Retrato imaginario de Epiménides el cretense |
Cuentan que Epiménides el Cretense hizo un largo viaje a Oriente para entrevistarse con Buda. Tuvo sus dificultades porque Buda no se hacía el encontradizo, pero al fin le halló y le preguntó:
- ¿Cuál es la mejor pregunta que se puede hacer y la mejor respuesta
que se puede dar?
Buda contestó:
- La mejor pregunta que se puede hacer es la que tú me has hecho y la
mejor respuesta la que te he dado.
Tal vez fue entonces cuando afectado por un eterno y grácil bucle como un
logos-pescadilla que se muerde la cola, Epiménides el Cretense, sabedor de que
“todos los cretenses son mentirosos” es una generalización arbitraria, inició
una larga siesta de cincuenta y siete años.
¿Qué le despertó, quién, cuándo?
Desde lo profundo, desde lo más alto. Tinta y acuarela JBL, s. XX. |
Cuando en la segunda mitad del siglo XII comenzó a circular por el
Occidente latino todo el Organon de
Aristóteles (Ars Nova), gracias a las
traducciones italianas al latín y españolas del árabe, interesaron más los
análisis de las argumentaciones sofísticas, y el ingenio contenido en paralogismos,
falacias y paradojas, que los Primeros
Analíticos del Estagirita con su fría teoría del silogismo y la demostración
racional. De entre los sophismata
merecieron especial atención algunas variantes de la paradoja del Mentiroso, que en la Edad Media recibirían el nombre
de Insolubilia. Se dedicaron
numerosos tratados al hombre qui se
mentiri dicit (que dice que miente).
La Paradoja del Mentiroso no se haya formulada en los textos
aristotélicos, pero en un pasaje De
Sophistis Elenchis se cuenta “la historia del hombre que miente y dice la
verdad al mismo tiempo”. Es interesante saber que San Pablo se refirió a la
versión de Epiménides y mucho más revelador todavía que no reparase en que se
trataba de una paradoja. Escribe: “Uno de entre ellos mismos… dijo ‘Los
cretenses son siempre mentirosos…’ Este testimonio es veraz” (Epístola a Tito, I, 12-13). El hombre de
fe, el fideísta, tiene dificultades para admitir el ámbito incierto pero
racional o al menos razonable de la ironía y la paradoja, semillas de
escepticismo.
Los lógicos medievales no se contentaron con la versión más elemental
de la aporía (problema sin solución):
Ego dico falsum, sino que ingeniaron
variantes más complicadas como “Sócrates dice ‘Lo que dice Platón es falso’ y
Platón dice ‘Lo que dice Sócrates es verdad’, sin añadir ninguno de ellos nada
más. ¿Es verdadero o falso lo que dice Sócrates?”. Y tuvieron plena conciencia
de que la dificultad surge del intento de otorgar a la proposición
controvertida una cierta capacidad de autorreferencia, pues en efecto, si quien
dice que miente dice verdad, entonces miente; y si miente, entonces dice verdad;
y así ad libitum.
No hubo una doctrina unánime sobre el modo de encarar tales paradojas
desde la teoría del significado y la verdad. Unos proponían la casación (cassatio) o doctrina de la nulidad de lo afirmado, aduciendo que la
palabra “falsum” no puede suponer en
relación a la oración (pro hac oratione)
de la que es parte. La restricción (restrictio)
formulada desde la doctrina de la suppositio
excluía incluso un tipo de autorreferencia tan inocente como la de la frase:
“Lo que ahora estoy diciendo es una oración en español”. Pablo de Venecia (1369-1429)
enumeraba hasta quince procedimientos mediante los que otros tantos lógicos
habían intentado resolver el problema de la Paradoja del Mentiroso.
Pájaro de la discriminación lógica. Tinta y acuarela. JBL |
A los griegos antiguos les causaba enorme angustia y perplejidad que
enunciados de apariencia perfectamente clara como “Esta frase es falsa” no
pudieran ser ni verdaderos ni falsos sin contradecirse a sí mismos. Mucho antes
del lógico italiano antes citado, Crisipo el estoico, filósofo del siglo III
antes de Cristo que murió de un ataque de risa, escribió seis tratados acerca
de la Paradoja del Mentiroso; por desgracia, los seis perdidos. Filetas de Cos (c.
