domingo, 20 de junio de 2021

LOS MUNDOS NO SON EL UNIVERSO (Markus Gabriel y Kant)


Vilanos de barba de cabra (Tragopogon porrifolius)


LA FILOSOFÍA COMO POLÉMICA

Los filósofos suelen ser mejores refutando y arremetiendo contra las concepciones de otros filósofos y criticando los puntos de vista ajenos que construyendo teorías irrefutables de la realidad. Esto no quiere decir –como afirmaba Gustavo Bueno- que toda filosofía sea polémica, que todo pensar sea pensar contra, adversa dialéctica, discusión contra ideas ajenas. 

Tal vez los casos de Fox Morcillo o de Kant sean particularmente meritorios precisamente por haber sabido buscar la síntesis entre dos visiones del mundo aparentemente incompatibles: el platonismo y el aristotelismo, en el caso de Morcillo, y el racionalismo y el empirirismo, en el caso del prusiano. El armonismo humanista parece desde este punto de vista ejemplar.

De hecho, la Filosofía como específica Ciencia de las ideas nació de la crítica platónica de la sofística, es decir del escepticismo y relativismo humanista e ilustrado. Y Aristóteles puso en cuestión la teoría idealista de su maestro… “Soy amigo de Platón, pero más amigo aún de la verdad”, según el tópico. Tomás de Aquino discutió el voluntarismo de Escoto y la metafísica de Averroes, los empiristas británicos mostraron a Europa su brillantez cuestionando el dogmatismo racionalista de Descartes, sobre todo Hume; y Marx se entretuvo en poner patas arriba el idealismo de su maestro Hegel, porfiando en que no era la conciencia de los hombres la que determinaba su existencia, sino que era la base económica, formas de producir y distribuir bienes y relaciones entre capital y trabajo, las que determinaban las ideologías de los hombres, divididos en clases sociales.



EL MUNDO NO EXISTE

Por lo tanto no es nada nuevo que Markus Gabriel, joven promesa de la filosofía alemana, se muestre en Por qué no existe el mundo (2013) más interesante en su respuesta crítica al postmodernismo filosófico que en su propuesta de una ontología de los ámbitos de sentido, que supone la aseveración de que no existe ningún superobjeto (mundo), “sino que nos encontramos ante una infinidad de posibles maneras de acercarnos al infinito” (pg. 216).


Markus Gabriel denuncia la impostura del posmodernismo, el cual, pretendiendo estar más allá de toda metafísica, desarrolla una metafísica errónea: el constructivismo, según el cual sólo podemos conocer lo que nosotros mismos construimos, es decir nuestras representaciones de los hechos, y no los hechos mismos. Para Gabriel, adalid de un nuevo realismo, nuestros pensamientos sobre los hechos tienen el mismo derecho a existir que los hechos sobre los que pensamos.

Con igual energía se opone al cientifismo, la religión de la ciencia que sólo admite como conocimiento y realidad los objetos del saber probado por las llamadas “ciencias duras” (hard sciences). Si sólo existiese lo que puede ser científicamente investigado y diseccionado con un bisturí o un escáner –razona Gabriel-, no existirían ni el futuro ni los números ni el reino de España ni los sueños. “La física está llena de ideas preconcebidas” (p. 15). Para Gabriel el universo de los físicos no es el todo, sino el dominio objetual de las ciencias naturales, o sea el universo. La física es ciega para todo lo que no investiga. El universo, el dominio objetual o ámbito de sentido de las ciencias naturales, es menor que el todo. El universo es sólo una parte del todo y no el todo.

Las llamadas "ciencias del espíritu", ciencias del hombre o humanidades, tienen sus propios y particulares dominios. El dominio de todos los dominios –o sea, el mundo-, según Gabriel, no existe. Pero sí existe todo lo demás, excluido el mundo. Afirmar esto supone negar el venerable principio metafísico ya formulado por Parménides de una conexión universal o el leibniciano de una armonía cósmica preestablecida.

A Gabriel hay que agradecerle su compromiso con el aforismo de Wittgenstein “todo lo que se puede decir, se puede decir claramente”, también en esto se aleja de la obscura descortesía de los postmodernos, tan afectos a la verborragia y al esoterismo logomáquico. Markus Gabriel es consciente de que “la tarea de la filosofía es recomenzar siempre desde el principio, una y otra vez”.

