El perfil de una leyenda
Don Ramón María del Valle-Inclán descubrió su vocación literaria hablando con la luna, eso cuenta de él Rafael Narbona[1], que fue la Cascabelera quien le reveló la suave distinción de la tristeza y el secreto de las rosas, cuyo encanto procede de haber sido mujeres en una vida anterior.
Gómez de la Serna, que lo biografió, habla de su “aspecto
arborescente”. Con físico de faquir y ojos de nigromante, fiel a sí mismo y a
sus “otras verdades”, no se dejó intimidar por la penuria. Perdió un brazo en
circunstancias obscuras, pero, colérico, sus bofetadas a una sola mano se
hicieron famosas. Transformó la comedia humana en un aquelarre al que llamamos
por su culpa “esperpento”. Sin embargo, adoraba la música del lenguaje y el corazón palpitante y vivo de las palabras.
Conoció la cárcel por despreciar la dictadura de Primo de
Rivera, pero pasó del carlismo retrógrado al anarquismo, aristocrático o
incendiario, según se mire. Se negó a recibir la extremaunción, pero su féretro
descendió a la fosa con un crucifijo que un obrero intentó arrancar, heroísmo
que rompió el ataúd, mostró el amarillento horror cadavérico y acabaría
costándole la vida.
Otros contradicen esta estampa de rebelde e insumiso, retratando a un impostor Valle-Inclán que en realidad se llamaba Ramón Valle y
Peña, que se cambió de apellido para insinuar abolengo, que vivió desahogadamente
gracias a sus artículos y traducciones, que se codeaba con la burguesía, que
comulgaba con los dogmas de la Iglesia Católica y que despreciaba las
libertades democráticas. Pero, como ha dejado escrito Rafael Narbona y
argumentó con rigor Oscar Wilde, en el caso del arte la verdad es mucho menos
seductora que el mito y del artista gusta más que su realidad, su leyenda y lo
que inventó por encima de sí, su literatura, su “otra verdad”.
Contemplación y comunión con el todo
En La Lámpara Maravillosa,
Valle Inclán (1866-1936), el escritor gallego de la larga barba cana de chivo,
confiesa su metafísica, que es también una estética y una poética. Música,
belleza, amor y ética son sus cuatro pilares. Tres lámparas alumbran el camino:
temperamento, sentimiento y conocimiento. El creador del marqués de Bradomín reconoce
estos textos como sus “ejercicios espirituales”.
Cierto irracionalismo acompaña toda su meditación al
sustituir la argumentación lógica por la contemplación
asimiladora. Por esta “iluminación espiritual” entiende Valle-Inclán “una
manera absoluta de conocer, una intuición amable, deleitosa y quieta, por donde
el alma goza la belleza del mundo, privada del discurso y en divina tiniebla” [2].
Su fin es la comunión gnóstica[3]
con el todo.
Habla Valle-Inclán de una singular vocación religiosa que incluye una ascética: “Maté la vanidad y exalté el orgullo… Amé la soledad y, como los pájaros, canté sólo para mí”. Recuerda la impotencia de la palabra, su torpe y mezquino balbuceo “para expresar el deleite de lo inefable que reposa en todas las cosas con la gracia de un niño dormido”. Recuerda el éxtasis vivido tras fumar su pipa de cáñamo índico mientras veía que el sol rasgaba la niebla de un profundo y verde valle, la sensación del alma[5] desligada, desprendida, y enlazada con la sombra del árbol, el vuelo del pájaro y la peña del monte. Define el éxtasis en general como el goce del sentirse cautivo en el círculo de una emoción pura, que aspira a ser eterna. Es el dolor de vivir cuando nos llena de ternura. En el quietismo estético, las horas ya no fluyen; las cosas al definir su belleza se despojan del tiempo, esa belleza es la intuición –tal vez también el recuerdo- de su unidad.
Es el Pleroma gnóstico[6]
que Jung definió como totalidad de los opuestos o el Espíritu que borra sus
huellas. Puede percibirse, por ejemplo, en un hermoso crepúsculo en que se
revela como vínculo eucarístico el enlace de la noche con el día, la hora-verbo
que participa de dos sustancias, a la vez sangre y vino, hemorragia divina,
armonía de lo que ha sido con lo que se espera.
