viernes, 13 de agosto de 2021

IMPUREZAS DE LA FILOSOFÍA ESPAÑOLA

La pámpana de la chumbera (Opuntia ficus)
devora la alambrada y la trasciende

 Dedicado a Maricarmen Cabrera López

Me ha dicho una filósofa, a la que los amigos llaman Yeya, que además de guía turística titulada estudió "filosofía pura" con Pedro Cerezo en la Universidad de Granada. Le dije, con insinuante picardía, que yo no creía que existiese una "filosofía pura". Ella me dio la razón con una significativa y estimulante sonrisa.


El mismo gran maestro Cerezo lo deja claro en el prólogo "Pensar en español" de su magnífica y enciclopédica obra Claves y figuras del pensamiento hispánico (Madrid, 2012). La filosofía es un ejercicio racional que aspira a la sabiduría y también una actitud integradora de saberes probados y experiencias sufridas, pero "la pureza de la razón resulta ser el fruto de una abstracción perniciosa que la desarraiga de la experiencia vital, de la historia y de la lengua, las verdaderas matrices del pensamiento" (op. cit., pg. 17).

Estas matrices o madres del pensar son también sus "facticidades", pues son los hechos los que hacen posible la actividad intelectual, la dificultan o la comprometen. 


Almenas de un castillo del Santo Reino de Jaén


Matrices del pensar


1. La palabra

Para empezar, la idea está condenada al cuerpo del lenguaje, a los nombres, que son -como dice Unamuno- cuerpos de los conceptos, pues les dan a las ideas vida y carne. "No discutamos por nombres" -recomendaba Platón, enfatizando el valor superior de los entes mismos-, sin embargo, como saben los padres cuando han de ponerle nombre al niño, los nombres, sus significantes sonoros, no son para nada indiferentes, igual que son muy relevantes esos rasgos "suprasegmentales" del discurso, como la entonación, que pretendemos suplir con el sucedáneo del emoticono.

En general, no hay humanidad fuera del lenguaje y, sin palabras, no hay razón ni mundo. El lenguaje nos pone en realidad y la lengua sustancía el pensamiento, por eso, como intuyó Nietzsche, la gramática de toda lengua incluye una filosofía en potencia. Platón, fundador de la disciplina y ciencia de las ideas, ya se percató de que es la lengua llamada "natural", la que hablamos todos y no sólo los especialistas, el útero fértil de la filosofía y de toda dialéctica.

Carlos V en Yuste, Miguel Jadraque (1840-1919)
Por cortesía del Museo del Prado


2. La historia 

En segundo lugar, no es necesario caer en un extremoso historicismo para reconocer la dimensión histórica de esa mediación entre ciencia y arte, que es también la filosofía. Por eso y sin necesidad de admitir un talante étnico o un alma nacional, hay coyunturas nacionales que posibilitan o dificultan un modo de hacer filosofía o la excelencia de su emerger, original o renovada: la Atenas de Pericles, la Florencia de los Medici, la España de Carlos V, la Viena de Wittgenstein..., fueron ambientes propicios, hervideros intelectuales en que se fraguaron ideas nuevas o se recrearon otras antiguas.

Nuestro momento de esplendor imperial tuvo mucho con ver con los frutos de aquella convivencia conflictiva entre las tres culturas del "Libro": la judía, la musulmana y la cristiana. Muchos de los mejores representantes de nuestra ciencia y de nuestro ensayismo renacentista son conversos o hijos de conversos y es un hecho que España "puede aparecer como la tierra-madre del ensayismo europeo" (según Juan Marichal, citado por Cerezo).

Es verdad que en España -como recuerda Cerezo- hemos tenido una "anómala modernidad". Ni tuvimos Reforma ni Revolución (¡pero sí Contrarreforma y Desamortización!) y nuestro Renacimiento, que lo hubo y bien sonado, publicado y asociado a la espiritualidad erasmista, convivió con la medievalidad, en transacción y entendimiento con ella. Las cartas de Guevara o la Celestina de Rojas son ejemplos magníficos de esta síntesis integradora. Sin embargo, la ruptura con el Antiguo Régimen está ya clara en el creador del relato realista que luego se llamará novela, me refiero a Cervantes, que se burla de aquellos ideales periclitados en su Quijote.

Es evidente la trascendencia de la religión en la cultura española, ortodoxa o heterodoxa, fideísta o atea (que también "se religa"), mística o nihilista, así como la herida abierta entre las dos españas políticas, infectada por el factor regionalista o nacionalista, tan miope como disgregador. Por eso, precisamente, es tan necesaria una filosofía que se proponga el diálogo integrador y la concordia cívica.


3. La existencia 

No por tercera es menos importante la matriz de la propia existencia, la realidad vivida que incluye, naturalmente en nosotros que filosofamos, las hondas aspiraciones vitales e ideales de verdad, belleza, justicia y bondad. Cerezo niega que exista un "espíritu territorial" como sostenía Ganivet, pero sí reconoce "un lugar o escenario del espíritu en acción".

España es península extrema o -como decían Mairena-Machado- "rabo de Europa sin desollar", "farol de cola" o "punta de lanza", encrucijada de Europa, África y América. Apunta Cerezo con toda razón el carácter híbrido de nuestra cultura enraizada en el mundo greco-latino y judeo-cristiano, pero proyectada históricamente hacia hispanoamérica: 


"Un pensamiento hispánico que ignorase esta doble pertenencia se movería en el vacío" (Ibidem, pg. 23).

 

Lengua, historia y existencia marcan nuestro modo de pensar, a pesar de lo cual y en tensión dinámica con estas condicionantes, la filosofía no puede renunciar a su pretensión de universalidad, pero por muy grande que sea esta vocación de pensar para la humanidad en general, como obra humana que es, la filosofía no deja de hundir sus raíces en la particularidad. "Esta es su paradoja constitutiva".


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