Si reducimos la realidad al universo físico, el sentido de nuestra vida se reduce también a la ilusión de hormigas que se dan importancia vaya usted a saber por qué. Somos una especie viviente entre otras muchas hermanas, incluidas las chinches y las garrapatas. La Tierra que habitamos no es el centro de la galaxia, una entre trillones, pero es que los mismos términos centro-periferia ya no sirven para describir el espacio-tiempo, porque el universo aparente carece de centro y de orillas. “Todo tiene lugar en nuestra imaginación, y más allá se halla la nada, que amenaza nuestras fantasías”, pero nuestras fantasías son tan necesarias como cualquier otro hecho -protesta Gabriel. Por suerte, hay muchos objetos que no existen en el universo de los físicos y por tanto no flotan en esa nada, como la montaña mágica de Thomas Mann, el infierno de Dante, los cuadros de Vermeer o tu sala de estar.

Al materialista –Gabriel no lo es- no le queda más remedio que admitir que los estados cerebrales, aun reconociéndoles una base material, refieren a algo que no es material, igual que la tristeza no puede reducirse a llanto. El materialismo no es científicamente demostrable y debe reconocer la existencia de representaciones ideales para después negarlas. Y es que el propio materialismo no es material ni puede proporcionarnos un concepto materialista de la verdad y del conocimiento. Gabriel acepta el principio de Wittgenstein de que lo que sucede son hechos, no cosas. Sin embargo, Wittgenstein opinaba que hay una totalidad de los hechos, un “mundo” (Tractatus, 1). Para Gabriel, lo que hay son cosas, hechos y ámbitos objetuales, como infinitas regiones y provincias ontológicas. Se acerca de nuevo a Wittgenstein al insinuar que tales ámbitos objetuales pueden ser tratados como áreas de lenguaje, aunque sean algo más que una “façon de parler”. El ámbito objetual de la botánica nos ha enseñado, por ejemplo, que las fresas no son bayas, sino frutos poliaquenios. No obstante, hay ámbitos objetuales –como el de la astrología- que sólo son áreas de lenguaje vanas, pura cháchara y otros como el de la entomología que ayuda a prevenir plagas.

Chinche heteróptera de las plantas, inmadura

La realidad es tan compleja que no podemos reducir las diversas áreas objetuales a una sola, por eso no existe el mundo. “Ni siquiera podemos imaginar hasta dónde llega nuestra ignorancia, ya que a menudo no tenemos ni idea de lo que no sabemos” (pg. 47). De lo que sí está seguro Gabriel –contra el constructivismo- es que no somos nosotros los que producimos la realidad en analogía con la hipótesis de que nuestro cerebro produce los colores. Los colores están ahí, no sólo en nuestro cerebro. Vemos colores, conocemos hechos, no meras construcciones artificiales, hechos que perduran sin nosotros, como el árbol que cae y cae de verdad, aunque no haya ninguna mente que lo perciba. “El constructivismo cerebral o neuro-constructivismo es un cuento de hadas moderno, o más bien postmoderno”. Los pasajeros no suben al tren porque yo los vea; ni suben a mi conciencia ni a mi cerebro. Por eso conviene distinguir las condiciones del proceso de conocimiento de las condiciones de existencia de lo conocido. La afirmación de que no hay hechos, sino sólo interpretaciones o sólo perspectivas, es falsa.

La existencia es para Gabriel la circunstancia de que algo aparezca en un campo de sentido. Mefistófeles, por ejemplo, existe en la historia de la literatura como personaje del Fausto de Goethe, Mefistófeles existe en el imaginario cultural con la misma eficacia que el bosón de Higgs existe en el ámbito de la física atómica.

J. Biedma L. Mefistófeles, 2021.


Gabriel se aleja de los postmodernos, pero también él, como los postmodernos, parece negar la metafísica como respuesta a la pregunta por el mundo y por su arjé (principio dominante, causal y de inteligibilidad), precisamente porque niega el mundo, sin embargo –igual que otros postmodernos- acepta una ontología plural, fragmentaria, en contacto con la realidad experimentada. Si bien rechaza el cientifismo, afirma que “en general es recomendable ponerse del lado de la ciencia”. Pero nada de mostrar complejos, la filosofía tiene su propio y relevante campo en la mejora de nuestras “concepciones del mundo”, que experimenta avances y retrocesos como las demás ciencias (pg.58). Estas últimas afirmaciones parecen contradictorias con la negación del mundo y de la metafísica, pues a Gabriel no le queda más remedio que admitir que existen “concepciones del mundo” y esto es porque el mundo como totalidad si no es inteligible ni imaginable, puede que sea al menos y de algún modo pensable (más abajo veremos como Kant piensa que nos ilusionamos con esa idea). A fin de cuentas, “muchos mundos” también pueden agregarse, al menos intelectualmente, en un solo mundo.

