domingo, 19 de septiembre de 2021

TRIUNFO DE LA DIVERSIDAD

 

Heliphanus, araña saltícida,
acechando sobre una compuesta mustia, 23 de mayo 2009.



Orden y Caos
En torno a un ensayo de Víctor Gómez Pin



“Los bienes más grandes nos vienen por la locura (manía),
que sin duda nos es concedida por un don divino…” 
(Platón, Fedro, 244ª)



¿Cuál es la frontera entre el orden y el caos? ¿Entre la estructura y lo informe? La figura del mundo que percibimos es dinámica, como la de un caleidoscopio, cuando la apresamos conceptualmente, ya pasó, por eso la lechuza de Minerva vuela tarde. Cambian las formas de lo real como el río de Heráclito. ¿No hay siempre un momento de azar, casualidad y caos entre una estructura y otra? ¿No deviene la forma a través del caos?


El universo –si es que es uno- parece "un follón bien organizado". En un escrito temprano (De “usía” a “manía”, 1972) el filósofo Víctor Gómez Pin (Barcelona, 1944) quiso mostrar cómo las modalidades de ascensión hacia la ley y el fundamento (orden), es decir, la dialéctica, el amor y la muerte, se descubren también como vías de disolución, anarquía y tiniebla, y cómo cabe pensar el éxtasis dionisíaco propiciado por "el vino" (como expresión metafórica o símbolo disolvente) como forjador de luz y aún de armonía.

Así, la taberna, la cantina y el bar no sólo son antros para sufridores y marginados, sino también espacios de integración y concordia. Hay amores locos y “pedos lúcidos”, como dignos quereres y embriagueces soporíferas o funestas, amores malsanos. En el banquete socrático (Symposion) no sólo se pone en juego la excelencia (areté) que nos preserva de la desmesura (hybris), sino que también se habla de ella, se busca su esencia, sin hallar conclusión definitiva en su aporético final. Aquello que más nos importa, puede tal vez ser aclarado en la reflexión compartida, pero evade su descubrimiento, no se deja atrapar en las redes de la razón.

Confrontado con el monstruo del vino, el ciudadano educado ha de tomar las armas de Perseo, el escudo de san Jorge, mostrándose capaz de reducir el desequilibrio o la arbitrariedad que causa el euforizante para preservar la humanidad equilibrada de su mente (psique), ha de evitar o excusar caer en la renuncia de seguir siendo dueño de sí mismo, pues excelentes son aquellos capaces de dominarse. Y son estos, precisamente, los autárquicos, los que merecen gobernar a otros, porque son señores de sí mismos.

Lo peor de la locura báquica –la de Ágave en Las Bacantes de Eurípides- no es sólo que perdamos la conciencia de nosotros mismos, sino que también perdamos la de los otros, como la madre que ni siquiera reconoce ya a su hijo, como la experiencia terrible del enfermo de alzheimer. Como el niño, el borracho hace y dice sin mesura, pierde el control y el pudor (αῖδῶς) que es el último instrumento que Zeus hace llegar a los mortales para preservarlos de la guerra civil, como cuenta Platón en la fábula de Prometeo que pone en boca de su Protágoras. Por eso, la educación cívica está destinada a mantener el pudor, llamémosle también vergüenza o conciencia moral, y el que actúa contra el orden establecido es un “sinvergüenza”.

Platón sabía por experiencia y por su maestro heraclíteo, Crátilo, que nada hay fijo en el mundo que vemos. Es posible como afirma Gómez Pin que toda la filosofía occidental y su retoño –la ciencia- no sea sino un esfuerzo por constituir un sujeto trascendente o trascendental, indiferente al cambio: esencia, sustancia (ousía), mónada, un sujeto que retorna incesante y tozudo sobre sí mismo.

El amor, la muerte y el intercambio incesante de ideas al que Platón llama dialéctica, ese "arte de dar y recibir razones", sirven de escalas para alcanzar esa contemplación del Ser que los griegos llamaron theoría. La muerte libera al alma de las servidumbres del cuerpo, la muerte es un atajo, salto sin camino (Fedón, Fedro); y la filosofía, un ejercicio de muerte (mélete thanatou). Muy diferente, la conversación amistosa que propicia la dialéctica, porque busca la verdad en el mutuo entendimiento o el común entendimiento de la verdad, en un largo proceso de doble camino y método: analítico y sintético. En su ascenso, la dialéctica busca la síntesis de lo incondicionado, para luego descender al análisis de las formas discriminando con justicia y razón, las justas de las injustas, las verdaderas de las falsas.


Víctor Gómez Pin (dcha.) con el autor de esta entrada,
durante la comida de hermandad celebrada
en el XIII Congreso de la Asociacion Andaluza de Filosofía
(Úbeda, septiembre 2021).