"Puertas al campo", foto de Pi@PiliCarrington, 2021 |
Más acá del tiempo. La música del Verbo
Consumirse en la prisa y el vértigo del vuelo es la pena de
Lucifer, ángel caído en el Tiempo. Amamos aquello donde se atesora una fuerza
que oponer al Tiempo, como los cristales, el gozo de los ojos al mirarlos es un
sentimiento sagrado, porque aspiramos a esa quietud.
El conocimiento de un grano de trigo con todas sus evocaciones nos daría el conocimiento
pleno del Universo. En este mundo de las evocaciones sólo penetran los poetas
que descubren los enlaces luminosos de la armonía oculta, adonde no llegan las
palabras con sus significados van las ondas de sus músicas. Perdido por los
musicales senderos de la selva panida[7],
oye el poeta los pasos y evoca la sombra del desconocido que va con nosotros.
Apuesta el asceta, si aspira a poeta, a eliminar el significado ideológico de
las palabras. El anillo de Giges cumple en la filosofía de Valle un significado
diferente al que tuvo en el diálogo sobre la Justicia de Platón. No te vuelve
invisible, pero te saca del tiempo lineal para devolverte al vínculo, al espejo
en que se evoca tu sombra de niño, pues quien sabe del pasado sabe del
porvenir.
Evocaciones venerables
Sólo podemos tejer nuestros tapices con hilos viejos porque
cada lengua contiene el pasado de sus gentes y “el idioma de un pueblo es la
lámpara de su karma”. Toda palabra es grimorio[8]
y pentáculo[9] porque
los idiomas son también hijos del arado y de la honda del pastor. Sólo podemos
despertar emociones, no crearlas, mediante el milagro musical de las palabras.
Lo que hay en mí de absolutamente distinto ha de permanecer hermético. Voces
clásicas… Valle-Inclán oye el eco cisterciense de san Bernardo (1090-1153), cuyas
prédicas levantaron un ejército para la cruzada de Jerusalén. Añora aquella
piedad caballeresca que convertía las florestas en lanzas. Pero, ¡ay!, “donde
el intelecto discierne, arguye la soberbia de Satanás”.
El arte nos salva, nos eleva, con tal de que no seamos ni
del todo históricos ni del todo actuales. Si jugamos con palabras será preciso
mirarlas como corazones vivos y no como relicarios. El Arte es bello cuando
suma a las formas actuales evocaciones antiguas y recuerda la cadena de siglos
haciendo palpitar ritmos eternos de amor y armonía.
La belleza es la
posibilidad que tienen todas las cosas para crear y ser amadas. “Ser bello es
hacerse centro de amor y morar otra vez en el numen divino” (“El milagro
musical”, 7), porque la esencia que exprimen las letras es de la música, por
eso en el baile, “la más alta expresión estética”, se juntan los sutiles
caminos de la belleza, sonido y luz, en una suprema comprensión, ya que en la
luz está la purificación de todas las cosas. Fue un ciego rapsoda griego,
Homero, quien primero en la música de las palabras hizo arder la corona del
Sol, por eso sus versos son helio-tropos. Son las palabras espejos mágicos
donde se evocan todas las imágenes del mundo, el recuerdo de lo que otros
vivieron y escucharon y nosotros ya no; todos los verbos, eternidades en la
luz.
El arte es también una disciplina, un áspero camino para
desnudarse de la percepción cronológica y de la concepción ideológica para,
amando (pues amar es comprender) ver el mundo bajo el rocío sagrado de la
primera aurora. Amor y dolor, como en la tragedia, nunca marchan deshermanados.
Su enigma es fatal, pues al amar se transmigra por el dolor en la conciencia
ajena, movido a piedad el corazón y eso a pesar de que siempre somos más reclamados
por la soberbia que por la humildad.
"Climax", Pi@PiliCarrington |
En ese mismo siglo XIII de los amores prohibidos de Abelardo
y Eloísa, tiempo de alquimistas y teólogos, se oye también la voz que habla con
la encina y las hormigas. Es el alma del “pobrecito de Asís”, el arte de los “primitivos
italianos” se ungirá de emoción franciscana y candor amoroso. Apartará de sí
los espíritus del fatalismo griego y del terror medieval al diablo y a la
muerte. Meser Francisco ama las cosas, no por interés sino por aquella razón de
conciencia que a todas las hace ser distintas y buenas.
Busca la estética de Valle-Inclán la quietud gnóstica amando
por igual todas las imágenes del mundo, las entrañas fecundas igual que las
estériles, es el amor de perderse en el bien y en el mal de sus obras más que
en el semen, su belleza en el acto creador del Uno absoluto y quieto. De
Plotino y de Porfirio, de los yoguis de Oriente, llegó esta enseñanza que
conservó la Escuela de Alejandría, el priscilianismo y Aben-Tofail.
