronea), quien la dirige hacia el 432 d. C. Y en principio se opuso absolutamente al cristianismo, cultivando una mística pagana. Plutarco sostenía que la imaginación proporciona la materia prima a la razón. Se financiaba por donaciones. Sus maestros concedían gran importancia a la Retórica como paso previo a la Filosofía.

Los directores de la Escuela Neoplatónica formaban una “cadena de oro”. Fueron los llamados “diádocos”. Cada diádoco asumía la obligación de redactar una biografía de su predecesor. Así, Marino de Neápolis escribe la de Proclo, o Damascio de Siria (diádoco en 529) escribe una Vida de Isidoro. Se creó así una hagiografía (el género literario que luego el cristianismo llamó “vidas de santos”). El filósofo se había convertido en un modelo de excelencia y conocimiento. La “hagiografía” pagana se insertaba en una tradición de escritos anteriores como la Vida de Apolonio de Tíana del sofista Filóstrato de Lemnos (c. 160/170-c.249), o la Vida de Pitágoras del neoplatónico Yámblico de Calcis  (c. 245-c. 330 d. C).

Hasta 529 se suceden en la Escuela Neoplatónica los siguientes directores: Plutarco el Grande; Siriano, que florece hacia el 450; Proclo, quien continúa practicando los misterios de Eleusis en la clandestinidad y al que su discípulo Marino de Neápolis consideraba capaz de provocar la lluvia (taumaturgia).

Se dijo que a Marino se le aparecieron Démeter, Pan y Asclepios. Es su comentario del Timeo, Marino defiende la doctrina de la eternidad del mundo, difícil de conciliar con la idea cristiana de creación desde la nada (Tomás de Aquino lo intentará).  Insiste en que el Uno representa Ideas, no dioses. A Marino le sucedió Isidoro o Siriano. El último de los escolarcas atenienses fue Damascio (h. 520 d. C.), con él se cierra “la cadena de oro”.
Damascio de Siria insistió en que sólo podemos comprender la relación entre el Uno y los seres que de Él proceden mediante analogías. Damascio acentuó la idiosincrasia mística de la Escuela en su Tratado de los Principios.

El discípulo mejor conocido de Damascio fue Simplicio de Cilicia, autor de valiosos comentarios a las obras de Aristóteles. Gracias a Simplicio se nos han conservado importantes fragmentos de los presocráticos. Simplicio fue decididamente anticristiano, en su Comentario al Enchiridion de Epicteto defiende, frente a la doctrina cristiana del perdón de los pecados, el castigo implacable y ejemplar de los daños causados por el “pecador”, citando el Gorgias de Platón. Desprecia el “culto de hombres muertos”, refiriendo al culto al Cristo y a los mártires, y los contrapone a la divinidad del cielo que considera hostil a cualquier liturgia fúnebre. Condena también la veneración de reliquias. En el IV y el V, Ammiano Marcelino y los discípulos de Yámblico consideran el troceamiento de un cadáver con el fin de convertir sus partes en objetos de devoción como una profanación siniestra y una impureza repugnante.

En la Escuela Neoplatónica de Atenas se estudiaron con gran interés tanto los escritos de Platón como los de Aristóteles, como se puede ver en el De anima de Plutarco de Atenas. Como luego sucederá en el Renacimiento, les preocupó el problema de la concordancia entre los fundadores de las escuelas socráticas mayores: Academia y Liceo. Siriano no creía posible que Platón y Aristóteles pudieran ser concordados, y en su Comentario a la Metafísica defendió la teoría de las Ideas contra los ataques del Estagirita. Más bien ensayó la fusión de Platón con el pitagorismo, el orfismo y la literatura caldaica.

Después de Siriano, Domnino, sirio de origen judío, escribió también sobre matemáticas. Pero más importante fue Proclo de Constantinopla (o de Bizancio, c. 410-485), tres de cuyas obras serán luego traducidas al latín por Guillerno de Moerbeke. Proclo tuvo la habilidad dialéctica de combinar el intelectualismo de estirpe socrática con todo tipo de creencias y tradiciones religiosas. Creía que recibía revelaciones y que él mismo era la encarnación del neopitagórico Nicómaco. Se le llegó a considerar el mayor escolástico de la Antigüedad.