La sinrazón de la Razón

Señala Gómez Pin la paradoja de que Platón describa en República VI el principio de racionalidad, la Idea del Bien, como no racional; y a la causa de toda esencia, como inesencial, como si el fundamento de la existencia careciese de entidad o estuviese “más allá de toda esencia” (επέκεινα τῆς ουσíας). Se ha dicho que esta Idea de lo perfecto es el primer principio verdaderamente meta-físico, sobre-natural, de la filosofía occidental. A este principio le falta lo que la Escolástica llamará “talidad”, pues no es tal ni tal cosa... Los conceptos transcendentales de unidad, justicia, belleza y perfección ofrecen una imagen aproximada, sólo un vislumbre, concentrado en la última hipóstasis de Plotino o “el más profundo centro” del místico (Juan de la Cruz).

La consecuencia teológica de esta consideración negativa o indeterminada del principio -apunta Gómez Pin- es grave, la tradición desarrollará su Teología negativa sobre la obra del Pseudo-Dionisio. De Dios sólo podemos decir lo que no es. La deidad sólo puede ser postulada como idea regulativa (Kant) o quizás como principio epistemológico (Aristóteles, Kant), o sólo puede ser objeto de fe (fideísmo), o tal vez nos sea revelada en una intuición sobrenatural, previa ascesis, previo anonadamiento. Como totalidad omni-abarcante la idea de lo divino incluye los opuestos, “un verdadero océano de contradicciones”: a la vez móvil e inmóvil, uno y otro, ordenado y caótico, determinado y libérrimo… 

De ahí el carácter antinómico de la fe, que descubrirá Machado mediante su dialéctica de las creencias y de ahí la esencial “heterogeneidad del ser”, la cual le exige a su apócrifo Juan de Mairena ir de lo poético a lo filosófico y de lo filosófico a lo poético. Toda mística cabalga una contradicción, su figura principal es un oxímoron radical: El todo es nada.

En efecto, no sabemos si las premisas siguen siendo válidas en el momento –instante otro- de enunciar la conclusión, pues el tiempo, su terrible flecha, es pura sucesión irreversible, de modo que nuestra lógica, que pretende pensar el tiempo (“Palabra en el tiempo”, llamó Pedro Cerezo a su magistral ensayo sobre el pensar de Machado) sólo puede ser la de un pensar poético, dubitativo, heterogeneizante, inventor o descubridor del devenir de lo real.

Araña clavando su quelíceros en una hormiga



Amor fino

Si la dialéctica nos facilita una ascensión (anábasis) hacia lo verdadero con el auxilio de la razón, el buen amor nos incita a una escalada hacia el bien, bajo el velo de la belleza en sí: lo que siempre es hermoso. Cabe subordinar lo múltiple y diverso a lo Uno e idéntico, o buscar en la base unitaria la garantía de las identidades parciales. 

Gómez Pin resume el dilema en traducción teológica: ¿queremos a Dios para mejor vivir en el mundo o sacrificamos el mundo para sumirnos en Dios? El platonismo en general, cuando no deriva en escepticismo académico, opone la perfección ideal y trascendente del fundamento a la imperfección de lo fundado y así la invitación a fijar la atención en la belleza semeja huida o exilio de la imperfecta diversidad mundana. Es la interpretación transmundana del platonismo, alternativa a la estamundana (A. O. Lovejoy).


La esencia real de la Usía

Pero el dialéctico o el amoroso no tienen por qué abandonar la condición mundana, si no es por un instante, a fin de acreditarse una garantía de permanencia en esta condición, pues también el fundamento parece subordinarse y desparramarse en lo fundado, reclamando la belleza natural su semejanza icónica como semblanza de su Creador (estamundamismo). Para Gómez Pin, el equivalente a la Idea o Ideal del Bien platónico es la usía (ousía) o sustancia aristotélica, objeto de la ciencia suprema, un compuesto de materia y forma con energía propia, supuesto existencial de toda ley física.

Recuerda Gómez Pin que el granadino Francisco Suárez redujo los trascendentales a tres: Uno, bueno, verdadero. Todo aquello que no sea uno, verdadero y bueno carece de ser, puesto que estos tres caracteres expresan la esencia real de la sustancia. Todo ente ha de poder ser determinado y deseado porque no existen entes malos. La diferencia arbitraria, no subordinada al orden del ser uno, bueno y verdadero, carece de existencia. No hay por ello dos cosas absolutamente diversas. Desde luego, cabe pensar esta doctrina de los trascendentales como una traducción metafísica del misterio de la Trinidad cristiana.

Iphiclides fesithamelii, mariposa Chupaleches,
libando en un heliotropo europeo, 23 agosto 2009.



