jueves, 6 de agosto de 2020

GUEVARA Y EL NACIMIENTO DEL ENSAYO



Antonio de Guevara y el nacimiento del ensayo moderno

                                              “Entiéndanme los dioses si los hombres no me alcanzan”

Libro aúreo de Marco Aurelio

 En mis años mozos leí con gusto su Menosprecio de corte y alabanza de aldea (Valladolid, 1539). Es el cortesano que reniega de su condición, es también la nostalgia, como en Ganivet, de una vida más simple, más en armonía con la naturaleza. El ensayo de Guevara me dejó marcado, hasta puede que influyera en alguna de las decisiones más importantes de mi vida, como la de preferir trabajar en un pueblo, antes que en una metrópolis, la cual sin duda ofrece más oportunidades de gloria y provecho, pero también más de estrés y ansiedades.

 Dice Guevara de la corte: “do me crie, crescí y viví algunos tiempos, más acompañado de vicios que de cuidados”. Guevara fue paje del príncipe don Juan y de la reina Isabel la Católica; a su muerte profesó en la Orden de San Francisco. Durante la guerra de las Comunidades estuvo al lado del emperador y este premió su fidelidad nombrándole predicador real en 1521. Participó en la guerra contra los moriscos en la que fue herido en la sierra de Espadán (1526). En 1527 fue nombrado cronista oficial del emperador. 

Formó parte de la junta de 24 teólogos que en Valladolid dictaminaron sobre las obras de Erasmo. Aunque fue nombrado obispo de Guadix, todavía acompaña al emperador en la empresa de Túnez (1535-1536). Presenció su coronación en Roma y predicó en el funeral de la emperatriz (Toledo, 1538). Falleció en Mondoñedo, de cuya diócesis había sido nombrado obispo.


 Ya había muerto Antonio de Guevara en 1545 cuando, retirado en su torreón empezó Montaigne a escribir sus Ensayos, el francés por cuyas venas corría sangre aragonesa y sefardita se llevó la gloria de crear el género moderno de la reflexión personal, "la duda puesta en marcha" a la que Descartes luego añadirá método y sistema. Pero nuestro Guevara, cuya madre y abuela paterna fueron también judeo-conversas, ya había dado medio siglo antes a sus cartas áureas (Epístolas familiares) y a otras obras gnómicas, didáctico-morales, un tono similar, ensayístico. El juzgarlo como “precursor” o como auténtico creador del ensayo depende, claro, de lo que entendamos por tal género filosófico o literario.

 La prosa casi rimada del español viene bien al ensayo porque el sentido de éste –como señaló Pedro Cerezo- es más poético que especulativo, por mucho que se oriente hacia enseñanzas prácticas... 

"La experiencia nos enseña que a la hora que uno descansa luego comienza a hablar, y a la hora que uno come y bebe luego comienza a gorjear, y por eso decimos entonces, y no antes, es oportuno tiempo para negocios despachar, porque de otra manera más sería importunar que no negociar" (Epístolas Familiares, I).

Los caracteres de esta escritura son la circunstancialidad, la momentaneidad y el fragmentarismo, por eso el ensayo ocupa los tiempos críticos en que dos sabidurías se enfrentan o conjugan, como lo fue el Renacimiento, en el que la mentalidad moderna buscaba desprenderse de la magia medieval. Idealizamos fácilmente la Italia en la que convivieron Rafael y Miguel Ángel, Ficino y Ponponazzi. Una parte considerable de su encanto deriva del mestizaje cultural del mundo pagano con el cristiano, del antiguo legado revenido desde Oriente, huido de los turcos y de la superstición medieval de los reinos bárbaros occidentales, de la hechicería y la alquimia, con la ciencia emergente, de lo salaz con lo sublime. Y este doble magma se funde y confunde en la obra de Guevara, sobresaliendo lo moderno de su escepticismo.

 El espíritu crítico concibe la realidad bajo el apremio del tiempo, al contrario que el espíritu de sistema que lo hace sub specie aeternitatis, buscando consagrarse como verdad total y estática… 

Alguno de los discursos del emperador Carlos I de España y V de Alemania llevan el sello de Guevara. Alcanzar fama y honra es principal propósito del Caballero renacentista, por hechos de armas o por hazañas de pluma. Este es el modelo que propone Guevara al Príncipe, y muy directamente a Carlos I, a quien va dirigido el prólogo del Libro áureo de Marco Aurelio (Sevilla, 1528). 

Es sorprendente que Guevara escogiera a un emperador como el estoico Marco Aurelio, que persiguió a los cristianos, pero le ve el especial mérito de haber sido virtuoso sin el incentivo de la gloria celestial ni el temor al infierno. Otras veces se refiere a personajes de la Antigüedad a los que pone de ejemplo, como Julio César, porque "creían" como paganos pero, a veces, obraban como cristianos, a los que contrapone a "nosotros", asumiendo culpas, pues "nosotros todos creemos como cristianos y obramos como paganos" (Epístolas Familiares, I).