Proclo utilizó el principio triádico para explicar la procesión de los seres a partir del Uno, o sea, la emanación gradual de los órdenes del ser desde la más alta fuente de todo poder (Ἀρχή) hasta las especies ínfimas. Para este filósofo, la tendencia natural de los seres hacia el Bien equivale a un retorno hacia la fuente inmediata de la que proceden. Distingue tres momentos:

1) μονή (monê) o permanencia en el principio, en cuanto es semejante a él.

2) πρόοδος (próodos) o salida del principio, en cuanto el efecto es desemejante a su causa.

3) ἐπιστροφή (epistrofê) o vuelta hacia el principio. Retorno a Él.
Es evidente el parecido de esta dialéctica triádica o trinitaria con la que desarrolló el idealismo alemán del siglo XIX. Hegel fue muy influido por los textos de Proclo y su idea de lo divino y de la anamnesia como recuerdo de la unión del alma con lo divino.
Según Proclo, no tenemos ningún derecho a atribuir nada positivo al Principio último (τὸ αὐτὸ ἕν), pues el Uno, que ha de existir necesariamente como anterior a la multiplicidad, trasciende incluso los predicados de Unidad, Causa, Bien y Ser. Solamente podemos decir lo que no es el Uno, pues se halla por encima de todo pensar discursivo. Es inefable e incomprensible.

El alma era para Proclo la intermediaria entre la esfera del Noûs y la esfera de lo sensible, y es que atribuía al alma una corporeidad etérea, compuesta de luz, entre material e inmaterial, e imperecedera, con una facultad superior al pensamiento capaz de alcanzar al Uno: la facultad unitiva, que asciende por los escalones ascéticos de la virtud y alcanza en el éxtasis el Principio último. Las tres etapas de esta escala son: Eros, Verdad y Fe. La verdad conduce al alma más allá del amor a lo bello y la llena de conocimiento y realidad. La fe consiste en el silencio místico ante lo Incomprensible e Inefable.

Proclo llegó a hablar de un triple Zeus, lo que sin duda facilitó la asimilación de su teología a la trinitaria cristiana, o que los intelectuales cristianos vertiesen sus creencia en los moldes lógicos proporcionados por la erudición metafísica neoplatónica. También aparece en Proclo la idea del mal como imperfección, inseparable de los estratos inferiores de la jerarquía del ser.

Su concepción de la emanación de lo múltiple a partir de lo Uno, como la de Plotino, mantiene equidistancia entre la creación ex nihilo (de la nada) y el monismo o el panteísmo. Los efectos no exigen ni la destrucción de la Causa ni su transformación, no obstante sacar aquellos de su propio ser.

Un fraude genial. San Dionisio Areopagita

La Escuela Neoplatónica de Atenas será respetada hasta la subida al trono de Justiniano en 527, quien desea eliminar el paganismo. Ese mismo año veta a los paganos y a sus hijos el ejercicio de cargos públicos y les impone la obligación de aprender la fe cristiana ortodoxa. Amenaza luego con la confiscación de bienes a quienes no entren por el aro cristiano y, por último, prohíbe a los no cristianos la enseñanza. Juan de Malalas (491-578) refiere en su Cronografía que en el 529 Justiniano dirige un edicto a los atenienses prohibiéndoles la enseñanza de la Filosofía a la vez que persigue en Constantinopla, capital del imperio, a los criptopaganos (los que practican los cultos paganos en secreto).


A partir de entonces, la Universidad de Atenas y la Escuela de los Sofistas se cristianizan. En la primera se graba una cruz bizantina y en la segunda se ocultan las estatuas de los dioses, intactas en pozos. Esto se hará en muchas otras partes, gracias a lo cual han aparecido las Venus capitolinas, la Afrodita de Milo, la Minerva de Pórticos o el Hércules de Mastaï del Vaticano. San Agustín refiere a esta práctica en el Libro de las promesas y predicaciones de Cristo, citando a Isaías: “Aquel día arrojará el hombre entre topos y murciélagos sus ídolos de plata y sus ídolos de oro que hizo para adorarlos”.

Los neoplatóncios de Atenas se ocultan en 529, esperando tiempos mejores. Simplicio califica en su Comentari al Enchiridio su época de “tiempo de tiranía y crisis”. Algunos toman el camino del exilio y dejan el gobierno de la Escuela a sus compañeros cristianos, quienes la salvarán mediante esa genial falsificación que son los escritos atribuidos a San Dionisio Areopagita.

