Lobitos listados. Cópula de Pyronia cecilia. Foto del autor. |
Aristóteles pensaba que toda sustancia natural es un
compuesto individual de materia y forma. Sin embargo, sólo podemos determinar
la esencia de las cosas por su forma o estructura, ya que una lechuga, una
seta, una hormiga y un ser humano están hechos de la misma materia: tierra,
aire, agua y fuego, pues estos eran los elementos materiales reconocidos en
tiempos de Aristóteles, a los que el filósofo macedón añadió una quinta-esencia
material a la que llamó éter (sutil
materia de las esferas celestes, que luego dio nombre a un gas), quinta esencia
en la que la física y la astronomía modernas creyeron hasta los experimentos de
Maxwell en el siglo XIX.
La explicación de Aristóteles aún sirve, aunque hoy hacemos
un análisis mucho más fino de los elementos materiales con la tabla periódica
de Mendeleiev. Pero, ¿qué es en el fondo la materia y cuál es la masa prima de
la que todo está compuesto? ¿Al final del análisis, hay masa o sólo luz? A
estas preguntas, Aristóteles respondía con un encogimiento de hombros o con una
abstracción: materia prima es “lo permanente sin ritmo”, porque siempre que
distingo entre perro y lagartija lo hago por su morfología, o sea por su
estructura o forma. La casa está hecha de ladrillos, los ladrillos de arcilla,
la arcilla de silicatos de aluminio y feldespato, el feldespato de…, etc. Al
fin puedo encontrarme con los quarks
o con las partículas de Higgs, que no
dejan por ser chiquitísimas de ser formas o estructuras. ¿Formas de qué?
Aristóteles respondía a esta pregunta con un modesto: “no sé qué” o con su
célebre concepto de energía, que es
la forma en acción, en movimiento, y uno de los nombres de su célebre Motor
inmóvil, nombre físico de Dios.
La filosofía hermética del Renacimiento hacía hablar a la
materia prima asociándola al mercurio, que fascinaba a los magos. Ese huevo de
la naturaleza era descrito poéticamente por la alquimia como dragón viejo,
anciano que está a la vez cerca y lejos, proteica sustancia capaz de adoptar
múltiples formas, colores y figuras, portando tanto el vigor de la hembra como la
fuerza del varón en la figura del andrógino, del machihembrado de raigambre platónica
(Banquete) y símbolo de perfección tan querido por el
humanismo renacentista. El andrógino, el ser primordial machihembra o hembrimacho, es tema
central de la literatura esotérica de esa época en que la Edad Media se asoma a
la modernidad, época que combina matemáticas con arte, ciencia con magia.
Símbolo alquímico del andrógino |
El filósofo y periodista Luis Racionero ganó un premio
internacional con un documental sobre Leonardo
y el andrógino (1980). Tuve la oportunidad de asistir a su exhibición en un cine de Figueras, presentada por él mismo a un grupo de amigos,
gracias a uno común, el hoy editor Jordi Nadal, entonces viajábamos por el Ampurdán en plan "Comando Lautreamont", en el milquinientos del teniente Fernando Poveda, pintor
de paladines celestes, notable cetrero y criador de grandes daneses. El malditismo postromántico era
nuestro horizonte cultural. Y por eso lamentábamos que, en el Occidente
cristiano, el andrógino, el hermafrodita, hubieran sido seres malditos. Otra
cosa sucedía en la Grecia clásica, que al hermafrodita, ser completo por atesorar ambos sexos, le
divinizaban.
En efecto, el hermafrodita fue venerado en la Antigüedad
clásica por representar con sus portentosos genitales la síntesis de ambas perspectivas “de
género”, como se dice ahora: la femenina y la masculina.