340-285 Ac), poeta griego tan flaco que se decía que llevaba plomo en los
zapatos para que el viento no le arrastrara, se cavó tumba temprana a causa de
la angustia que la Paradoja del Mentiroso le causaba. No fue capaz de vivir con
tamaña incertidumbre, la de si el cretense que afirmaba ser un mentiroso mentía
o decía la verdad.
Como recoge en nuestro tiempo Martin Gardner, las paradojas hacen
pensar. Paradoja es un término griego que significa contrario a la opinión. Para el gran orador romano Cicerón, las
paradojas maravillan (admirabilia,
las llama) porque proponen algo asombroso. Se ha dicho que las antinomias –como las célebres de Kant-
son una clase de paradojas. Ferrater Mora distingue en su Diccionario las paradojas lógicas, de las existenciales y
psicológicas.
Kierkegaard fue un maestro de la paradoja
existencial que vislumbró, por ejemplo, en el hecho de que el hombre se
decida por Dios mediante un acto de rebelión contra Dios. Para Unamuno, que
quiso aprender danés para leer a Kierkegaard en su lengua, la paradoja es tan evidente
como el silogismo, pero menos aburrida.
Bertrand Russell dedicó una parte considerable de su inmensa energía
intelectual al estudio, resolución e invención de nuevas paradojas. Una de las
más famosas es la que refiere a la Lógica de clases. En la también llamada Teoría
de conjuntos es normal que una clase o conjunto de cosas no pertenezca a sí misma,
por ejemplo, el conjunto de las esmeraldas no es una esmeralda, pero resulta
que el conjunto abstracto de todas las cosas del mundo que no son esmeraldas,
tampoco es una esmeralda y por tanto pertenece a sí mismo. Y –peor todavía- la
clase de todas las clases o el conjunto de todos los conjuntos es también clase
o conjunto y por tanto está incluido en sí mismo. Por lo tanto “La clase de
todas las clases que no pertenecen a sí mismas pertenece a sí misma si y sólo
si no pertenece a sí misma”, lo cual es contradictorio. Para resolver este
problema, que según Frege ponía en peligro los fundamentos mismos de las
matemáticas, Bertrand Russell desarrolló su Teoría
de los tipos.
El filósofo y lógico Quine distingue entre paradojas verídicas y
falsídicas según se propongan establecer con ellas verdades o falsedades. En
general –afirma Ferrater Mora- toda proposición filosófica o científica
mientras no haya pasado al acervo de la opinión común ofrece un perfil
paradójico. En este sentido, la misma Filosofía contiene una génesis paradojal,
el filósofo fue y es ese ser solitario que ve con el ojo de la mente, de la
inteligencia o del espíritu (Noûs), como si fuese un tercer ojo más claro y certero que los sentidos físicos y el común de la opinión
pública.
Demon socrático. Tintas y acuarela, JBL 1987. |
No extrañe por tanto que el filósofo esté expuesto a la difamación, a
la persecución y hasta a la ejecución popular. Es lo mismo que pasó con muchos poetas,
artistas e intelectuales. Hubo épocas en que fueron considerados “malditos” por
abominar de la hipócrita moral dominante. Pasó con Anaximandro, con Sócrates,
con Bruno, Galileo, Descartes, Hume, Baudelaire… La lista de
los escritores e intelectuales perseguidos o exterminados por las tiranías
totalitarias es interminable. Quien pone en duda como hace de suyo la paradoja la opinión
dominante es natural que adquiera mala reputación, como proclama la canción de
Georges Brassens: La Mauvaise réputation:
Au village, sans prétention
J'ai mauvaise réputation
Que je me démène ou que je reste
coi
Je passe pour un je-ne-sais-quoi
Je ne fais pourtant de tort à
personne
En suivant mon chemin de petit
bonhomme.
Mais les braves gens n'aiment pas
que
L'on suive une autre route qu'eux
Non les braves gens n'aiment pas
que
L'on suive une autre route qu'eux
Tout le monde médit de moi
Sauf les muets, ça va de soi.
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