En el debate del 532-533 en Constantinopla entre monofisitas y calcedonienses, los primeros, cuyo líder es Severo de Antioquía, citan a favor de sus tesis unos escritos que atribuyen a San Dionisio Areopagita, quien sería una de las escasas conversiones conseguidas por el apóstol Pablo de Tarso durante su predicación en Atenas (Hechos, XVII, 34), y considerado por la tradición primer obispo de aquella diócesis. Los escritos del supuesto San Dionisio son: Jerarquía celeste, Jerarquía eclesiástica, Nombres divinos y Teología mística, más nueve o diez Cartas destinadas a monjes y obispos. El autor dice haber asistido al eclipse de sol que acompañó la muerte de Cristo y ser discípulo de San Pablo.
Afrodita de Milo

El Corpus areopagiticum contiene fragmentos tomados de Proclo y describe la ascensión mística del alma hacia Dios por la Vía negativa (descartando que Dios Creador pueda ser cualquier cosa natural creada), pasando de las criaturas visibles a su invisible Fuente, cuya luz ciega. En la ignorancia mística se cifrará el grado supremo del conocimiento. Y la ignorancia será necesariamente la última palabra de la ciencia, cuando ésta quiere alcanzar a Aquél que no se conoce porque no es.

El tratado Nombres divinos es el más rico filosóficamente, aunque se trata de una obra esencialmente teológica, casi exegética. Partiendo del hecho de que las sagradas Escrituras dan a Dios multitud de nombres, Dionisio se pregunta en qué sentido es legítimo atribuírselos. Este tratado será muy comentado durante la Edad Media, especialmente por Tomás de Aquino; la Suma Teológica de Alejandro de Hales incluye un tratado De divinis nominibus que acusa su influencia. Conviene aplicar primero a Dios todos los nombres que le da la Escritura (teología afirmativa), mas conviene también negarlos todos a continuación (teología negativa). Ambas actitudes pueden conciliarse en una tercera: Dios merece cada uno de estos nombres (causa, ser, vida, unidad, belleza, soberanía…) en un sentido inconcebible para la razón humana, porque Él es un Hiper-ser, una Hiper-bondad, una Hiper-vida, etc. (teología superlativa).

La teología negativa del tratado Teología mística influirá profundamente en el pensamiento medieval y en el idealismo alemán. Dios aparece como Causa inaccesible de los seres, que trasciende a la vez su afirmación y su negación, como negación de la negación. El Dios de Dionisio se parece mucho a la Idea del Bien que Platón describe en la República, pues como el sol sensible (su pálida imagen) se despliega y penetra todas las naturalezas, en energías activas y seres inteligibles e inteligentes, cuya inestabilidad natural halla en Él su punto estable.

Al desplegarse por grados esa iluminación divina engendra naturalmente una jerarquía, en la que todo ser, mineral, vegetal, animal, racional…, participa de un estado y adquiere una función. Estos grados del ser son descritos en los tratados Jerarquía celeste y Jerarquía eclesiástica. Todo lo real no es más que un momento definido de la efusión iluminadora del Bien. Dios se revela en su creación, o sea, en sus obras, y por eso los seres manifiestan lo que Él es.

El mundo aparece como una teofanía, ya que en un universo en que todo es manifestación de Dios, todo lo que es, por el hecho de ser, es bueno. El mal es, simplemente, no-ser. El mal aparenta ser, nos engaña, pero carece de sustancia y realidad. Dios no lo causa, pero lo tolera, porque gobierna las naturalezas y libertades sin violentarlas. Un Dios perfectamente bueno puede castigar a los culpables precisamente porque lo son voluntariamente.

Las Ideas no son Dios para el Pseudo-Dionisio, sino que participan del Ser, que participa de Dios que está más allá del ser, por lo que no es insensato decir que todo procede, como de su causa, de un no-ser primitivo. Las ideas primero son y luego devienen principios, pues ellas mismas son participaciones en el ser. Y Dionisio, como Plotino o como Proclo, prefiere antes el nombre de Uno, que el de Ser, para referir al principio divino. Lo múltiple no puede existir sin el Uno, pero el Uno sí puede existir sin lo múltiple. Dios es perfecto porque es el Uno. Todo participa de Él, pero Él no participa de nada.