Exégesis trina
A la rosa erótica se une la rosa clásica, andrógina, la de Leonardo, la expresión ambigua del nacer y el declinar de la sonrisa en la boca de la Gioconda o en el pincel velazqueño. La rosa clásica la trae en el pico el cuervo de Prometeo, como una llama en el viento, como el motivo flamígero del arte ojival: quietud y vuelo de las horas en la piedra. La tercera rosa estética es la del matiz, la llama pequeña con que nace una vida y se apaga. Es la unidad de conciencia que se abre en el ciclo estático del Parácleto. El Demiurgo, arcano de la vida, sella la Idea de Futuro. El Verbo, arcano del amor, la del Presente. El Parácleto, arcano del conocimiento, sella la Idea del Pasado. Es la Pronoya gnóstica, contraria a la paranoia: la previsión de que todo colabora a favor de uno.
Representación del Paráclito, espíritu abogado y valedor |
Nuestra conciencia es también una y trina: Mundo, Demonio y Carne se nutren de pasado, presente y futuro. A los tres centros divinos se unen los tres círculos temporales y los tres enigmas del mal. El Mundo nos aprisiona en su círculo de sombra y nos veda el conocimiento contemplativo y la comunión con el Parácleto. Su alegoría es la serpiente[13] enroscada a los pies de la paloma. Su enigma, el pasado. El Demonio encarna en nosotros la culpa angélica, la eternidad estéril y sin amor. La sierpe satánica del yo movida por el rencor, la envidia y el odio. Su alegoría, el dragón alado, el enigma del presente. La Carne es el goce sensual que profana la Idea Creadora, la lujuria estéril, el Íncubo, Sodoma y Onán. Su alegoría la serpiente[14] enroscada al árbol de la vida; su enigma, el futuro.
Quietismo estético
Descubrir en el vértigo del movimiento la suprema aspiración
a la quietud es el secreto de la estética, porque el movimiento –como decía
Leonardo- sólo es bello cuando recuerda su origen y define su término. Valle-Inclán
se declara en esto discípulo de Miguel de Molinos (1628-1697): “de su enseñanza
mística deduje mi estética”. Antes que Ciorán, Valle hace una interpretación
negativa de la caída adamita en el Tiempo: “El inmaculado conocer de los
sentidos se manchó de ciencia y de experiencia y la geometría lo profanó con
sus tres pautas de dimensión: tres caminos cronológicos y tres modos de la Idea”.
Apela el autor de los esperpentos a su alma para que abra sus alas gnósticas
mirando a las cosas sin codicia, buscando una intuición teologal, la ascensión
por luminosa escala a divinas estancias: Tránsito, Arrobo, Deliquio y Éxtasis.
Confesión y piedra
filosofal
Para su confesión, el autor interroga a las máscaras del
vicio: soberbia, lujuria, vanidad, envidia… ¡Esclavo de los instintos, fui
violento, torvo y heridor; llené mi alma de rencores! Purificado mediante una
ascesis, contenidas las malas pasiones, la piedra del sabio es un corazón que
ama cuanto existe: la eterna inmovilidad de la flecha de Zenón de Elea[15],
porque la línea recta sólo es un punto que vuela, visión gnóstica que sólo
alcanzan los iniciados, como enseña la ciencia alejandrina guardada en la Tabla Esmeralda[16].
La aspiración del quietismo estético es convertir las normas estéticas en caminos de perfección, bajo los míticos cielos de la belleza, como volver a vivir en la hora sagrada del Génesis. “Es arrobo dulcísimo de engendrar y ser engendrado, beato esponsal del alma liberada de la carne, con el Logos espermático”[17]. Toda expresión suprema de la belleza es un divino centro que engendra infinitos círculos.
El ejercicio gnóstico de Valle-Inclán no es el de un
fanático: “aquella teodicea alejandrina un poco candorosa, oscura y llena de
símbolos”. Aspira –eso sí- a la visión gnóstica como mirada inefable, al
amoroso aniquilamiento en el numen solar que pauta el círculo de nuestras vidas
como liberación de su “larva angélica”, que rompe la ley geométrica y fatal que
impuso al barro el demiurgo[18].