Estas obras de Guevara tienen el objetivo expreso de formar al Príncipe en el arte de gobernar: 

"El arte de gobernar ni se vende en París, ni se halla en Bolonia, ni aún se aprende en Salamanca, sino que se halla con la prudencia, se defiende con la ciencia y se conserva con la experiencia" (EE. FF., I, 42).

 Los consejos formativos abundan en el Libro áureo. Aconsejar -piensa Guevara- lo usan muchos y lo saben hacer muy pocos. El cuerdo, grave y desapasionado sabio aconseja con analogías naturalistas. Por eso a criar los hijos nos enseñan los árboles, pero ¡ojo!, que los nogales de hojas blandas crían nueces duras y así vemos que de padre piadoso puede nacer hijo cruel y de padre cruel nacer hijo piadoso. 

“Los amigos han de ser como los morales, que en tal tiempo dan las moras que son su fruto, que ni temen heladas de mayo como viñas, ni ventisqueros de octubre como membrillos. Quiero decir que ni vienen con los hados buenos ni se van con la fortuna mala” (EE. FF., I) ... "Por ninguna cosa ha de llorar el filósofo, si no es por la pérdida del amigo, porque todas las otras cosas están en las arcas y solo el amigo mira en las entrañas" (Ibídem, I).

Se apuesta por la excelencia, pues 

“el crédito del bueno no está entre los plebeyos, sino entre los filósofos; no entre muchos, sino entre pocos; no entre cuántos, sino cuáles”.

 El Reloj de príncipes (Valladolid, 1529) con forma de novela histórica, simula basarse en unas cartas apócrifas del emperador que nada tienen que ver con las Memorias o Soliloquios de Marco Aurelio que en tiempos de Guevara aún no se conocían en el Occidente cristiano. A pesar de las críticas de eruditos y erasmistas, el libro se puso de moda en toda Europa, en cuya literatura influyó (v. gr., en el eufuismo o conceptismo inglés) y fue traducido a todos los idiomas incluido el armenio.

 Suele suceder que el interés de un autor, al menos lo que para mí lo hace interesante,  depende muchas veces de la tensión que en sus escritos ponen sus contradicciones. Guevara pasó la vida renegando de la corte sin poder abandonarla, su ideal de vida rural, simple y franciscana, contrasta con el ajetreo y la notoriedad que cobró como consejero áulico del emperador. 

 Como es igualmente característica del ensayo, sus escritos tienen también mucho de biografía, de confesión personal, de búsqueda de claridad. También su gusto por las novedades y su curiosidad universal lo hacen interesante.

 Desprecia la erudición académica y maneja a los clásicos con una libertad insólita y no con demasiado rigor, confundiendo o inventando fuentes, lo cual fue muy criticado por los eruditos de la época, pero sus amenas disertaciones, en las que no falta el talante humorístico, alcanzaron las friolera de más de seiscientas ediciones en la Europa del XVI. Y es que a Guevara le interesaba poco la precisión histórica o la fidelidad dogmática, y su curiosidad parece a veces no encontrar otro propósito que el de divertir al lector con grotescas deformaciones o con una estética degradadora, que aplica con jovial regocijo, complaciéndose en detalles morbosos y hasta con léxico soez, recursos en los que se ve aflorar a trechos "la caudalosa vena hispánica de la estilización pesimista, raíz capital de la novela picaresca"...


Tiempo y Verdad

 "Vista la incertinidad de esta vida y las continuas mudanzas que hay en ella, y que tan poca seguridad tienen los hombres que están en casa como los panes que están en la era, osaría yo decir que tenemos muy poco en qué esperar y hay mucho que temer" (EE. FF., I).

Incerteza, duda... Sobre la verdad escribe el fraile que el tiempo sepulta todas las cosas y no hay ninguna que no estrague, salvo la verdad, que más parece triunfar cuando el tiempo quiebra o pliega sus alas. 

¿Será porque la verdad no es del tiempo y nosotros sí lo somos, que no la podemos detener ni apresar? Pero tampoco resiste la verdad estar todo el tiempo “a somorgujo y encallada”, también se revela en el tiempo, no entera desde luego, jamás definitiva.

“Según decía el divino Platón, dejaríamos de ser hombres y seríamos ya dioses, si pudiese tanto la memoria retener cuanto pueden los ojos leer y ver” (EE FF, I). 

Atribuye también al filósofo ateniense las siguientes palabras: “El hombre cuerdo y experimentado lo claro tiene por oscuro; lo pequeño por grande; lo cercano por remoto; lo junto, por derramado, y lo cierto, por dudoso”. Todo un programa escéptico. Hacia él evolucionó también en la Antigüedad la segunda Academia.