La manía del entusiasmo

Platón distingue en el Fedro dos especies de locura (manía): “la una que se debe a enfermedades humanas; la otra debida a un trastorno divino de las reglas acostumbradas” (265ª). Al lado del entusiasmo profético, del transporte báquico y de la inspiración poética, el arrebato erótico se revela como “la unidad insostenible de luz y tinieblas, de razón y sinrazón, de éxtasis afirmativo y transporte disgregante, de fundación y hundimiento de todo lo fundado” (De “usía” a “manía”, pg. 64).

Somos un diálogo, como sentenció Hölderlin, y por eso “un corazón solitario / no es un corazón” (Machado). Pero se puede hablar bien pensando mal. La heterogeneidad del ser se desempeña e irradia también en la del yo: “Busca tu complementario, /que marcha siempre contigo, / y suele ser tu contrario” (Nuevas canciones). El alma del hombre no se basta a sí misma, su menesterosidad pone de manifiesto la incurable “otredad de lo uno” y “la esencial heterogeneidad del ser”. Por eso podemos decir que participamos de la indeterminación de la Unidad englobante. Somos y no somos, devenimos como posibilidades abiertas a la mejora o a la decadencia.

Logos aporético

El Sofista platónico establece la alteridad como género privilegiado para escapar de la aporía del Parménides: que todo y nada pueden se afirmados del UNO, que el UNO es todo y nada a la vez. Ahora bien, escribe Víctor Gómez Pin:

Si la filosofía platónica arrastra desde un principio el vicio radical de imponer al discurso un límite inferior ignorando lo sensible, el Sofista añade en la madurez un defecto aún más grave: imposición del límite superior apartando del problema de lo Uno” (op. cit., pg. 71).

Si el Sofista no resuelve nada, la aventura radical de la dialéctica platónica se cifraría en la aporía dramática y abismática del Parménides que pone no sólo la identidad del Ser, sino también la nuestra en entredicho: “triunfo de Heráclito en el corazón mismo de lo inteligible” (Ricoeur). El dialéctico accede razonando a una visión (nóesis) discorde, que le sumerge en la nada o le muestra la unidad de caos y fundamento,de azar y orden.

Bio-Diversidad

Pero la otredad como diferencia puede ser también vista como cualidad en la diversidad de la vida y de sus formas vivientes, que devienen, nacen, crecen, se reproducen y mueren. Tal concepto, el de diversidad, integra tanto la idea de pluralidad como la de confrontación, porque en la diversidad se aprecian las diferencias. 

Para nosotros, el UNO sólo se actualiza y percibe dividido, diverso desde la explosión de su génesis. La raíz indoeuropea *wer significa torcer o girar, la terminación latina –dad indica su función de cualidad

Precisamente es la diversidad lo que permite que un grupo, un individuo o una cosa, confirmen su identidad y sean únicas, porque lo diverso no es adverso a sí mismo, sino acorde con su diversidad o, como dijo el sabio de Chilluevar: “Ca’uno es ca’uno y su caunidad”. No distinguiríamos especies (o sea formas o ideas), físicas, vivientes o meramente inteligibles, si no fueran ejemplos, modelos o paradigmas de diversidad. Y aún por debajo de las ideas, no hay dos rosas iguales.

Capullos de Aloe, 27 de mayo de 2020



Epílogo. Cuestiones y notas

La pretensión expresa de Víctor Gómez Pin en la obra citada es que retengamos la unidad a-sistemática de usía y manía, de orden y caos; como hallazgo de la “razón de la sinrazón” o de la “sinrazón de la razón” y como fuente de un liberalismo que consiente en afirmar la identidad aún sospechándola ficticia, un talante que tolera honrar a dios sin fe.

Leí y estudié la obra De “usía” a “manía” hacia 1979. Influyó mucho, más de lo que en su momento tuve por cierto, en mi tesis sobre Platón (Granada, 1990). La memoria trabaja muchas veces sin que nos demos cuenta. El sobrio libro de los Cuadernos Anagrama me permite ahora una relectura rápida porque está subrayado y anotado. Al final del mismo escribí una serie de preguntas y anotaciones o glosas finales…

Sirva esta entrada como señal de admiración
y reconocimiento al gran maestro.

- ¿Hasta qué punto la antinomia usía / manía es aparente, dado que debajo de la manía inspirada o entusiasta (otorgada como gracia de los dioses) no se esconde más que la evidencia de todos los órdenes como posibilidad y, por lo tanto, la imposibilidad de la conciencia para concebir o siquiera imaginar el caos?

- El caos es, suponemos, pero nos es irreconocible.

- El caos no es, suponemos, pero su inexistencia nos es asimismo irreconocible.

- De una forma u otra, la mirada ordena la realidad puesto que ve.

- A todo ruido se le puede encontrar una estructura y las gotas de lluvia forman un dibujo matemático (Leibniz), ¡pero está la buena música! Luego hay órdenes mejores y peores.


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