Y pide al alma que junte la voz sagrada del barro con la voz genética de la
forma para gozar la gracia edénica del primer instante, “la Idea del mundo en
la Mente Divina y en el Verbo del Sol”. Amor y luz es la esencia de toda
ciencia mística y de toda creación estética. Identifica esta bruta aspiración
que trueca el deseo egoísta en universal deseo con el suspiro ardiente de
Teresa de Cepeda por la unidad que contiene el Infinito.
La Tríada gnóstica es la alegoría del quietismo teologal. El
Parácleto simboliza la sagrada simiente del centro. El Demiurgo la
universalidad de la forma. El Verbo el enlace de la forma y la esencia, la
cópula eucarística fuera del Tiempo. El gnosticismo de Valle-Inclán no le lleva
al desprecio del mundo, porque ama también el alma su cárcel de tierra y goza
de la belleza del mundo y hasta la espina de la zarza y la ponzoña de la sierpe
revelan un secreto de armonía, igual que la niña, la rosa y la estrella, cuando
se siente nacido de la tierra como las flores del campillo verde y se hace
extática en una fatalidad indiferente para el bien como para el mal, como dijo
el maestro alsaciano Taulero (1300-1361), místico del dejamiento y antecesor de
Jan Huss (1369-1415)[19].
MÁS ALLÁ
Tabula Smaragdina (Wikipedia) |
Sólo la muerte desvelará el gran enigma. En el humus, limo,
barro del hombre, se redime la tierra de su obscuro pecado. La humanidad es el
fruto elegido del connubio Tierra y Sol, sendero de la belleza en la noche del
Tiempo y el Espacio. Cada alma microcosmo sella la maravillosa diversidad del
Todo macrocosmo, a la vez que siente el impulso fraterno que enlaza las formas
y las vidas. “Peregrino sin destino”, la humanidad –o el humanismo- pueden
convertir la negra carne del mundo en el áureo símbolo de la Piedra del Sabio que
es el corazón que ama cuanto existe.
Nota bene:
Agradezco a Pi@PiliCarrington la cortesía de dejarme usar sus magníficas fotos de panorámicas crepusculares para iluminar esta entrada.
[1] “Ramón
María del Valle-Inclán. Historia de un impostor”. EL CULTURAL, 5 de abril del
2017.
[2] Ramón
del Valle-Inclán, La lámpara maravillosa,
Madrid, Espasa-Calpe, colección Austral, 1948, cap. 7.
[3] El gnosticismo se define en general como la
pretensión de conseguir el saber absoluto, γνῶσις, por vía no sólo intelectual
y racional, sino también mística y extática; o sea, una vía de salvación por el saber. Más en concreto
se conoce por “gnosticismo” una corriente helenística, alejandrina, que mezcla
elementos del neoplatonismo con otros de tradiciones orientales creando una
metafísica fantástica y fantasiosa, y más tarde (s. II) se funde con la
doctrina cristiana. Puede entenderse como una filosofía cristiana más o menos
heterodoxa, aunque textos canónicos como el Evangelio de san Juan conservan un importante sesgo gnóstico. En su
tratado Contra los gnósticos, Plotino
(Enéadas, II, 9) no distingue entre gnósticos
y cristianos. Suelen diferenciarse la gnosis mágico-vulgar, de la mitológica y
especulativa, de mayor altura intelectual.
[4] Es
indudable el eco de Schopenhauer, tan leído por los intelectuales de la época
de Valle-Inclán.
[5] El alma
de Valle-Inclán goza de la belleza del mundo; por el contrario, en el
gnosticismo mitológico y especulativo el alma yace en el mundo doliente, desterrada
de otro mundo mejor, el de la Luz, anhelante de escapar de su prisión carnal.
Valle-Inclán asume este anhelo pero lo matiza, sobre todo al final de La lámpara, repartiendo el amor del alma
entre lo ultramundano y lo mundano, lo natural y lo sobrenatural.
[6] Por pleroma entendía el misticismo gnóstico
la plenitud espiritual del mundo de luz divino, opuesto al kenoma, la vida material del mundo de las apariencias. De esta
plenitud divina fluye el Espíritu Santo, aliento vital de los iniciados, o de La Iglesia como cuerpo místico de Cristo
(1340), según Opinicus de Canistris. El término “pleroma” tiene impronta
paulina. El Corpus Hermeticum lo usó
para significar la plenitud de esencia, para los valentinianos era la región
superior del universo opuesta a la ogdóada (región intermedia) y la hebdómada
(el mundo material sensible). En el Evangelio
de Felipe, el Pleroma es interior al hombre.