Importan poco las palabras. “Con los viejos vanilocos y parleros, más respeto se ha de tener a las canas que tienen que a las palabras que dicen”. Porque “los infiernos están llenos de buenos deseos y el paraíso está lleno de buenas obras” (EE FF, I). Y es que “muchas veces, aunque no quiere, ama el corazón lo que le estaría mejor aborrecer, y aborrece lo que le estaría mejor amar”.

De la murmuración dice Guevara que para que se tome gusto de ella “ha de ser malsín el que la dice y malo el que la oye. Dicen que decía el buen marqués de Santillana que lenguas malignas y orejas malignas hacían que fuesen las murmuraciones sabrosas”.

Márquez señala como positiva la libertad creadora de Guevara y lo pinta como un revolucionario que rompe con la literatura de la clerecía medieval a la vez que toma su distancia respecto a las ideas oficiales del humanismo renacentista, porque en su literatura cuenta más el propósito de entretener que el de enseñar, por eso es precursor del ensayo tanto como de la novela, las dos formas literarias más típicamente "modernas", pues su obra fue "arsenal y libro de texto de los novelistas legítimos".

Las Epístolas familiares tratan de los más variados asuntos. Su título es engañoso; no son cartas personales, sino verdaderas creaciones literarias, aunque simulen la despreocupación de la epístola dirigida a un amigo. Unas muestran un animado cuadro de los eventos de su tiempo, otras despliegan la intencionalidad didáctica de una filosofía práctica, casi parda. Llegaron a ser incluso más populares que otras obras suyas. Se tradujeron a todos los idiomas y han seguido reimprimiéndose en nuestros días. Constituyeron lectura predilecta de Montaigne en cuyos Ensayos influyeron. 

El estilo de Guevara es singular, anticipa el barroco con su propensión a la antítesis, el paralelismo, la amplificación, la contraposición conceptista, todo ello tejido con cuidado y destreza. Menéndez Pelayo dice de él que “ninguna condición de buen escritor le faltó, salvo la moderación”. Américo Castro, que le reprocha querer darse importancia y buscar a toda costa la gloria, añade que Guevara refleja en sus escritos “las fracturas insondables de su alma”. No es poco… “Soy ya venido a tal edad, que nada me agrada de lo que puedo, ni puedo hacer cosa de las que quiero”. El reproche de retoricismo es general, pero fue la Retórica todavía en su tiempo, como en el de Quintiliano, escuela de humanistas y ciencia filológica y gramatical, además de arte suasoria y técnica diplomática.

A María Rosa Lida de Malkiel le molestaron con razón las puyas antifeministas del franciscano… 

“Creedme, señor condestable, que ni en burlas ni en veras nunca de mujer debéis confiar cosas secretas, porque a fin que las tengan los otros en algo luego descubren cualquier secreto”…  

Sin duda es lastre medieval, aunque con la superposición del ideario erasmista en boga, la posición de Guevara es matizada: 

“No es razón de pensar, ni es justo osar decir que todas las mujeres son iguales, pues vemos que hay muchas dellas que son honradas, honestas, cuerdas, discretas y aun secretas, y que tienen algunas dellas los maridos tan bobos y necios, que sería más seguro fiar dellas que confiar dellos. No perjudicando a las señoras que son discretas y secretas, sino hablando comúnmente de todas, digo que tienen más habilidad para criar hijos que no para guardar secretos”. (EE FF, I, 41).

La notable filóloga argentina supone a Guevara distante de las verdaderas inquietudes morales de su tiempo. Pero esa distancia, más que de indiferencia, lo es de independencia o escepticismo respecto a la actualidad y sus modas, y la anotamos nosotros en la sección del haber, más que en la del debe. Lida lo acusa en fin de “genial petulante” por el autoelogio que hace al principio de alguna de sus obras. El cronista imperial no afectaba, desde luego, gran humildad.

Más generoso es Menéndez Pidal, que llega a alabar el estilo de Guevara como “ejemplo de moderación”, comparado por ejemplo con los excesos sinonímicos de Pedro Mejía,  asociándolo al estilo cortesano de un orador de entonces, “que prepara la austera indumentaria de la corte filipina”. Eso explicaría el éxito que alcanzó en medio mundo. Es cierto que Guevara fabula, que lo que no sabe lo inventa y que “es capaz de relatarnos las conversaciones de las tres famosas cortesanas Lamia, Laida y Flora, como si las hubiese conocido” (Menéndez Pelayo). Si le gusta demorarse en la sátira, también se encuentra satisfecho en el mismo tráfago que censura.

Su atenta lectura hoy todavía da que pensar, divierte y edifica.

Sobre la cuestión de si Guevara es o no es un filósofo, su distinción entre ética y política, su condición de precursor del ensayo como género filosófico de la modernidad y su escepticismo humanista y socarrón: 

https://filosofayciudadana.blogspot.com/2021/08/guevara-humanismo-esceptico.html

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