Dionisio justifica la atribución a Dios del nombre Amor. Será el movimiento de la caridad, la fuerza activa que saca fuera de sí mismos a los seres venidos de Dios, para asegurar su retorno a Dios. Por eso el amor es extático (ex˗stare). Su efecto en esta vida y efecto en la otra es la divinización (theósis), la unificación de la criatura con Dios.

A pesar de la polémica levantada acerca de su verdadera autoría, estos escritos alcanzarán enorme éxito en el Occidente cristiano. Su origen empezará a ser contestado por los humanistas, en el siglo XV por Lorenzo Valla y en el XVI por Erasmo de Roterdam. En el XIX se vinculará definitivamente su origen a algún discípulo cristiano de la Escuela Neoplatónica de Atenas.

El Pseudo-Dionisio pretendió desde luego con sus escritos salvar dicha Escuela, quitándole a Atenas su fama de baluarte pagano, después del fracaso allí de las prédicas de Pablo. Lo mismo hizo Juan el Gramático en Alejandría, escribiendo dos tratados sobre la eternidad del universo contra Proclo y contra el Estagirita. No sabemos si el Pseudo-Dionisio era ateniense de nacimiento, pero seguramente gestó sus obras en Atenas.


Continuidad cristiana de la Escuela de Atenas

A esta ciudad siguieron acudiendo alumnos de todo el imperio romano. Incluso el gran filósofo alejandrino Ammonio se formó en Atenas con Simplicio antes de las medidas antipaganas de Justiniano. En el 532, el emperador lanza una segunda persecución contra la aristocracia paganizante de Constantinopla. La Escuela de los Sofistas se convertirá entonces en un monasterio y los últimos filósofos de la Escuela Neoplatónica buscarán refugio en Persia, gobernada entonces por el sasánida Cosroes I (501-579). Damascio el Sirio, Simplicio el Cilicio, Eulamio el Frigio, Prisciano de Lidia, Hermias, Diógenes de Fenicia e Isidoro de Gaza, la flor y nata de la Escuela Neoplatónica de Atenas, marcharon a Persia, pero una vez allí instalados no pudieron soportar la corrupción de sus costumbres. Cosroes intentó retenerlos, pero al fin consiguieron regresar, con la condición, exigida por el tirano persa en un tratado firmado con el imperio romano, de que no se les obligara a renegar de sus opiniones.

Los siete filósofos regresaron en el 533 aprovechando la amnistía que Justiniano les concedió. Pero la paz no duró, pues en el 542 se desató la tercera persecución. A pesar de ello, en la década de 560, la Escuela Neoplatónica de Atenas sigue funcionando… Será arrasada en 579 por los eslavos. Pero los invasores se retiran en 583, y entonces se reanuda la enseñanza de la Gramática, la Retórica y la Filosofía en la ciudad. Diversos testimonios confirman que en la Alta Edad Media intelectuales cristianos como Teodoro de Tarso o Gisleno de Hagenau, siguen viajando a Atenas para su formación.

Kapnikarea, templo dedicado a la Virgen María

El siglo XI aún será una época de esplendor para la historia cultural ateniense, como lo prueban la Iglesia de los Santos Apóstoles y la Kapnikarea dedicada a la Virgen María.

Bibliografía consultada

- Charles N. Cochrane. Cristianismo y cultura clásica. FCE, 1949.
- Copleston. Historia de la Filosofía, I, V, XLVI.
- Gonzalo Fernández, “La cristianización de la Filosofía en la Atenas tardoantigua y altomedieval”, Revista de Arqueología, año XXV, nº 287, pgs. 52ss.
- Gilson, Étienne. La Filosofía en la Edad Media, Gredos, 1965, 1º, V.
- Proclo. Elementos de teología (Στιχειωσις θεολογική), Aguilar, Buenos Aires, 1975.






1 comentario:

  1. Preciosa exposición del neoplatonismo sobre el que siempre pasamos rápido y de puntillas, cuando se merece más atención. Sin duda el idealismo alemán le debe mucho a esta filosofía altamente especulativa, hoy todavía hay quien piensa que el idealismo alemán ES la filosofía, no me extraña nada aunque es una tesis demasiado fuerte con la que no sé si comprometerme. Ejemplo de esta "tesis fuerte" son Alain BADIOU y S. ZIZEK en su último libro "Menos que nada" que voy a empezar ahora mismo

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