[7] Refiere
a la selva mítica dominada por el dios o semidios Pan, que causaba miedo “pánico”
a los pastores. Pan forma parte del cortejo de Dionisio.
[8] Se
llamaba grimorios a los libros con fórmulas mágicas.
[9] El
pentáculo es un talismán usado como símbolo del elemento tierra.
[10] “La
redención del hombre por Cristo es precisamente la obra de la revelación; en
ella consiste propiamente la gnosis, y sólo por ella podrá el hombre
desprenderse de la materia y del mal en que se halla sumergido y ascender hasta
la pura espiritualidad de Dios”, Ferrater Mora. Diccionario de Filosofía, “Gnosticismo”, Buenos Aires, 1964.
[11] Es
curioso y hasta contradictorio que Valle-Inclán ensaye conciliar una doctrina
dialéctica y dramática como el gnosticismo, que supone una dinámica lucha entre
el bien y el mal, con el quietismo contemplativo.
[12] Parácleto
o Paráclito (παράκλητος) significa “uno llamado para estar al lado de” y, por
lo tanto, “abogado”. Es el termino preferido por el Evangelio de San Juan para llamar al “Espíritu que Jesús promete
enviar a los discípulos tras su partida” (Jn 14, 16-17; 16, 7-15). Es el “Espíritu
de la verdad”, el espíritu “valedor”, que ayuda a los cristianos en ausencia de
Jesús. Para el gnosticismo más heterodoxo el Paráclito es uno de los doce eones
que emitió el Hombre en unión con la Iglesia.
[13] Una
secta gnóstica, la de los ofitas, tenían por símbolo la serpiente, próxima a
ella, la de los barbelo-gnósticos, Adeptos
de la Madre, hablaban de un primer principio femenino.
[14] En la
cultura occidental, la serpiente simboliza el mal y su seducción, como en el
mito de Adán y Eva. Se puede decir que Eva fue la primera filósofa (Javier
Echevería, Ciencia del bien y el mal, Herder, 2007) o la primera gnóstica, pues
optó por la sabiduría del árbol de la ciencia, antes que por la ignorancia feliz
y mansa. Para el gnóstico Valentino el afán de conocimiento fue el primer
indicio de rebelión que abrió el proceso dramático contra el demiurgo y su es la
esperanza y el esfuerzo por restablecer el Orden esencial del Pléroma.
[15] “El
proyectil arrojado estará en reposo en cada uno de los instantes del tiempo
durante el cual se mueve, al estar en un espacio igual a sí mismo; y, si está
en reposo en todos los instantes del tiempo, que son infinitos, estará en
reposo todo el tiempo”. Así recoge Juan de Filópono (el Laborioso) en el siglo V la famosa aporía
de Zenón, que refutarán B. Russell y H. Bergson.
[16] La Tabla
de Esmeralda es un texto breve y críptico atribuido a Hermes Trismegisto que
refiere a la sustancia primordial, al Uno y sus transmutaciones. Fue usado por
los alquimistas y requiere una hermenéutica simbólica. He aquí el segundo
precepto de Hermes Trismegisto: II. Lo que está más abajo es como lo
que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo. Actúan para
cumplir los prodigios del Uno.
[17] λόγος
σπερματικὸς. La tradición neoplatónica aceptó la noción estoica de un Verbo
espermático, Palabra creadora que se derrama desde el Espíritu (Pneuma) y que contiene las semillas de
todas las cosas. Un único Logos univesal (λόγος, “razón común” de
Heráclito), físicamente constituido por el fuego, contiene en sí todas las
formas de las cosas. San Agustín interpretó los logoi spermatikoi como rationes seminales de todas las cosas
pasadas, presentes y futuras, que Dios depositó en la materia mediante su
Palabra.
[18] La
consideración del Demiurgo de Valle-Inclán es ambigua: recuerda al dios
alfarero del Timeo platónico que da
forma según el prototipo de las ideas a la materia, pero también, aunque menos,
al Demiurgo malvado de los gnósticos, un dios cruel y vengativo, el de la vieja
Ley judía, deidad impotente, creadora de un mundo imperfecto y muy distinto del
revelado por Cristo.
[19] Juan
Huss fue mártir y precursor de la Reforma. Tuvimos la oportunidad de oír una
preciosa misa cantada en la iglesia husita del centro de Praga, oficiada por
una mujer.
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