Mientras que Platón
parece identificar la materia exclusivamente con lo femenino, confusa matriz
del universo en su Timeo, universo
físico que es un todo con alma (pan ensynchon), los textos alquímicos
hablan de una materia femenina y otra masculina. El psicólogo Jung reconocerá
un alma masculina, animus, y otra
femenina, anima, las dos en cada uno
de nosotros, sólo cambian sus respectivas proporciones, por lo tanto habiendo
nacido fémina siempre yacerá en el fondo de tu alma algo de varón (animus) y siendo varón siempre habrá en ti
algo de mujer (ánima). Es verosímil
que una educación demasiado polarizada impida o reprima el desarrollo de esta
doble dimensión en cada uno de nosotros.
O. Weininger partió de la idea de que, tomando por criterios el varón absoluto y la mujer absoluta, hay en la mujer algo de varón y en el varón algo de mujer, y considera que la atracción máxima, esa fascinación magnética, se despiertan en un varón y en una mujer de tal modo que, si se suman las partes de masculinidad y femineidad presentes en uno y otra, se obtiene como total el hombre absoluto y la mujer absoluta. Así, un varón que tenga tres cuartos de masculino (yin) y un cuarto de femenino (yang) se sentirá irresistiblemente atraído por una mujer que tenga un cuarto de masculino (yin) y tres cuartos de femenino (yang), precisamente porque de la suma de las partes resultarán el hombre absoluto íntegro y la mujer absoluta íntegra.
En el Opus Magnum
de los alquimistas y místicos es Adán el que cae en el sueño mortal del
materialismo, abandonando la androgineidad celestial (tampoco los ángeles de
Tomás de Aquino tienen sexo particular). En la creación de Eva se ve la
posibilidad de salvación. El místico Boehme lo dice así: “Cristo apartó a Adán,
durante el sueño, de su vanidad (…) y le devolvió la imagen angélica creando a
Eva de su propia esencia, de su parte femenina. Ella es la matriz de Adán, de
naturaleza celestial (Sophía, sabiduría
divina)”. El genial poeta y dibujante W. Blake llama a ese aspecto femenino emanación, y al masculino, espectro. El fin primordial de la
existencia terrenal debe armonizar ambos aspectos, pasando por las alegrías de
la sensualidad y de la satisfacción corporal, camino que Blake ve obstaculizado
por la religiosidad dogmática y su moral represiva.
Ulmannus, a comienzos del siglo XV, escribe que el hombre ha
sido creado de un sol doble, metáfora del hermafrodita divino, en el que Jesús
representa el puro berilo masculino y María la piedra femenina de la dulzura,
siendo los dos uno en Dios Padre. De esta forma la Trinidad cristiana parece
admitir una faceta femenina, igual que la ortodoxia bizantina admitió muy
pronto a una Madre de Dios, distanciándose de este modo del patriarcado semita.
Tesera de las Rabas (Cantabria) |
Los caracoles son hermafroditas y, entre los insectos, hay
especies con los dos sexos funcionales en el mismo individuo. La mariposa del
gusano de seda es capaz de generar eventualmente gusanitos por partenogénesis,
es decir, a partir de huevos no fecundados por el macho. De hecho, todos los
machos de la colmena, llamados zánganos (en inglés drones), proceden de huevos sin fertilizar, de los fertilizados
proceden las hembras laboriosas y, si reciben una alimentación especial, las
reinas. Y es que la sexualidad de los vivientes, incluidos nosotros mismos, es
mucho más compleja, diversa y rica de lo que pensamos.
El hecho fisiológico al que conduce el deseo sexual, la cópula, la reunión de los sexos, puede verse, desde una perspectiva cultural, religiosa, filosófica o mística, como símbolo por excelencia de un anhelo superior de unidad, perfección y eternidad. El símbolo (Σύμβολον) fue en su origen, precisamente, un objeto partido en dos empleado como tesera de hospitalidad para que dos personas se reconociesen, de modo que el trozo que uno tenía concordaba precisamente con el que tenía el otro.
Para saber más sobre la extraordinaria diversidad de la
sexualidad de los insectos:
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