Markus Gabriel discute la idea monista de la existencia de una sola sustancia (Spinoza), de un superobjeto, porque no puede existir un ser (sujeto, hipokeimenon) que tenga todas las propiedades posibles y porque todos los objetos no pueden distinguirse de todos los demás objetos. “Algo que no se distingue en nada de todo lo demás y que sólo es idéntico a sí mismo no puede existir. Ya que no sobresale, no destaca” (pg. 64). 

La solución de Gabriel recuerda a la de los pluralistas presocráticos, que desmenuzaron el ser de Parménides para poder explicar el cambio, el movimiento que, de haber una sola cosa, resulta perfectamente incomprensible. Su pluralismo también recuerda el de las mónadas de Leibniz. Al desaparecer el mundo, lo que tenemos son infinitos mundos que se solapan en parte y son en cierto modo independientes entre sí.



LA ANTITÉTICA KANTIANA

La negación de la existencia del mundo no es una idea completamente nueva. Tiene su precedente más sólido y se sostriba en la antitética kantiana. También el constructivismo postmoderno que Gabriel critica tiene por antecedente a Kant que insistió en que el conocimiento es un hacer activo (un tun) de nuestra mente, que selecciona, ordena, sintetiza e impone su propia forma a los objetos sensibles hasta convertirlos en objetos científicos, mirar lo es lo mismo que ver y ver lo es lo mismo que apercibirse de una realidad. También afirmó Kant que los experimentos científicos son experiencias construidas, artificiales.

Sueño de la Razón Pura, J Biedma L, 2021

Kant no niega la idea del mundo, sino la posibilidad de que podamos construir una ciencia sólida (consensuada y que progrese) que tenga al mundo en general por objeto, no puede haber una ciencia de toda la naturaleza, pues no tenemos experiencia del todo, sólo de algunas de sus partes. Es decir, Kant niega la posibilidad de una cosmología racional, al menos como ciencia experimental, exacta y segura. Podemos pensar el todo, pero pensarlo no es entenderlo en sentido científico, y por ende, nuestros pensamientos sobre el todo (mundo) serán paradójicos y contradictorios.

Para Kant, cuando la Razón se eleva especulativamente hacia lo incondicionado, es decir hacia el principio incausado de todas las causas, cae en contradicciones, o sea en afirmaciones antitéticas. Esto sucede cuando la razón juega con la idea de mundo a título de unidad absoluta de todos los fenómenos, unidad incondicionada de todo lo que aparece como existente.

A las afirmaciones de una “cosmología racional” llama Kant antinomias de la razón pura. Son conflictos de la razón consigo misma. Superarlas es despertar del cartesiano “sueño dogmático” que aspira o cree en un saber absoluto. Kant divide estas antinomias según su tabla de las categorías en su Crítica de la Razón Pura (I. 2ª div. “La dialéctica trascendental”).

Así, la antinomia de la cantidad afirma por un lado que el mundo tiene un comienzo en el tiempo y en el espacio; y por otro lado, se afirma que no lo tiene, que el mundo es ilimitado. Ambas afirmaciones se pueden pensar y razonar, pero son obviamente incompatibles. Y ambas nos llevan a absurdos.

La antinomia de la cualidad resulta de la reflexión sobre la naturaleza íntima del mundo. Por un lado se dice que el mundo es simple o un compuesto de lo simple (tesis). Del otro lado (antítesis), se afirma que nada en el mundo es simple.

La antinomia de la relación consiste bien en admitir la existencia de la libertad como espontaneidad causal y creadora, o en aceptar un determinismo férreo que hace imposible la libertad, pues todo efecto estaría determinado por sus causas.

Por último, la antinomia de la modalidad se basa, bien en admitir la existencia de un ser necesario (tesis), o bien en admitir la contingencia universal (antítesis), según la cual toda entidad puede no ser, es decir no hay sustancia imprescindible para el mundo.

La razón principal de que no sea posible decidirse racionalmente por la tesis ni por la antítesis en cada una de la antinomias estriba en que siendo la unidad condición de la multiplicidad, lo simple condición de lo complejo, lo necesario condición de lo contingente y la libertad un supuesto de la eticidad, no contamos con una experiencia posible, experimental, de tal unidad, ni de lo simple, ni de la libertad en sí, ni de un ser necesario, pues todo cuanto nace perece y todo cuando sucede puede ser explicado (y reducido) a una razón suficiente (Leibniz).

Bibliografía

- Markus Gabriel, Por qué el mundo no existe, trad. Juanmari Madariaga, Barcelona 2021 (12ª ed.). De este libro son las páginas que se citan en el artículo.
- Kant. Crítica de la razón pura, Ed. Porrúa, Trad. e introd. de Manuel García Morente, México 1979.



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